sábado, 31 de octubre de 2020

El perro verde

Un amigo que ahora es misionero en Timor Oriental solía utilizar una frase cada vez que quería señalar el comportamiento extravagante de alguien: “Es más raro que un perro verde”. Sé que existen conejos azules en los Estados Unidos, pero hasta hace poco nunca había visto un perro verde. Por fin vi uno el pasado lunes en la zona Covid-19 del aeropuerto de Fiumicino. Ahí estaba apostado, como queriendo controlar el espacio. Las orejas erguidas acentuaban su actitud vigilante. El verde eléctrico de su pelo contrastaba con el blanco clínico de las paredes. Ahora puedo decir que los perros verdes existen, aunque estén hechos de resina o plástico. La vida está llena de cosas raras. Si todo respondiera siempre a nuestras expectativas, acabaríamos por morir de aburrimiento. La vida es programación, pero también desorden. Es cálculo, pero también fantasía. Es ingeniería, pero también música. Es comida, pero también literatura. Es soledad, pero también compañía. Abrazar todos sus extremos incluso sus contradicciones nos hace sufrir más, pero también nos dilata.

Ayer, durante algo más de hora y media, tuvimos el primer Encuentro Zoom de los amigos de este Rincón. Había personas de España, Italia, Estados Unidos, Argentina, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Colombia, República Dominicana… En algunos momentos nos juntamos 35. Después de una brevísima presentación, oramos unidos. Luego, sirviéndome de diapositivas, fui poniendo nombre a algunas de las preocupaciones causadas por la pandemia. Traté de iluminarlas a partir de ese “rosario existencial” que es la vida humana en la que se combinan los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. En efecto, nuestra vida está traspasada de gozo, luz, dolor y gloria. Cuando perdemos la perspectiva del conjunto, nos cuesta dar sentido a cada uno de los momentos aislados. Ni el gozo ni el dolor son absolutos. Después tal como había anunciado hace tres días escogí algunas pistas de la exhortación Gaudete et Exsultate del papa Francisco que nos pueden ayudar a vivir el momento presente con esperanza: aguante, paciencia y mansedumbre [112-121]; alegría y sentido del humor [122-128]; audacia y fervor [129-139]; en comunidad [140-146]; en oración constante [147-157]. Les pedí a algunos de los participantes que leyeran uno o dos párrafos. A esta presentación siguió un diálogo en el que varios de ellos compartieron cómo están viviendo este tiempo. Alguno estaba diagnosticado de Covid-19. La vida siempre tiene más fuerza que cualquier reflexión. Terminamos con el vídeo de la hermosa Oración apostólica de Claret.

En esta confusa situación que estamos viviendo, a veces pienso que los cristianos somos como “perros verdes”, personas un poco extrañas que, sin apartarse del mundo, viven de otra manera. Jesús nos ha enseñado a vivir el dolor con esperanza, las ofensas desde el perdón, la muerte abiertos a la vida plena. No estamos exentos de las vicisitudes de cualquier ser humano, pero se nos ha concedido la fuerza del Espíritu santo para traspasarlas y darles un sentido. Si siempre es necesario esto, en momentos como los actuales es imprescindible. No vamos a inventar una vacuna de la noche a la mañana, pero sí podemos poner escucha y compasión en las relaciones interpersonales. Cuando muchos se sienten tentados de tirar la toalla, nuestra serenidad debe transmitir la certeza de que el Señor sufre y camina con nosotros, no se desentiende de nuestras preocupaciones. Cuando la rabia degenera en violencia (como vimos ayer en Barcelona y Burgos, por ejemplo), mantenemos la calma y buscamos alternativas. Como el “perro verde” de Fiumicino, estamos vigilantes para que, a los efectos deletéreos del virus, no se añada la devastación producida por la angustia, la violencia y la desesperanza.

viernes, 30 de octubre de 2020

Cosas del Padre Abad

Tengo un “joven” amigo que el pasado mes de febrero cumplió 90 años. Aunque siempre disfrutó de una “frágil salud de hierro”, me parece que tiene cuerda para rato, incluso en tiempo de coronavirus. Debe de pesar poco más de 50 kilos. Creo que todavía sube las escaleras de dos en dos. Durante diez años (1993-2003) fuimos compañeros en el equipo que dirigía la Experiencia Fragua de formación permanente de los Misioneros Claretianos. Sus dos pasiones principales son la literatura y la música. Sigue tocando el órgano y lo que más me interesa ahora sigue escribiendo. Como agudo pedagogo y observador que es, sabe muy bien que hoy muy pocas personas leen libros gruesos y sesudos. Su diagnóstico coincide con el que hiciera san Antonio María Claret hace casi 200 años. En efecto, en su Autobiografía escribe algo que casi se podría ratificar hoy con las mismas palabras: “En el día de hoy, pues, hay una doble necesidad de hacer circular libros buenos; pero estos libros han de ser pequeños, porque la gente anda aprisa y la llaman por todas partes y de mil maneras, y, como la concupiscentia oculorum et aurium ha crecido hasta lo súmmum, todo lo quiere ver y oír, y además ha de viajar; así es que, si es un libro voluminoso, no será leído; únicamente servirá para cargar los estantes delas librerías y bibliotecas. De aquí es que, convencido de esta importantísima verdad, he dado a luz, ayudado de la gracia de Dios, tantos libritos y hojas sueltas” (Aut 312).

Mi amigo de 90 años le ha hecho caso a Claret. Por eso, acaba de publicar un librito de solo 180 páginas que se titula “Cosas del Padre Abad”. Por si el título pudiera inducir a error, se apresta a añadirle un subtítulo explicativo: “Para una espiritualidad narrativa”. Se trata de una original colección de microrrelatos que va abordando diversos temas de espiritualidad contemporánea sirviéndose de un ejercicio de imaginación y usando un estilo claro, pulcro y sugestivo. El libro se articula en cinco capítulos que llevan estos títulos: 1) Contemplación; 2) La vocación suprema; 3) Mediocridad; 4) Mandamiento del amor; 5) El gozo del discípulo. Ya había hecho algo parecido en otro librito que no tiene desperdicio: El alzar de las manos. Este imaginario Padre Abad es un pozo de sabiduría del que se van sacando escudillas de agua transparente. Espigo algunas en las páginas del libro:

  • “El desierto es a la vez símbolo de la nada y del todo. Porque allí donde no encuentras nada, solo está Dios”.
  • “Si Dios te conduce al desierto es porque él ya está allí esperándote”.
  • “El tiempo que te queda no es tuyo, es de Dios. Por eso vale tanto”.
  • “Hay quienes tienen hambre y carecen de pan y quienes tienen pan y carecen de hambre. ¿Cuál es la peor carencia?”.
  • “Si el fuego se reduce para nosotros a cinco letras, terminaremos muriéndonos de frío”.
  • “En medio de la noche fíate de él y camina. ¿Qué importa que no o veas si él te ve y va siempre contigo? Pero no olvides que un día… verás a Dios tal cual es”.

