lunes, 31 de octubre de 2016

La sacudida de los cimientos

7:40 de la mañana de ayer domingo. Amanece un precioso día de otoño. Se nota más claridad que los días anteriores a esa misma hora. No en vano hemos atrasado 60 minutos el reloj durante la noche. Ganamos luz por la mañana y la perdemos por la tarde. Dicen que así se ahorra energía. Estoy en la capilla con mi comunidad para la oración de la mañana. En esos instantes salmodiamos el cántico de Daniel: “Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor”. Yo acompaño el canto con el órgano. De repente noto que todo empieza a tambalearse. La sacudida me sube de la piernas a la cabeza. La corona de luces que circunda el altar comienza una danza que durará casi diez minutos. Nos miramos unos a otros con sorpresa y quizá con miedo, pero seguimos cantando. Que no pare la alabanza. Todos sabemos que se trata de un terremoto. Los segundos se nos hacen eternos. Acabada la oración, nos enteramos de que, en efecto, se ha producido un terremoto de magnitud 6.5 en la escala de Richter. Se trata de la sacudida más fuerte registrada en Italia desde el terremoto de Irpinia en noviembre de 1980, que arrojó un balance de 2.914 muertos y 8.848 heridos. Yo vine a Roma un año después como estudiante. En varias ocasiones visité la zona de los terremotati y acompañé a algunas personas en el pueblo de Sant’Eustachio, una fracción del municipio de Montoro, en la provincia de Avellino.

El de ayer ha sido un terremoto que ha producido unos veinte heridos, pero, gracias a Dios, no ha muerto nadie. El símbolo de la destrucción es la ruinosa catedral de Norcia (Nursia), el pueblo natal de san Benito, patrono de Europa. Estuve allí el pasado 7 de octubre. Se notaban las huellas del terremoto que asoló la zona el mes de agosto, pero nunca imaginé que la catedral se derrumbaría tres semanas después. Algunas zonas de la ciudad estaban cercadas para evitar que los posibles derrumbes produjeran daños personales. La ciudad vive, sobre todo, del turismo y de la industria alimentaria. Ambas fuentes se habían visto muy resentidas. Imagino cómo estarán ahora. Daño sobre daño.

Es difícil describir la sensación que se tiene cuando se produce un terremoto. La viví en 2001 en Guatemala y en 2009 aquí, en Roma, cuando el terremoto de L’Aquila. Uno tiene la impresión de que navega a bordo de una nave sin control. Mis amigos de Ciudad de México o de Osaka están acostumbrados a estos temblores periódicos, pero yo no, aunque desde que vivo en Italia no son infrecuentes. Todo se mueve sin que uno pueda hacer nada para frenar las sacudidas. 

El terremoto de ayer me trajo a la memoria una conocida obra del teólogo Paul Tillich, titulada The Shaking of the Foundations. Aprovechando el tirón del título, yo mismo escribí hace pocos años un articulito titulado también La sacudida de los cimientos

Un terremoto no es solo un hecho geológico imponente sino también un símbolo para describir lo que sucede cuando se hunden los cimientos de una civilización o, por lo menos, cuando experimentan una fuertes sacudidas. Creo que eso es lo que estamos viviendo hoy con respecto a la civilización occidental, muy marcada por las tradiciones judías, griegas, romanas, anglosajonas y eslavas, todas ellas iluminadas por el cristianismo. Lo que un terremoto muestra es que los edificios resisten no cuando presentan un aspecto superficial hermoso o cuando resultan muy funcionales, sino cuando están bien cimentados y tienen una fuerte estructura antisísmica. Creo que para afrontar el terremoto que afecta a nuestra civilización necesitamos esto mismo: sólidos fundamentos y una fuerte y flexible estructura mental y afectiva que permita absorber las sacudidas sin llegar al derrumbe. 

domingo, 30 de octubre de 2016

Yo soy Zaqueo

Ayer, a las 15:50, con permiso de la autoridad competente y un tiempo otoñal delicioso en Roma, este humilde “Rincón de Gundisalvus” alcanzó el número redondo de 50.000 visitas. Muchas gracias a todos los que os tomáis la molestia de asomaros a este blog. Como habrá algunos incrédulos dudar es una de las características de nuestro tiempo, añado a la izquierda el correspondiente testimonio gráfico para que conste en acta, jajaja. Os advierto que conviene aumentar la foto; si no, no se ve bien el número. Y ahora vamos al grano. Reconozco que soy poco partidario de las campañas encabezadas por el Yo soy. En los últimos años se han hecho famosas las de Je sui Charlie (después del atentado a la redacción de la revista Charlie Hebdo en enero de 2015) y Je suis Paris (tras los atentados de París en noviembre de 2015). 

Hoy estoy de buen humor, así que voy a hacer una excepción. Tras leer el evangelio de este XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, he decidido empezar la campaña Yo soy Zaqueo. Confieso que me encanta la historia que Lucas cuenta en el capítulo 19 de su evangelio. Los personajes centrales son Jesús (no necesita presentación) y un tal Zaqueo (cuyo nombre significa puro), del que sabemos tres cosas: su apariencia física (era bajo de estatura), su profesión (jefe de recaudadores) y su estatus social (rico en una sociedad de pobres). En realidad, sabemos más cosas: que tenía interés por conocer a Jesús, que estaba bastante ágil como para subirse a una higuera, que pagó la comilona a la que Jesús se autoinvitó y que, consciente de lo que había hecho en el pasado, decidió dar a los pobres la mitad de sus bienes y devolver cuatro veces más lo que había robado. O sea, que se comportó como uno de los muchos corruptos que pululan en nuestras sociedades. Bueno, quizá no exactamente.

Ironías aparte, la historia de Zaqueo es una hermosa e interpelante historia de transformación personal. Detrás de ella adivino una pregunta: ¿Puede una persona cambiar cuando ya es adulta? Voy a formularla de manera más mordiente: ¿Puede cambiar una persona rica? Añado un poco más de sal: ¿Puede cambiar una persona corrupta? Creo que las tres formulaciones nos confrontan con el asunto de la conversión. La respuesta, por difícil que parezca, es sí. Un sí como un rascacielos de Dubai. Eso es precisamente lo que Lucas quiere transmitir a los lectores de su Evangelio, incluidos nosotros. Siempre es posible cambiar cuando uno se encuentra con Jesús. Lo de Zaqueo fue un flechazo a primera vista. Si Lucas menciona su nombre y no se refiere a él simplemente hablando de un publicano es porque se trataba de un personaje conocido, quizá incluso de alguien influyente en la primitiva comunidad cristiana. Es verdad que él quería ver a Jesús. Se nota por su parte admiración, curiosidad y deseo. Pero es más verdad todavía que es Jesús quien se dirige a él: «Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa.» El mismo Jesús que había dicho «es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico se salve» es el que ahora declara salvado a Zaqueo, un hombre rico de haberes y placeres, pero insatisfecho de verdaderos amores; un hombre perdido, en definitiva. 

