martes, 28 de febrero de 2023

Buenos días, África


Son las 4,45 de la mañana. En menos de tres cuartos de hora he llegado desde mi casa al aeropuerto, he facturado el equipaje y he pasado el control de seguridad. A otras horas del día sería imposible hacer tantas cosas en tan poco tiempo. El taxista que me ha traído es un experto de la noche. Conoce bien lo que pasa a estas horas y disfruta conduciendo por calles desiertas, como para vengarse de los futuros atascos matutinos. Como todo taxista que se precie, es al mismo tiempo conductor, detective, periodista, psicólogo y terapeuta. Conmigo ha ejercido solo la primera función. No se ha molestado en hacerme la ficha completa porque yo me he adelantado proporcionándole la información básica: o sea, que soy misionero, que viajo a Camerún vía Bruselas y que da gusto circular a esta hora por las calles de Madrid, aunque haya que pegarse un buen madrugón. 

Él asiente sin ulteriores preguntas y enseguida ataca el discurso de lo mal que está el mundo, empezando por el asunto de la guerra de Ucrania. Yo me estaba acordando, más bien, de los más de cien inmigrantes ahogados frente a las costas italianas. Pronto habrá que cambiar el nombre al mar Mediterráneo. Tendría que llamarse “cementerio de los pobres”. Hay muchas cosas que cambiar en África y Europa para que este drama no se haga eterno.


Mientras preparaba anoche mi maleta, dos personas (una hermana mía y un amigo) me enviaron la noticia de las explosiones que se habían producido en una carrera popular en la localidad camerunesa de Buea. Supongo que lo hacían con la intención de que estuviera bien informado y de que tomara las precauciones necesarias. Se lo agradezco. No es, ciertamente, el modo más optimista de emprender un viaje a África, pero conviene siempre estar atento. 

Yo preferí irme a la cama y dormir solo cuatro horas pensando en todo lo vivido en Vitoria durante el fin de semana. Compruebo que la entrada de ayer ha recibido más visitas que las de días anteriores. Se ve que unas bodas de oro son siempre un signo elocuente de que es posible vivir la fidelidad y los proyectos de largo plazo, incluso en las sociedades líquidas y gaseosas. Por otra parte, una familia numerosa es también un canto al amor y a la vida. 

La verdad es que la celebración en la basílica de san Prudencio fue preciosa. Acompañados por la sorpresa de un coro polifónico casi tan numeroso como nuestro grupo familiar, celebramos una Eucaristía tranquila, hermosa, participada. Fuera nevaba suavemente. Dentro se estaba bien. La limpia acústica del pequeño templo románico contribuía a que, tanto la palabra como el canto, se oyesen con claridad. Después de la comunión, los esposos compartieron sus sentimientos. Dios había sido el gran protagonista de su larga historia de amor. Los hombres y mujeres del coro estaban emocionados. Daba la impresión de que nunca habían participado en una celebración semejante.


Después de la comida en un club cercano, regresé a Madrid con una de las familias que habían participado en el evento. En tres horas cubrimos los 355 kilómetros que separan a Vitoria de la capital. Al principio nevaba con suavidad. Luego se mantuvo una tarde despejada, pero muy fría. El termómetro se movía poco de los ceros grados. Estamos viviendo días gélidos, quizás el último coletazo del invierno. En pocas horas, sin embargo, volveré a pasar del invierno al verano. En Yaundé me aguardan temperaturas que superan los 30 grados. 

Algunos amigos me preguntan si no me canso de estar toda mi vida de un sitio para otro. Suelo decirles que sí, que cada vez me resulta más pesado viajar y pasar por las molestias de solicitar visados, certificar vacunas, superar controles de seguridad, hacer escalas, esperar vuelos, etc. Pero todo desaparece cuando llego al lugar y comienzo a disfrutar con la gente y con el trabajo que realizo. Dios siempre se me adelanta. Ha llegado primero. Lo esencial se encuentra en cualquier rincón del mundo. Cuando uno va con ganas de aprender, todo se relativiza. Todo... excepto los insidiosos mosquitos. Cuando, por el contrario, uno compara lo nuevo con lo conocido, enseguida se disparan los prejuicios y empiezan los problemas e incomodidades. 

Hace años mi padre me preguntaba cuántos miles de kilómetros había hecho a lo largo de mi vida misionera. Siempre le decía que no llevaba la cuenta, pero que cada viaje me parecía nuevo. Espero que también sea así en esta nueva visita al África occidental. Os pido vuestra oración por el fruto de mi trabajo.

lunes, 27 de febrero de 2023

Bodas de oro


Está nevando en Vitoria. La estampa es sugestiva. La temperatura se mantiene en torno a los cero grados. Yo me preparo para celebrar las bodas de oro de mis amigos Emilio y Carmen en un entorno singular, la basílica de san Prudencio de Armentia. Aunque hoy la vida se alarga más que hace unos años, no es fácil encontrar matrimonios que celebren 50 años de vida en común. Me temo que será todavía más difícil en las próximas décadas, porque muchos de los matrimonios actuales se rompen antes de llegar a ese umbral. En marzo de 2007 pude presidir la celebración de las bodas de oro de mis padres. Fue un aniversario hermoso. Casi 16 años después acompaño a mis amigos y a su numerosa familia: cinco hijos (con sus respectivos cónyuges) y 18 nietos. 

Ayer, cuando viajábamos en un autobús alquilado rumbo a San Sebastián para pasar una jornada de convivencia, el conductor me confesaba que sentía una sana envidia al ver a una familia tan numerosa y feliz. Él mismo tiene cuatro hijos (cosa extraña hoy) porque para él -cito sus palabras- “la familia es más importante que irme de vacaciones en verano”. Se le hacía difícil entender, aunque respetaba mucho esa opción, a las parejas que anteponen su comodidad al hecho de cuidar a los hijos. Se quejaba de que las instituciones públicas hablan mucho de fomentar la natalidad y de ayudar a las familias, pero las medidas son escasas y poco eficaces. Sin conocer a fondo el tema, creo que lleva razón. Hoy les resulta muy difícil a las parejas jóvenes sacar adelante una familia, mucho más difícil que hace 50 años. En esto no hemos avanzado.


En un camino de 50 años de matrimonio no todo es de color de rosa. Como en toda trayectoria humana, hay misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. Yo no me escandalizo cuando algunos matrimonios amigos me dicen que atraviesan un período de crisis. Me extraña más lo contrario. Las crisis son una ocasión única para revisar lo que funciona mal y, si hay lucidez y generosidad, hacer los ajustes necesarios. Las parejas de larga duración no son las que nunca han tenido problemas, sino las que han aprendido a afrontarlos y resolverlos juntos.

Las “bodas de oro” son, en definitiva, un triunfo de la gracia de Dios sobre la fragilidad humana. No es tanto un mérito propio, aunque también cuenta mucho el esfuerzo y la paciencia de los cónyuges, cuanto una expresión de la fuerza renovadora del sacramento. Como recordaremos en el evangelio que proclamaremos dentro de unas horas, es Jesús quien transforma el agua en vino, pero a nosotros nos corresponde siempre llenar las tinajas con el agua de nuestro trabajo cotidiano, de nuestro compromiso en las pequeñas fidelidades que preparan la gran fidelidad.


Entre los 18 nietos de Emilio y Carmen hay algunos que superan con creces la veintena y otros que apenas tienen cuatro años. Hay incluso una que está en camino y que puede nacer de un momento a otro. Entre ellos se ha creado una singular comunidad en la que la fe cristiana juega un papel decisivo. La cadena de la vida no se detiene. Es hermoso para unos padres y abuelos experimentar que han contribuido a la creación de Dios, que son verdaderos cocreadores, no solo en el orden biológico, sino, sobre todo, en el proceso de madurez humana y cristiana. 

