lunes, 31 de mayo de 2021

La perfecta visitadora

Muchos de nosotros tenemos ganas de visitar a nuestros familiares y amigos. Y también de acogerlos en nuestra casa. Llevamos demasiado tiempo sin poder hacerlo. Visitar y acoger son dos verbos que se necesitan mutuamente. Si nadie me visita, no tengo a quién acoger. Y si no acogemos, es difícil que nos visiten. Esta es una dinámica curiosa que admite mil variaciones. Hay gente a la que le gusta ser visitada, pero que nunca da el primer paso para visitar a los demás. Esto se produce en el plano físico, pero también en el campo de las comunicaciones. Conozco personas que disfrutan recibiendo cartas, llamadas telefónicas, correos electrónicos y guasaps, pero casi nunca los envían. Siempre piensan que tienen que ser los demás quienes lo hagan. Se encuentran muy a gusto en su papel de receptores. Ni se preguntan si también podrían ser de vez en cuando emisores.

Todo esto viene a cuento porque hoy, último día de mayo, celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Según el evangelio de Lucas, en esta historia entran en juego dos personajes: una chiquilla nazarena llamada María (que es la que visita) y una mujer adulta llamada Isabel (que es la que acoge). La primera, a pesar de estar embarazada, se pone en camino con prontitud. Su tarjeta de presentación es la paz (saludó con el típico shalom a Isabel) y la alegría. Su pariente reconoce el efecto benéfico del saludo de María: “Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno”. Isabel, por su parte, sabe acoger con el corazón y los brazos abiertos. Cuando recibe a su joven pariente exclama: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”.

Naturalmente, este relato tiene una profundidad teológica que va mucho más allá de la dinámica de los saludos, pero este año me detengo en ellos, quizás porque la pandemia me ha hecho más sensible al juego de visitar y acoger. Merece la pena pararse un poco. Toda visita es, en cierto sentido, una embajada. Ya sé que antes corría por ahí un refrán demoledor: “El huésped y la pesca, a los tres días apesta”. Pero yo prefiero quedarme con las palabras de Jesús: “Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz” (Lc 10,5-6). Es verdad que los huéspedes podemos ser entrometidos, pesados y cargantes, pero ¿no es hermoso ser embajadores de paz y alegría como la joven María? 

Toda auténtica visita tendría que ser siempre un regalo. No hay nada mejor que podamos regalar a las personas que queremos que nuestra presencia. ¿Cómo recuperar el sentido profundo de las visitas? ¿Cómo llevar alegría donde hay tristezas, paz donde hay tensión, consuelo donde hay pena? ¡Ojalá el final de la pandemia coincida con una nueva etapa de visitas balsámicas, reparadoras! No se trata ya de hacer esas visitas rápidas que la gente sencilla califica como “visitas de médico”, sino visitas tranquilas en las que se pueda hablar con calma, compartir algo de lo que hemos vivido en estos meses, escucharnos con atención, celebrar el encuentro; en definitiva, recrearnos.

Para que una visita sea tan alegre y pacificadora como la de María se necesita que los anfitriones sean tan acogedores como Isabel. Una cosa lleva aparejada la otra. Podemos ayudar mucho a las personas abriéndoles la puerta de nuestra casa y de nuestro corazón, diciéndoles con sinceridad: “¡Cómo me alegro de que vengas! ¡Tu visita es una bendición! ¡Te he echado de menos!”. No hay nada más triste que descubrir que no significamos nada para nadie, que, si desaparecemos, nadie nos va a extrañar. 

En teoría sobre liderazgo se habla de que uno de los modelos de líder que más ayuda a las personas y grupos a crecer es el líder “anfitrión”; es decir, la persona que sabe acoger a los demás y crea un clima favorable en el que todos pueden sacar lo mejor de sí mismos. Muchos de mis amigos dominan el arte de la acogida. Son una combinación de Marta y María de Betania. Nada más pasar el umbral de su casa, te sientes a gusto. Nunca te dicen: “Siéntete como en tu casa” porque cuando uno va a su casa nadie le dice semejante frase. Se limitan a crear las condiciones para que te sientas así sin decir una sola palabra que suene a puro formalismo.

Me gusta mucho la fiesta de la Visitación. Creo que podríamos ser más felices y ayudar a la gente a serlo si practicáramos con más asiduidad el “arte de la visita”. Es saludable salir de nuestra “cueva”, ponernos en camino y entrar en la casa de otros. Y es hermoso abrir la puerta de nuestra casa y recibir con los brazos abiertos a quienes se ha tomado la molestia de visitarnos. La visita es, en definitiva, una expresión de los movimientos del amor. Por eso, María de Nazaret se convierte en icono de la perfecta visitadora, porque recorre los 160 kilómetros de Nazaret a Ain Karem por puro amor, no por turismo ni por ganas de aventura.



domingo, 30 de mayo de 2021

Invitados a la danza divina

Como todos los años, al domingo de Pentecostés le sigue la Solemnidad de la Santísima Trinidad. ¿Hay algo sensato que podamos decir sobre el misterio de Dios? La Biblia nos invita a ser muy cautos y humildes: Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo? (Sab 9,16). Todas las religiones del mundo son fruto del estremecimiento y la fascinación que nos produce el Misterio. Los musulmanes tienen el Corán del que derivan los noventa y nueve nombres de Alá. No existe el nombre número cien. Dios permanece innombrable. Los seres humanos no podemos comprender todo acerca de Dios. Los hebreos descubren al Señor a través de los acontecimientos de su historia de la salvación. Sobre ella vuelven una y otra vez en un ejercicio permanente de memoria histórica. 

Nosotros los cristianos no somos una “religión del libro”. No buscamos a Dios en el Corán y ni siquiera en la Biblia. El libro en el que “leemos” a Dios es la persona misma de Jesucristo. Leemos la Biblia en la medida en que toda ella nos habla de Él.  Él es como lo define Armellini en su comentario  “el libro abierto a golpes de lanza”. Es el Hijo que, desde la cruz, revela que Dios es Padre y don del Amor, Vida, Espíritu. Este Misterio es el que vivimos todos los días de nuestra vida. Hoy lo reconocemos y celebramos de manera especial en la liturgia.

Al comienzo de la Iglesia, el bautismo era administrado “en nombre de Jesús”. Por ejemplo, Pedro, el día de Pentecostés, exhorta a la gente a arrepentirse y ser bautizados “invocando el nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados” (Hch 2,38). Solo después se introdujo la fórmula trinitaria que leemos en el Evangelio de hoy: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El evangelista Mateo pone en labios del Resucitado las palabras que se hicieron comunes en la práctica litúrgica a partir de la segunda mitad del siglo I y que siguen vigentes hasta hoy. 

Todos nosotros hemos sido bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. En realidad, toda nuestra vida cristiana está inundada por esta verdad. Para una comprensión actualizada, os recomiendo leer este cuaderno de la comunidad de Taizé escrito por el hermano Pierre-Yves. Como él mismo dice: “Hablar de «misterio» a este respecto, no es remitir a una realidad en la que no habría nada que comprender, sino en la que hay demasiado que comprender y que nos desborda por todas partes”.

