domingo, 18 de octubre de 2020

Es cuestión de imágenes

Pocas frases de Jesús se han prestado a tantas interpretaciones, deformaciones y malos usos como la que se incluye en el Evangelio de este XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ese “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21) ha servido para justificar tanto el laicismo como el sometimiento del Estado a las directrices de la Iglesia. Nos suele pasar algo parecido cuando, sin conocer el sentido genuino de las palabras de Jesús, proyectamos sobre ellas nuestros puntos de vista (lo que es inevitable) y también nuestros intereses (lo que tendríamos que evitar siempre). Resulta extraño que los fariseos (que no querían saber nada de los ocupantes romanos) y los herodianos (que se prestaban a colaborar con ellos) se alíen para poner a prueba a Jesús. El Maestro, como casi siempre, cambia el terreno de juego, desborda el planteamiento político y lleva la cuestión a su raíz. En primer lugar, sin decírselo a la cara, les hace caer en la cuenta de que ellos judíos que rechazan las imágenes llevan escondidas en sus túnicas algunas monedas con la efigie de César. Eso significa que, por muy puritanos que quieran ser, “money is money”. Parece que Jesús no lleva ninguna consigo. Pero hay algo más profundo. Si la moneda debe ser “devuelta” al César porque en ella está impresa la imagen de su dueño, el ser humano debe ser “restituido” a Dios porque es la única criatura en quien está impreso el rostro divino. Hemos sido creados “a imagen y semejanza” de Dios. En consecuencia, nadie puede usar al ser humano como moneda de cambio para otros fines. Quien lo usa como si fuera un objeto (ignorándolo, oprimiéndolo o explotándolo) está robándole a Dios algo que es solo suyo.


Si, además, queremos extraer algunas consecuencias prácticas para justificar la obligatoriedad del pago de los impuestos, eso es otro cantar. Pablo también nos exhorta a ser ciudadanos respetuosos y responsables. En la carta a los Romanos escribe: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí. Pues los gobernantes no dan miedo al que hace el bien, sino al que obra el mal. ¿Quieres no tener miedo a la autoridad? Haz el bien y recibirás sus alabanzas; de hecho, la autoridad es un ministro de Dios para bien tuyo; pero si haces el mal, teme, pues no en vano lleva la espada; ya que es ministro de Dios para aplicar el castigo al que obra el mal. Por tanto, hay que someterse, no solo por el castigo, sino por razón de conciencia. Por ello precisamente pagáis impuestos, ya que son servidores de Dios, ocupados continuamente en ese oficio. Dad a cada cual lo que es debido: si son impuestos, impuestos; si tributos, tributos; si temor, temor; si respeto, respeto” (Rm 13,1-7). 

Los cristianos somos respetuosos con las autoridades establecidas, aunque no nos gusten, siempre y cuando no pisoteen la imagen de Dios en las “monedas vivas” que son los seres humanos. Los mismos que somos obedientes en condiciones normales, debemos ser muy críticos cuando quienes gobiernan nos obligan a “adorar” otras monedas e imágenes hechas a la medida de sus intereses mezquinos y sus caprichos narcisistas.  


Me hago cargo de que cuando entramos en este campo nos movemos en un terreno minado. Se observa con más nitidez cada vez que se aproximan las elecciones. ¿A quién pueden/deben votar los católicos? Los obispos suelen ofrecer algunos criterios para el discernimiento, aunque me temo que influyen muy poco en las opciones de los votantes. ¿Debemos votar, sobre todo, a quienes defienden el “right to birth” (derecho a nacer) o, más bien, a quienes postulan el “right to life” (derecho a la vida)? ¿Quiénes respetan más y mejor la “imagen de Dios” impresa en las vidas de las personas? 

En las modernas sociedades pluralistas cada vez se hace más difícil identificarse con una opción política que refleje los propios ideales cristianos, por más que a veces figuren en los idearios de algunos partidos. Muy a menudo, por triste que resulte, nos limitamos a escoger el llamado “mal menor”, que, por muy menor que sea, es siempre un mal. En este contexto problemático, las palabras de Jesús nos mantienen en guardia para no ser esclavos de ninguna opción política, por más que nos venga por tradición familiar o sintonice con nuestra manera de ser. A los Césares de turno debemos respetarlos, pero nunca darles la entrega que solo debemos a Dios. No estamos hechos “a imagen y semejanza” de ningún político y de ningún partido, sino de nuestro Padre Dios. A él debemos restituirle la gloria que Él nos ha regalado.

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