Una cosa es ser padres y otra abuelos. La dos son hermosas y significativas. Ambas son necesarias en los procesos de crecimiento humano y cristiano. Por ambos dones daremos gracias a Dios en la eucaristía que tendremos todos juntos antes de emprender el viaje de regreso a Madrid.

domingo, 26 de febrero de 2023

Tentados, pero no derrotados


El viaje de Madrid a Vitoria-Gasteiz duró cinco horas, con una breve parada en Burgos. Hacía mucho tiempo que no viajaba a esta ciudad vasca. Llegué entre dos luces. La temperatura rondaba los siete grados. Caminé durante media hora hasta la casa de la comunidad claretiana, pegada casi a Ajuria Enea, la residencia oficial del lendakari vasco. La zona me pareció señorial y tranquila. Lleva el nombre de un personaje ilustre que ha paseado el nombre de la ciudad por todo el mundo, aunque nació en Burgos y murió en Salamanca. Me refiero al dominico fray Francisco de Vitoria (1483-1546), considerado como el fundador del derecho internacional junto con el italiano Hugo Grocio. Su estatua se encuentra en una rotonda del paseo. 

Antes de la cena tuve tiempo de pasear por la ciudad y disfrutar de sus amplias y arboladas avenidas, así como de su centro histórico lleno de gente que, desafiando el frío, se agolpaba en bares y restaurantes o simplemente callejeaba como yo. Me llamó la atención el alto número de ciclistas y las muchas bicicletas que se encontraban estacionadas por doquier. El hecho de que la ciudad sea llana y una buena política municipal han favorecido esta práctica. Vitoria es una ciudad verde y amigable. 


Hoy celebramos el Primer Domingo de Cuaresma. Ya se sabe que es el domingo de las tentaciones. Todos los años comenzamos la Cuaresma acompañando a Jesús al desierto “para ser tentados por el diablo”. Pero al desierto no somos empujados por él, sino por el Espíritu. Me llama la atención este juego entre el Espíritu que nos lleva al desierto y el diablo que nos espera en él para ponernos a prueba. Describe muy bien la dinámica de nuestra vida cristiana. Después de las consabidas tensiones entre el diablo y Jesús, el relato de Mateo termina diciendo que “entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían”. O sea, que la presencia del diablo es temporal. Está enmarcada por el Espíritu que empuja y por los ángeles que sirven. 

El mensaje es claro. Ninguna tentación, por fuerte que parezca, tiene la última palabra. El diablo puede tentarnos, pero no es el señor de nuestra vida. El diablo puede seducirnos, pero nuestros verdaderos acompañantes y guardianes son los ángeles. La última palabra, la definitiva, siempre le pertenece a Dios. La guerra contra el mal está ganada. Tenemos que aprender a librar las batallas intermedias.  Las más insidiosas no son las que tienen que ver con el sexo, el poder o el dinero, sino las que amenazan la experiencia de la fe. Aquí es donde nos jugamos el presente y el futuro. Esta es nuestra lucha cotidiana.


Aquí, en el tiempo intermedio, es donde se juega nuestro drama. Como Jesús, también nosotros estamos expuestos a las tentaciones de una fe eficaz, espectacular y dominadora. ¿Quién no ha deseado más de una vez ser capaz de curar la enfermedad de un ser querido, encontrar un trabajo digno para una persona en paro o conseguir que un amigo ateo se convierta a la fe? La tentación forma parte de la dinámica del creer. Igual que Jesús fue tentado de ejercer un mesianismo de poder y dominación, también nosotros nos vemos seducidos a vivir una fe que actúa como varita mágica para resolver los problemas de la vida. 

Sin embargo, no disponemos de ella. Nuestra única arma es la Palabra de Dios y una confianza ilimitada en el poder de un Padre que siempre sabe lo que es mejor para nosotros. Esta rendición a la voluntad de Dios es el mejor antídoto contra las insinuaciones del maligno. Es probable que hayamos meditado muchas veces a lo largo de nuestra vida acerca de esta dinámica que acompaña desde el comienzo hasta el final nuestra vida de fe. Siempre podemos encontrar nuevos matices porque la vida misma nos va llevando por caminos desconocidos.

sábado, 25 de febrero de 2023

Apología de la tolerancia


Ayer los periódicos de todo el mundo dedicaron mucho espacio a recordar que se
ha cumplido un año del comienzo de la guerra en Ucrania. El balance es muy triste. No se vislumbran perspectivas de paz a corto plazo. Hoy conocemos un poco mejor a los principales actores de este conflicto. Comprendemos también que las cosas no son tan nítidas como se presentaban al principio. Hay más claroscuros de los deseables y muchos intereses en juego. Quien domina la información se hace dueño del relato. En esto no hemos avanzado mucho. El problema es que no se trata solo de un pulso geoestratégico, sino de una masacre en la que hay miles de muertos y millones de damnificados. Esto no tiene vuelta atrás cualquiera que sea el desenlace futuro. 

Al cabo de unos años nos avergonzaremos, como nos avergonzamos hoy de la Segunda Guerra Mundial, pero volveremos a repetir enfrentamientos semejantes. En los seres humanos hay una propensión al mal que a menudo escapa a nuestro control. La fe cristiana ha explorado este misterio y ha encontrado que el único antídoto eficaz es la gracia de Cristo, pero estos discursos no llegan a las mesas de los políticos. Los razonamientos discurren por otras vías. Lo que la guerra de Ucrania nos muestra a gran escala es lo que sucede a escala menor en nuestras familias y comunidades. ¡Cuántos conflictos y enfrentamientos por falta de un mínimo de tolerancia, comprensión y diálogo! 


Anoche vi en televisión una entrevista a
Hugh Elliot, el embajador del Reino Unido en España. Además de admirar su perfecto español, admiré también la defensa que hacía de la tolerancia, como virtud que nos permite vivir pacíficamente en las sociedades plurales y complejas. Como buen diplomático, insistía en que para él es siempre esencial ampliar horizontes, ver las cosas desde diferentes perspectivas, meterse en el punto de vista de las personas con las que tiene que tratar. Sé que la tolerancia no tiene buena prensa entre quienes creen poseer la verdad y se sienten sus guardaespaldas. Les parece que es una rendición, una concesión a la moda del momento, un signo de oscuridad mental y de fragilidad moral. 

¡Cuántas guerras se han hecho en nombre de la intolerancia! La propia Iglesia tiene una larga historia de actitudes intolerantes que, con el paso del tiempo, se han demostrado inútiles y antievangélicas. Se puede ser muy firme en las propias convicciones y muy tolerante con las ajenas. No hay oposición entre verdad y tolerancia. Según el diccionario de la RAE, tolerancia significa “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. La clave está, pues, en el respeto. Tolerar no significa admitir, sino respetar. Las sociedades maduras se caracterizan, entre otras cosas, porque han desarrollado una cultura del respeto a las diferencias.


La tolerancia va muy asociada con el lenguaje no violento. A menudo me sorprendo a mí mismo haciendo afirmaciones muy categóricas, emitiendo juicios que admiten pocos matices, descalificando las opiniones ajenas. El hecho de ser asertivo no implica ser intolerante. Creo que a todos nos hace bien expresar nuestras opiniones con humildad, usando fórmulas que indican una actitud de respeto: “A mí me parece que”, “Según lo que yo he podido comprender”, “Desde mi punto de vista”, etc. De este modo, estamos dejando la puerta abierta para que nuestro interlocutor se sienta libre para expresar una opinión diferente. 