Esta es la experiencia que yo deseo para mí y para muchos de mis amigos que andan demasiado enredados en sus cosas. Deseo que todos escuchemos algo parecido a esto: «Juan, Rafael, Emilio, Álvaro, Jesús, Marta, Lourdes, María… deja por un momento lo que estás haciendo porque hoy –es importante subrayar este adverbio: hoy– necesito estar contigo, hablarte al corazón.» ¿Quién se puede resistir a una necesidad de Jesús? Tal vez nosotros, tan chulos, creamos que no necesitamos de él. Pero él dice que necesita de nosotros. Lucas dice que «Zaqueo bajó aprisa, y con alegría recibió a Jesús.» Me gusta el cómo de la reacción de Zaqueo: aprisa y con alegría. Es como si la mirada y las palabras de Jesús hubieran acelerado los latidos de su corazón, como si el Maestro le hubiese puesto pilas nuevas. Pero, ¡atención! no se trata de una historieta de amor a primera vista, sino de un amor que tiene consecuencias prácticas. El rico Zaqueo se vuelve solidario. Se libera de las ataduras de su riqueza y experimenta la libertad que le da el abrirse a los más pobres. ¿Hace falta añadir algo más para explicar en qué consiste un verdadero proceso de transformación personal? Aquí no se habla de zen, de meditación trascendental o de otras zarandajas de moda. Se habla de un encuentro con Jesús, de una comida y de un compromiso con la gente.

Yo quisiera tener una experiencia como la de Zaqueo. Yo quisiera que mis amigos tuvieran una experiencia como la de Zaqueo. Yo oro para que Jesús pase cerca de nosotros, nos mire encaramados en los árboles de nuestras ocupaciones y nos lance sin anestesia una palabra de salvación. Eso es, al fin y al cabo, lo que Jesús dice cuando todos lo criticaban por haberse ido a comer a casa de un pecador público: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido.» Jesús no ha venido a dispensar diplomas de buena conducta a los que siempre están en regla sino «a buscar y salvar lo que se había perdido.» Os aseguro que yo pertenezco a esta categoría de los perdidos; por eso me suenan tan liberadoras las palabras de Jesús. Espero que a vosotros también.

Bueno, además de recomendaros el habitual vídeo de Fernando Armellini (al que siempre se le ocurren otros puntos de vista), os añado una recentísima versión (2016) del Aleluya de Leonard Cohen (1984) en las voces del quinteto Pentatonix. Os aseguro que es muy resultona. 


sábado, 29 de octubre de 2016

Más historias, menos sermones

El otro día, un obispo amigo mío, compañero de estudios, me dijo esto: “Mira, cuando cuelgo en Facebook algunos pensamientos (incluso del papa Francisco), veo que no suscitan demasiado interés, pero cuando pongo fotos de mi familia o comento algún asunto personal, aumentan muchísimo los Me gusta y los comentarios”. Sus palabras me hicieron pensar. Ya sé que las declaraciones de un amigo –por muy obispo que sea– no pueden competir con el sesudo estudio que alguna universidad americana habrá ya hecho sobre el asunto y con las publicaciones de las revistas especializadas. O sea, que no se puede sacar conclusiones de una opinión individual. Sin embargo, creo que se acerca bastante a la realidad que yo mismo percibo. Vivimos un tiempo en el que –para bien o para mal– muchas personas se cansan de reflexión, no aguantan los sermones. Todo les suena a algo que tiene que ver poco con la vida real. Las historias, por el contrario, son vida hecha palabra. Tienen la autenticidad, la belleza y la capacidad interpelante de la vida misma. Da igual que sean historias tristes o alegres, pacíficas o cruentas, dramáticas o cómicas. Si están bien contadas, siempre enganchan. Cuando uno lee, por ejemplo, los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) no se encuentra con un Breve tratado sobre el Reino de Dios,  con una Aproximación metodológica a la realidad de los pobres o discursos por el estilo. Se encuentra, ante todo, con una colección de historias de Jesús que cada evangelista ha ido engarzando según algunas ideas-fuerza y teniendo en cuenta las necesidades de los destinatarios a quienes se dirige. Por eso los Evangelios siguen atrayendo a millones de personas. 

Yo soy un poco reacio a contar historias personales porque me parece que no tienen especial interés para otras personas, pero reconozco que lo personal es lo que más nos llega. De hecho, yo también leo con fruición textos en los que el autor se moja y no se limita a hacer reflexiones sin sujeto. Los periodistas lo saben muy bien; por eso buscan siempre personas de las que se pueda contar alguna historia. El argumento es casi secundario. Se puede hablar del Oscar ganado por una actriz de cine, de un plato preparado por un cocinero de moda o de los recuerdos del servicio militar de un viejo de pueblo. Los políticos (sobre todo los de Estados Unidos) suelen contar historias en sus discursos. Barack Obama es un maestro consumado y hasta Chelsea Clinton –la hija de Bill y de Hillary usó este recurso cuando se dirigió a la Convención del Partido Democrático. Es la manera de llegar al corazón de la gente. El papa Francisco es otro gran cuentista (espero que no se me malinterprete). Lo importante es que haya una persona, un hecho y un contexto. ¿Por qué las historias nos interesan tanto? Lo he dicho antes: porque es vida hecha carne. Las ideas se las lleva el viento. A menudo proceden de personas cuyas existencias van en dirección contraria a lo que piensan o escriben. Las ideas se manipulan, se tergiversan, se desgastan. Las historias siempre están ahí. Pueden ser también tergiversadas, pero la verdad de la vida acaba abriéndose paso. Decían los clásicos que contra factum non est argumentum (o sea, que los hechos son tozudos, indiscutibles). Robert, un buen amigo keniano, se definía a sí mismo como un story-teller; es decir, como un cuentista en el más noble sentido de la palabra. Aspiro a eso, pero me siento muy lejos de la meta. Mi formación académica todavía me empuja demasiado al mundo de las abstracciones. Tendré que seguir intentándolo.

viernes, 28 de octubre de 2016

¿Quién manda hoy en el mundo?

