domingo, 23 de octubre de 2016

Solo la misericordia nos salva

El fariseo que aparece en el evangelio de este XXX Domingo del Tiempo Ordinario es un experto en la forma negativa del verbo ser. Quizá se parece bastante a cada uno de nosotros. Un buen ejercicio para hoy consistiría en tomar una hoja de papel, encabezarla con la frase YO NO SOY y luego componer una lista con las cosas que NO SOMOS: mentirosos, xenófobos, vanidosos, tacaños, sexistas, defraudadores, racistas, desconfiados, etc. Para darle un poco de morbo, habría que añadir después de cada palabra un ejemplo: “como fulano de tal”. La verdad es que esta lista sería probablemente poco objetiva. Es mejor que la compongan quienes viven cerca de nosotros y nos conocen bien. Ensanchemos el horizonte. Pensemos en nuestro mundo. Es probable que las cosas funcionen mal por culpa de la CIA, la Trilateral, el Banco Mundial, la OTAN, el sistema neoliberal, Wall Street, el neoimperialismo chino, el calentamiento global, los rojos, Maduro y sus inmadureces, la secularización imparable, la proliferación de sectas, el fanatismo islámico, la “casta”, el terrorismo del sedicente Estado Islámico, los grupos neonazis, el nacionalismo de Putin, la intransigencia de la Merkel, las multinacionales, la ideología de género, el relativismo rampante, la superpoblación, la ignorancia científica, la obsolescencia de la Iglesia católica, el precio del petróleo, la ONU, los neocomunistas, el lobby gay, el contubernio judeomasónico, los grupos guerrilleros, los oligopolios, Hollywood… y hasta el vecino de arriba y la suegra de abajo. Los seres humanos hemos desarrollado una enorme capacidad de echar las culpas a los demás. El primero en hacerlo fue Adán. El mito bíblico lo describe con maestría en pocas palabras. En vez de asumir su responsabilidad, la descargó sobre Eva que, a su vez, en un ejercicio vicario, la depuso sobre la serpiente. ¡Esta es la madre del cordero! Hay por ahí una serpiente que enreda y contamina todo.

Creo que Jesús, con su parábola del fariseo y el publicano, nos invita –como en tantas ocasiones– a no mirar tanto afuera sino adentro. No es tan claro que tome partido por el pobre publicano. En realidad, casi nos está tendiendo una trampa para no hacer fáciles identificaciones: fariseo-malo, publicano-bueno. El fariseo es un buen judío. El publicano es un sinvergüenza. Esto debe quedar claro. Si no, no se entiende la fuerza revolucionaria de la parábola. Pero, mientras el fariseo se explaya marcando las diferencias con los demás y exhibiendo sus méritos, el publicano –que no ha cosechado más que actos viles– concentra todo en una sola frase: “Señor, ten compasión de este pecador”. Aquí no se trata de ver quién ha hecho más méritos (es evidente que el fariseo) sino quién se abre con más anchura a la gracia de Dios. Yo no consigo una actitud tan auténtica como la del publicano, pero hace mucho tiempo que descubrí que éste es el camino. Estoy harto, literalmente harto, de creer que la tierra se va a convertir en un hermoso cielo cuando desparezca la “casta”, todos paguen impuestos y reinen por doquier la libertad, la justicia y la paz. ¿En qué mundo vivimos? Jesús alaba la actitud del publicano porque tiene el coraje y la humildad de no fijarse en los otros sino de ver su corazón. Se dio cuenta de que era un pecador y de que, por mucho que hiciera, no podría salvarse por sí mismo. Lo de menos es la lista de sus pecados, que son abominables (engañar, explotar a los pobres, valerse de su cargo para enriquecerse, etc.). Lo más importante es que se abre a la misericordia: “Señor, ten compasión” (es decir, Kyrie eleison, en griego, que así es como lo recoge la liturgia cristiana).  No vamos a arreglar las cosas prolongando las críticas a los demás e imaginando soluciones mágicas. Para salvar al mundo Dios envió a su Hijo. Hace falta que, reconociendo nuestra impotencia, creamos en él, nos abramos a su misericordia, sanemos el centro del que procede nuestro orgullo y liberemos toda la energía creativa que Dios nos regala a través de Jesús y su Espíritu. Entonces sí: podremos trabajar por el Reino de Dios aquí y ahora. Los signos de transformación surgen por doquier. 

Como esta parábola, aunque breve, está llena de matices, es mejor que sigamos explorándola con la ayuda de nuestro guía dominical Fernando Armellini. De paso, ¡hasta podemos aprender un poco de italiano!


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