No olvidéis que hoy viernes 30 de octubre, a las 6 de la tarde (hora de España), tendremos un Encuentro Zoom para todos los amigos de El Rincón de Gundisalvus que lo deseen. Os recuerdo los datos principales:

Cuando en Roma (Italia), Madrid (España) y Europa Central son las 6 de la tarde

  • En Ciudad de MéxicoGuatemala y Costa Rica son las 11 de la mañana.
  • En Chicago (USA), Panamá y Colombia son las 12 del mediodía.
  • En Puerto Rico y República Dominicana son la 1 de la tarde.
  • En Chile, Argentina y São Paulo (Brasil) son las 2 de la tarde.
  • En Portugal, Reino Unido y las Islas Canarias son las 5 de la tarde.
  • En San Petersburgo y Murmansk (Rusia) son las 8 de la tarde. 


REUNIÓN ZOOM CON LOS AMIGOS DE

EL RINCÓN DE GUNDISALVUS


Tema: LA LLAMADA A LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL.

Fecha y hora: viernes 30 de octubre de 2020 a las 18:00 (6 de la tarde, hora de Roma-Madrid). A partir de las 17,45 estará abierta la sala de espera.

1) Para los que no tienen la aplicación Zoom en su ordenador, basta pinchar aquí:

Enlace para la reunión Zoom.

Al pinchar, aparecerá este mensaje: 

Haga clic en Abrir Zoom Meetings en el cuadro de diálogo mostrado en su navegador
Si no ve un cuadro de diálogo, haga clic en Iniciar reunión a continuación.

Iniciar reunión

Hay que pinchar en la casilla: Iniciar reunión. Esto es todo.

2) Los que ya tienen instalada la aplicación Zoom en su ordenador o computadora, pueden acceder con estas credenciales:

ID de reunión: 840 1650 6705

Código de acceso: 909163

 


jueves, 29 de octubre de 2020

Confinados, pero no hundidos

Ante la avalancha de la segunda ola de contagios, varios países europeos están adoptando diversas fórmulas de confinamiento. El mes de noviembre se va a parecer mucho al mes de abril, con la diferencia de que los días cortos del otoño añaden un plus de melancolía. Tras la experiencia de la primavera, es posible afrontar el nuevo confinamiento de una manera más positiva. Quizá es bueno reducir el excesivo consumo digital, aumentar el ejercicio físico y la lectura y, sobre todo, cultivar el arte de la conversación sosegada para colmar los vacíos que se han ido creando en muchas relaciones conyugales, familiares, de amistad, etc. Cuando vivimos un poco acelerados, damos por supuestas muchas cosas, pero, sin apenas advertirlo, vamos dejando asuntos a medias. Quizás es hora de tomarnos un tiempo para inventariarlos y darles una solución. Tras ocho meses de pandemia, ya nos hemos dado cuenta de que la solución (en forma de vacuna o de tratamiento eficaz) no está a la vuelta de la esquina y de que, por tanto, tenemos que aprender a convivir con el virus y sus secuelas. Cuanto antes adoptemos una actitud realista, serena y propositiva, mejor afrontaremos las etapas que nos aguardan. Sirve de poco comportarnos como si nada pasara o abandonarnos a un pánico paralizante. Que volvamos a estar confinados no significa que debamos hundirnos en la miseria.

En Roma las mañanas de este final de mes son frías. Casi parecen más invernales que otoñales. Es como si el tiempo nos invitara a permanecer en casa, pero sin hacer de ella un refugio y mucho menos un escondite. La casa siempre debe ser hogar y, en algunos casos, laboratorio en el que gestamos nuevas actitudes y destrezas ante la situación que vivimos. Me confesaba un enfermo de Covid-19 que estuvo al borde de la muerte que lo peor de todo no fueron los dolores físicos y la incertidumbre sobre el futuro, sino la tremenda soledad que sintió en su cama de la UCI, aislado de todos y de todo. Con mucha humildad y un toque de humor, confesaba: “He rezado más que en toda mi vida”. Quizás a veces tenemos que descender al fondo de nuestro interior para descubrir que, cuando parece que estamos abandonados, que nadie se hace cargo de nuestra desgracia, Dios está ahí. Me vienen a la memoria unos versos del salmo 87 que parecen escritos para situaciones como estas: “Me has colocado en lo hondo de la fosa, / en las tinieblas y en las sombras de muerte; tu cólera pesa sobre mí, / me echas encima todas tus olas. / Has alejado de mí a mis conocidos, / me has hecho repugnante para ellos: / encerrado, no puedo salir, / y los ojos se me nublan de pesar. | Todo el día te estoy invocando, Señor, / tendiendo las manos hacia ti” (Sal 87,7-10). Ese “tender las manos hacia Dios” es un ejercicio que los hombres y mujeres de hoy no sabemos practicar bien porque nos falta humildad. Creíamos que podíamos con todo, que no necesitábamos de Dios, que nos bastábamos a nosotros mismos con nuestra ciencia y nuestro progreso técnico. Ahora nos debatimos entre la rabia y la humillación, pero ninguna de estas reacciones es muy sana. ¿No habrá llegado el momento de aprender a ser humildes? El salmo 34 nos recuerda que “el afligido invocó al Señor, / él lo escuchó y lo salvó de sus angustias” (Sal 34,7).