Por el contrario, cuando usamos fórmulas como “Es evidente que”, “No hay ninguna duda de que”, estamos cerrando las puertas a un diálogo constructivo. La tolerancia va unida siempre a la humildad, el respeto y las puertas abiertas. Es probable que se pierdan algunas batallas, pero desde luego se gana el sueño de la paz y de la convivencia pacífica entre personas que tienen distintas creencias o prácticas. Si esta actitud ha sido necesaria siempre, se hace imprescindible en las sociedades multiculturales y complejas en las que hoy vivimos. El “pensamiento único” es propio de los regímenes totalitarios, no de las sociedades abiertas y democráticas.

viernes, 24 de febrero de 2023

Los dos templos


Ayer por la tarde fui a recoger mi pasaporte en la embajada de Camerún y a pagar los tres euros que les dejé a deber cuando solicité el visado. Al regreso volví a pasar por delante del estadio Santiago Bernabéu. Como disponía de tiempo, decidí rodearlo para ver cómo avanzan las obras por todos los sectores. Había grúas gigantes que izaban las lamas metálicas que, a modo de piel, recubren el estadio remodelado. Por todas partes, se respiraba una actividad frenética, pero lo que más me llamó la atención esta vez fue el contraste entre el majestuoso templo del madridismo y el contiguo templo parroquial de los Sagrados Corazones, confiado a la congregación religiosa del mismo nombre, en la calle Padre Damián. 

Leo en su página web que este templo, construido durante el Concilio Vaticano II, fue consagrado por Casimiro Morcillo, arzobispo de Madrid, en el año 1965. Su arquitecto fue Rodolfo García-Pablos (1913-2001). Él decía que “el arquitecto de un templo debe realizar la obra de acuerdo con el tiempo en que vive, expresando sus convicciones en un lenguaje arquitectónico limpio, sobrio, sencillo y eminentemente funcional”. En el año 2004 el Colegio de Arquitectos de Madrid declaró este templo obra arquitectónica singular del siglo XX.


He entrado muy pocas veces en este templo, pero siempre me ha atraído mucho el diseño de su planta y, sobre todo, el ambiente recogido y acogedor de su interior, a pesar de su magnitud. El perímetro del templo está rodeado de vitrales. Las vidrieras del presbiterio son obra de Sánchez Molezún y en ellas el artista juega con el simbolismo de los colores: blanco (gloria, triunfo y victoria), violeta y morado (dolor y sufrimiento), rojo (sangre derramada por amor). Es un templo que refleja muy bien el espíritu abierto y esperanzado del Concilio Vaticano II. Los domingos de invierno se celebran en él cinco misas. En verano se suprime una. En el caso de que en todas ellas se llenara el templo, estaríamos hablando de unas 5.000 personas. 

En el contiguo coliseo madridista cabrán unas 84.000 personas. Para entrar en el primer templo, solo se exige una actitud de respeto y apertura. Todo el mundo es bienvenido. Para entrar en el segundo, se requiere comprar una entrada. Para el partido de mañana entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, la más barata en el momento de escribir este artículo cuesta 189 euros, pero las hay también hasta de 415 euros; es decir, una barbaridad. Con todo, es probable que se agoten. Estamos, sin ninguna duda, ante la “religión” más universal. Mucha gente está dispuesta a pagar precios altos para disfrutar de 90 minutos de pasión cada semana o cada dos semanas.


¿Cuántos de los que acuden religiosamente al “templo” madridista se acercan también al contiguo templo católico? No lo sé, pero imagino que más de uno. Tendré que preguntárselo algún día a los Padres de los Sagrados Corazones, una congregación religiosa fundada en París en 1800 que cuenta en la actualidad con unos 600 miembros. Su personaje más conocido es, sin duda, el padre Damián de Molokai, muerto de lepra a los 49 años el 15 de abril de 1889 y canonizado por Benedicto XVI en 2009. No sé si puede rivalizar con ídolos madridistas como Di Stefano, Gento, Juanito, Butragueño, Hugo Sánchez, Raúl, Cristiano Ronaldo o Benzema, pero es muy probable que cuando la fama de todos estos desaparezca, el padre Damián siga siendo recordado como un modelo de entrega incondicional a los más pobres. 

Ya sé que no se trata de fidelidades incompatibles. Uno puede ser un buen católico y además apasionado del fútbol. Lo que importa es saber jerarquizar los amores. Contemplando los dos templos, caigo en la cuenta de que, en una sociedad secularizada, la palabra “templo” ya no se aplica solo a los edificios destinados al culto religioso, sino también a los grandes espacios donde se desarrollan las “liturgias” modernas: competiciones deportivas, conciertos musicales, etc. Me ha hecho pensar. Eso es todo. 

Mientras, celebramos el primer aniversario de la cruenta e inútil guerra de Ucrania. Mañana volveré sobre este asunto que ha sacudido el equilibrio mundial.  



jueves, 23 de febrero de 2023

De la idolatría a la fe


Ayer comenzamos la Cuaresma. En el mensaje para este tiempo litúrgico, este año el papa Francisco nos invita a practicar la ascesis como un camino sinodal. Lo dice con estas palabras: “El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta”.

¿Cuáles son esos dos caminos? Siguiendo el relato de la trasfiguración de Jesús, el primero es el que conduce a la escucha de la Palabra de Dios y de las personas que viven con nosotros. El segundo es una invitación a “no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones”. Podríamos decir que, en síntesis, el Papa nos invita a escuchar a Dios en sus múltiples mediaciones y a afrontar con determinación la batalla del día a día.


Ayer por la tarde, paseando por el centro de Madrid con un misionero comboniano de Costa Rica, caí en la cuenta de que el comienzo de la Cuaresma no altera lo más mínimo el ritmo de la ciudad. Todo seguía como siempre. La Cuaresma cristiana no es como el Ramadán musulmán. La gente sigue haciendo su vida. Es verdad que en las tres o cuatro iglesias en las que entramos había bastante gente que participaba en el rito de la imposición de la ceniza, pero poco más. Podríamos decir que la procesión va por dentro

Por la noche, al revisar mis redes sociales, vi que muchos habían colocado fotos e informaciones sobre este mismo rito en diversas partes del mundo. La verdad es que hace falta mucha imaginación para dar sentido a la manera minimalista como solemos celebrarlo. El sacerdote se limita a espolvorear un poco de ceniza en la cabeza de los fieles mientras dice: “Conviértete y cree en el Evangelio”, fórmula que ha sustituido a otra más descarnada: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Se suele decir que cuando en la iglesia se da algo (un poco de ceniza, un ramo de olivo, un panecillo, una aspersión con agua bendita, etc.,), la gente acude en masa. Es como si necesitáramos aferrarnos a algo visible que compensara la perenne invisibilidad de Dios.


Mientras daba vueltas a todas estas cosas, un amigo me envió la imagen de un cartel publicitario que se había colgado en algún lugar de San Sebastián, muy cerca de un clínica abortista. Usando el logo y el nombre de la Conferencia Episcopal Española, aparecía la foto de un feto acompañada por esta insultante leyenda: “Si abortas ahora, ¿qué nos vamos a follar dentro de 5 o 6 años?”. Es una forma violenta de silenciar la voz de la Iglesia contra las leyes permisivas del aborto restregándole los casos de pederastia. 