Como sabemos, el evangelio de Mateo se abre con la promesa de que de una joven virgen nacerá el Emmanuel (el Dios-con-nosotros) (cf. Mt 1,22-23). Se cierra con las mismas palabras. Esta es la promesa del Resucitado a sus discípulos: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (v. 20). Toda nuestra vida y la vida del mundo están en las manos de este “Dios-con-nosotros”. Hemos sido creados “a imagen y semejanza” de un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu. Contra el individualismo que nos corroe, en nuestras entrañas llevamos un ADN comunitario. Estamos hechos los unos para los otros. Dios es comunidad. Nosotros somos comunidad. La realidad entera es una danza de amor. 

Cada vez que enfilamos el camino del aislamiento o del egoísmo, desfiguramos la imagen que somos, opacamos el destello de Dios en nuestro mundo. Por el contrario, cada vez que salimos de nosotros para encontrarnos con los demás, estamos hablando de Dios sin mencionarlo. Todo movimiento de amor es siempre un canto a la Trinidad que nos habita. El sueño de Jesús es que todos los seres humanos sean bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”; es decir, que nadie quede excluido del baile del amor que Dios ha puesto en marcha. A la Iglesia le toca la apasionante misión de ser anfitriona y servidora, pero no de sustituir al Dios que invita. Donde todos bailamos la “danza trinitaria” hay una explosión de vida plena. 

Os dejo con un vídeo en el que los componentes de Gen Verde cantan y bailan un tema que os ayudará a vivir este domingo con alegría: “Quanta vita”. Combinan el español y el italiano.


sábado, 29 de mayo de 2021

10 lecciones de la pandemia

A lo largo de todo el mes de mayo hemos estado orando por el final de la pandemia desde diversos santuarios marianos de todo el mundo: algunos muy conocidos (como Fátima, Montserrat o Guadalupe) y otros casi desconocidos (como la Virgen de Nagasaki en Japón o el Santuario de la Madre de Dios en Ucrania). 

Ha pasado más de un año desde que nos invadió esta pesadilla. Lo que empezó siendo un asunto sanitario se fue convirtiendo, poco a poco, en problema psicológico, económico, social… y espiritual. Aunque personalmente nos hayamos visto libres del Covid-19, es muy probable que a nuestro alrededor (entre nuestros familiares, amigos y conocidos) haya habido personas infectadas e incluso fallecidas. Llevamos ya casi 170 millones de infectados en todo el mundo y más de 3 millones y medio de muertos. En realidad, las cifras oficiales no reflejan bien la magnitud de la tragedia. Millones de familias se han visto afectadas de múltiples maneras. No sabemos todavía qué consecuencias tendrá la pandemia en los próximos meses y años. 

Tras el sobresalto, el temor y la incertidumbre de la primera hora y del tiempo del confinamiento, hemos entrado desde hace meses en lo que algunos llaman “el estado de languidez”. ¿Estaremos en condiciones de hacer un primer balance de la experiencia vivida? ¿Qué hemos experimentado y aprendido en este tiempo? ¿Cómo vivir espiritualmente la crisis?

Comparto a vuelapluma 10 lecciones que, en realidad, son solo pistas para que cada uno podamos hacer nuestro balance personal. Sé que es un atrevimiento, pero es bueno que haya metas volantes a lo largo de la carrera.

1. La vida tiene más de sorpresa que de programa

Vivimos en la cultura de la programación. La sociedad digital no es sino una inmensa programación social basada en el principio binario. Programamos el futuro para poder producir más y mejor con la esperanza de que así podremos corregir muchos defectos personales y sociales y, en consecuencia, ser más felices. También la cultura de la programación ha entrado desde hace décadas en la Iglesia y en la vida consagrada. Nos pasamos la vida haciendo planes y proyectos, evaluándolos, actualizándolos... y a veces poniéndolos en práctica. Si algo nos ha enseñado la pandemia es que la vida en su belleza y en su miseria escapa a todo control porque es una realidad compleja, no solo complicada. No se trata, pues, de querer controlarlo todo, sino de desarrollar una actitud “estratégica” que nos ayude a sacar partido de lo que sucede: lo programado y lo imprevisto. En una sociedad líquida como la nuestra, necesitamos una mentalidad flexible que sepa adaptarse a las circunstancias cambiantes.

2. Todos somos frágiles y vulnerables

El virus no distingue entre ricos y pobres, creyentes y ateos, laicos y religiosos. En la enfermedad y en la muerte todos nos igualamos. Hay un “ecumenismo” de la fragilidad que nos une más que el éxito. En la historia humana no todo es progreso. De vez en cuando, hay reveses naturales o sociales que nos ponen contra las cuerdas y nos recuerdan que no somos omnipotentes. Es una oportunidad única para redescubrir el significado de la humildad.

3. Formamos parte de un ecosistema herido

Aunque todavía se desconoce el origen del virus, parece claro que el desorden ecológico que hemos creado durante las décadas de la revolución industrial nos está pasando factura. No podemos estar sanos en un planeta enfermo. Ser espiritual significa saberse parte de un ecosistema en el que todos los seres estamos interrelacionados.

4. Dios no juega con los virus

La pandemia no es un castigo divino, una especie de moderna “plaga bíblica” para poner de rodillas al mundo por sus pecados, aun cuando nuestro pecado personal y social sea el responsable de muchos de los desórdenes que padecemos. Dios está sufriendo con nosotros que sufrimos. Nos da fuerza para resistir y combatir. Nos acoge cuando caemos. Nuestra imagen de un Dios “intervencionista” se ha visto cuestionada por su aparente “pasividad”. Si es misericordioso y se compadece de los seres humanos, ¿por qué no elimina de un plumazo un virus tan dañino? De nuevo hemos tenido que desempolvar viejos conceptos como trascendencia divina, providencia, autonomía de las realidades creadas, libertad y responsabilidad humanas, etc. La mera teodicea no es suficiente.

5. No podemos abandonar a los enfermos y a los ancianos

Hemos sido crueles con los ancianos que vivían solos en sus casas o en residencias. Nos ha faltado previsión y quizás también sensibilidad. Muchos han muerto casi abandonados o han estado muchos meses aislados, sin visitas y casi sin compañía. Tenemos una sanidad que todavía no ha desarrollado suficientemente la atención humana, aunque se han dado pasos. La grandeza de una sociedad se mide por la atención que presta a los más débiles.

6. La muerte nos confronta con el misterio de la vida

La muerte, tan escondida y maquillada en las sociedades modernas occidentales, con el Covid ha saltado al primer plano. Todos conservamos imágenes que han herido nuestras retinas. Las generaciones más jóvenes se han encontrado una realidad que casi ignoraban. Muchos nos hemos preguntado por el destino del ser humano. ¿Es la muerte la última palabra? ¿Todo termina cuando se entierra o se incinera un cadáver? ¿Qué significa creer en la vida eterna? ¿Cómo me preparo para el encuentro definitivo con Dios?

7. Nunca nos salvamos solos

En momentos de crisis existe la tentación de aferrarse al “sálvese quien pueda”. La pandemia nos ha demostrado que solos no podemos sobrevivir. Nos necesitamos unos a otros en muchos niveles de la existencia. También la vacunación está siendo un “asunto público” porque tanto la salud como la enfermedad individual repercuten en todos. Estamos llamados, pues, a desarrollar una espiritualidad más comunitaria y cívica.

