martes, 20 de octubre de 2020

Cristo es nuestra paz

En mi oración matutina, me he detenido hoy en esta frase de la carta a los Efesios: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14). Es probable que me haya atraído porque contrasta mucho con la tensión que estamos viviendo en los últimos meses. Pablo explica por qué Cristo es nuestra paz: porque “ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad” (2,16). La cruz de Cristo produce un doble efecto: reconcilia a los dos pueblos (judíos y gentiles) entre sí y a todos con Dios. La cruz de Cristo, que en ocasiones se ha usado como instrumento de división, es, en realidad, un fuerte pegamento que une lo que está dividido y compone lo fragmentado. Quizá hoy podríamos ampliar los niveles de reconciliación. En primer lugar, la experiencia de encuentro con Cristo pone paz en nuestro caótico y a menudo conflictivo mundo interior. Si ya era difícil armonizar nuestras ideas, sentimientos y decisiones en un proyecto de vida armónica, la pandemia ha agitado todo haciendo más difícil una vida serena. A menudo, los sentimientos no pasan por el filtro de nuestras convicciones y nos empujan a decisiones precipitadas de las cuales solemos arrepentirnos. Cuando uno mira fijamente a Jesús crucificado y se deja mirar por él, nuestro interior se va pacificando. Es como si de la cruz de Cristo emanara una energía que pone cada cosa en su sitio, impidiendo que el desorden acabe con nosotros.

Mirar juntos esa cruz nos ayuda a superar las muchas barreras que se interponen en las relaciones con nuestros semejantes. No es raro que, tras la capa de la cortesía, se escondan envidias, celos, resentimientos y desconfianzas. La pandemia ha obligado a muchas familias a permanecer más tiempo en casa. Lo que, en principio, podría haber sido una bendición, se ha revelado en muchos casos como un infierno porque la continua proximidad física ha sacado a la luz tensiones ocultas y ha exacerbado los sentimientos negativos. No es fácil la reconciliación cuando nos hemos herido con palabras y gestos. No es extraño, pues, que hayan aumentado los episodios de violencia doméstica, las separaciones y divorcios y aun los suicidios. Cuando se llega a una situación crítica pueden ser útiles, y aun necesarias, las terapias familiares, pero nada penetra hasta la raíz del conflicto como la cruz de Jesús. Solo él puede recoger los fragmentos rotos y restaurar la armonía familiar. No sé si estos meses de pandemia han favorecido la oración en familia. No dispongo de ningún dato para avalar o desmentir esta tesis. Quizás el creciente desánimo y el cansancio acumulado nos han quitado incluso las ganas de rezar. Y, sin embargo, en situaciones como estas, es cuando más necesitamos creer que Cristo es nuestra paz, que él derriba las barreras del odio y nos ayuda a aceptar el don de Dios. La oración en familia es una fuente de paz en tiempos de conflicto. 

Las divisiones en la sociedad son evidentes. Llevamos tiempo hablando de las polarizaciones políticas, del auge de posturas fundamentalistas, de las dificultades para crear una cultura del encuentro, del abismo creciente entre clases sociales, etc. La pandemia no ha hecho sino agravar la situación. A medida que pasan los meses, la rabia se transforma en protesta y en estallidos de violencia, como acabamos de ver en Chile y en algún otro país. ¿Podemos descubrir a Cristo como fuente de paz? En algunos lugares quieren eliminar las cruces y cualquier símbolo que recuerde a Jesús porque algunos consideran que provoca tensiones y discriminaciones. Pero ¿no es la cruz el gran símbolo de la reconciliación entre los seres humanos y de todos con nuestro Padre Dios? ¿Qué daño hace un símbolo que nos recuerda que Jesús luchó contra el mal del mundo no matando a otros sino dejándose matar? Si la cruz es el camino hacia la paz, eso significa que en los conflictos actuales todos debemos aprender a morir un poco, a renunciar a algo de lo nuestro para construir un “nosotros” común que haga posible la convivencia en paz. Sin esta capacidad de renuncia simbolizada por la cruz ¿cómo podemos vivir juntos millones de personas que tenemos distintas visiones de la vida e intereses cruzados? La gran lección de Jesús para la construcción de un mundo nuevo es que solo quien entrega su vida, la recupera. Solo quien está dispuesto a “morir” por los demás (y a no a imponer su criterio o a aprovecharse de los otros) puede ser artesano de paz.



1 comentario:

  1. Leo Cristo es nuestra paz y me digo y también nuestra lucha.
    Yo no puedo quejarme, pero hacen falta personas que vivan la experiencia de este encuentro con Cristo y ayuden a los demás también a vivirla. Serían como aquellas pequeñas lucecitas que divisamos en la noche y pueden ir orientando por dónde va el camino.
    En cuanto la oración en familia, hay un mínimo de personas que sí que les ha ayudado, por lo menos lo manifiestan al hablar con ellas, pero a la gran mayoría no… A más problemas más distancia en la vida de oración y de acercamiento a Jesús.
    No es fácil, en este tiempo, contemplar a Jesús crucificado y dejarse mirar por Él… El ambiente que se vive, a pie de calle, no ayuda en ello, más bien la mayoría de personas se rebelan.
    Me gusta cuando dices: "Mirar JUNTOS esa cruz nos ayuda a superar las muchas barreras que se interponen en las relaciones con nuestros semejantes…" Si fuéramos conscientes de que mirando esa cruz no estamos solos, sería mucho más alentador y creo que es lo que tu, Gonzalo haces, a través del Blog… Nos ayudas a no sentirnos solos y a dar pasos para acercarnos a este encuentro con Jesús que nos ha de dar fuerza y coraje para salir adelante. Muchísimas gracias Gonzalo.
    Ojalá podamos llegar a ser estos “artesanos de paz”.

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