Más allá de la ofensa que supone (creo que la empresa que gestiona la publicidad enseguida retiró el cartel), comprendí que en lugares donde hace décadas se vivía una fuerte religiosidad, hoy el culto a Dios ha sido sustituido por el culto al “becerro de oro” nacionalista y a otros ídolos modernos. El sueño de una patria independiente es la nueva “religión” a la que, dejando a un lado el Evangelio, algunas generaciones se consagran con un fervor (y a menudo una intolerancia) propios de otras épocas. Como toda religión, tiene sus dogmas (“amarás a la nación con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”), sus normas, sus ritos, sus líderes y, por desgracia, sus anatemas, inquisiciones y condenas. 

Creo que la Cuaresma es un camino en el que cada año ponemos nombre a nuestros “becerros de oro” (cada uno tenemos los nuestros) y, acompañados por Jesús, nos convertimos al Dios único y verdadero. Este paso de la idolatría a la fe conduce finalmente a la cumbre del misterio pascual. En el evangelio de este jueves Jesús nos da la clave: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?”. Ganar el mundo significa anteponer nuestros intereses y proyectos a la voluntad de Dios. El resultado siempre es, a corto o largo plazo, la ruina personal. No siempre nos damos cuenta. 

martes, 21 de febrero de 2023

Hablar con la pantalla


Esta mañana me he acercado a la embajada de Camerún en Madrid para tramitar mi visado de entrada en ese país africano. En su página web se indicaba que el precio de un visado de turista era de 90 euros. Mi sorpresa ha sido mayúscula cuando, después de presentar mi documentación, me han pedido 153. El funcionario se limitó a decirme que habían subido las tarifas. En circunstancias como estas conviene no protestar porque uno se arriesga a que le denieguen el visado. 

Para compensar mi enojo, he decidido caminar unos cientos de metros y pasar por delante del estadio Santiago Bernabéu. Tenía curiosidad por ver cómo iban las obras de remodelación. Avanzan a buen ritmo. Es probable que estén terminadas para el próximo verano o, en cualquier caso, antes de que termine este año. No sé a cuánto asciende la inversión que el Real Madrid está realizando, pero creo que ronda los 800 millones de euros. Cuesta imaginar que haya dinero para remodelar un estadio y cueste tanto encontrarlo para resolver otros problemas sociales más acuciantes.


Por primera vez estoy dictando esta entrada a mi ordenador, con lo cual me ahorro tener que teclearla. Me limitaré a releer el texto y hacer las correcciones oportunas. Por una parte, esto agiliza su elaboración, pero al mismo tiempo hace que me sienta un poco extraño, porque no estoy acostumbrado a este método de escritura. No es lo mismo el lenguaje oral que el lenguaje escrito. Y tampoco es lo mismo hablar delante de una pantalla de ordenador que hacerlo ante un grupo de personas, pero todo se aprende, es cuestión de práctica. 

Quienes habitualmente trabajan en línea acusan un cansancio especial. Lo que al principio parece una solución para agilizar las tareas, acaba revelándose como una nueva esclavitud. Los encuentros presenciales nos exponen más al control social, pero al mismo tiempo son una fuente extraordinaria de satisfacción. Ninguna máquina, por desarrollada que sea, sustituye al milagro del encuentro entre dos o más personas. Mientras voy pronunciando estas palabras, compruebo que el programa informático es muy fiel. Transcribe con mucha fidelidad lo que digo. Cuando digo la palabra “punto” lo interpreta como un signo ortográfico y cuando digo “coma”, a veces escribe el signo, y otras veces la palabra. Se ve que tengo que ir perfeccionando la manera de dar las órdenes.


No estoy seguro de que los próximos días siga utilizando este método, a menos que sea capaz de articular bien mi discurso. El hecho de escribir en vez de hablar permite elaborar con más calma, y creo que con más precisión, lo que uno quiere decir. Pero reconozco también que el lenguaje oral tiene una espontaneidad que a menudo llega más a las personas. El logo del micrófono que se ha abierto en el extremo inferior de la pantalla está continuamente parpadeando. Me pone un poco nervioso. Es como si alguien estuviera controlando y corrigiendo todo lo que digo. 

Si esta es una práctica común en la actualidad, ¿qué no veremos dentro de unos años? No será necesario que dictemos a una máquina, sino que la misma máquina elaborará el artículo a partir de algunas pequeñas indicaciones. De hecho, ya hay programas de inteligencia artificial que son capaces de escribir artículos periodísticos, ensayos e incluso a libros. Los expertos dicen que lo hacen con una corrección que no se encuentra en los textos que producimos los humanos. El día que esta práctica sea normal no tendrá ningún sentido escribir un blog. Espero que se retrase lo más posible.

lunes, 20 de febrero de 2023

Viva don Luigi


Ha sido llegar a Madrid y, como si de una guerra se tratara, han aparecido frentes de combate por todas partes. ¿Qué pasa cuando tenemos que atender a muchas personas y cosas y solo disponemos de 24 horas al día? Lo normal es sentirnos abrumados y huir del bombardeo refugiándonos en la trinchera de la procrastinación. Pero esa es una mala solución. Pan para hoy (alivio momentáneo), hambre para mañana (acumulación de más asuntos). Lo más sensato es priorizar los temas e irlos afrontando uno a uno, concediéndonos algunas treguas para respirar. 

El hecho de ir resolviendo algunas cosas me proporciona el placer suficiente como para proseguir con las restantes. En cualquier caso, ningún asunto es tan grave que me robe la paz. Por otra parte, los demás no tienen por qué pagar las consecuencias de una vida estresada. Como siempre, lo esencial es que una punta del compás esté fija donde tiene que estar para que la otra se mueva con libertad. Esta referencia al compás la tomo de san Antonio a Claret. Me ayuda mucho a saber cómo tengo que proceder cuando se acumulan los trabajos y preocupaciones.


De todos modos, robando algo de tiempo al ritmo ordinario, hoy quiero referirme a una película que vi el sábado en el trayecto Abu Dhabi-Madrid, cuando la mayoría de los pasajeros dormían plácidamente. Se titula Nostalgia. Es una película dramática ítalo-francesa de 2022 basada en una novela de 2016 de Ermanno Rea, coescrita y dirigida por Mario Martone. La película se estrenó en la 75 edición del Festival de Cine de Cannes en mayo del año pasado. Al mes siguiente, la película ganó cuatro premios Nastro d'Argento, al mejor director, mejor actor, mejor actor de reparto y mejor guion. 

En general, los críticos la han tildado de larga, parsimoniosa y previsible, pero a mí me gustó. Creo que la historia da para más y que se podría haber explorado mejor la compleja relación entre el protagonista Felice Lasco y Oreste Spasiano, su amigo de adolescencia. En cualquier caso, no voy a revelar la trama por si algún lector se anima a verla. En el cuadro de una Nápoles suburbial, dominada por la camorra, destaca la figura de don Luigi, un cura muy atrevido que se ha enfrentado a los jefes locales de la mafia napolitana y que realiza una gran tarea de prevención con los niños y jóvenes del barrio.


En la figura de don Luigi (que no es ningún guaperas ni tampoco un hombre diez) descubro a algunos curas que he conocido y que no han tenido reparo en mancharse las manos con el barro de situaciones humanas indeseables. Algunos han pagado este “descenso a los infiernos” con la propia vida. Otros han sido criticados y silenciados, a veces por sus mismos colegas y pastores. Pero ellos representan en carne y hueso al Cristo que se interna por las callejuelas de Nápoles y Palermo y no cede al chantaje de los grupos mafiosos. Dan rostro y voz al Cristo que patea las calles de Vallecas y acompaña a algunos chicos consumidos por las drogas. O entra en un club de alterne para librar de las garras de los proxenetas a chicas africanas que son explotadas como animales. 