8. Tenemos que cuidarnos más para cuidar a otros mejor

Aunque el Covid puede afectar a cualquiera, es obvio que hay personas de riesgo que son más vulnerables. Llevar una vida sana (alimentación, ejercicio, higiene, descanso, hábitos saludables) asegura nuestro propio bienestar, refuerza nuestro sistema inmunológico, disminuye las cargas de los demás y nos permite cuidar a quienes más lo necesitan. La pandemia nos ha ayudado también a redescubrir la “ética del cuidado”, la preocupación por los otros. En los primeros meses del confinamiento se multiplicaron las iniciativas de ayuda a todos los niveles. No podemos olvidar aquel aprendizaje.

9. La oración y la vida comunitaria nos sostienen

Muchas personas han dispuesto de más tiempo para el silencio y la oración; sobre todo, en los primeros meses de confinamiento estricto. Liberados de las cargas de trabajos, viajes y reuniones, han podido desarrollar una “espiritualidad de la adoración”, de la escucha silenciosa de Dios. También la pandemia nos ha hecho redescubrir la importancia de la vida familiar y comunitaria, los tiempos sosegados y la importancia del diálogo, aunque no ha faltado la tentación del individualismo y el aislamiento.

10. Hay una espiritualidad digital

Por último, la pandemia nos ha empujado a un mayor consumo digital: series, documentales, películas, videoconferencias, encuentros virtuales. Lo que empezó siendo casi una novedad se ha vuelto ya normal e incluso está provocando saturación. Al mismo tiempo, se ha ido abriendo paso una pastoral digital a través de encuentros formativos, de oración, transmisión de actos litúrgicos, etc. Internet ensancha el espacio de nuestra tienda: acorta distancia y nos permite un nuevo tipo de relación.

viernes, 28 de mayo de 2021

Hay muchas sinfonías inacabadas


La pandemia ha puesto sobre la mesa las consecuencias terribles (humanas e incluso económicas) que tienen los recortes abusivos en el campo de la prevención de accidentes, atención sanitaria y servicios sociales. Cuando se busca el máximo beneficio con el mínimo costo, se corre el riesgo de traspasar la línea delgada que separa la humanidad de la inhumanidad. Luego, cuando ya es demasiado tarde, nos rasgamos las vestiduras. Pasó al principio de la pandemia con las residencias de ancianos, por ejemplo. Acaba de pasar ahora en Italia con el accidente del teleférico. Por querer ahorrar dinero recortando los costes de mantenimiento, catorce personas murieron. Además de este alto precio en vidas humanas, los responsables van a dar con sus huesos en la cárcel. Lo que de entrada parecía una ganancia, acabó revelándose como una gran pérdida.

Ayer por la tarde, mientras hurgaba en viejos archivos informáticos, me encontré con un texto que hace años me llamó la atención y que conecta con el tema de la entrada de hoy. Es probable que algunos conozcáis la historia. De todos modos, voy a contarla.


A un director de una empresa inglesa le dieron una entrada para un concierto en el cual se iba a interpretar la Sinfonía Inacabada de Franz Schubert. Como, debido a sus múltiples ocupaciones, no podía asistir, le dio la entrada a un colega, el responsable del área de personal. Al día siguiente, el director le preguntó: “¿Qué tal? ¿Te gustó el concierto de ayer?”. Su colega le respondió muy resolutivo: “Mi informe estará en la mesa de tu despacho esta misma tarde”. La verdad es que esta respuesta le dejó al director algo perplejo, pero no hizo ningún comentario. Y, en efecto, por la tarde vio encima de su mesa el siguiente…

 

 “Informe sobre la asistencia al concierto del 18 de noviembre de 2000”

 Pieza: Sinfonía Inacabada de Schubert.

  • Durante considerables períodos de tiempo, los cuatro oboes no tienen nada que hacer. Se debería reducir su número, y su trabajo debiera ser distribuido entre toda la orquesta, eliminando así los picos de actividad.

  • Los doce violines estuvieron tocando las mismas notas. La plantilla de esta sección debiera reducirse drásticamente. Si se quiere mayor volumen de sonido, se puede lograr mediante un amplificador electrónico.
  • En tocar las semicorcheas se empleó mucho esfuerzo. Esto parece un excesivo refinamiento y se recomienda que todas las notas se redondeen a la corchea más cercana. Si se hiciera así, sería posible emplear personal de baja formación.
  • No sirve para nada la repetición con las trompas de pasajes que ya han sido tratados por la sección de cuerdas. Si estos pasajes redundantes fueran eliminados, el concierto podría reducirse de dos horas a veinte minutos.
  • Finalmente, quisiera señalar que, si Schubert hubiese tenido en cuenta estos asuntos, ciertamente hubiera acabado su Sinfonía.

  

Creo que no hacen falta muchos comentarios. La historia se explica sola. Cuando aplicamos a todas las dimensiones de la vida (incluidas las relaciones humanas) la lógica mercantilista que aplicamos a la producción de bienes y servicios, puede suceder algo parecido a lo que hizo el responsable de personal de la compañía inglesa. La pandemia nos ha abierto los ojos. Lo que en tiempo de bonanza parece un gasto exagerado (o incluso un derroche) es lo que nos salva la vida en tiempos de calamidad.

Y esto sin entrar en la dimensión estética. Si la naturaleza siguiera los criterios raquíticos del capitalismo, sobraría el 99% de las especies animales y vegetales. Para poder alimentarnos bastaría con un escuálido 1%. ¡Menos mal que Dios, en su infinita sabiduría, ha sido un padre derrochador!



jueves, 27 de mayo de 2021

No da más de sí

Son cinco monosílabos que muchas personas hubieran querido no haber tenido que pronunciar nunca, pero que se vieron obligadas a hacerlo. Los cinco tienen que ver con el complejo mundo de las relaciones interpersonales. Hay matrimonios o parejas que, tras un tiempo de convivencia, experimentan una creciente distancia entre ellos. Cuando se hace insalvable, suele terminar en separación o divorcio. Lo confiesan entre deprimidos y aliviados: “No da más de sí”. A veces, no se llega a la separación legal, sino que se aceptan los límites con resignación después de haber intentado todo. De nuevo se invocan las mismas palabras: “Esto no da más de sí”. Experiencias parecidas pueden darse entre amigos que se distancian, comunidades religiosas en las que se envenena el ambiente, colaboraciones laborales truncadas, etc. 

Tarde o temprano, los seres humanos tenemos que vérnoslas con ciertos límites que no siempre sabemos gestionar bien. Los creyentes recordamos que Jesús nos ha dejado un solo mandamiento: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. A partir de él queremos iluminar todas nuestras relaciones, pero pronto nos damos cuentas de que no es nada fácil vivir este precepto en circunstancias problemáticas. ¿Quién no ha experimentado límites que parecen infranqueables?

Cuando alguien deja de hablarnos sin motivo aparente, por ejemplo, o cuando perdemos la confianza en las personas, cuando el cónyuge se convierte en un extraño bajo el mismo techo, cuando el compañero de trabajo deja de colaborar como lo hacía antes, cuando en una conversación de grupo no sabemos qué decir, cuando todo parece gastado… ¿qué hacer? 