En los medios digitales se habla mucho del futuro presidente (o presidenta) de Estados Unidos, de la reconquista de Mosul, de los diálogos de reconciliación en Venezuela, de las previsibles consecuencias del Brexit, de la guerra (olvidada) en el Este de Congo, la previsible investidura de Rajoy en España y hasta de la independencia de Cataluña. La agenda internacional nos brinda infinidad de temas que tienen que ver con el poder, la justicia, la paz y el futuro de la humanidad. Información no falta, pero es difícil interpretarla. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado quién mueve realmente los hilos en este gran teatro de marionetas que es nuestro mundo? Hace un par de días me topé con un interesante artículo de Leonardo Boff que aborda esta cuestión. Lo titula Dónde está hoy el poder en el mundo. En él cita la respuesta sintética de un experto en el tema, el economista brasileño Ladislau Dowbor:
“El poder mundial realmente existente está en gran parte en manos de gigantes que nadie eligió, y sobre los cuales cada vez hay menos control. Son billones de dólares en manos de grupos privados cuyo campo de acción es el planeta, mientras que las capacidades de regulación global van a gatas. Investigaciones recientes muestran que 147 grupos controlan el 40% del sistema corporativo mundial, siendo el 75% de ellos, bancos. Cada uno de los 29 gigantes financieros genera un promedio de 1,8 billones de dólares, más que el PIB de Brasil, octava potencia económica mundial. El poder ahora se ha desplazado radicalmente”.
Dowbor cita también los datos provenientes de dos grandes instituciones que se ocupan de los gigantes corporativos: el Instituto Federal Suizo de Investigación Tecnológica y el Credit Suisse, el banco que dirige las grandes fortunas del mundo. Según estas instituciones, el 1% más rico del mundo controla más de la mitad de la riqueza del planeta. 62 familias ricas tienen un patrimonio igual al de la mitad más pobre de la población de la Tierra. 16 grupos controlan casi todo el comercio de productos básicos (cereales, minerales, energía, tierra y agua). Algo tan básico como los alimentos depende, por desgracia, de las leyes del mercado. Sus precios oscilan de acuerdo a intereses especulativos, sin tener en cuenta el derecho de las poblaciones pobres a una alimentación suficiente y saludable. Un dato más para “aclarar/enturbiar” las cosas. Las 29 corporaciones más grandes del mundo –de las que el 75% son bancos, desde el Bank of America hasta el Deutsche Bank– son considerados “sistémicamente importantes”. Su eventual quiebra (como la que afectó a Lehamn Brothers en 2008) tendría consecuencias nefastas para toda la humanidad.

¿Quién regula el funcionamiento de estos gigantes? Nadie. Las regulaciones son siempre nacionales, pero ellos actúan en todo el mundo aprovechándose de la globalización. Carecemos de una gobernanza mundial que vigile los mercados financieros y, sobre todo, que se preocupe del destino social y ecológico de la vida y del propio planeta Tierra. En este contexto, las luchas nacionalistas por asegurar la “independencia” de pequeños territorios, aunque sentimentalmente significativas para muchos,  resultan casi anacrónicas. El verdadero desafío para la humanidad consiste en encontrar fórmulas de gobierno que respondan al mundo globalizado en el que hoy vivimos. Las Naciones Unidas, surgidas tras la segunda guerra mundial, no resultan ya eficaces para la situación que vivimos en estos primeros decenios del siglo XXI, marcada por una globalización que tiende a uniformar todo. De no crear nuevas instituciones para la gobernanza mundial (basadas en criterios de ecología integral) serán las grandes corporaciones las que seguirán aumentando su poder y controlando, directa o indirectamente, no solo la economía sino las políticas de los todavía llamados países soberanos. El mundo quedará reducido a un gran supermercado¿Qué significa la democracia en este nuevo contexto mundial? ¿Cómo ir más allá de la ley del máximo beneficio con el mínimo costo cuando ésta descarta a millones de personas en todo el mundo?

No me olvido de que hoy, 28 de octubre, es la fiesta de san Simón y de san Judas Tadeo, dos de los doce apóstoles de Jesús (no confundir Judas Tadeo con Judas Iscariota, el que lo traicionó). Quizá en ningún lugar del mundo se celebre con tanto entusiasmo esta fiesta como en el templo de san Hipólito y san Casiano de Ciudad de México. Miles de personas se dan cita desde antes del amanecer hasta bien entrada la noche en una sucesión ininterrumpida de celebraciones. 

Desde aquí envío un saludo cordial a mis hermanos mexicanos que atienden pastoralmente este templo del siglo XVI. Aunque recibe el nombre de dos mártires, todo el mundo lo conoce como el templo de san Judas. Saludo también a los claretianos que trabajan en la Liga de San Judas en Chicago y en el Santuario de San Judas de Santiago de Chile. ¡Feliz fiesta a todos! A ver si san Judas -el patrono de los casos difíciles- nos echa una mano para afrontar los problemas de este complicado mundo. 

jueves, 27 de octubre de 2016

Nuevas herramientas, nuevos verbos

Son las 6 de la mañana. Entro en el Blogger de Google, veo cómo le ha ido al post del día anterior y cuelgo el del día en curso en “El rincón de Gundisalvus”. Es mi primer encuentro diario con Mr. Google, un potentísimo motor de búsqueda que lo mismo me sirve para saber quién fue madame Curie que para descargar un vídeo en su herramienta You Tube o buscar una dirección en Google Maps. Así que una de las primeras cosas que hago al comenzar el día es guglear. Este verbo no está recogido por la RAE, pero en inglés hace tiempo que se usa to google. Wikipedia lo presenta así: “Como resultado de la creciente popularidad y predominio del motor de búsqueda de Google, el uso del verbo transitivo to google ha crecido por todas partes. El neologismo se refiere comúnmente a la búsqueda de información en internet, sin importar qué motor de búsqueda se utiliza”. No tardaremos en incorporar este neologismo al español. ¿Quién de nosotros, asiduos internautas, no ha buscado información a través de Google?