Algunos buenos cristianos se escandalizan de estos curas “barriobajeros” porque les parece que estas actividades (y el estilo de vida que comportan) no son propias de la dignidad sacerdotal. No digo yo que no haya habido exageraciones y meteduras de pata, pero ¿no están haciendo estos curas lo que Cristo hizo en su tiempo? ¿No están yendo -como recomienda el papa Francisco- a las periferias y fronteras donde muchos otros curas no quieren o no saben ir? El don Luigi de la película de Mario Martone no es el protagonista, pero a mí me hizo pensar porque era un cura con prudencia, pero sin miedo. Necesitamos pastores arriesgados, que no duden en ponerse en camino para buscar a la oveja perdida dejando a las noventa y nueve que no necesitan mucha protección. 



domingo, 19 de febrero de 2023

Dios es exagerado


¿Hay algo en el campo moral que nos distinga a los cristianos de otros seres humanos? Es difícil responder a esta pregunta. Sin embargo, algunos no cristianos (como, por ejemplo, Gandhi) se han sentido muy atraídos por unas palabras de Jesús que leemos en el evangelio de este VII Domingo del Tiempo Ordinario. A pesar de que a nosotros nos resultan muy conocidas, siguen conservando su fuerza profética: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. No es fácil comprender el alcance de estas palabras de Jesús. 

En general, a lo más a lo que llegamos es a amar a los que nos aman y a devolver los favores que recibimos. Pero eso no tiene gracia. Lo hacen casi todas las personas de buena voluntad. Jesús lo había observado mirando cómo reaccionaba la gente de su tiempo: “Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?”. Lo que Jesús propone es excesivo. Un verdadero cristiano es siempre una persona excesiva, alguien que va más alá de lo que se espera de ella.


No tengo la impresión de que la gente nos reconozca por esto. A menudo somos tan vengativos y mezquinos como la mayoría. Cuando el resentimiento o el odio se apoderan de nuestro corazón, somos incapaces de ir más allá. De poco sirve que nos consideremos cristianos. Buscamos por todos los medios hacer un ajuste de cuentas, cuando no una venganza pura y dura. Nos parece que hasta que no restablezcamos el orden, las cosas no van a ir bien. Lo he observado en conflictos familiares, en disputas entre amigos o cónyuges, e incluso en relaciones institucionales. 

No es frecuente encontrar a cristianos que sepan perdonar las ofensas e ir más allá. Jesús pone ejemplos que podían entender muy bien las personas a las que se dirigía: “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Son formas hiperbólicas de decir: “No te conformes con lo mínimo. No reduzcas el amor a un simple do ut des (te doy para que me des). Sé descaradamente exagerado”.


¿Por qué los seguidores de Jesús estamos llamados a ser “exagerados”? No porque tengamos poderes especiales o porque queramos presumir de nuestras fuerzas. Se nos invita a ser perfectos/misericordiosos “porque vuestro Padre celestial es perfecto”. La razón última de esta exageración ética tiene que ve con nuestra imagen y experiencia de Dios. Si Él, que tendría incontables motivos para desechar a los seres humanos que no responden a su amor, que “hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”, que nos acepta a cada uno con todas nuestras limitaciones, ¿quiénes somos nosotros para andar por la vida con tacañería, midiendo cada pequeño favor que hacemos? 

Porque Dios es exagerado en su amor, sus hijos e hijas estamos también llamados a ser exagerados. Todo lo que viene de Dios es exagerado: el universo gigantesco, la naturaleza exuberante, la entrega de su Hijo. Somos los hijos exagerados de un Padre exagerado. Es difícil hacer compatible esta exageración con el principio capitalista del “máximo beneficio con el mínimo coste”, pero en ninguna parte se dice que Dios sea capitalista. Se dice, más bien, que es un Padre derrochador. 

sábado, 18 de febrero de 2023

Algunos hombres buenos


Estoy ya en Madrid después de una escala de tres horas en Abu Dhabi. Estaba deseando pasar del calor al frío, pero me he encontrado con un día casi aceptable. Antes de embarcar en Bangalore, curioseé en una de las librerías del aeropuerto. Encontré los típicos libros de usar y tirar. Anoté algunos títulos: “Cómo perder peso en vez de perder la mente”, “¿Por qué soy hindú?”, “Aprende a meditar”, 
“Caminos inteligentes para lidiar con gente difícil”, “Todo está jodido. Libro sobre la esperanza”, “El más grande libro de autoayuda es el escrito por ti”, “De Hollywood al Himalaya. Un viaje de curación y transformación”, etc. 

Me sorprendió un libro pequeño escrito por una persona a la que admiro, el científico y político Abdul Kalam (1931-2015), una de esas personas que soñó con la transformación de la India en un país desarrollado sin perder su alma. El libro se titula “My Journey. Transforming Dreams into Action” (o sea, “Mi viaje. Transformar los sueños en acción”). Era una especie de autobiografía escrita al llegar a la altura de los 80 años. No lo compré, pero estuve ojeándolo un buen rato. Necesitamos contar historias de personas prominentes que son también sensatas y buenas. Estamos tan saturados de noticias que hablan de políticos corruptos, curas abusadores, artistas escandalosos y deportistas violadores, que cuando conocemos la historia de un hombre o una mujer que se han esforzado por buscar la verdad y han sido fieles a ella, respiramos hondo.


En la clase política india abunda la corrupción. La BBC acaba de producir un reportaje en el que documenta casos llamativos en los que está implicado el primer ministro. Los medios de comunicación social de la India apenas se han hecho eco porque están controlados por los tentáculos económicos del BJP, el partido nacionalista hindú que está en el poder liderado por Narendra Modi. ¿En qué país no hay alianzas entre la política, la economía y la prensa? Como nos hemos acostumbrado a que esto sea así y nos cuesta imaginar que deje de serlo, llama más la atención el caso de un político competente, popular y honrado. 

Algunos de sus discursos podrían pasar a la historia como pasaron los de Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela. Por otra parte, mostraba un respeto enorme a las demás religiones porque consideraba que constituían un tesoro de humanidad que había que preservar y promover. Rara era la vez en que, en sus discursos, él que era musulmán, no hiciera referencia a algún pasaje del Nuevo Testamento o a enseñanzas de la tradición hindú o budista. ¡Parecido a lo que hacen nuestros políticos actuales, que a menudo serpean por el suelo de la vulgaridad y los extremismos!


¿Por qué hay personas como Abdul Kalam? Porque poseen una interioridad tan rica que no necesitan refugiarse en el poder o el dinero. Es más. Esas pasiones humanas les parecen casi de mal gusto. Son personas a las que ningún cheque puede comprar, personas libres que, una vez cumplida su misión, se retiran con la misma sencillez con que la empezaron. No necesitan que les rindan pleitesía. No acuden a restaurantes caros, ni viajan en coches de lujo, ni vacacionan en paraísos reservados a los privilegiados. Su riqueza personal no se puede comprar con dólares. ¿Hay algún lugar donde se venda la sabiduría, la integridad o la sencillez? Estas son las personas por las que yo siento admiración. 

No tengo, en principio, nada contra los artistas y deportistas de moda, ni contra los empresarios que facturan millonadas, ni contra las personas que viven de llenar las páginas del papel cuché, pero casi nunca me dicen nada. Son estrellas fugaces. Brillan un momento y desaparecen. Admiro más bien a gente como Abdul Kaman que, sin buscar la fama, se convierten en verdadera “luz del mundo”. Estoy seguro de que si los niños y jóvenes conocieran más vidas como estas (lo que antaño se llamaba “vidas ejemplares”) no se sentirían tan seducidos por los youtubers que tienen cuentas millonarias o por muchos personajes famosos que basan todo en una inteligente explotación comercial de su cuerpo o de sus habilidades.

