viernes, 21 de octubre de 2016

Todo está conectado

La encíclica del papa Francisco Laudato Si’ sobre “el cuidado de la casa común” se publicó el 24 de mayo de 2015. A pesar de que es un texto muy largo, la devoré en pocos días. Pero no es lo mismo una lectura personal que un estudio colectivo. Ayer abordé el mismo texto con mis compañeros de gobierno. Cada uno presentó un capítulo como preparación para el diálogo posterior. A mí me correspondió el tercero, pero, por error, preparé el cuarto, dedicado a la ecología integral. Despistes aparte, la encíclica resonó de otra manera. Cada uno de nosotros fue poniendo acentos diversos según su sensibilidad, preparación, experiencias previas, etc. Además, utilizamos métodos muy variados, lo cual hizo más ameno e interesante el trabajo. Como comprenderéis, no os voy a aburrir con disquisiciones filosóficas, bíblicas o teológicas sobre el tema, aunque reconozco que a mí me fascinan. Quisiera subrayar solo algunos aspectos. Es probable que varios de los que visitáis este blog hayáis leído la encíclica. Esto facilitará las cosas.  Si no, nunca es tarde. Os aseguro que merece la pena, a pesar de su longitud. Constituye un desafío a nuestro estilo de vida actual. No se centra en problemas eclesiales. Se dirige a toda la humanidad. Presenta una nueva visión de los problemas que hoy padecemos en nuestro mundo y apunta hacia una solución integral. 

El cuidado del medio ambiente –tan amenazado por nuestra civilización industrial y consumista– es inseparable del cuidado de las personas; sobre todo, de las más vulnerables. Hay una ecología natural ligada a la ecología social. Por eso, es incoherente plantar un árbol y menospreciar a un pobre. No solo eso. Es también inseparable del cuidado de nuestro patrimonio cultural, artístico… e incluso del cuidado de nuestro cuerpo, de nuestros pueblos y ciudades, etc. Todo y todos estamos interconectados. La ciencia se encarga de mostrarlo de manera convincente. Eso significa que nuestras acciones, por insignificantes que parezcan, tienen un influjo en el conjunto, que formamos sistemas y redes. Las malas prácticas (como usar vehículos muy contaminantes, despilfarrar agua, no reciclar la basura o comprar productos innecesarios) no son un asunto individual: repercuten en todos. Lo mismo sucede con las buenas prácticas (como usar siempre que sea posible el transporte público, regular el consumo de agua y luz, diferenciar los residuos, reciclar objetos, hacer negocios sostenibles, etc.). 

A cierta edad uno se vuelve muy escéptico. Considera que estas pequeñas cosas –todas, por otra parte, al alcance de la mano– no van a cambiar el curso de la historia, casi siempre dominada por el egoísmo y la violencia. Los más lúcidos y comprometidos hablan de la necesidad de cambios estructurales. Suelen usar conceptos un poco grandilocuentes que no dicen casi nada a la mayoría de los mortales y que se pierden en tecnicismos innecesarios. La historia, además, no nos ofrece muchos motivos para el entusiasmo. Cada época tiene sus ángeles, pero también sus demonios. Habría, pues, motivos suficientes para no hacer nada, para dejar las cosas como están. Sin embargo, no es lo mismo tener una mentalidad ecológica que depredadora, cultivar las buenas prácticas que las malas. La encíclica ofrece propuestas muy concretas para caminar en la justa dirección. Algunas van dirigidas, sobre todo, a los científicos, políticos, economistas, etc. Pero otras se refieren a cada uno de nosotros. Al fin y al cabo, cuidar la casa común –la oikós– es, en grados diversos, un asunto de todos

Os dejo con el vídeo de Love Song To The Earth, una composición del incombustible Paul McCartney.


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