Los expertos en relaciones interpersonales nos ofrecen varias sugerencias para afrontar estas crisis. Lo primero es tratar de identificar las raíces para no dejarnos llevar solo por los síntomas. ¿Por qué dos amigos dejan de hablarse? ¿Por qué dos cónyuges o dos socios pierden la confianza mutua? ¿Por qué en una comunidad se enquista el diálogo? No siempre es fácil encontrar una causa precisa. A menudo, se trata de una cadena de factores que desembocan en la distancia. Con frecuencia nos creamos expectativas que no son realistas, proyectamos en los demás deseos que son solo prolongación de nuestras carencias afectivas.

En cualquier caso, se puede intentar la reconciliación a través de pequeños gestos de cercanía que preparen el clima para un diálogo sincero. Lo que se rompe a base de pequeñas cosas, también se puede reconstruir mediante pequeños detalles. Solo después es posible colocar las cartas sobre la mesa sin convertir el diálogo en una especie de juicio sumarísimo para determinar quién es inocente y quién culpable. Cuando se comparten los propios sentimientos, se pueden deshacer malentendidos y reconstruir vínculos. Si todo va bien, la crisis puede ser la oportunidad para una relación más auténtica y madura. Las partes aprenden a conocerse mejor, aceptarse y quererse.

Pero, a pesar de la buena voluntad, no siempre las cosas desembocan en un puerto seguro. Muchas veces se tuercen por factores incontrolables. Entonces las personas atrapadas en esta tormenta afectiva comienzan un proceso de deterioro que puede ser muy dañino. En un momento dado surgen de nuevo los cinco monosílabos: “Esto no da más de sí”. Parece el reconocimiento de un fracaso, pero quizá es la constatación serena de que, después de haberlo intentado, no se puede ir más lejos. 

Llegados a este punto, solo caben dos opciones: la aceptación resignada o la separación serena. La primera tiene hoy mala prensa, pero puede puede ser positiva si se asume con libertad. Hay veces que no queda más remedio que aceptar los límites y aprender a convivir con ellos de la manera más positiva posible. Conozco el caso de algunos matrimonios que, incapaces de llegar a un diálogo profundo, se resignan a convivir respetándose. En ocasiones, se impone la segunda. Es probable que, en casos especialmente tóxicos, lo más sensato sea una separación que evite procesos irreversibles de deterioro personal y abra posibilidades de recuperación. 

¿Cómo vivir estos complejos procesos desde la fe? No es fácil. Con frecuencia las personas creyentes sufren una doble frustración. La primera está provocada por el fracaso relacional; la segunda, por la sensación de que la fe no sirve para resolver estos asuntos. Se requiere tiempo para comprender que en la vida no todo sigue un curso liso y que forma parte de la experiencia de la cruz la aceptación de algunos límites no escogidos. No se trata de “espiritualizar” los problemas, sino de contemplarlos de cara con el realismo que nos da la fe. También esta aceptación serena es un ingrediente de nuestro proceso de maduración personal. 

miércoles, 26 de mayo de 2021

La abuela Rosi

El matrimonio Vicente Morales y Rosa Escala, padres de Brotes de Olivo

He dedicado bastantes entradas de este blog a comentar canciones. No hace falta decir que soy muy aficionado a la música. Suelo escoger canciones conocidas para que los amigos del Rincón se reconozcan en ellas. Hoy, sin embargo, voy a hacer una excepción. Al final de la entrada encontraréis un vídeo con un tema muy reciente. Lo ha compuesto un joven onubense llamado Vicente Marín Morales. Con estas credenciales es muy probable que pocos sepáis quién es. Si añado que es nieto de Vicente Morales, el padre de Brotes de Olivo, entonces es seguro que muchos lo ubicarán. 

Vicente (nieto) es el hijo menor de Ali, la hija mayor de Vicente (abuelo). Hay también un Vicente (tío). El nombre  que, por cierto, significa vencedor – no se va a perder en la familia. Con motivo de los 60 años de matrimonio de sus abuelos Vicente y Rosi, Vicente (nieto) ha compuesto una canción dedicada a su abuela. No sé a vosotros, pero a mí, que conozco desde hace muchos años a esta mujer admirable, me ha emocionado. Por eso, he decidido dedicarle esta entrada. ¡Ya me hubiera gustado a mí haberle compuesto una canción semejante a mi abuela materna, que murió cuando yo me aproximaba a los 40 años! También ella fue una mujer entrañable a la que yo, como primer nieto, le debo mucho.

Los 13 hermanos de la familia Morales-Escala

La abuela Rosi, a la que su nieto Vicente le dedica una canción titulada simplemente “Mi abuela”, es madre de 13 hijos, abuela de 28 nietos y bisabuela de no sé cuantos bisnietos. Una rara avis en el mundo europeo de hoy en día. Tenía (o tiene) una voz extraordinaria. Lo podéis comprobar escuchando esta canción grabada en 1977. Se titula “María errante”. Es uno de los doce temas del álbum María desconocida, en el que les anima a los gitanos a no sentirse solos en el camino de la vida “pues errante con vosotros va la Madre del Señor, María de los gitanos, la que huyó por amor”. En 2010 cantaba así Confío en ti, otro tema sencillo y pegadizo. Aunque tal vez podría haber hecho una carrera en solitario como cantante, se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de su esposo y de su numerosa prole y también a la animación de la comunidad Pueblo de Dios

Quienes la conocen bien destacan su sencillez, paciencia y, sobre todo, dulzura. Probada por la enfermedad desde hace muchos años, nunca ha perdido este sello. Para su nieto Vicente, su abuela es nada menos que el universo. Lo dice con unos versos y una música que me recuerdan mucho las cadencias de Pedro Guerra: “El universo se expande, / cada día hay más espacio, / mi abuela aunque va despacio, / también se va haciendo grande. / A muchos guarda en su vientre, / a muchos más en su tienda, / la cual estira con fuerza, / para que quien quiera entre. / Mi abuela es el universo, / y el universo es su vientre”.

Vicente Marín, el autor e intérprete de la canción, al teclado

Sé que muchas de las lectoras de este Rincón sois abuelas. ¿No os gustaría que alguno de vuestros nietos os hiciera una canción así? Con canción o sin ella, podéis estar seguras de que todo el amor regalado no quedará infecundo. Estoy convenido de que a los niños de hoy los salvan más sus abuelos que sus propios padres. Espero que mis amigos jóvenes no se enojen, pero a menudo los veo sobrecargados, confundidos, nerviosos, incapaces de transmitir la serenidad que los niños necesitan. Por eso es tan importante el concurso de los abuelos en la educación. Es verdad que algunos abuelos parecen sobreexplotados. La jubilación no ha significado para ellos un descanso, sino una dedicación casi exclusiva al cuidado de los nietos. Dado que ambos padres trabajan, a menudo tienen que llevarlos al colegio, recogerlos al terminar las clases, darles de comer, bañarlos, sacarlos al parque, participar en las reuniones de padres… 

Y digámoslo con toda franqueza introducirlos en una experiencia religiosa que a menudo los padres tienen bastante oxidada. Me pregunto qué sería de muchas familias jóvenes (y, más en concreto, de muchos niños) sin el tesoro de los abuelos. Creo que Vicente lo ha entendido muy bien. Por eso, su canción es un homenaje no solo a Rosi, sino a todas las abuelas que guardan a muchos en su vientre o en su tienda porque, en el fondo, toda abuela es una miniatura del universo. 