Ayer propuse a los lectores de este Rincón una conversación Zoom mañana viernes 30 de octubre a las 6 de la tarde. Algunos de vosotros ya habéis respondido afirmativamente. Comprendo que el viernes no es el mejor día para quienes empiezan el fin de semana, pero es difícil encontrar una fecha que sea buena para todos. ¡Quién sabe si el confinamiento favorece este tipo de encuentros digitales! Como varios de vosotros (de ustedes) provenís (provienen) de diversos países de Latinoamérica, creo que es conveniente recordar las diferencias horarias con respecto a Europa para que nadie se despiste. No hay que olvidar que aquí cambiamos la hora el pasado domingo. La siguiente tabla nos puede ayudar a situarnos. 

Cuando en Roma (Italia), Madrid (España) y Europa Central son las 6 de la tarde

  • En Ciudad de México, Guatemala y Costa Rica son las 11 de la mañana.
  • En Chicago (USA), Panamá y Colombia son las 12 del mediodía.
  • En Puerto Rico y República Dominicana son la 1 de la tarde.
  • En Chile, Argentina y São Paulo (Brasil) son las 2 de la tarde.
  • En Portugal, Reino Unido y las Islas Canarias son las 5 de la tarde.
  • En San Petersburgo y Murmansk (Rusia) son las 8 de la tarde. 


REUNIÓN ZOOM CON LOS AMIGOS DE

EL RINCÓN DE GUNDISALVUS


Tema: LA LLAMADA A LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL.

Fecha y hora: viernes 30 de octubre de 2020 a las 18:00 (6 de la tarde, hora de Roma-Madrid)

1) Para los que no tienen la aplicación Zoom en su ordenador, basta pinchar aquí:

Enlace para la reunión Zoom.

Al pinchar, aparecerá este mensaje: 

Haga clic en Abrir Zoom Meetings en el cuadro de diálogo mostrado en su navegador
Si no ve un cuadro de diálogo, haga clic en Iniciar reunión a continuación.

Iniciar reunión

Hay que pinchar en la casilla: Iniciar reunión. Esto es todo.

2) Los que ya tienen instalada la aplicación Zoom en su ordenador o computadora, pueden acceder con estas credenciales:

ID de reunión: 840 1650 6705

Código de acceso: 909163

 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Nos vemos en Zoom

Aunque estoy un poco saturado de videoconferencias, me ha parecido que sería interesante hacer una con los lectores de El Rincón de Gundisalvus que queráis uniros. Os invito a participar en ella el viernes 30 de octubre a las 6 de la tarde (hora de España). En el recuadro que figura al final de esta entrada explico cómo se puede acceder. Basta disponer de un ordenador, una tableta o un teléfono y una conexión a Internet. No es ni siquiera necesario descargarse la aplicación de Zoom. Algunos lectores están ya muy habituados a este tipo de conferencias; a otros puede resultarles una novedad, pero, en cualquier caso, se trata de una operación sencilla. Hablaremos de cómo estamos viviendo la etapa actual de la pandemia, pero procuraremos no centrarnos en ella. El domingo celebraremos la fiesta de Todos los Santos. Me parece una excelente oportunidad para reflexionar sobre cómo podemos ser santos hoy. Hace un par de años, el papa Francisco nos ofreció unas pistas muy concretas en su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. Podemos echarle un vistazo antes de nuestra reunión. El capítulo IV ofrece algunas notas de la santidad en el mundo actual: aguante, paciencia y mansedumbre [112-121]; alegría y sentido del humor [122-128]; audacia y fervor [129-139]; en comunidad [140-146]; en oración constante [147-157]. Nos detendremos en ellas porque se han hecho más necesarias en este tiempo de pandemia.

Lo que preveíamos hace semanas (que el hartazgo y la rabia se convertirían en brotes violentos) ya se está cumpliendo en muchos lugares. Es probable que esta ola acabe alcanzándonos. ¿Cómo podemos reforzar nuestro sistema inmunológico espiritual para no caer en sus garras? En la conversación del viernes 30 queremos compartir algunas orientaciones a partir de la exhortación del papa Francisco y también de la experiencia que nosotros estamos teniendo en estos meses. Compartir las lecciones que hemos aprendido nos ayudará a todos a no desfallecer en momentos de crisis. Como las videoconferencias pueden cansar un poco, podemos poner un límite máximo de hora y media (desde las 6 a las 7,30 de la tarde). Tras una breve presentación de los participantes, yo destacaré algunos puntos de la exhortación del Papa que creo relevantes para hoy y después abriremos un diálogo para que todo el que lo desee pueda participar. Os animo a invitar también a algunos de vuestros amigos, aunque no sean lectores habituales de este Rincón. Basta con que compartáis con ellos el enlace que figura en el siguiente cuadro. 

Si queréis confirmar vuestra participación (para hacernos una idea de cuántos seremos), podéis indicarlo en este mismo blog o mandando un email a: gonfersa@hotmail.com. 

¡Nos vemos y escuchamos el viernes 30, si Dios quiere!

 

REUNIÓN ZOOM CON LOS AMIGOS DE

EL RINCÓN DE GUNDISALVUS


Tema: LA LLAMADA A LA SANTIDAD EN EL MUNDO ACTUAL.

Fecha y hora: viernes 30 de octubre de 2020 a las 18:00 (6 de la tarde, hora de Roma-Madrid)

1) Para los que no tienen la aplicación Zoom en su ordenador, basta pinchar aquí:

Enlace para la reunión Zoom.

Al pinchar, aparecerá este mensaje: 

Haga clic en Abrir Zoom Meetings en el cuadro de diálogo mostrado en su navegador
Si no ve un cuadro de diálogo, haga clic en Iniciar reunión a continuación.

Iniciar reunión

Hay que pinchar en la casilla: Iniciar reunión. Esto es todo.