Frases de Abdul Kalam

1. "Todas las aves se refugian cuando llueve. Pero el águila evita la lluvia volando por encima de las nubes".

2. "No descanses después de tu primera victoria porque si fracasas en la segunda, más labios te esperan para decir que tu primera victoria fue sólo suerte".

3. "No todos tenemos el mismo talento. Pero todos tenemos las mismas oportunidades de desarrollar nuestros talentos".

4. "Tienes que soñar antes de que tus sueños se hagan realidad".

5. "El fracaso nunca me alcanzará si mi definición de éxito es lo suficientemente fuerte".

6. "No soy guapo, pero puedo dar la mano a alguien que necesita ayuda. La belleza está en el corazón, no en la cara".

7. "Los mejores cerebros de las naciones pueden encontrarse en los últimos bancos de las aulas".

8. "No puedes cambiar tu futuro, pero, puedes cambiar tus hábitos, y seguramente tus hábitos cambiarán tu futuro".


viernes, 17 de febrero de 2023

Sí hay salida


No es fácil ser fiel a la cita diaria con este Rincón cuando uno tiene que estar viajando de un sitio para otro o no dispone de buena conexión a Internet. Ayer me vine de Cochin (Kerala) a Bangalore (Karnataka) en un vuelo que salía a las 7 de la mañana, así que no tuve más remedio que pegarme un buen madrugón. Llegué a Bangalore diez minutos antes de lo previsto con una agradable temperatura de 16 grados. El camino del aeropuerto al complejo educativo Jalahalli, que normalmente dura unos 40 minutos, nos llevó casi dos horas porque la policía desvió el tráfico a causa de la exhibición aérea internacional que se está llevando a cabo estos días en Bangalore. 

Con todo, me dio tiempo a recorrer todas las instituciones educativas que los claretianos tenemos en ese complejo, desde preescolar hasta universidad. Unos 9.000 estudiantes desfilan cada día por sus aulas, Saludé a los más pequeños en algunas clases y tuve un breve encuentro con un grupo de universitarios que me invitaron a acompañarlos en un evento que tendría lugar por la tarde, pero no fue posible. Tras el almuerzo, me trajeron a la sede provincial desde donde escribo esta entrada horas antes de viajar de regreso a Madrid.


Como cada día, después del desayuno he echado una rápida ojeada a algunos periódicos digitales. Los ríos bajan revueltos. Abundan las noticias negativas. No es recomendable acercarse a la actualidad si uno tiende al pesimismo. Yo procuro tomar las cosas con distancia. Aunque lo que se cuenta se aproxima a la verdad, no es toda la verdad. Gracias a Dios, la vida es más rica y compleja que su reflejo en los periódicos. Mientras rusos y ucranianos se matan a pocos días de cumplirse el primer año del comienzo de la guerra, millones de personas salen cada mañana de sus casas para cultivar los campos o cuidar a los animales, hacer pan, vender alimentos en los supermercados, trabajar en la industria y en el comercio, atender a los enfermos en clínicas y hospitales, dar clase a los alumnos en escuelas y universidades, manejar barcos, trenes, aviones y autobuses y ofrecer multitud de servicios a los ciudadanos en innumerables oficinas, talleres, tiendas e iglesias en todo el mundo. La máquina de la vida funciona con más energía y regularidad que la máquina de la muerte. Por eso estamos vivos y seguimos caminando un día más.

Quienes solo buscan su propio interés, quienes aspiran a ser famosos pisando a los demás o quienes se mueven siempre en la cuerda floja de la mentira y la corrupción, tendrían que saber que ese camino nunca lleva lejos, aunque ellos se sientan omnipotentes. Lo tendría que saber el dictador nicaragüense Daniel Ortega, que ha expulsado del país a muchos opositores y quitado la nacionalidad y las propiedades a otros. Y lo tendrían que saber los dirigentes políticos de algunos países que no dudan en mandar a su gente a la guerra mientras ellos viven como crápulas. La historia brinda innumerables ejemplos pasados y actuales de finales horribles (desde Hitler a Sadam Hussein o Gadhafi), pero parece que ellos nunca aprenden la lección.


Lo que leemos en las lecturas de hoy nos da la clave de interpretación. Los cristianos tenemos la gran suerte de contar con la brújula o la linterna de la Palabra de Dios para no perdernos en este mar proceloso. El mito de Babel (primera lectura) no tiene desperdicio. Su fantasía oriental nos ayuda a entender lo que está pasando hoy desde la sabiduría de lo que pasó ayer. Frente a quienes aspiran a “construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre”, Dios responde deshaciendo sus planes: “Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo”. El salmo 32 (salmo responsorial) es todavía más contundente: El Señor deshace los planes de las naciones, / frustra los proyectos de los pueblos; / pero el plan del Señor subsiste por siempre; / los proyectos de su corazón, de edad en edad.

Cada vez que la humanidad se envalentona y pretende hablar con la lengua común del orgullo y la autosuficiencia, Dios crea la confusión. La unidad que él quiere no se basa en el poder de los fuertes, en una globalización del dinero, sino en el poder suave del amor. Por si hubiera alguna duda, Jesús mismo se encarga de explicarlo en el Evangelio: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”. Ese “¿de qué le sirve?” (quid prodest?) admite tantas variantes como situaciones humanas. Fue decisivo en el cambio de rumbo que vivieron san Francisco Javier, san Antonio María Claret y muchos otros. ¿De qué te sirve ganar mucho dinero si lo has hecho a base de privilegios y de trampas y no tienes la conciencia tranquila? ¿De qué te sirve mirar a los demás por encima del hombro si morirás como todos y serás completamente olvidado? ¿De qué te sirve lograr la aprobación de todos si te estás engañando a ti mismo?

Casi todo por lo que luchamos en la vida es perfectamente efímero y en muchos casos nocivo. ¿Eso significa que no hay salida? Jesús indica con claridad el camino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Perder la vida por Jesús y por el Evangelio (es decir, amar a todos y en cualquier circunstancia) es el único camino que tiene futuro. Daniel Ortega, Vladimir Putin, Bill Gates, Xi Jinping y Joe Biden deberían saberlo. Y nosotros también.

miércoles, 15 de febrero de 2023

Donde hay pasado, hay futuro


Quizá tendría que haber escrito algo ayer sobre la celebración popular de san Valentín o sobre la fiesta litúrgica de los santos Cirilo y Metodio, patronos de Europa, pero ni tuve tiempo ni me sentí muy inspirado, así que he preferido esperar hasta hoy para asomarme de nuevo al Rincón. Ayer terminamos nuestro taller sobre liderazgo. Los participantes comenzaron enseguida su éxodo. Quedamos ya pocos en la sede.

Yo he aprovechado la jornada de hoy para viajar a Kuravilangad, la casa madre de los claretianos en India, fundada en 1970. Me he alegrado de saludar a viejos conocidos, orar en el cementerio en el que yacen los ocho primeros misioneros muertos en esta provincia de Santo Tomás, dirigirme brevemente a los 36 seminaristas que cursan estudios en el centro y ver las obras de renovación de la casa llevadas a cabo con motivo del cincuentenario de su fundación. Ahora ya estoy preparando mi maleta porque dentro de unas horas viajo a Bangalore, antes de emprender el vuelo de regreso a Europa.