Espero que os guste el vídeo y la canción. Tras una introducción con fotos y pequeños vídeos, la canción como tal empieza en el minuto 1’20”.


martes, 25 de mayo de 2021

La imposible corrección

Ciertos temas tienen hoy mala prensa. Tendemos a evitarlos. Uno de ellos es la corrección fraterna en cualquiera de sus múltiples formas. Hay un texto de la carta a los Hebreos que siempre me ha llamado la atención y que hoy resulta difícil de entender y practicar: 

“Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, | ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama | y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos y no hijos. Ciertamente tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos; ¿con cuánta más razón nos sujetaremos al Padre de nuestro espíritu, y así viviremos? Porque aquellos nos educaban para breve tiempo, según sus luces; Dios, en cambio, para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella” (Hb 12,4-11). 

¿Quién de nosotros quiere ser corregido para crecer como persona? Se dice que muchos padres modernos no quieren corregir a sus hijos para evitarles posibles traumas. La mayoría de los profesores no se atreven a hacerlo porque temen reacciones desagradables, y hasta violentas, por parte de sus alumnos. Los jefes no quieren (o no saben) corregir a sus empleados porque algunos han hecho cursos de liderazgo participativo en los que el verbo “corregir” se evita como si fuera un diablo. Los sacerdotes no corrigen a sus fieles porque no quieren ser tildados de retrógrados o autoritarios. Y en la mayoría de las comunidades religiosas la corrección fraterna hace tiempo que ha pasado a mejor vida. Los superiores suelen mirar para otro lado pro bono pacis. 

Las dificultades se extienden a todos los campos. Si alguien se atreve a corregir con delicadeza a una persona que comete un error lingüístico, desafina cuando canta, abre la boca como un energúmeno, se hurga la nariz o come sin respetar unas mínimas normas de urbanidad, lo más probable es que reciba un exabrupto a cambio. Y no digamos si estas “correcciones” se hacen en un transporte público, en un centro comercial o en la iglesia. Un joven puede ocupar el asiento reservado a los ancianos y a las embarazadas. Si alguien se atreve a pedirle que lo deje libre, más vale que se prepare para recibir toda suerte de improperios. Si un sacerdote pide no acercarse a la comunión con las manos en los bolsillos o no “robar” la hostia del copón, sino recibirla con dignidad en la palma de la mano, lo más seguro es que será criticado. No digamos nada sobre lo referido a la indumentaria personal, la manera de hablar, etc. Se pueden multiplicar los ejemplos. Nos hemos vuelto todos tan pagados de nosotros mismos, tan hipersensibles, tan defensores de nuestro estilo personal, que interpretamos cualquier corrección como si fuera una ofensa, como un atentado a nuestra sacrosanta libertad. Vivimos en el imperio, o quizás en la dictadura, del derecho a la privacy. Nadie puede decirme nada. Yo hago lo que me da la gana.

Hemos olvidado que una buena corrección es, en realidad, una ayuda para mejorar nuestra vida. Me atrevo a ir más lejos. Si nadie nos corrige, en el fondo significa que no nos ama. La indiferencia se ha convertido en el valor supremo. No te digo nada (incluso cuando tendría que hacerlo) para que tampoco tú me molestes con tus observaciones. Nos hemos ido acostumbrando no solo a una cultura de la tolerancia (que es un valor positivo), sino de la indiferencia (que significa menosprecio de la virtud). La carta a los Hebreos nos recuerda que “ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella”. Normalmente, a nadie nos gusta ser corregidos (nos parece a veces una humillación), pero, con el paso del tiempo, caemos en la cuenta del valor transformador de las buenas correcciones. 

Difícilmente podemos progresar como personas, familias, comunidades o países si no aprendemos a corregirnos unos a otros con verdad, delicadeza y caridad. Si nadie se atreve a corregir a un grupo de jóvenes que van molestando al resto de los pasajeros en un autobús o en un tren, entonces la descortesía acaba apoderándose de la vida social. Si un niño o un joven pueden insultar o desobedecer impunemente a un profesor sin que nadie les diga nada, entonces resultará imposible una sana vida escolar. Si un funcionario público trata con arrogancia a un ciudadano y nadie lo corrige, el servicio público se transformará en un ejercicio despótico. Si ningún obispo o laico se atreve a decirle a un párroco que sus homilías son infumables o que trata a la gente con desprecio, entonces el clericalismo campará a sus anchas. 

Es verdad que corregir a otro nos complica la vida. Es más fácil hacer la vista gorda y transigir con todo, pero eso significa que, en el fondo, nos preocupa poco la vida de la otra persona. De nuevo la carta a los Hebreos nos proporciona un criterio objetivo: “¿Qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos y no hijos”. Donde hay amor, hay corrección, porque se busca lo mejor para la otra persona. 

Naturalmente, hay modos diversos de corregir. Hay correcciones que son expresión de la propia rabia y consiguen el efecto contrario del que buscan. Hay que evitarlas a toda costa. Pero hay correcciones que, hechas siempre con respeto y delicadeza, nos ayudan a caer en la cuenta de aspectos no integrados y nos señalan lo que podemos mejorar. Para practicar con éxito esta “imposible corrección” es necesario aceptar ser corregidos, incluso pedirlo con humildad. Solo quien encaja con sencillez las correcciones, puede hacerlas a otros con tiento y eficacia.

lunes, 24 de mayo de 2021

Piensa en verde

Desde el punto de vista epidemiológico, todavía no hemos entrado en una normalidad completa, pero litúrgicamente hoy reanudamos el Tiempo Ordinario que interrumpimos el pasado 17 de febrero para comenzar los tiempos fuertes de Cuaresma y Pascua. Dejamos el blanco pascual y retomamos el verde de los días normales. Y, con él, todo el peso de la vida ordinaria. En Italia se junta la alegría por haber vencido el pasado sábado el festival de Eurovisión (después de 31 años) y la tristeza por el trágico accidente sucedido ayer en el Piamonte donde 14 personas perdieron la vida. 

Las imágenes de lo sucedido la semana pasada en Ceuta nos confrontan otra vez con el drama de la emigración, aunque en este caso se añaden factores políticos muy discutibles. Marruecos es un país experto en utilizar su población como “bombas humanas”. Lo ha demostrado en varias ocasiones y seguirá haciéndolo si de esa manera consigue algunos réditos. En este punto creo no ser ingenuo. Y quienes conocen por dentro el percal tampoco. El pasado jueves el cardenal de Rabat dejó entrever algo, aunque, por prudencia, prefirió no ser muy explícito. 

La tensión entre Israel y Palestina ha aflojado un poco, pero me temo que no es más que una de esas frágiles treguas que puede romperse en cualquier momento. Es un conflicto sin solución. O, mejor dicho, con una solución tan difícil que ninguna de las dos partes va a estar dispuesta a asumir el coste que implica. Me parece que tampoco en este caso conviene dejarse llevar por simpatías y antipatías. Hay que colocar sobre la mesa asuntos objetivos.