Son las 9 de la mañana. Entro en mi despacho. Reviso el correo del día y, por lo general, también mi cuenta de Facebook. Echo un vistazo a todas las cosas que se les han ocurrido a mis amigos de la red social. Compruebo que llevan razón los que acusan a Facebook de ser un escaparate para exhibicionistas. Pero se trata de exhibiciones simpáticas y amigables. Naturalmente, yo formo parte de este grupo elástico. En realidad, estoy feisbuqueando. No tengo conciencia de que se use un verbo semejante en inglés; por supuesto, que no existe en español y menos de la manera groseramente fonética como yo lo he escrito. Pero todos los usuarios de esta red lo entienden. Feisbuquear significaría curiosear lo que han colgado en Facebook nuestros amigos, colocar algunos Me gusta aquí y allá y, si la ocasión se tercia, colgar algo en el propio muro o en el de aquellos amigos que ingenuamente lo han dejado abierto.

Son las 10 de la mañana. Tengo una vídeoconferencia con claretianos de diversas partes del mundo. Conecto Skype y comenzamos la conversación. En algunos momentos comparto la pantalla para explicar gráficamente algún asunto. Si alguno de los intervinientes está en un lugar con mala conexión, a veces se queda descolgado o no nos llega bien su señal. De todos modos, la fibra óptica se va difundiendo cada vez más. A través de Skype mantenemos una reunión de trabajo sin necesidad de tener que desplazarnos a otro lugar. Estamos eskaipeando. No sé lo que los académicos van a pensar de mí si cae en sus manos este post. Por supuesto, que el término no existe en español y ni siquiera en inglés. Me lo invento (con la e inicial que facilita la pronunciación española) para describir una actividad que cada vez es más común; sobre todo, entre aquellos que viven alejados y necesitan comunicarse gratuitamente.


O sea, que en el arco de cuatro o cinco horas he conjugado tres verbos que no existen (guglear, feisbuquear y eskaipear) y me he quedado tan tranquilo. Como yo, muchos millones de personas han hecho lo mismo. A esta lista, se podrían añadir más verbos como tuitear (este sí es admitido por la RAE), instagramear, guasapear o yutubear. Nuestra vida se ha hecho más fácil –y, al mismo tiempo, más complicada– debido al uso de estos verbos y de las herramientas de comunicación que los facilitan. La técnica ha producido hábitos y los hábitos han creado palabras. Como las palabras y los hábitos no son inocuos, nuestra manera de pensar y sentir está cambiando también sin que advirtamos cómo y en qué dirección. 

En este campo se multiplican los estudios, pero yo me atengo de momento a la simple observación. Y lo que veo es que todos estos medios favorecen un tipo de comunicación rápida, a menudo visual, que facilita el intercambio de mensajes. Pero, a cambio, percibo que éstos se han despersonalizado. Juegan con la ironía, el impacto, el ingenio… pero dejan fuera las emociones que solo se logran en el encuentro interpersonal. Por otra parte, generan una ansiedad que nos pasará factura con el paso del tiempo. Queremos respuestas rápidas a nuestros mensajes (que, por otra parte, multiplicamos sin ton ni son), examinamos su eco social, nos exponemos demasiado al juicio ajeno… Iremos aprendiendo a ser usuarios y no adictos, creadores y no solo consumidores

miércoles, 26 de octubre de 2016

20 voces en una

Hoy no tengo ni tiempo ni ganas de escribir, así que mi post va a ser breve.  No voy a hablar sobre la recentísima prohibición eclesiástica de esparcir las cenizas de los difuntos o tenerlas en casa, aunque la proximidad del Día de los Difuntos se prestaría a ello. No, la idea de hoy me la brinda el vídeo de Nacho Lozano que os inserto. Este cantante cordobés es capaz de tomar un tema -por ejemplo, la celebérrima canción Libre de Nino Bravo- e interpretarlo con el timbre de voz y el estilo de 20 cantantes distintos. Pocas personas tienen esta capacidad. Aunque, bien mirado, todos nosotros interpretamos la melodía de nuestra vida con muchos timbres. Somos deudores de lo que las personas significativas que han pasado por nuestra vida han ido dejando en nosotros. Somos un poco nuestro padre y nuestra madre, nuestros profesores y nuestros amigos, Kant y Antonio Machado, Joan Baez y san Agustín... Todos esos influjos los hemos asimilado hasta hacerlos nuestros. Si hubiera un aparato capaz de diferenciarlos, nos sorprenderíamos de lo mucho que hemos recibido de los demás a lo largo de la vida. Nos creemos dueños y arquitectos de nuestro destino, pero somos modestos alfareros que dan forma a los muchos barros que pasan por nuestras manos. Os dejo con el vídeo, que es mucho más genial y divertido. 



martes, 25 de octubre de 2016

El día después

El post de ayer fue el más leído de los últimos meses. Recibió más de 1.500 visitas, lo que para un blog entre amigos no está nada mal. Se ve que Claret sigue teniendo tirón. O que echamos de menos más historias de carne y hueso y menos publi-reportajes. En realidad, creo que nos atraen todas las personas en las que la vida va por delante de las palabras. Yo celebré la fiesta con mi comunidad de Roma y muchos amigos de la Familia Claretiana. Nos juntamos al caer la tarde en la basílica del Corazón de María para la misa, presidida por el claretiano Juan José Chaparro, obispo de la diócesis de San Carlos de Bariloche (Argentina). Después, compartimos la cena y charlamos del più e del meno, como suelen decir los italianos cuando se refieren a una conversación que se despliega en un abanico de temas. Durante estos coloquios, a mí me acompañaba una preocupación y un deseo. 

La preocupación tiene que ver con las dificultades que hoy tenemos para evangelizar, para conectar la alegría del Evangelio (que nosotros vivimos ayer intensamente) con la búsqueda y las necesidades de las personas. El sábado pasado, sin ir más lejos, tres miembros jóvenes de mi comunidad invitaron a los jóvenes del barrio para un encuentro. No acudió ni uno solo. Cero patatero. Game over. Es probable que la estrategia de convocación no fuera la más adecuada (avisos en las misas de la parroquia) o que la hora fuera inconveniente, pero el resultado es descorazonador. Más allá de la anécdota (de la que, por otra parte, se puede aprender mucho), es un síntoma de lo que nos está pasando en nuestra Europa secularizada y bastante desencantada. He aquí la preocupación. Parece que tocamos la flauta y nadie baila. ¿Será que esta música no interesa ya a las nuevas generaciones o acaso los músicos somos mediocres?