¿Por qué me atrae tanto la India? Porque, además de ser una tierra con mucho, muchísimo pasado, exuda futuro por todas partes. La gente sueña con que el país mejore (de hecho, lo está haciendo a pasos agigantados), hay ganas de vivir, se apuesta por el futuro. Los problemas son del tamaño del país (es decir, enormes), pero no percibo el pesimismo que se respira en otras partes. Su tradicional espiritualidad les permite afrontar la vida con serenidad y esperanza. 

Yo aprendo mucho cuando vengo por aquí, sin que esto signifique que tenga que imitar sus modos o repetir sus patrones de conducta. Hablando con la gente de aquí, caigo en la cuenta de que algunas de mis convicciones son, en realidad, prejuicios; de que el lugar en el que nacemos y la primera lengua que hablamos condiciona mucho nuestra manera de ver el mundo, hasta el punto de que se convierte en regla para medir todo lo demás. Tomo distancia de lo que me parece obvio y lo pongo en tela de juicio. Escucho y me dejo interpelar. No siempre estoy de acuerdo con todo, percibo también “agujeros negros”, pero eso no cuestiona mi simpatía por el país y sus gentes.


Por otra parte, cansado por dos semanas de trabajo intenso, descubro que casi todo lo que vale la pena exige esfuerzo, que no se recogen frutos cuando no se cultiva la tierra y que es necesario aprender a sacrificarse en la vida. La cultura del mero entretenimiento nos debilita hasta el punto de convertirnos en marionetas o en seres que se arrugan ante las dificultades. La abundancia de medios y oportunidades no siempre es la mejor receta para progresar en la vida. Con frecuencia, quienes nacen teniéndolo todo no crecen como personas, se acostumbran a vivir de las rentas. Quienes, por el contrario, tienen que luchar desde el principio se curten para las batallas de la vida. 

Por eso, me produce tanta preocupación el fenómeno de los niños “hiperregalados” que vivimos en Occidente. ¿Será verdad que proporcionándoles todo se van a entrenar mejor para vivir? Creo que no, pero a veces los adultos necesitamos curar nuestra mala conciencia dando a las generaciones que vienen lo que nosotros no pudimos tener en su momento. Queriendo hacerles un bien, a veces debilitamos mucho su sistema inmunitario. No nos extrañemos luego de que cualquier virus los amenace y de que les cueste tanto comprometerse de por vida.


lunes, 13 de febrero de 2023

Navegando la incertidumbre


Navegar por un río ancho y silencioso es una de esas experiencias que no están a nuestro alcance todos los días. Ayer pude hacerlo durante una hora por el río Periyar, el más largo y caudaloso de Kerala. Como estaba previsto, después de celebrar en nuestra sede la misa dominical, nos pusimos en camino hacia el Carmel Garden, que es un recinto ecológico gestionado por los CMI, una congregación fundada en la India en 1855. Recorrimos a pie las diversas secciones y luego, acompañados por un guía local, nos internamos en la selva para hacer un recorrido a pie. Por desgracia o por fortuna, no nos encontramos con ninguna manada de elefantes. El guía nos aclaró que a mediodía suelen buscar sitios más frescos que los que nosotros recorrimos. 

Aunque estamos en la estación seca, el verde de la vegetación cubría todo como una especie de manto protector. Tras el almuerzo, regresamos al río para hacer un trayecto en barco equipados con nuestros chalecos salvavidas. Pudimos contemplar las aves que volaban cerca de nosotros y también algunos alces que se acercaron a beber a la ribera y que, en cuanto notaron nuestra presencia, huyeron atemorizados. Aunque a algunos de mis compañeros les dio por cantar y bailar a ritmo de una música machacona, yo preferí dejarme embriagar por el silencio de la naturaleza y de vez en cuando hacer alguna foto.


Para quienes vivimos en una ciudad grande, este contacto directo con la selva tropical tiene algo de curativo. Respiré lentamente, contemplé las dos colinas que se dibujaban en el horizonte y disfruté con la estela de espuma que iba dejando el barco a medida que se deslizaba por un río manso y verdoso. De vuelta a casa, tras casi un par de horas en autobús, comprendí que de vez en cuando necesitamos desconectar para volver a conectarnos con más fuerza. El calor fue intenso durante las horas centrales del día, pero lo sobrellevamos bien. Después de cenar, caí rendido en la cama, así que esta mañana me ha costado levantarme temprano como solemos hacer aquí. 

Hoy es el penúltimo día de nuestro taller. Lo dedicaremos íntegramente al discernimiento. ¿Cómo ayudar a nuestros hermanos a discernir la voluntad de Dios en las complejas situaciones de la vida actual? No es nada fácil, pero no podemos renunciar a ello. Mientras ultimo algunos detalles de mi presentación, caigo en la cuenta de que, aunque vivimos en un mundo globalizado y, por tanto, interdependiente, Asia todavía conserva un modo original de ver las cosas que no está contaminado ni por el escepticismo europeo ni por el consumismo americano. Se nota el peso de su multisecular historia. Cree en la dimensión trascendente de la vida y disfruta de las cosas sencillas. Se guía por valores estables, aun cuando existan también graves incongruencias que saltan a la vista. No importa que uno sea un gran experto en informática, un cultivador de arroz o un misionero rural. También esto es un ejercicio de discernimiento.


Lo que está desangrando poco a poco a Europa no es el progreso científico y técnico ni tampoco el estado social del bienestar. Ambos son avances innegables. Es algo más sutil que solo se percibe bien cuando uno toma distancia y se desengancha un poco del día a día. Es la cultura del “todo da igual”, del “sálvese quien pueda” y del “a vivir, que son dos días”. Ese cóctel de relativismo, egocentrismo y hedonismo, presentado a veces como expresión de libertad y madurez, es una pócima que conduce irremediablemente a la decadencia. Podemos todavía reaccionar, pero me temo que no será fácil remontar la pendiente nihilista de la historia. Los creyentes en Jesús no tendríamos que cansarnos de intentarlo mediante una vivencia fresca y compartida del Evangelio; o sea de una buena noticia que nunca pierde actualidad porque siempre conecta con las aspiraciones más profundas de los seres humanos, por más que muchos tengan la impresión contraria.

Cuando he compartido estas cosas con algunos de mis amigos, me han tildado de pesimista, a sabiendas de que por temperamento soy un optimista incorregible. Pero no creo que se trate de un estado de ánimo bajo, sino de una constatación, del fruto de un discernimiento hecho a lo largo del tiempo y contrastado una y otra vez con bastantes personas.

Eso no significa -¡faltaría más!- que no haya muchas semillas de vida, muchas experiencias de búsqueda y solidaridad, mucha gente excepcional y generosa, signos de insatisfacción frente al materialismo y expresiones de inquietud espiritual. Se refiere, más bien, a una etapa histórica, al cansancio producido por una cultura que ya no cree en altos ideales que justifiquen la entrega de la propia vida y que tampoco cree, por supuesto, que la existencia humana esté llamada a una vida plena más allá de la muerte. 

Es verdad que seguimos esforzándonos por afrontar las batallas diarias de la vida familiar, del trabajo y de la integración social. Pero a menudo lo hacemos más por instinto de supervivencia y por rutina que como expresión cabal de la alegría de vivir. Es como si no nos quedara más remedio que hacerlo, aunque no sepamos bien por qué lo hacemos, para quién lo hacemos y qué beneficios nos va a reportar a  medio y largo plazo. 

Algo de esto pensé ayer mientras navegábamos por el río Periyar. Puedo estar perfectamente equivocado, pero el río no acostumbra a mentir.



domingo, 12 de febrero de 2023

¿Fuego o agua?