Preocupados por estos y otros muchos asuntos, empezamos a “pensar en verde”, como nos aconsejaba hace años una conocida marca de cerveza. Para mí, “pensar en verde” no alude solo a nuestro ineludible compromiso ecológico, sino a la espiritualidad del tiempo ordinario. Disfruto con la exultación pascual, pero es conveniente regresar a Galilea para aprender a encontrarnos con el Resucitado en la normalidad de la vida familiar, el trabajo regular, la sana diversión, el aburrimiento ocasional y hasta el cansancio de lo cotidiano. Mientras en la India, Argentina y Colombia se recrudece la pandemia, parece que en Europa y otros países americanos empezamos a respirar un poco. Las vacunas están haciendo su efecto. Vamos acercándonos a la inmunidad de grupo. 

Pero no sé si hemos dado ya con la vacuna para prevenir la languidez, la tristeza y la inconsciencia. Me temo que esta “vacuna espiritual”, aunque de coste cero, no se halla tan fácilmente en el mercado. Y, sin embargo, es la que necesitamos para “pensar en verde”, para vivir con serenidad el pasar de los días sin sucumbir a su peso. Cada vez pienso más en los ancianos que se pasan buena parte de la jornada sentados en sus sillas de ruedas o en sus butacas, dando vueltas a infinitos pensamientos que vuelan del presente al pasado y apenas se internan en el futuro. Ya se sabe que los niños y los jóvenes piensan en lo que sucederá mañana. Los ancianos propenden a recordar lo que sucedió ayer. Tal vez “pensar en verde” significa poner el acento en lo que sucede hoy, concentrarnos en “el poder del ahora” (Eckhart Tolle dixit).

Reconozco que empiezo este lunes con la resaca de un fin de semana muy intenso. ¡Y eso que no soy un hincha declarado del Atlético de Madrid! Tras la conferencia del sábado en la 50 Semana Nacional de Vida Consagrada, he visto que ha crecido significativamente el número de lectores del blog. No sé si será un fenómeno pasajero (fruto de la rápida alusión que hice a él) o una ampliación estable. En cualquier caso, aprovecho para enviar un saludo cordial a los nuevos lectores y les invito a participar con sus opiniones y sugerencias. Este blog se nutre de tres fuentes principales: mi experiencia personal sobre diversos temas, la lectura diaria de algunos periódicos digitales y lo que varios lectores me sugieren o recomiendan. De vez en cuando, me envían vídeos o textos sugerentes. A todos les estoy muy agradecido. Son estímulos que me ayudan a “pensar en verde”, a reconocer el paso del Espíritu por los múltiples acontecimientos de la vida de cada día. 

Cada vez creo más en esta espiritualidad “verde” del tiempo ordinario, que no necesita nada especial para descubrir la huella de Dios, que no le exige signos espectaculares o manifestaciones vistosas. Pensar en verde quizá sería mejor decir “creer en verde” significa tomar en serio la lógica de la encarnación. Si Dios ha querido hacerse carne, debilidad humana, la exploración de la carne débil es el mejor modo de encontrarnos con él. Quizá nuestra fragilidad y vulnerabilidad sean el primer territorito donde él ha decidido poner su tienda, pero a menudo no la percibimos. ¿Quién se va a imaginar a un Dios viviendo en los pliegues de nuestras inconsistencias si ni siquiera nosotros mismos las aceptamos? Piensa en verde.  

Celebramos hoy también, por expreso deseo del papa Francisco, la memoria de María, Madre de la Iglesia.  Y la Familia Salesiana, como cada año, recuerda a María Auxiliadora. 

Como regalo para empezar con buen ánimo este tiempo, os dejo con el vídeo Todos juntos en el que diversos artistas homenajean a Vicente y Rosi, los padres de 13 hijos que forman el grupo musical Brotes de Olivo. El vídeo se ha hecho con motivo de los 60 años de matrimonio de Vicente y Rosi y los 50 años del grupo. Espero que os guste. Se trata de una versión de un viejo tema de Brotes de Olivo que suena con fuerza en las voces de cantantes españoles de música religiosa. También yo me uno, desde este Rincón, a la acción de gracias y los augurios. 



domingo, 23 de mayo de 2021

Sobredosis de Espíritu

Tras una jornada repleta de acontecimientos, comencé el Domingo de Pentecostés con una vigila de oración. Ayer, a las 10 de la noche, mi comunidad romana parecía una maqueta de la Iglesia multicultural. Provenimos de 17 países distintos: Argentina, Camerún, Colombia, Congo, España, Filipinas, Haití, Honduras, India, Japón, Kenia, México, Nigeria, Paraguay, Polonia, Portugal y Sri Lanka. Somos los nuevos partos, medos y elamitas de los que habla la primera lectura de hoy. Empezamos la vigilia en el museo Claret (donde se conservan recuerdos de nuestro fundador), procesionamos con nuestras velitas a lo largo del pasillo de la planta baja y terminamos en nuestra capilla, frente al enorme mural que representa a María de Pentecostés. 

Antes de llegar a ese momento postrero, tuve tiempo de dar mi conferencia [comienza en el minuto 15 del vídeo] en la clausura de la 50 Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, asomarme a la hermosa retransmisión del rosario desde el monasterio de Montserrat, celebrar la victoria del Atlético de Madrid en la Liga española [¡Enhorabuena, amigos atléticos!] y hasta de intuir la victoria de Italia en el festival de Eurovisión con un tema rock titulado Zitti e buoni” (callados y buenos) sobre el que tal vez vuelva la próxima semana. 

Mientras todo esto sucedía, mis amigos de Brotes de Olivo estaban celebrando por todo lo alto en Huelva el 50 aniversario del comienzo de su andadura musical y evangelizadora. O sea, que el menú del sábado fue bastante completo. No hubo tiempo para mucho más. Hoy domingo quiero digerirlo con calma. Las experiencias que no pasan por el corazón no nos alimentan, simplemente nos engordan. Y no se trata de ser “obesos espirituales”, sino personas fuertes, metabolizadas por el Espíritu de Dios.

Siempre me ha gustado mucho la fiesta de Pentecostés. Hice mi profesión perpetua como claretiano el día de Pentecostés de 1980. Me parece la fiesta de la madurez. Aprendemos a enfrentarnos a la vida sin muletas, solo con la fuerza del Espíritu. Dejamos de ver a Dios como un Ser lejano y enigmático y comenzamos a llamarlo Abbá-Padre. No reducimos a Jesús a un atractivo líder galileo que pasó por la historia diciendo palabras revolucionarias y haciendo algunos gestos llamativos, sino que lo percibimos como el amigo interior y el Señor de nuestra vida. Superamos esa tentación adolescente de ver a la Iglesia solo como una institución esclerótica y empezamos a sentirnos parte de ella como comunidad viva, como cuerpo de Cristo en la historia. 

Salimos de nuestra rutina y empezamos a descubrir las inmensas posibilidades que el Evangelio tiene en este nuevo mundo digital. No nos dejamos vencer por la tentación de considerar que católicos son “los nuestros”, sino que ensanchamos nuestro corazón hasta alcanzar a todos los seres humanos porque hemos comprendido que ser católico es ser universal, no sectario. Abandonamos la enfermiza costumbre de ver solo signos negativos por todas partes y empezamos a ver con otros ojos el torrente de bondad, verdad y belleza que el Espíritu derrama por todas partes. En fin, que Pentecostés es una “sobredosis” de Espíritu, un subidón de fe, esperanza y amor.