El deseo tiene que ver con el fuego que ardía en el corazón de Claret y que también yo siento, siquiera en tono menor. Si Dios es el tesoro del hombre, si muchos hemos experimentado que da sentido a nuestra vida y nos hace felices, ¿por qué a muchas personas les resulta tan difícil abrirse a su Misterio y acogerlo? ¿Por qué algunos lo buscan a su modo, pero no se sienten atraídos por la revelación de Jesús? ¿Por qué muchos de los que sintonizan con su Evangelio no ven a la Iglesia como un recinto de libertad, alegría y fraternidad? Soy consciente de que hay muchas cosas que cambiar en nuestra forma de vivir y presentar la propuesta. Sé que estamos en un momento histórico de profundas mutaciones que nos pillan a todos con el pie cambiado. Entiendo que la espiritualidad admite muchas expresiones y que hoy vivimos en un inmenso supermercado donde cada uno se sirve el producto que mejor encaja con su estilo personal. Pero todos estos datos no eliminan un deseo anidado en mi corazón: que muchas personas descubran que el encuentro con Jesús cambia la vida, que Jesús no quita nada de lo que es valioso para el ser humano y da un sentido profundo a todo.

Los tiempos de Claret no fueron fáciles para la evangelización. Vivió la revolución industrial, la caída de los regímenes absolutistas, el ateísmo incipiente, las revoluciones sociales... Pero él no se desanimó. No tiró la toalla. No se encerró en la sacristía. Fue un misionero y un obispo de calle, sobre todo en sus etapas catalana, canaria y cubana. Comenzó por estar cerca de la gente, patearse el terreno, escuchar, hablar con todos, hacerse cargo de las preocupaciones y necesidades de las personas. Antes de aplicar remedios (como las misiones populares, los ejercicios espirituales o la publicación de folletos y libros), hizo un diagnóstico de lo que veía. Este diagnóstico coincide con el que se atribuye a Napoléon, cuando afirmaba que “cada uno de los movimientos de todos los individuos se realizan por tres únicas razones: por honor, por dinero o por amor” (Napoleón). Claret hace su propia interpretación. Lo explica así en su Autobiografía:
Vosotros sabéis que los hombres casi siempre obran por alguno de estos tres fines: 1.°, por interés o dinero; 2.°, por placer; 3.°, por honor. Por ninguna de estas tres cosas estoy misionando en esta población. No por dinero, porque no quiero un maravedí de nadie, ni nada me llevaré. No por placer, porque, ¿qué placer podré tener estando fatigándome todo el día, desde la mañana, y muy de mañana, hasta la noche? […] ¿Será quizá el honor? No. Tampoco es el honor. Vosotros lo sabéis a cuántas calumnias no está uno expuesto: quién me alabará, quién dirá de mí toda especie de disparates, como hacían los judíos contra Jesús” .
Y luego, con un tono encendido, explica qué busca con su predicación, por qué arrostra los peligros y críticas, qué le mueve por dentro:
No, os lo repito. No es ningún fin terreno, es un fin más noble. El fin que me propongo es que Dios sea conocido, amado y servido de todos. ¡Oh Dios mío! ¡No os conocen las gentes! ¡Oh si os conocieran! Seríais más amado. ¡Oh si conocieran vuestra sabiduría, vuestra omnipotencia, vuestra bondad, vuestra hermosura todos vuestros divinos atributos! Todos serían serafines abrasados en vuestro divino amor. Esto es lo que intento: hacer conocer a Dios para que sea amado y servido de todos” .
Creo que encontramos claves de fondo que puedan darnos ánimo. Por cierto, las fotos de hoy corresponden al exterior e interior de la basílica del Corazón de María, contigua a mi casa. Han sido tomadas por mi hermano filipino Luigi Guades. 



lunes, 24 de octubre de 2016

Pequeño de estatura, gigante de espíritu

Medía alrededor de 155 centímetros. No era muy agraciado físicamente. En los últimos años de su vida la apoplejía desfiguró algo su rostro redondeado. Nació en Sallent, un pueblo constitucional de la Cataluña profunda en 1807. A su lengua materna –el catalán– añadió después el castellano, el francés, el latín y el italiano. Podía hablar y escribir en estas cinco lenguas, aunque con errores comprensibles. Se movió en tres continentes: Europa (España, Portugal, Francia e Italia), África (Islas Canarias) y América (Cuba). Fue obrero tejedor, estudiante, cura diocesano, misionero popular, fundador de diversas congregaciones e instituciones, arzobispo de Santiago de Cuba y confesor de la reina española Isabel II. Fue, además, otras muchas cosas: predicador, escritor, director espiritual, propagandista, promotor social, traductor y hasta padre del Concilio Vaticano I. Fue, en la primera etapa de su vida misionera, un hombre admirado, querido y solicitado. Pero fue también –sobre todo en los últimos diez años– un hombre calumniado, vejado y perseguido. Algunas de las caricaturas que le hicieron nos hacen sonrojar incluso hoy: pura pornografía. No importa que los autores fueran los celebérrimos hermanos Bécquer.

Vivió una profunda noche oscura que lo colocó al borde de la depresión. El mismo que había imitado al Jesús que predicaba yendo de pueblo en pueblo lo imitó, al final, en su oración angustiada en Getsemaní y en su sufrimiento en el Gólgota. Jesús y María fueron sus dos grandes amores. Estaba enamorado de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Su ideal misionero lo condensó en pocas palabras. Se puede resumir en cuatro verbos: orar, trabajar, sufrir y buscar la mayor gloria de Dios y la salvación de los seres humanos. Murió con 62 años y diez meses en una celda anónima del monasterio cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia. Su corta cronología fue una profunda doxología. El tiempo humano se hizo adoración de la gloria de Dios. El que se había codeado con los grandes de la tierra (trató personalmente al papa Pío IX y a la reina Isabel II) murió fuera de su patria, desterrado y enfermo. Solo unos pocos fieles se mantuvieron junto a él y lo cuidaron con cariño extremo. Desde 1897 su cuerpo reposa en Vic, el lugar donde el 16 de julio de 1849 había fundado la congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.