2) Los que tienen instalada la aplicación, pueden acceder con estas credenciales:

ID de reunión: 840 1650 6705

Código de acceso: 909163

 

martes, 27 de octubre de 2020

Cuando negativo es positivo

Llegué ayer a Roma a las 17,30, un poco antes de que se cerrara el servicio de test Covid-19 rápido que funciona en el aeropuerto de Fiumicino. Las autoridades italianas exigen a los provenientes de España y otros países este test para poder entrar en el país. Antes de viajar, rellené un formulario on line y recibí un código identificativo. Una vez llegado al aeropuerto, me presenté en la zona Covid, mostré mi código, comprobaron mi identidad, firmé un documento y pasé a la sección de análisis. Después de estar en la cola unos 15 minutos, accedí a una de las cabinas en la que un enfermero introdujo el famoso hisopo en las dos fosas nasales y me pidió que esperara media hora para conocer el resultado de la prueba. Todo estaba bien organizado y no había aglomeración de personas. Aproveché la espera para enviar algunos mensajes. Un poco antes de que se cumplieran los 30 minutos de rigor, una enfermera dijo en voz alta mi número de referencia. Me acerqué a su cabina con un poco de ansiedad debido a que durante el fin de semana había entrado en contacto con muchas personas, aunque siempre provisto de mi mascarilla. Con amabilidad, la enfermera me devolvió la documentación y me entregó un papel en el que se certificaba que el resultado de la prueba había sido… negativo. Nunca esta palabra (negativo) había tenido resonancias tan positivas. “Ho tirato un sospiro di sollievo” (respiré aliviado), como se dice en italiano. La vida puede continuar su ritmo.

Dado el rápido incremento de casos en muchos países europeos (sobre todo, en Francia, Reino Unido, España e Italia), las autoridades están tomando diversas medidas de contención que cada vez resultan más impopulares porque mucha gente está ya cansada. En Italia se han producido revueltas y disturbios durante el fin de semana. Estas reacciones eran de temer. Al cansancio y la frustración le siguen la rabia y la violencia. Esperemos que la cosa no vaya a más y no se generalicen las protestas por todo el país. Escribo estas líneas después de haber tenido una conferencia Zoom con el gobierno de la delegación claretiana de Indonesia-Timor Oriental. La pandemia nos ha obligado a suspender la asamblea prevista. Hay que imaginar nuevas formas de acompañamiento y liderazgo. Podríamos abandonarnos a sentimientos de derrota y frustración, pero esto no ayuda mucho. Lo mejor es aprovechar la oportunidad para ver si podemos hacer las cosas de otro modo y lo que es más decisivo – qué cosas son verdaderamente importantes y cuáles son superfluas. Casi cada día estamos ajustando nuestras prioridades y encontrando nuevos caminos. La capacidad de adaptación a un escenario cambiante es uno de los rasgos de madurez que más se necesitan en este tiempo. Las personas muy rígidas lo están pasando mal.

Igual que el resultado “negativo” de mi test Covid significó para mí una noticia “positiva”, creo que tenemos que adiestrarnos más para transformar en “positivas” las experiencias “negativas” que tanto abundan en estos tiempos de pandemia. O, por decirlo con un lenguaje más bíblico, “tenemos que vencer el mal a fuerza de bien”. Creo que para caminar en esta dirección, el primer paso consiste en preguntarnos qué aspectos de nuestra personalidad han sido más afectados por esta crisis, qué rasgos (tal vez desconocidos) hemos descubierto, qué actitudes nos han sorprendido más, de qué recursos disponemos. Toda situación que nos saca de nuestras casillas (o de nuestra “zona de comodidad” como se dice ahora) pone a las claras rasgos de inmadurez que no habíamos trabajado suficientemente en nuestro proceso de crecimiento. Pero también recursos personales que estaban aletargados y que ahora pueden fructificar. 

Ganar en autoconocimiento nos ayuda a estar más disponibles para los demás. Este es el segundo paso, al que me referí ayer. La crisis será menos dañina si aprendemos a cuidarnos unos a otros y superamos una de las enfermedades modernas que estaba secando nuestra alma: el individualismo. En tiempos de bonanza, parece que cada uno puede vivir por su cuenta. Incluso presumimos de ser autosuficientes. En tiempos de crisis no se puede sobrevivir sin solidaridad. 

Pero como también nos cansamos de estar disponibles, la solidaridad será efímera a menos que se fundamente en una sólida (¿o líquida?) espiritualidad. Este es el tercer paso. La pandemia ha asustado y replegado a muchos. Debemos preguntarnos qué nos permite no venirnos abajo, seguir encontrando un sentido a la vida y confiando en el futuro. Es verdad que Dios no es el recurso que debemos usar para “tapar el agujero” de nuestra ignorancia o fragilidad, pero sí el fundamento sobre el que apoyarnos. Quizá ha llegado el momento de vivir una fe menos rutinaria y adentrarnos en una relación personal, íntima, profunda con el Dios que siempre estaba ahí, pero cuya presencia dábamos por descontada. Ni la agradecíamos ni la disfrutábamos. Nos limitábamos a constatarla como quien hace inventario de sus pertenencias. También esto puede y debe cambiar. ¿No habrá llegado el momento de hacerlo?


lunes, 26 de octubre de 2020

Primero los otros

Me levanto con la noticia de que los chilenos han aprobado la nueva constitución del país. La participación se ha visto muy afectada por la pandemia, pero la respuesta ha sido neta. Varios países europeos ponen en marcha drásticas medidas para “salvar la Navidad”. Esta expresión me recuerda a “salvar al soldado Ryan” o “salvar a las ballenas”. En realidad, “salvar la Navidad” no alude a preservar su espíritu cristiano, sino a garantizar la movilidad de las personas y, sobre todo, el comercio intensivo. Está claro que nos aguardan tiempos difíciles. 

Yo regreso a Roma dentro de unas horas, después de haber pasado un fin de semana largo por tierras catalanas y francesas. Ante el sepulcro de san Antonio María Claret, le he pedido a Dios, por intercesión del santo fundador de mi Congregación, que nos ayude a vivir este tiempo con serenidad, que no nos dejemos llevar por la tristeza y que aprovechemos la oportunidad para aprender las lecciones que no hemos sabido o no hemos querido aprender en tiempos de bonanza. Aquí en Vic ha amanecido un día fresco. Veo a la gente abrigada desde la ventana de mi cuarto que da a la rambla de Sant Domènec. A las 7.45 he presidido la Eucaristía en la cripta donde se conserva el sepulcro de Claret. Éramos solo tres personas: el Superior General, el responsable técnico de las comunicaciones y yo. Juntos hemos dado gracias a Dios por la experiencia vivida y por haber podido compartirla con muchas personas a través de Internet.