No vamos por la vida con moral de perdedores, aunque seamos muy conscientes de nuestra fragilidad y pobreza. No vamos como pidiendo perdón por ser discípulos de Jesús, aun cuando no estemos a la altura de sus exigencias. Ni escondemos ni imponemos el Evangelio, simplemente procuramos vivirlo con limpieza. Si nos preguntan, damos razón de nuestra esperanza. Si no, nos basta con las credenciales de la alegría y el amor. Nos sabemos combatientes en una batalla que nunca termina, pero no perdemos el sentido del humor ni nos enzarzamos en enfrentamientos inútiles. Agradecemos lo que fuimos en el pasado, pero no lo añoramos porque sabemos que “lo mejor está siempre por llegar”. 

Decimos que vivimos tiempos difíciles, pero sabemos que los de ayer no lo fueron menos y que mañana vendrán nuevos problemas. Pentecostés nos recuerda que el mundo es territorio del Espíritu (aunque la cizaña del maligno crezca en los rincones) y que la historia es tiempo del Espíritu (aunque haya días grises y años pandémicos). Mañana regresaremos al tiempo ordinario. Es bueno que así sea, pero no lo hacemos de vacío. La cincuentena pascual nos ha abierto los ojos para descubrir al Resucitado en la Galilea de nuestra vida cotidiana. Y la fiesta de Pentecostés nos asegura de que no estamos solos, de que Jesús nos ha dejado su Espíritu que nos irá conduciendo a la verdad plena.








sábado, 22 de mayo de 2021

Desiertos, periferias y fronteras

Hace más de 40 años que el teólogo Jon Sobrino empezó a utilizar estas metáforas (desierto, periferia y frontera) para hablar de los “lugares” en los que tenía que estar la Iglesia. El papa Francisco las usa muy a menudo; sobre todo, las dos últimas. Raro es el documento magisterial que no hable hoy de que los cristianos – y, de manera especial, los religiosos – tenemos que desplazarnos a las periferias (geográficas, intelectuales, existenciales) y a las fronteras de todo tipo. El jueves tuve la oportunidad de escuchar a un hombre que viene de las periferias y vive en las fronteras. 

Me conmovió la vibrante conferencia que el cardenal Cristóbal López, arzobispo de Rabat (Marruecos), nos ofreció en el marco de la 50 Semana de Vida Consagrada. Habló desde la experiencia, con la pasión de un consagrado (es salesiano) y la profesionalidad de un comunicador (es también periodista). Si tenéis curiosidad y tiempo, podéis verla en este enlace. Necesitamos pastores con este perfil. Hombres que hablan de lo que han visto y oído, que no se sienten encorsetados en esquemas eclesiásticos porque hace ya mucho tiempo que han descubierto que el Espíritu de Dios actúa en todos los seres humanos, no solo en los miembros de la Iglesia.

Hoy me toca a mí. Esta tarde tengo que hablar sobre la espiritualidad de la vida consagrada en la sociedad de la información. Es un tema tan amplio y tan actual que en 43 minutos solo puedo esbozarlo. Vencida la tentación de querer decirlo todo, se trata de seleccionar algunos rasgos que estimulen la reflexión de quienes participan en la Semana. Todos tenemos nuestra experiencia personal en relación con esta nueva sociedad digital en la que vivimos. Sabemos que está poblada de monstruos y gentes abominables (es probable que hayamos experimentado en más de una ocasión sus zarpazos), pero, sobre todo, está llena de increíbles posibilidades. Este blog es una pequeña muestra de lo que Internet nos permite. 

Es verdad que estamos gobernados por algoritmos que predicen y condicionan nuestras búsquedas, pero también es verdad que se abre un campo inmenso para la creatividad. Desde un sencillo teléfono móvil podemos poner imagen y sonido a lo que está pasando. Todos nos convertimos en reporteros de la realidad esquivando los filtros e intereses de las grandes corporaciones mediáticas. Las redes sociales se han convertido en instrumentos de manipulación masiva, pero también en plazas públicas donde se puede contar la verdad a bocajarro.

Yo no soy un nativo digital. Llegué a este continente después de haber pasado una buena parte de mi vida en el mundo Gutenberg (la lectura me apasiona) y en el mundo Marconi (en tiempos fui forofo de la radio y la televisión). Ahora navego por el océano de Internet, pero sé que nunca podré hacerlo como los nativos que han nacido en sus aguas. Lo que, de entrada, puede ser un inconveniente, contiene también alguna virtud. Todavía soy de los que pueden comparar mundos y conservar una mínima capacidad crítica. Dentro de pocos años será difícil imaginar cómo era la vida humana antes de la etapa digital. 

Con mejor o peor fortuna, también es posible ser testigos del Evangelio en este mundo. No se trata tanto de anunciarlo a voz en cuello, cuanto de aprender a descifrar las muchas semillas de Evangelio que hay en lo que hacemos los seres humanos. Como decía con ironía el cardenal López Romero en su conferencia del jueves, “existen lugares en los que hay mucha Iglesia y poco Reino”. Y, por el contrario, otros en los que hay “poca Iglesia y mucho Reino”. La Iglesia siempre será un signo y un instrumento, nunca una realidad completa. En cuanto signo, debe ser auténtica y transparente; en cuanto instrumento, debe ser eficaz. 

En fin, todo esto me viene a la mente horas antes de compartir con un auditorio internacional de más de dos mil personas lo que podemos hacer para vivir una espiritualidad fresca en esta era digital. La jornada se presenta llena de acontecimentos: partidos de infarto que marcan el final de la liga de fútbol en España, retransmisión mundial del Rosario por el final de la pandemia desde el monasterio de Montserrat, vigilia de Pentescostés, festival de Eurovisión en Rotterdam... ¡Que Dios nos pille confesados!

viernes, 21 de mayo de 2021

La civilización católica

El título suena un poco pretencioso, pero el contenido de la entrada de hoy se refiere a algo muy concreto. Contamos ya con la edición digital de la célebre revista La Civiltà cattolica en español. Es probable que a la mayoría de los amigos del Rincón esta información no les diga nada. Y, sin embargo, estamos hablando de una revista fundada en 1850 en Nápoles. Su objetivo – con palabras de la época – era defender la “civilización católica” (civiltà cattolica) de las amenazas de aquellos que se percibían como enemigos de la Iglesia. Hoy la revista – que se edita en papel en italiano y en formato digital en italiano, inglés, español, francés, coreano, chino, ruso y japonés − procura leer e interpretar la historia, la política, la cultura, la ciencia, el arte a la luz de la fe cristiana propuesta por el Magisterio de la Iglesia. No se trata de imaginar un imposible mundo cristiano, sino de aprender a descubrir los muchos signos del Reino de Dios que se están dando en el único mundo que existe y en el que todos estamos interconectados. 

Sé que algunos lectores del Rincón tienen mucho interés en mejorar su formación cristiana. No siempre disponen del tiempo y los medios adecuados para ello. Creo que esta revista digital les puede ayudar a “leer” desde el punto de vista cristiano lo que nos está pasando hoy en los diversos campos de la cultura. En este sentido, hay un paralelismo entre los objetivos de la revista y el de este humilde blog, aunque – como se puede intuir – las diferencias son enormes en cuanto a extensión y riqueza. La revista – a la que se accede en este enlace – está escrita solo por jesuitas. Aun siendo una revista de cultura general, La Civiltà Cattolica no es una revista “popular”, pero sí de “alta difusión”. Como los mismos redactores dicen, “los temas se tratan de forma que puedan ser comprendidos incluso por personas que no son especialistas en la materia; pero la exposición es, en lo posible, científicamente rigurosa y seria”.