Como ya habéis podido imaginar, estoy hablando del fundador de mi congregación misionera, de san Antonio María Claret, cuya fiesta celebramos hoy, en el 146 aniversario de su muerte. Es difícil hacer la semblanza de una persona que ha cambiado la vida del autor de este blog. Por otra parte, podéis encontrarla más ampliada en una página web que hoy se pone a disposición del público. Es la página del Centro de Espiritualidad Claretiana de Vic. Os la recomiendo a todos los que tengáis interés en conocer más sobre la vida de este testigo de Jesucristo. En ella encontraréis sus manuscritos, su autobiografía, sus innumerables cartas escritas (epistolario activo) y recibidas (epistolario pasivo), muchas de sus obras espirituales y pastorales, estudios sobre su vida y espiritualidad, fotografías, imágenes, etc. Con vuestras sugerencias, podéis contribuir también a mejorarla.

Antes he dicho que es difícil hablar sobre la persona que ha cambiado la vida de uno. No exagero. Sin el encuentro con san Antonio María Claret, yo no sería misionero, no viviría en Roma y no habría conocido a miles de personas de todo el mundo. Tal vez sería arquitecto, que era uno de mis sueños. Todo empezó de la manera más sencilla. Yo estudiaba en el Colegio Corazón de María (ahora se llama Colegio Claret) de Aranda de Duero. Alguien me regaló un libro titulado Recuerdos del Beato P. Claret, arzobispo y fundador. Estaba firmado por un tal Juan Echevarría, claretiano. Había sido escrito antes de que Claret fuera canonizado en 1950. Yo, con poco más de 10 años, devoré aquel libro lleno de anécdotas y comencé a sentir el deseo de ser alguien como el misionero de Sallent. 

¿Por qué suceden estas cosas? No lo sé. Pero me parece que los sueños de los niños son más auténticos que los proyectos de los adultos. Los niños están abiertos a las semillas de verdad, belleza y bondad que el Espíritu de Dios derrama. De adultos, pensamos más desde nuestras conveniencias e intereses. De niños nos dejamos seducir. De mayores queremos llevar el timón de nuestras vidas. No está dicho que lo segundo sea mejor que lo primero. En fin, que acabé siendo uno de los más de 3.000 claretianos que hoy siguen anunciando el Evangelio en 65 países. Y me siento muy feliz de seguir en la brecha. Algunos de mis mejores amigos comparten esta misma vocación. He tenido la oportunidad de conocer a muchas personas que me han ayudado a ser quien soy. Tal vez yo también haya podido echar una mano en algunas ocasiones. He comprendido que Dios es suficientísimo para llenar el corazón del ser humano y que la vida tiene sentido cuando la dedicamos a que Él sea conocido, amado, servido y alabado. Todo se debe, hablando humanamente, a ese “pequeño gran hombre” que fue san Antonio María Claret, a quien Pío XII definió así con motivo de su canonización:
San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios”.
¡Feliz fiesta de san Antonio María Claret!

A todos mis hermanos claretianos, a los miembros de la Familia Claretiana, a los admiradores y devotos del Santo y a quienes hoy visitéis este blog. Que san Antonio María Claret interceda por nosotros para que seamos fieles y felices en nuestra propia vocación y hagamos felices a los demás trabajando por un mundo mejor. 






domingo, 23 de octubre de 2016

Solo la misericordia nos salva

El fariseo que aparece en el evangelio de este XXX Domingo del Tiempo Ordinario es un experto en la forma negativa del verbo ser. Quizá se parece bastante a cada uno de nosotros. Un buen ejercicio para hoy consistiría en tomar una hoja de papel, encabezarla con la frase YO NO SOY y luego componer una lista con las cosas que NO SOMOS: mentirosos, xenófobos, vanidosos, tacaños, sexistas, defraudadores, racistas, desconfiados, etc. Para darle un poco de morbo, habría que añadir después de cada palabra un ejemplo: “como fulano de tal”. La verdad es que esta lista sería probablemente poco objetiva. Es mejor que la compongan quienes viven cerca de nosotros y nos conocen bien. Ensanchemos el horizonte. Pensemos en nuestro mundo. Es probable que las cosas funcionen mal por culpa de la CIA, la Trilateral, el Banco Mundial, la OTAN, el sistema neoliberal, Wall Street, el neoimperialismo chino, el calentamiento global, los rojos, Maduro y sus inmadureces, la secularización imparable, la proliferación de sectas, el fanatismo islámico, la “casta”, el terrorismo del sedicente Estado Islámico, los grupos neonazis, el nacionalismo de Putin, la intransigencia de la Merkel, las multinacionales, la ideología de género, el relativismo rampante, la superpoblación, la ignorancia científica, la obsolescencia de la Iglesia católica, el precio del petróleo, la ONU, los neocomunistas, el lobby gay, el contubernio judeomasónico, los grupos guerrilleros, los oligopolios, Hollywood… y hasta el vecino de arriba y la suegra de abajo. Los seres humanos hemos desarrollado una enorme capacidad de echar las culpas a los demás. El primero en hacerlo fue Adán. El mito bíblico lo describe con maestría en pocas palabras. En vez de asumir su responsabilidad, la descargó sobre Eva que, a su vez, en un ejercicio vicario, la depuso sobre la serpiente. ¡Esta es la madre del cordero! Hay por ahí una serpiente que enreda y contamina todo.