Vista la experiencia de los últimos meses, creo que tendremos que ir perfeccionando nuestros modos de comunicación. Los encuentros presenciales se van a reducir al mínimo. Cobrarán protagonismo los digitales. Todos son reales, porque todos implican una conexión entre personas reales, pero cada uno tiene sus características y sus códigos. Si pretendemos hacer los encuentros digitales a la manera de los presenciales, nos sentiremos frustrados. A cada modalidad, le convienen actitudes y destrezas específicas. Algo sabemos, pero tenemos que seguir aprendiendo. Por otra parte, si no dosificamos los encuentros por Internet, acabaremos víctimas de un hartazgo digital. Hay tiempo de conectarse y tiempo de desconectarse, tiempo de compartir y tiempo de crear en silencio, tiempo de recibir y tiempo de preparar. La sabia combinación de los diversos ritmos nos ayudará a mantenernos a flote. Más vale pecar por defecto que por exceso.

El mes de octubre se me ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. El cambio de hora del pasado domingo ha añadido una gota más de melancolía. Las tardes son cortas. Pronto se nos echan las sombras de la noche. No sé si es una metáfora más para comprender mejor el tiempo que nos ha tocado vivir. En medio de estas continuas oscilaciones informativas, regulatorias y anímicas, extraigo una conclusión: no puedo dejarme llevar por el “sálvese quien pueda” o por el “primero yo”. Lo que nos va a ayudar a superar la crisis y salir adelante es la preocupación por los demás, la ética del cuidado mutuo. 

Cuando la pregunta es qué puedo hacer para sobrevivir hoy, la respuesta es siempre una sensación de impotencia y de fracaso. Cuando, por el contrario, empezamos la jornada preguntándonos qué podemos hacer por poner un poco de esperanza y alegría en la vida de quienes nos rodean, entonces hasta los más mínimos detalles (un saludo, una sonrisa, una llamada, un pequeño favor) cobran la categoría de vitaminas existenciales. Esta “ética para tiempos de pandemia” debe ser enraizada, en la medida de lo posible, en una espiritualidad de la esperanza. Cristo ya ha vencido la muerte y todas sus secuelas. La palabra que gobierna el mundo es una palabra de vida, de resurrección. Nosotros somos testigos de esta palabra, no cómplices de un diminuto virus que pone contra las cuerdas a todo un planeta.

domingo, 25 de octubre de 2020

Un domingo francés

En Europa está a punto de terminar este XXX Domingo del Tiempo Ordinario. No he tenido oportunidad de escribir el comentario que cada domingo suelo hacer a partir del Evangelio del día. Antes de las 7 de la mañana, salí de Vic en compañía de otros tres claretianos, rumbo a la abadía de Fontfroide, el monasterio cisterciense donde Antonio María Claret falleció el 24 de octubre de 1870. A pesar de las restricciones impuestas por el Covid, era una visita obligada. Los últimos monjes cistercienses salieron del monasterio en 1901. En 1908 fue comprado por el matrimonio Gustave y Madeleine Fayet, enterrados a pocos metros de la tumba en la que Claret reposó 27 años. Esta familia, cuyos herederos mantienen todavía hoy la propiedad, se encargó de la restauración del monasterio. Hoy Fontfroide es un lugar muy cuidado, abierto al turismo. De vez en cuando se desarrollan también, en el antiguo dormitorio de los hermanos legos, actos culturales como conciertos, conferencias, seminarios, etc. Sus vinos, aceites, mermeladas y licores de hierbas se venden en la tienda que hay a la entrada. Poco a poco, la marca Fontfroide va adquiriendo renombre en el Languedoc, la tierra de los cátaros, y en toda Francia.

Hemos llegado al monasterio hacia las 9,30 de una mañana suave de otoño. A la entrada nos esperaba Arianne, miembro de la familia propietaria del lugar. Nos conocemos desde hace años. Con mucha amabilidad nos ha acompañado a la vieja iglesia gótica. En la capilla de San Bernardo hemos celebrado la Eucaristía de este domingo. Como es lógico, hemos dado gracias a Dios por la vida de Claret y orado por todos los miembros de la Familia Claretiana y por las personas que encuentran en el santo misionero una fuente de inspiración y un poderoso intercesor. Desde allí nos hemos dirigido al viejo cementerio de los monjes. En la pared del fondo se conserva todavía la lápida del sepulcro en el que Claret estuvo enterrado desde 1870 hasta 1897 en que sus restos fueron trasladados a Vic. Hemos orado juntos y hemos grabado algunos mensajes de vídeo en español e inglés para toda la Congregación. Nos parecía que era conveniente hacer ver que Claret no está muerto en ese sepulcro, sino que su espíritu ha alcanzado todos los rincones del mundo. Creo que se ha cumplido al pie de la letra lo que Jesús dice en el evangelio de Juan: si el grano de tierra se hunde en la tierra puede producir mucho fruto. Tras dos horas en el monasterio, nos hemos dirigido a la cercana ciudad de Narbona para compartir el almuerzo con la pequeña comunidad claretiana (dos cameruneses y un argentino) que trabaja pastoralmente en la zona. Como era de esperar, hemos terminado degustando una excelente tabla de quesos franceses y un buen cava catalán etiquetado para la ocasión, regalo de un laico que se siente claretiano por los cuatro costados.

Hacia las 6 de la tarde hemos llegado de regreso a Vic atravesando los bosques que se alargan cerca del Montseny. La paleta de colores otoñales nos ha dejado boquiabiertos. Al llegar, nos hemos enterado de las nuevas medidas adoptadas por los gobiernos de España e Italia para combatir los efectos devastadores de la pandemia. Esperemos que mañana no tengamos problemas para regresar a Roma. Lo vivido en estos tres días por tierras catalanas y francesas ha sido tan intenso que no es fácil reflejarlo en unas pocas líneas. Por otra parte, la falta de tiempo y el cansancio acumulado no me permiten multiplicar las reflexiones. A veces, es suficiente dejarse llevar por la fuerza de los lugares. Donde han vivido los santos se crea un ecosistema de santidad. Todo lo que les rodea cobra un nuevo sentido. Si los admiradores de Leonel Messi, Rafa Nadal o Lewis Hamilton se emocionan con las proezas de sus héroes, ¿qué puede sentir una persona cuya vida, como es mi caso y el de tantos otros hombres y mujeres, ha sido determinada por la existencia de un santo como Antonio María Claret? De no haber sido por su fidelidad a la llamada de Dios, yo no sería el misionero que ahora soy. Claret, pues, ha sido una mediación imprescindible en la orientación de mi vida. Algo de esto he meditado estos días contemplando su sepulcro en la cripta del templo de Vic, releyendo algunas cartas que narran sus últimos días o visitando el cementerio de la abadía de Fontfroide donde sepultaron su cuerpo.



sábado, 24 de octubre de 2020

Ardió hasta el final

Llegué anteayer a Vic, una pequeña ciudad del interior de Cataluña, cuando ya caía la noche, después de haber aterrizado en el aeropuerto “fantasma” de Barcelona. He venido a Vic para celebrar los 150 años de la muerte de san Antonio María Claret. Aquí se custodia su sepulcro y aquí está la “casa madre” de los Misioneros Claretianos. Hubiera querido escribir ayer una entrada serena sobre lo que significa para mí esta efeméride, pero no tuve tiempo. Lo hago ahora, al caer la tarde, una vez que han terminado ya las celebraciones. 