Si hoy dedico la entrada a este asunto es porque estoy convencido de que uno de los factores que ha contribuido a la actual crisis del catolicismo es la escasa formación de quienes formamos parte de la Iglesia. Quizás hace un siglo, el ambiente familiar, escolar y parroquial proporcionaba los elementos suficientes para poder vivir la fe sin especiales sobresaltos. Hace mucho tiempo que no es así. Los católicos jóvenes no encuentran ya en su familia ni en la escuela elementos suficientes para integrar fe y cultura. Ante la falta de buenos cimientos, no saben cómo responder a los muchos cuestionamientos que reciben. 

En la entrada de ayer me referí a la bufonada de Gabriel Rufián. Cualquiera con un mínimo de formación bíblica podría desmontar con facilidad su ridiculización de la fe cristiana. El problema es que en muchos casos falta incluso ese “mínimo”. No existe entre nosotros una cultura “católica”. Son pocos los que leen libros o artículos de teología. En el terreno de la fe, como en el de la política, todos nos sentimos autorizados a decir lo primero que se nos ocurra, más llevados por nuestras emociones que por nuestros conocimientos. El resultado es la sustitución del diálogo por la polarización. En vez de buscar juntos la verdad, nos dedicamos a descalificarnos mutuamente.

Hace tiempo leí un libro titulado Compromiso y liderazgo.  El título original en inglés es: Dedication and Leadership. Learning from the Communists. Está escrito por Douglas Hyde (1991-1996), un destacado dirigente del partido comunista británico que abandonó su militancia en los años 50 del siglo pasado para abrazar la fe católica. En su libro explica con mucha claridad cómo procedían los comunistas. El capítulo 6 trata precisamente sobre el proceso de formación basado en tres objetivos: enseñar marxismo, preparar a los participantes para entrar en acción y mejorar su formación como líderes. A partir de su experiencia comunista, Douglas Hyde trata de aplicar algunas enseñanzas a la formación de los líderes católicos. 

Estaba convencido de que una de las debilidades del catolicismo es la falta de formación de sus militantes. Si hoy propongo la edición en español de la revista digital La Civiltà cattolica es porque me parece que puede contribuir a esa formación siguiendo el espíritu renovado del Concilio Vaticano II y con una mirada muy universal. Como ejemplo, los lectores pueden acceder a un artículo titulado ¿Dios juega a los dados? Física cuántica y el misterio del universo. Comprobarán que es un artículo legible y bien fundamentado, aunque no tan sencillo como el título pudiera hacer pensar. Creo que si incorporamos a nuestros hábitos diarios la lectura de artículos de este tipo y disminuimos un poco el tiempo dedicado a programas banales de televisión, enseguida comprobaremos cómo nos vamos tonificando y se despierta el interés por una formación cada vez más sistemática y profunda. Así lo espero.

jueves, 20 de mayo de 2021

Las sorpresas de Dios

Hoy se cumplen 500 años. En 1521 el ejército francés invade Navarra. Pretende reponer en el trono al rey navarro. Un caballero vasco al servicio del rey de Castilla participa en la defensa de Pamplona. Se llama Íñigo de Loyola. El 20 de mayo, que aquel año era el lunes de Pentecostés, una bala le destroza la pierna derecha, hiriéndole también la izquierda. Pronto lo trasladan a la casa-torre familiar. Es intervenido quirúrgicamente varias veces. A pesar del riesgo extremo, los médicos consiguen salvarle la vida. La convalecencia será larga. No tiene más remedio que matar el tiempo con la lectura. 

En la biblioteca de la casa encuentra una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos. Pasa días enteros leyendo. Dentro, casi sin darse cuenta, va madurando una convicción: “Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron”. Una noche se le aparece la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. Desde entonces ya solo piensa en transformar su vida: quiere abandonar la casa solariega e ir a Jerusalén como peregrino. No sabe que Dios no ha hecho más que comenzar a trabajar en él.

Se celebran, pues, los 500 años del comienzo de una historia de amor. Lo que le sucedió a Ignacio de Loyola en Pamplona tal día como hoy desencadenó un proceso que, de una manera u otra, nos ha alcanzado a todos. ¿Cómo podía imaginar aquel joven soldado de 29 años que su “fracaso” militar (las heridas le obligaron a retirarse del campo de batalla) sería el inicio de una conversión radical y, a la postre, de un vasto proyecto evangelizador? El fundador de la Compañía de Jesús experimentó en carne propia que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5,20). 

La experiencia de Ignacio ilumina lo que a menudo vivimos muchos de nosotros. Tenemos sueños, hacemos planes, tomamos decisiones, pero la realidad se aparta muchas veces del guion. La vida está llena de acontecimientos no programados. Uno puede esforzarse por estudiar una carrera, lograr un buen puesto de trabajo y situarse en la vida. Puede también imaginar relaciones personales satisfactorias y hasta aventuras de diverso tipo. Pero luego, sin previo aviso, puede aparecer una enfermedad. O puede sobrevenir una decepción amorosa. O sencillamente uno pierde el trabajo y tiene que atravesar períodos de precariedad económica. ¿Quién califica estas cosas de “bendiciones”? Si algo aprendemos en la vida de los grandes hombres y mujeres de Dios es que con mucha frecuencia, lo que nosotros calificamos de fracaso o desengaño suele ser el comienzo de una gran transformación interior.

No estoy sugiriendo que para descubrir la presencia de Dios en nuestra sea necesario que una bala nos destroce una pierna o que el médico nos diagnostique un cáncer. Dios se nos insinúa de muy diversas maneras. A veces, puede aparecer como “misterio indescifrable” (es el caso de Franco Battiato) o como atracción irresistible o como presencia amorosa. Lo que importa es estar abierto a sus sorpresas, aceptar que el camino de la vida es sinuoso y que Dios puede sacar bien de mal, transformar una desgracia en gracia, una frustración en esperanza. 

Leo en los periódicos de hoy que un diputado de ERC en el Congreso de Madrid ha ridiculizado a los católicos acusándonos de “creer en serpientes que hablan, en palomas que embarazan y en que las mujeres provienen de la costilla de un hombre”. Enseguida ha habido reacciones por parte de algunos obispos, políticos y periodistas. En este caso, como en tantos otros, creo que lo mejor es no responder con la misma moneda tirando de ironía, sino aprovechar la oportunidad para presentar con claridad el mensaje cristiano desmontando algunos de los tópicos que lo secuestran. 

¿Nadie le ha explicado a Gabriel Rufián qué es un género literario, cómo se debe interpretar la Biblia y qué significa respetar las creencias de los demás? Hagámoslo con sencillez, paciencia y un suave sentido del humor. En otras palabras, aprovechemos todo lo que sucede (incluso lo que a primera vista parece una crítica, una decepción o un fracaso) para aclarar malentendidos y abrirnos a un nuevo nivel de conciencia. A veces, una pierna destrozada ha sido el camino para un gran proyecto evangelizador. A Dios nadie le gana en sorpresas.