Creo que Jesús, con su parábola del fariseo y el publicano, nos invita –como en tantas ocasiones– a no mirar tanto afuera sino adentro. No es tan claro que tome partido por el pobre publicano. En realidad, casi nos está tendiendo una trampa para no hacer fáciles identificaciones: fariseo-malo, publicano-bueno. El fariseo es un buen judío. El publicano es un sinvergüenza. Esto debe quedar claro. Si no, no se entiende la fuerza revolucionaria de la parábola. Pero, mientras el fariseo se explaya marcando las diferencias con los demás y exhibiendo sus méritos, el publicano –que no ha cosechado más que actos viles– concentra todo en una sola frase: “Señor, ten compasión de este pecador”. Aquí no se trata de ver quién ha hecho más méritos (es evidente que el fariseo) sino quién se abre con más anchura a la gracia de Dios. Yo no consigo una actitud tan auténtica como la del publicano, pero hace mucho tiempo que descubrí que éste es el camino. Estoy harto, literalmente harto, de creer que la tierra se va a convertir en un hermoso cielo cuando desparezca la “casta”, todos paguen impuestos y reinen por doquier la libertad, la justicia y la paz. ¿En qué mundo vivimos? Jesús alaba la actitud del publicano porque tiene el coraje y la humildad de no fijarse en los otros sino de ver su corazón. Se dio cuenta de que era un pecador y de que, por mucho que hiciera, no podría salvarse por sí mismo. Lo de menos es la lista de sus pecados, que son abominables (engañar, explotar a los pobres, valerse de su cargo para enriquecerse, etc.). Lo más importante es que se abre a la misericordia: “Señor, ten compasión” (es decir, Kyrie eleison, en griego, que así es como lo recoge la liturgia cristiana).  No vamos a arreglar las cosas prolongando las críticas a los demás e imaginando soluciones mágicas. Para salvar al mundo Dios envió a su Hijo. Hace falta que, reconociendo nuestra impotencia, creamos en él, nos abramos a su misericordia, sanemos el centro del que procede nuestro orgullo y liberemos toda la energía creativa que Dios nos regala a través de Jesús y su Espíritu. Entonces sí: podremos trabajar por el Reino de Dios aquí y ahora. Los signos de transformación surgen por doquier. 

Como esta parábola, aunque breve, está llena de matices, es mejor que sigamos explorándola con la ayuda de nuestro guía dominical Fernando Armellini. De paso, ¡hasta podemos aprender un poco de italiano!


sábado, 22 de octubre de 2016

Cena con un cardenal

La noticia recorre los periódicos de medio mundo. Los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos han participado juntos en una cena benéfica organizada por la archidiócesis de Nueva York. ¿Juntos? Bueno, en realidad el cardenal Timothy Dolan se sentó en medio de ellos. Basta ver las fotos que ilustran el post de hoy. Parece que es una tradición que cada vez que se celebran las elecciones presidenciales en Estados Unidos (es decir, cada cuatro años), los candidatos asistan a esta cena benéfica y hagan gala de su buen humor. Este año no fue una excepción. Se lanzaron dardos envenenados, pero con ironía. Algunos fueron muy ingeniosos. Se ve que sus respectivos equipos prepararon bien la jugada. Aunque en el último debate no se saludaron, en las fotos con el cardenal Dolan todos incluido el propio cardenal– aparecen muy sonrientes. Parece que están anunciando un dentífrico de última generación.

No sé qué pensar ante fotos como éstas. Por una parte, casi me repugnan. Me parece una ostentación de frivolidad y de filantropía “a la vieja usanza”. Pero, por otra, teniendo en cuenta la idiosincrasia de los amigos estadounidenses (procuro no decir americanos cuando me refiero a los ciudadanos de Estados Unidos), es un oasis de buen humor y cordialidad en medio de una batalla agria y llena de despropósitos por ambas partes. Muchas encuestas y medios de comunicación dan una clara ventaja a Hillary Clinton sobre Donald Trump. Pero ya se sabe que la realidad está para romper los pronósticos. Los casos del Brexit británico y del reciente referéndum colombiano son clamorosos. Todo puede suceder. Trump, con bastante sorna y arrogancia, ha dicho que él sólo aceptará los resultados… si vence. La América profunda puede ver en el empresario al líder que les devuelva al viejo esplendor, al sueño americano. 

La verdad es que no sé por qué hoy escribo sobre esto. Ni soy votante en Estados Unidos ni me siento atraído lo más mínimo por ninguno de los dos candidatos. Pero me sorprende el interés que estas elecciones suscitan en todo el mundo, lo cual demuestra –entre otras cosas– quién domina el mercado de las comunicaciones y hasta qué punto los resultados nos afectan a todos.

Más allá de quién sea el ganador, todo este asunto me hace reflexionar sobre el significado de la democracia en nuestras sociedades modernas. Ya sé que la democracia americana se presenta como modélica en muchas partes, pero ¿es realmente así en la actualidad? ¿No se trata, más bien, de una plutocracia? Las grandes corporaciones y los grupos de poder acaban condicionando el voto de los llamados ciudadanos libres. Pero no carguemos las tintas sobre el país más poderoso del planeta. Esto mismo pasa en otras muchas naciones. Las reglas de juego parecen limpias, pero hay jugadores con cartas bajo la manga que acaban dominando el juego. No somos capaces de encontrar fórmulas imaginativas de participación y corresponsabilidad que aseguren un gobierno justo y eficaz. Al final, hay que recurrir a un espectáculo democrático (una verdadera performance) que nos parece un poco mejor que las viejas fórmulas autoritarias y que tiene sus propios rituales. Lo único que se discute es quién será la estrella principal y quiénes actuarán de teloneros. Mientras llega el momento, resulta muy fotogénico compartir una cena benéfica con un cardenal. ¡Y hasta puede servir para arañar algún voto entre el electorado católico!

viernes, 21 de octubre de 2016

Todo está conectado

La encíclica del papa Francisco Laudato Si’ sobre “el cuidado de la casa común” se publicó el 24 de mayo de 2015. A pesar de que es un texto muy largo, la devoré en pocos días. Pero no es lo mismo una lectura personal que un estudio colectivo. Ayer abordé el mismo texto con mis compañeros de gobierno. Cada uno presentó un capítulo como preparación para el diálogo posterior. A mí me correspondió el tercero, pero, por error, preparé el cuarto, dedicado a la ecología integral. Despistes aparte, la encíclica resonó de otra manera. Cada uno de nosotros fue poniendo acentos diversos según su sensibilidad, preparación, experiencias previas, etc. Además, utilizamos métodos muy variados, lo cual hizo más ameno e interesante el trabajo. Como comprenderéis, no os voy a aburrir con disquisiciones filosóficas, bíblicas o teológicas sobre el tema, aunque reconozco que a mí me fascinan. Quisiera subrayar solo algunos aspectos. Es probable que varios de los que visitáis este blog hayáis leído la encíclica. Esto facilitará las cosas.  Si no, nunca es tarde. Os aseguro que merece la pena, a pesar de su longitud. Constituye un desafío a nuestro estilo de vida actual. No se centra en problemas eclesiales. Se dirige a toda la humanidad. Presenta una nueva visión de los problemas que hoy padecemos en nuestro mundo y apunta hacia una solución integral. 