Ayer por la noche, tuvimos una vigilia de oración en la cripta que custodia el sepulcro del santo. Esta mañana hemos tenido un acto cultural y la celebración de la Eucaristía,  presidida por el obispo de Vic. La pandemia nos ha obligado a reducir al mínimo la participación de la gente. Eso mismo nos ha alentado a retransmitir por Internet los actos principales. En pocos días hemos tenido que convertirnos en técnicos de vídeo, sonido, iluminación y escenografía, con los comprensibles fallos y deficiencias. La falta de medios adecuados nos ha impedido retrasmisiones más profesionales, pero eso es lo de menos en los tiempos que vivimos. Lo de más es que un buen número de personas de todo el mundo se han sentido unidas a nosotros. La pequeña cripta del templo de Vic se ha ensanchado para acoger a muchos de los que vibran con la vida y el carisma de san Antonio María Claret.

A mí me ha tocado coordinar los actos, dar la cara en algunos de ellos y, sobre todo, estar entre bambalinas para que todo fluyera. Hace años tal vez me hubiera preguntado si las cosas habían salido bien, regular o mal. Ahora, lo de “salir bien o mal” me parece un juicio muy superficial. La pregunta que me acompaña en estos días va más al fondo: ¿Por qué hacemos estas cosas? ¿Por qué nos empeñamos en recordar algunas efemérides ligadas a personajes que son significativos para nosotros? Nos pasamos la vida celebrando bodas de plata, de oro, de diamante, centenarios, etc. Es como si necesitáramos seguir manteniendo viva la llama de un fuego que, de otra manera, correría el riesgo de extinguirse. 

Hace trece años celebramos el bicentenario del nacimiento de Claret. Para aquella ocasión escogimos el lema “Nacido para evangelizar”. Ahora, en el recuerdo de los 150 años de su muerte (o de su “pascua”, como les gusta decir en Latinoamérica), nos hemos fijado en algunas frases que él pronunció o escribió en los meses anteriores a su muerte; por ejemplo: “He cumplido misión”, “Soy como una vela que arde hasta que muere”, etc. De hecho, la vigilia que tuvimos anoche giró en torno al símbolo de la vela que arde y se consume. Recordar a las personas queridas significa “pasar por el corazón” su vida y sus enseñanzas. Es algo más que un festejo intrascendente. Si se toma en serio, es memoria subversiva.

Hoy he echado un vistazo rápido a las redes sociales. Están llenas de alusiones a Claret: vídeos cortos, canciones, estampas, frases inspiradoras, carteles, emoticones, memes… Me han llegado felicitaciones desde todos los rincones del mundo. Los latinoamericanos y los asiáticos son particularmente fecundos y creativos. Creo que estas muestras de admiración y cariño le resarcen a Claret de las muchas persecuciones que tuvo en vida y aun después de muerto. El hecho de que su sepulcro haya tenido nueve ubicaciones distintas a lo largo de estos 150 años nos da una idea de lo que significó ser “signo de contradicción”. Por eso, que hoy se multipliquen las alabanzas me llena de alegría. A nadie le gusta ver cómo vituperan a las personas queridas. Lo que ocurre es que solemos admirar las obras de los santos, pero nos resistimos un poco a cultivar las raíces que produjeron tales frutos. 

De unos años a esta parte se habla mucho del Claret pobre e itinerante que iba de pueblo en pueblo predicando misiones populares y encontrándose con la gente. Se ensalza al Claret que en su etapa cubana se enfrentó con algunos terratenientes, luchó contra la esclavitud y promovió varias obras sociales. Pero a menudo se olvidan sus verdaderas motivaciones porque no siempre conectan con lo que hoy se considera moderno, políticamente correcto o simplemente atractivo. Dio vida a otros porque supo morir a sí mismo y dejar espacio a Dios. En tiempos en los que el “yo” pretende ocupar el centro, es difícil ser “claretiano” en el más genuino sentido de la palabra. El recuerdo de la muerte de un santo, perseguido y exiliado en Francia, nos permite desempolvar una verdad que no podemos olvidar.



jueves, 22 de octubre de 2020

Mi recuerdo de san Juan Pablo II

La Iglesia de Roma celebra hoy la memoria obligatoria de san Juan Pablo II. Me ha tocado presidir la Eucaristía matutina de mi comunidad a las 6,45. En la homilía he recordado tres encuentros de los varios que tuve con san Juan Pablo II. El primero fue en 1982. Estudiaba yo entonces en la Universidad Gregoriana de Roma. Me inscribí en el Congreso Teológico Internacional de Pneumatología que se organizaba en el Vaticano con motivo del 1600 aniversario del Concilio de Constantinopla y el 1500 aniversario de Concilio de Éfeso. El tema del Congreso, celebrado del 22 al 26 de marzo, fue Credo in Spiritum Sanctum. El último día, que era viernes, nos visitó Juan Pablo II y nos dirigió un discurso. Al final, pudimos saludarlo personalmente. Me impresionó su figura, su voz bien timbrada, su energía (a pesar de que casi un año antes había sufrido un atentado que estuvo a punto de costarle la vida) y ¿por qué no decirlo? – su distancia. Cuando te estrechaba la mano, no te miraba a los ojos. Siempre se fijaba en el siguiente. Con mis 24 años, sentí al mismo tiempo admiración (por sus dotes extraordinarias y su innegable carisma) y tristeza (por su aparente frialdad). Después supe que, en realidad, era una persona cercana y aun dicharachera en las distancias cortas, pero yo no experimenté eso en mi primer encuentro. En noviembre de ese mismo año pude haber sido ordenado sacerdote por él en Valencia, durante su primera visita pastoral a España, pero adelanté la ordenación al mes de junio por motivos académicos.