Hay que elegir entre el fuego y el agua. En este VI Domingo del Tiempo Ordinario la Palabra nos invita a tomar una postura ante nosotros mismos, ante la vida y, en definitiva, ante Dios. No podemos pasar el tiempo poniendo una vela al diablo y otra al Creador. Una de las experiencias que más nos desgasta es precisamente la indefinición con la que a menudo vivimos. Queremos una cosa y su contraria. Nos gusta creer, pero disfrutamos las mieles de una vida concebida de tejas abajo. Apreciamos los valores del Evangelio, pero no le hacemos asco a las ganancias del mundo. El resultado es un corazón dividido que nunca tiene la sensación de estar a lo que está, que no se siente en casa, que no acaba de experimentar a Dios como el tesoro de la vida.


Escribo a toda prisa estas líneas porque dentro de unos minutos salimos en autobús hacia una zona montañosa con cascadas de agua. Hoy domingo es nuestro día libre. En realidad, lo comenzamos ayer por la tarde con una preciosa velada en el colegio St. Xavier que llevamos los claretianos. Nos dimos cita a las 6. Durante más de una hora, alumnos y profesores fueron trenzando un programa a base de danzas tradicionales y modernas (“made in Bollywood”) y algunos cantos y mensajes por nuestra parte. 

Felicité a los chicos y chicas porque actuaron como profesionales, con una pasión y una alegría que contagiaron a todo el público. Hacía tiempo que no veía a un grupo tan entregado a su tarea. Rematamos la jornada con una cena en el mismo auditorio en el que tuvimos la velada. Regresé a casa cansado, pero contento de haber vivido un momento distinto dentro del programa intenso que estamos siguiendo estos días.


No sé cómo agradecer todas las posibilidades que la vida misionera me ha dado de entrar en contacto con gentes diversas de todo el mundo.
Estoy convencido de que no sería el mismo sin estos encuentros. Muchas de mis convicciones acerca de la fe cristiana y de la vida en general son fruto de esta mezcla saludable. He puesto en crisis algunas creencias que, en realidad, eran fruto de mi formación infantil. He dilatado el horizonte. He comprendido que los seres humanos, aunque a primera vista somos muy diversos, padecemos los mismos desequilibrios y nos entusiasmamos por las mismas cosas. 

Y, sobre todo, he comprobado que la fe en Dios trasciende fronteras y culturas. Cuanto más nos acercamos a Él, más cerca nos encontramos de todos los seres humanos. Cuanto más nos alejamos del centro, más se encienden las luces rojas de la xenofobia, la incomprensión, el desprecio y hasta la violencia.

sábado, 11 de febrero de 2023

Una misa diferente


Este sábado me he levantado, como todos los días, a las 5,30. Media hora más tarde, en siete vehículos, nos hemos dirigido a la cercana parroquia de Little Flower dedicada a Santa Teresa de Lisieux. Hemos tardado solo un cuarto de hora en llegar. Me imagino que para la gente que participaba en la misa matutina del sábado habrá sido una sorpresa el hecho de haber encontrado a 30 sacerdotes de varios países celebrando la Eucaristía. Nos hemos trasladado ahí por una razón. Uno de nuestros compañeros indios, que trabaja como misionero en Macau (China), perdió a su anciana madre hace exactamente tres años, el 11 de febrero de 2020. Dadas las fuertes restricciones que entonces había en China por razón de la pandemia de Covid, no pudo viajar a la India para participar en el funeral de su madre. Hoy, en compañía de toda su familia y de todos nosotros, ha presidido una misa por su eterno descanso. De esta manera, como él mismo decía, se ha cerrado un duelo que ha durado tres años.

Después de la misa hemos visitado el cementerio parroquial, contiguo a la iglesia, para orar ante la tumba de su madre. Todo ha durado alrededor de hora y media. Era la primera vez que algunos de mis compañeros de Indonesia, Filipinas y Corea participaban en una misa en rito siro-malabar. Les han sorprendido algunas cosas, pero todos han admirado la participación de los fieles y la belleza de la celebración.


Durante el desayuno hemos hablado sobre la importancia de la liturgia en la vida cristiana y sobre la variedad de ritos que hay en la Iglesia Católica. A lo largo de mi vida como sacerdote, he podido celebrar la Eucaristía en cinco ritos: romano (la mayor parte de las veces), ambrosiano (en la diócesis de Milán), mozárabe (en la diócesis de Toledo), siro-malabar (en Kerala, India) y congoleño (en la República Democrática del Congo), aunque este último no es un rito en cuanto tal, sino un “uso congoleño” del Misal Romano aprobado por la Santa Sede. Algunos que han vivido en los Estados Unidos bromeaban sobre un inexistente “rito americano” en el que el cura es una especie de showman que busca, sobre todo, entretener a la asamblea para que no se aburra demasiado durante la celebración dominical. 

En más de una ocasión he escrito sobre las diversas maneras de celebrar la Eucaristía en los distintos contextos. Hoy quiero volver brevemente sobre este asunto, consciente de que es un terreno minado. Ya dice el socorrido chiste que es más fácil hablar con un terrorista que con un liturgista. Con el primero hay alguna posibilidad de negociar y llegar a acuerdos; con el segundo es sencillamente imposible. Bromas aparte, estamos viendo los muchos problemas que han surgido a propósito de la autorización para celebrar la misa según el misal de Pío V (en la iglesia latina) o las fuertes tensiones litúrgicas que han estallado también en la iglesia siro-malabar.


¿Por qué ponemos tanta pasión en las cuestiones litúrgicas? A veces, es por razones culturales, políticas e incluso económicas y de poder. No hay que espiritualizar demasiado. Defender un rito implica a menudo defender una ideología, una lengua, un territorio o un modo de ser. Pero hay una razón más profunda. Se suele decir que “lex orandi, lex credendi”. Este axioma podría traducirse libremente así: “Dime cómo oras y te diré en qué crees”. La liturgia es una expresión de nuestra fe. La manera de celebrar expresa nuestra manera de creer. No se trata, pues, solo de cuestiones rituales, sino de algo que tiene que ver con nuestra imagen de Dios y con nuestra comprensión de la Iglesia, de la evangelización y del verdadero significado de los símbolos. Para un oriental, por ejemplo, es esencial el sentido del misterio y de la adoración. No entendería la manera como 
suele presidir la misa un cura estadounidense. Le parecería demasiado autocéntrica y teatral. Es probable que al cura americano, el modo oriental le resulte muy lejano, hierático y hasta anacrónico. 

A un africano, el modo europeo le suele parecer rígido, corto y frío. Muchos europeos, por su parte, no entienden que para un africano la música y la danza sean expresiones de fe tan apreciadas. A los curas latinoamericanos les encanta llenar las celebraciones de palabras, explicaciones y símbolos. A un oriental esa abundancia le parece una verborrea innecesaria, una reducción de la liturgia a didáctica y catequesis. 

Todos podemos encontrar muchos defectos en la manera como celebran los demás. ¿Podríamos cambiar de perspectiva para ver de qué manera los otros modos pueden ayudarnos a comprender mejor la riqueza inconmensurable de la liturgia cristiana? Sin necesidad de repetir modos que no nos son connaturales, ¿podríamos aprender algo de los demás y, al mismo tiempo, revisar nuestros excesos o defectos? También en este campo podemos aprender mucho unos de otros. Esa es la conclusión a la que llego. Sabiduría, humildad y apertura son tres condiciones básicas para una liturgia significativa.