El cuidado del medio ambiente –tan amenazado por nuestra civilización industrial y consumista– es inseparable del cuidado de las personas; sobre todo, de las más vulnerables. Hay una ecología natural ligada a la ecología social. Por eso, es incoherente plantar un árbol y menospreciar a un pobre. No solo eso. Es también inseparable del cuidado de nuestro patrimonio cultural, artístico… e incluso del cuidado de nuestro cuerpo, de nuestros pueblos y ciudades, etc. Todo y todos estamos interconectados. La ciencia se encarga de mostrarlo de manera convincente. Eso significa que nuestras acciones, por insignificantes que parezcan, tienen un influjo en el conjunto, que formamos sistemas y redes. Las malas prácticas (como usar vehículos muy contaminantes, despilfarrar agua, no reciclar la basura o comprar productos innecesarios) no son un asunto individual: repercuten en todos. Lo mismo sucede con las buenas prácticas (como usar siempre que sea posible el transporte público, regular el consumo de agua y luz, diferenciar los residuos, reciclar objetos, hacer negocios sostenibles, etc.). 

A cierta edad uno se vuelve muy escéptico. Considera que estas pequeñas cosas –todas, por otra parte, al alcance de la mano– no van a cambiar el curso de la historia, casi siempre dominada por el egoísmo y la violencia. Los más lúcidos y comprometidos hablan de la necesidad de cambios estructurales. Suelen usar conceptos un poco grandilocuentes que no dicen casi nada a la mayoría de los mortales y que se pierden en tecnicismos innecesarios. La historia, además, no nos ofrece muchos motivos para el entusiasmo. Cada época tiene sus ángeles, pero también sus demonios. Habría, pues, motivos suficientes para no hacer nada, para dejar las cosas como están. Sin embargo, no es lo mismo tener una mentalidad ecológica que depredadora, cultivar las buenas prácticas que las malas. La encíclica ofrece propuestas muy concretas para caminar en la justa dirección. Algunas van dirigidas, sobre todo, a los científicos, políticos, economistas, etc. Pero otras se refieren a cada uno de nosotros. Al fin y al cabo, cuidar la casa común –la oikós– es, en grados diversos, un asunto de todos

Os dejo con el vídeo de Love Song To The Earth, una composición del incombustible Paul McCartney.


jueves, 20 de octubre de 2016

El pregón de Rahola

No pensaba escribir sobre él, pero varias personas cercanas me lo han aconsejado y alguna incluso me ha enviado el texto por correo electrónico. Me refiero al impactante pregón que Pilar Rahola ha presentado hace unos días en el templo de la Sagrada Familia de Barcelona. No conozco personalmente a Pilar Rahola, aunque he leído varios artículos suyos en La Vanguardia y le he escuchado algunas intervenciones en radio y televisión. Reconozco que su estilo, en ocasiones, me ha parecido muy polémico. Con bastantes opiniones he disentido claramente, pero del mismo modo que expreso esta distancia, confieso que el pregón que pronunció en la Sagrada Familia con motivo del Domund me ha impactado y hasta me ha emocionado. Se titula La patria del corazón. Hoy quiero dedicarle mi post

Wikipedia califica a Pilar Rahola de agnóstica. Ella, al comienzo del pregón, se presentó así: “No soy creyente, aunque algún buen amigo me dice que soy la no creyente más creyente que conoce”. Es de agradecer que no esconda las cartas de su baraja personal. Es también independentista, pero ese dato no lo citó porque no era pertinente en ese momento. Su falta de fe no le imposibilita abrir los ojos y contemplar la acción de miles de hombres y mujeres extendidos por todo el mundo; sobre todo, la de los misioneros: “Esta dificultad para entender la divinidad no me impide ver a Dios en cada acto solidario, en cada gesto de entrega y estima al prójimo que realizan tantos creyentes, precisamente porque creen”. Es más. Pilar cree que la existencia de estos miles de hombres y mujeres misioneros nos orienta en tiempos confusos como los que vivimos: “En este momento de desconcierto, amenazados por ideologías totalitarias y afanes desaforados de consumo y por el vaciado de valores, el comportamiento de estos creyentes, que entienden a Dios como una inspiración de amor y de entrega, es un faro de luz, ciertamente, en la tiniebla”. 

Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención del pregón de Pilar Rahola no es su admiración hacia los misioneros. Esta actitud la he visto también en bastantes personas (periodistas, políticos, algunos amigos míos) que se presentan como no creyentes. Su novedad es que reconoce que evangelizar no es un atentado contra la conciencia individual, un acto de proselitismo indebido o una intromisión vitanda. Al contrario, Rahola cree que es una aportación positiva para la humanidad: “Quiero decir, pues, desde mi condición de no creyente: la misión de evangelizar es, también, una misión de servicio al ser humano, sea cual sea su condición, identidad, cultura, idioma..., porque los valores cristianos son valores universales que entroncan directamente con los derechos humanos”. Para dar más expresividad a su afirmación, pone un ejemplo –quizá no el más acertado porque no se refiere al núcleo de la evangelización cristiana (la muerte y resurrección de Cristo)–, pero en cualquier caso elocuente: “Si la humanidad se redujera a una isla con un centenar de personas, sin ningún libro, ni ninguna escuela, ni ningún conocimiento, pero se hubiera salvado el texto de los Diez Mandamientos, podríamos volver a levantar la civilización moderna”.

Rahola se pregunta por la motivación profunda que empuja a los misioneros –entre los que me encuentro– a entregar su vida al servicio de los demás. Ella no quiere andarse con subterfugios o circunloquios, lo cual es de agradecer. No habla de mera solidaridad sino de evangelización. No invoca la filantropía sino que habla de caridad cristiana. No les tiene miedo a estos conceptos que los laicistas esquivan como si fueran el mismo diablo porque les parecen contaminados de ideología: “Si Dios es el responsable de tal entrega completa, de tal sentimiento poderoso que atraviesa montañas, identidades, idiomas, culturas, religiones y fronteras, para aterrizar en el corazón mismo del ser humano, si Dios motiva tal viaje extraordinario, cómo no querer que esté cerca de nosotros, incluso cerca de aquellos que no conocemos el idioma para hablarle”. Yo no sabría expresarlo mejor.

No sé si los lectores del blog que conocen a Pilar Rahola le tienen mucha simpatía o no, pero, más allá de las reacciones emocionales, el texto de su pregón es de gran una contundencia y belleza. Merece ser leído y meditado. Por lo menos, a mí me ha hecho bien.