La segunda vez debió de ser a finales de los años 80. Tuve la gracia de poder celebrar la Eucaristía con él en su capilla privada (de hecho, lo pude hacer en varias ocasiones). Antes de saludarlo personalmente y de intercambiar algunas frases con él, permaneció varios minutos arrodillado en un reclinatorio, dando gracias a Dios. Esta vez, su figura atlética en actitud de profunda oración me conmovió. Casi podría decir que desprendía un aura de santidad. Me pareció un hombre de Dios, totalmente engolfado en el misterio divino. Cuando le dije que trabajaba en el campo de la formación, me dijo: “Così giovane?” (¿Tan joven?). En otros momentos en que pude verlo presidiendo algunas ceremonias en el Vaticano o en diferentes lugares, me dio la misma impresión. Parecía que no estaba en este mundo. Su manera de creer y de orar era contagiosa. Quizá por eso emanaba de él un fuerte magnetismo que atraía a muchos. Recuerdo que una vez, viajando de Roma a Hong Kong, compartí el vuelo con un muchacho siciliano que me confesó abiertamente que él seguía creyendo en Dios gracias al testimonio de Juan Pablo II, con quien se había encontrado en la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000 en Tor Vergata, Roma. Otros muchos jóvenes podrían decir algo parecido. Juan Pablo II sabía conectar con las búsquedas y anhelos de las nuevas generaciones. Estaba convencido de que Jesucristo es el verdadero “redentor” (palabra que hoy apenas se usa) del ser humano. De hecho, su primera encíclica (1979) se tituló Redemptor hominis (Redentor del hombre). Por eso, repetía con tanta frecuencia, casi gritando: “¡No tengáis miedo, abridle las puertas a Cristo!; más aún, ¡abrídselas de par en par!”.

La última vez que me encontré con él fue el 8 de septiembre de 2003, año y medio antes de su muerte. Fue en su residencia estival de Castelgandolfo. Estaba ya muy enfermo. El párkinson había hecho estragos en su antes robusta salud. De hecho, no pudo leer el discurso que había preparado para los participantes en el XXIII Capítulo General de los Claretianos. Pude saludarlo con cariño. Me pareció un abuelo frágil. Tuve la impresión de que podía morir en cualquier momento. Entendí aquel beso como una despedida. Sabía que estaba ante un santo, aunque todavía no estuviera canonizado. Los meses que siguieron hasta su muerte, acaecida el 2 de abril de 2005, fueron un continuo sufrimiento. El mismo que había imitado al Jesús que con voz enérgica anunciaba el Evangelio por todo el mundo, lo imitaba ahora en su oración en Getsemaní y en su sufrimiento en la cruz. Pocas veces ha acudido tanta gente a Roma como el día de su funeral. Muchas personas de todo el mundo vieron en él a un hermano y un padre en tiempos de gran confusión. Es cierto que no faltaban detractores que lo acusaban de arrastrar actitudes de un ambiente anticomunista (como si uno pudiera escoger el lugar de nacimiento), de ser muy conservador (lo que no me parece cierto), de haber querido liquidar la teología de la liberación, de no controlar la curia romana, de arropar a personas moralmente repugnantes (como Marcial Maciel) y de otras muchas cosas. La historia se encargará de aclarar asuntos que todavía hoy son confusos y, en su caso, de dilucidar responsabilidades. Pero me parece que, en medio de esas tormentas, él supo siempre guiarse por la brújula de Jesús y por la estrella de la mañana, María, su gran amor. Un santo no es un hombre sin defectos, sino una persona que sabe ponerse en manos de Dios y dejarse conducir por él

San Juan Pablo II, ruega por nosotros. ¡Ayúdanos a seguir creyendo en Jesucristo como Redentor de los seres humanos, como centro del cosmos y de la historia!



miércoles, 21 de octubre de 2020

Un aniversario diferente

El próximo sábado se cumplirán 150 años de la muerte de san Antonio María Claret. Con este motivo, hacía tiempo que habíamos preparado un plan. 2020 era un año redondo, tan redondo que nos ha enrrollado en su círculo. Algunas de las actividades previstas han tenido que anularse; otras se han realizado online, como los Ejercicios Espirituales que tuvimos el pasado mes de julio. Se ha conseguido terminar la película sobre su vida, que ya he tenido la oportunidad de ver en un pase privado. El estreno oficial será, si no surgen nuevas contrariedades, a primeros de diciembre. Tiempo habrá de volver sobre una obra que espero guste a los espectadores y les acerque una figura bastante desconocida. El día 24 se presentará en la Casa sul Pozzo, en Lecco, Italia, un libro escrito por el laico italiano Alberto Guasco. Se titula Claret Antonio Maria. El joven historiador sitúa con acierto la figura de Claret en el contexto de la historia española y europea del siglo XIX. Disfruté leyendo el original. Me pidieron que escribiera un epílogo de 20 páginas cosa que hice con gusto – en el que se contara algo de la “intrahistoria” de este personaje. En Italia hay varios Antonios que son santos conocidos: Antonio Abad, Antonio de Padua, Antonio Maria Zaccaria, Antonio Maria Gianelli, Antonio Maria Pucci… Pocos conocen a Antonio María Claret. Es una oportunidad de dar a conocer la historia de un santo que, aunque nacido fuera de Italia, visitó tres veces el país y hablaba su lengua. 

Para los días 23 y 24 habíamos programado una vigilia de oración, un acto cultural y una Eucaristía solemne junto al sepulcro que conserva sus restos en el templo de Vic. Los actos se van a realizar, pero con una mínima participación física debido a las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias. Por eso, todos serán retransmitidos por Internet para facilitar que puedan unirse a ellos los miembros de la Familia Claretiana dispersos por todo el mundo. La pandemia nos está obligando a cambiar muchas cosas, entre otras, las formas de celebrar y comunicar. No dudo de que Internet es la gran plaza global, pero ninguna retransmisión puede sustituir a la experiencia de encontrarse con otras personas, saludarse con un abrazo, cantar juntos, escuchar la Palabra, recibir el Cuerpo del Señor y compartir una buena comida festiva. Quizá tengamos que profundizar en aquellas palabras de Jesús cuando nos decía que la verdadera adoración a Dios no está circunscrita a un lugar o a unos ritos, sino que se dará “en espíritu y verdad”. El Señor sabrá sacar partido de todo lo que sucede. Sus planes, ciertamente, no son los nuestros. Lo sabíamos antes, pero la pandemia nos lo ha demostrado con creces.

