martes, 7 de febrero de 2023

Pasó haciendo el bien


Los terremotos de Turquía y Siria han sacudido la tierra con furia, pero también las conciencias. No es fácil digerir que cerca de 4.500 personas (las cifras van aumentando de hora en hora) mueran por un estertor incontrolable de la naturaleza. Como suele suceder en estos casos, tras la conmoción primera, se ha puesto en marcha enseguida la ayuda internacional. Cuando la naturaleza se rebela y no podemos con ella, solo nos queda paliar sus efectos negativos con una sobredosis de solidaridad. También se está dando una gran respuesta solidaria ante los incendios que asolan Chile. 

Los seres humanos sabemos reaccionar con altura de miras cuando llegan las grandes catástrofes, pero, por desgracia, nos acostumbramos a convivir con las catástrofes cotidianas. Nos impresiona un terremoto, pero aceptamos que el hambre siga matando a miles de personas a pesar de que tenemos recursos suficientes para erradicarla. Reaccionamos ante los incendios, pero nos parece normal que el aborto se convierta en una práctica tolerada. Crecemos en conciencia ecológica, pero seguimos favoreciendo la industria armamentística. 

En una palabra: somos capaces de acciones miserables y de grandes gestas, de guerras egoístas y de campañas de solidaridad, de favorecer la muerte y de promover la vida. No tendría que extrañarnos demasiado esta contradicción porque la llevamos ínsita en nuestros genes. La fe cristiana ha puesto nombre a esta tensión. Somos seres creados a imagen y semejanza de Dios, pero desarticulados por el pecado que nos corrompe. En más de una ocasión me he referido a la opinión de un psiquiatra ateo para el que la única doctrina de la dogmática católica que le parecía empíricamente verificable era la del pecado original. En su consulta había percibido muy de cerca las huellas del mal.


No resulta fácil compaginar la experiencia personal y social de tanto mal con la imagen de un Dios bueno que se preocupa por los seres humanos. De hecho, esta brecha es la que conduce a muchos al agnosticismo e incluso al ateísmo. La pregunta es clásica: ¿Cómo un Dios bueno puede tolerar el mal, sobre todo cuando afecta a los inocentes? Se hace más insistente en tiempos de tragedias colectivas como una guerra, un terremoto, un tsunami o una hambruna. Los seres humanos intentamos buscar a toda costa vías de conciliación porque nos escandaliza que un Dios bueno no elimine el mal de un plumazo. Los creyentes no nos rompemos demasiado la cabeza porque somos conscientes de que esta contradicción solo se ilumina desde la cruz de Jesús. Él, que pasó por la vida haciendo el bien, fue víctima del mal. 

Pero -esta es la grandeza paradójica de la revelación cristiana- Dios vence el mal “desde dentro”. En la experiencia del sufrimiento, de la derrota y de la muerte se abre paso la vida. La última palabra nunca es el mal, sino el amor, que es el bien supremo. Por eso, quienes plantean su vida desde el amor son siempre vencedores. Anticipan la victoria final en las múltiples batallas de la historia. Amar es la única respuesta al mal. No es extraño, pues, que en situaciones como las que ahora se están viviendo en Turquía, Siria o Chile sea la solidaridad la respuesta más eficaz. El mal solo se vence con sobreabundancia de bien.


A veces, en una especie de juego, se nos pregunta qué epitafio nos gustaría que pusieran sobre nuestra tumba. Los hay ingeniosos, atrevidos, banales, inspirados, poéticos, sublimes y hasta groseros. Es famoso uno adjudicado a Groucho Marx, aunque parece que finalmente no lo grabó: “Disculpen que no me levante”. O el que figura en la tumba de Enrique Jardiel Poncela: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”. También tiene su miga el de Billy Wilder: “Soy escritor, pero nadie es perfecto”. Me gusta el del dramaturgo francés Molière: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”. O el atribuido a Johann Sebastian Bach: “Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga”. El escritor Miguel Delibes optó por una especie de desafío cristiano: “Espero que Cristo cumpla su palabra”. Cantinflas lo dijo de otra manera: “Parece que se ha ido, pero no se ha ido”. También Miguel de Unamuno aludió a la fe. Se dice que pensó escribir esto: “Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”. Pero, en realidad, lo que figura en su lápida es: 
“Méteme, Padre Eterno, en tu pecho / misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho / del duro bregar”. Frank Sinatra usó un epitafio que yo suelo repetir a menudo: “Lo mejor está por llegar”

A mí siempre me han gustado las palabras que el apóstol Pedro usa para resumir la vida de Jesús: “Pasó haciendo el bien” (Hch 10,34). Ante el mal del mundo, Jesús no se dedicó a elaborar teorías, a ofrecer respuestas elaboradas, sino a combatir el mal a fuerza de bien. Por eso, curó a los enfermos, consoló a los tristes, alimentó a los hambrientos, acompañó a los pobres, resucitó algunos muertos. ¿Hay alguna manera mejor de decir cuál es la actitud de Dios ante el mal físico y moral? Mientras muchos pierden el tiempo en hacerse preguntas que no tienen respuesta, otros se dedican a hacer el bien, a curar con el bálsamo del amor los desaguisados del mal. En otras palabras, amando anticipan la victoria final.

1 comentario:

  1. Ante las grandes catástrofes, hay reacciones rápidas, espontáneas que surgen espontáneamente, sin pensar mucho. Ponemos en movimiento todo lo que está a nuestro alcance. Surgen muchas preguntas sin respuesta. Por amor que se ponga, hay miles de heridas que no podrán ser curadas nunca.
    Se dan cada día, catástrofes que no son noticia, que no importan, pero para la persona que las sufre no hay consuelo. No estamos preparados para superar las pérdidas ya sean humanas o materiales. Es duro para una familia, ver que el trabajo y el esfuerzo de toda una vida, en un momento se va todo a pique. En situaciones extremas solo el amor es lo que puede consolar un poco.
    O nos sentimos acompañados, muy de cerca, por alguien que nos transmite mucha fuerza y nos recuerda que, a pesar de todo, Dios no nos abandona, y nos lo recuerda con gestos, y quizás con silencios o realmente podemos sentirnos en una oscuridad total. Ante las situaciones de todas las víctimas de estos terremotos, surge muy de dentro, la frase que cantamos: “Des de un abismo clamo a ti Señor…”
    Gracias Gonzalo.

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