El hecho de tener que suprimir o modificar lo programado, la incertidumbre de no saber hasta última hora qué se puede hacer o no, la reducción drástica de la presencia física, el incremento de la producción digital… nos están obligando a una gran flexibilidad mental y emocional. Creo que las personas rígidas pueden sentirse completamente desorientadas. Nosotros, educados en una cultura a la que le gusta programar todo con detalle a corto, medio y largo plazo, tenemos que ir haciendo las cosas al ritmo de los acontecimientos. Ahora comprendemos mejor algunas palabras de Jesus que en tiempos de bonanza no solemos tomar demasiado en serio: “No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia” (Mt 6,34). Es una invitación a dejar en manos de Dios el curso de la historia y a concentrarnos en el momento presente. También en el Padrenuestro le pedimos a Dios que nos dé “el pan de cada día”, no un cargamento para un mes o un año. Igual que la pandemia nos sorprendió sin previo aviso y está alterando nuestro estilo de vida, puede desaparecer antes de que los epidemiólogos se enteren. La historia nos ha mostrado hasta qué punto todo es cambiante e impredecible. Los claretianos no habíamos programado celebrar el 150 aniversario de la muerte de nuestro Fundador como lo estamos haciendo, pero queremos aprovechar las nuevas oportunidades que se presentan. Hoy comenzamos el triduo que nos prepara para la celebración de su fiesta. 


martes, 20 de octubre de 2020

Cristo es nuestra paz

En mi oración matutina, me he detenido hoy en esta frase de la carta a los Efesios: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14). Es probable que me haya atraído porque contrasta mucho con la tensión que estamos viviendo en los últimos meses. Pablo explica por qué Cristo es nuestra paz: porque “ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad” (2,16). La cruz de Cristo produce un doble efecto: reconcilia a los dos pueblos (judíos y gentiles) entre sí y a todos con Dios. La cruz de Cristo, que en ocasiones se ha usado como instrumento de división, es, en realidad, un fuerte pegamento que une lo que está dividido y compone lo fragmentado. Quizá hoy podríamos ampliar los niveles de reconciliación. En primer lugar, la experiencia de encuentro con Cristo pone paz en nuestro caótico y a menudo conflictivo mundo interior. Si ya era difícil armonizar nuestras ideas, sentimientos y decisiones en un proyecto de vida armónica, la pandemia ha agitado todo haciendo más difícil una vida serena. A menudo, los sentimientos no pasan por el filtro de nuestras convicciones y nos empujan a decisiones precipitadas de las cuales solemos arrepentirnos. Cuando uno mira fijamente a Jesús crucificado y se deja mirar por él, nuestro interior se va pacificando. Es como si de la cruz de Cristo emanara una energía que pone cada cosa en su sitio, impidiendo que el desorden acabe con nosotros.

Mirar juntos esa cruz nos ayuda a superar las muchas barreras que se interponen en las relaciones con nuestros semejantes. No es raro que, tras la capa de la cortesía, se escondan envidias, celos, resentimientos y desconfianzas. La pandemia ha obligado a muchas familias a permanecer más tiempo en casa. Lo que, en principio, podría haber sido una bendición, se ha revelado en muchos casos como un infierno porque la continua proximidad física ha sacado a la luz tensiones ocultas y ha exacerbado los sentimientos negativos. No es fácil la reconciliación cuando nos hemos herido con palabras y gestos. No es extraño, pues, que hayan aumentado los episodios de violencia doméstica, las separaciones y divorcios y aun los suicidios. Cuando se llega a una situación crítica pueden ser útiles, y aun necesarias, las terapias familiares, pero nada penetra hasta la raíz del conflicto como la cruz de Jesús. Solo él puede recoger los fragmentos rotos y restaurar la armonía familiar. No sé si estos meses de pandemia han favorecido la oración en familia. No dispongo de ningún dato para avalar o desmentir esta tesis. Quizás el creciente desánimo y el cansancio acumulado nos han quitado incluso las ganas de rezar. Y, sin embargo, en situaciones como estas, es cuando más necesitamos creer que Cristo es nuestra paz, que él derriba las barreras del odio y nos ayuda a aceptar el don de Dios. La oración en familia es una fuente de paz en tiempos de conflicto. 

Las divisiones en la sociedad son evidentes. Llevamos tiempo hablando de las polarizaciones políticas, del auge de posturas fundamentalistas, de las dificultades para crear una cultura del encuentro, del abismo creciente entre clases sociales, etc. La pandemia no ha hecho sino agravar la situación. A medida que pasan los meses, la rabia se transforma en protesta y en estallidos de violencia, como acabamos de ver en Chile y en algún otro país. ¿Podemos descubrir a Cristo como fuente de paz? En algunos lugares quieren eliminar las cruces y cualquier símbolo que recuerde a Jesús porque algunos consideran que provoca tensiones y discriminaciones. Pero ¿no es la cruz el gran símbolo de la reconciliación entre los seres humanos y de todos con nuestro Padre Dios? ¿Qué daño hace un símbolo que nos recuerda que Jesús luchó contra el mal del mundo no matando a otros sino dejándose matar? Si la cruz es el camino hacia la paz, eso significa que en los conflictos actuales todos debemos aprender a morir un poco, a renunciar a algo de lo nuestro para construir un “nosotros” común que haga posible la convivencia en paz. Sin esta capacidad de renuncia simbolizada por la cruz ¿cómo podemos vivir juntos millones de personas que tenemos distintas visiones de la vida e intereses cruzados? La gran lección de Jesús para la construcción de un mundo nuevo es que solo quien entrega su vida, la recupera. Solo quien está dispuesto a “morir” por los demás (y a no a imponer su criterio o a aprovecharse de los otros) puede ser artesano de paz.