martes, 21 de marzo de 2023

Vuelta a la normalidad


Mi despacho en la editorial Publicaciones Claretianas está a cuatro pasos de la sede del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Por la ventana oigo los gritos de unos cuantos manifestantes que se han apostado en la acera derecha de la calle Ferraz, frente a la fachada del edificio en el que murió Pablo Iglesias, el fundador del partido. (El otro Pablo Iglesias, conocido como “el coletas”, sigue vivo, que yo sepa). Supongo que las protestas de los manifestantes tendrán que ver con la moción de censura al gobierno que se está presentando a esta misma hora en el Congreso de los Diputados. No es la banda sonora más agradable para comenzar una jornada de trabajo, pero eso me devuelve a la vida ordinaria tras las tres semanas “extraordinarias” pasadas en Camerún. En la vida ordinaria siempre hay tensiones, incluso en los países que lideran la lista de los más felices del mundo

En la vecina Francia, por ejemplo, llevan varios días de huelgas violentas. Ayer a punto estuvieron de tumbar al gobierno de Emmanuel Macron con una de las dos mociones de censura presentadas en la Asamblea Nacional. Xi Jinping y Putin “escenifican” (como se dice ahora) en Moscú una entente que busca transmitir un claro mensaje a Occidente: “¡Va llegando nuestro turno de mandar en el mundo, el vuestro tiene los días contados!”. Conviene aclarar que, en buena medida, los responsables del tremendo desarrollo económico de China son los países occidentales que hace décadas deslocalizaron sus fábricas al gigante asiático para abaratar los costes de producción. Ahora, el gigante se aprovecha de las lecciones aprendidas y de los dólares embolsados.


Me visita el dueño de la imprenta con la que trabajamos.
Charlamos en mi despacho y luego tomamos un café en un bar cercano. Se ve que es un hombre con tablas, uno de esos “self-made men”, como dicen los gringos. Me cuenta que cuando empezó el negocio hace ya muchos años su padre le dio 4.000 pesetas para empezar. Hoy factura millones. Está siempre pendiente de los últimos avances tecnológicos para mantener la imprenta actualizada. Nuestro contable se jubila. Es el momento de la gratitud. Su sustituto ya está aprendiendo el oficio. No es fácil pasar de los calores tropicales a la primavera madrileña, pero el liderazgo se aprende ejerciéndolo. No es solo cuestión de talleres y cursos. 

Mientras todas estas cosas suceden, la Cuaresma sigue su curso implacable. Las primeras flores anuncian que la Pascua está ya muy cerca. Donde hay Pascua hay futuro, por más que a uno se le quiten las ganas de seguir luchando cuando se desayuna con noticias desastrosas. “Tenéis que seguir anunciando que la vida se puede vivir de otra manera”, me decía el dueño de la imprenta. No lo he entendido solo como una insinuación a seguir imprimiendo libros con ellos, sino como una invitación a creer en la fuerza del Evangelio, una buena noticia siempre.


Mientras tecleo a toda prisa la entrada de hoy, estoy escuchando en el trasfondo al presidente Pedro Sánchez en su discurso de respuesta a la intervención de Ramón Tamames, candidato a la presidencia presentado por Vox. El tono de Sánchez es suavemente irónico. Se sabe ganador. Aprovecha, pues, la coyuntura para un ejercicio de chulería dialéctica. Concede pequeñas cosas al candidato para que, tras el guante de la cortesía, se esconda mejor el cuchillo del asesinato (dialéctico, se entiende). 

Desconecto. Se me hace muy difícil prestar atención a un juego algo esperpéntico con las cartas trucadas. ¿Era necesario llegar hasta aquí? ¿Aprenderemos a dirimir los asuntos públicos de otra manera? Quien nos ha engañado sistemáticamente, no tendrá ningún empacho en engañarnos de nuevo usando los mejores trucos de la magia política, mil veces ensayados en todos los escenarios autocráticos del mundo y fácilmente reconocibles. Conmigo que no cuenten ni siquiera como espectador de este espectáculo circense.

lunes, 20 de marzo de 2023

Hacer lo que Dios quiera


Este año, al caer el día 19 en domingo, la solemnidad de san José se ha trasladado al lunes 20 de marzo. También hoy, en el hemisferio norte, comienza la primavera. Todo nos habla de renacer. José de Nazaret es un experto en hablar poco y hacer mucho, como buen artesano. De él no conservamos ni una sola palabra, pero sí descripciones de sus actos. El versículo que más me gusta del evangelio de hoy es el último: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. Imaginemos un muchacho joven y desconcertado. ¿Qué puede hacer ante algo que le supera por todas partes y que no entra en su manera de entender el mundo?

El evangelio de Mateo añade un rasgo de su personalidad humana y religiosa. Era “justo”. El término no hace referencia a su pasión por el derecho o por la justicia distributiva. Para la Biblia, un hombre “justo” es un hombre temeroso de Dios que quiere cumplir siempre su voluntad. Y eso es precisamente lo que hace el joven José, a pesar de que no lo tenía fácil. Tuvo que sincronizar sus planes (y los de su familia) con los inesperados planes de Dios. Podría haberse hecho el sordo, pero “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. No se limitó a escuchar. Cumplió.


Ayer y hoy se celebra el Día del Seminario. Este año el lema, al menos en España, es: “Levántate y ponte en camino”. Ese “levántate” es un verbo muy josefino. En el evangelio de Mateo leemos: “Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2,13). Y más adelante: “Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño»” (Mt 2,19-20). 

En ambos casos la respuesta de Mateo fue clara: “José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto” (Mt 2,14); “Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel” (Mt 2,21). Cuando percibe la voz de Dios, José siempre se levanta y se pone en camino: unas veces hacia Egipto y otras hacia Israel. Puede ser un perfecto modelo para aquellos que son invitados por Dios para servir a la comunidad como sacerdotes.


Estando en Camerún, he leído en varios periódicos digitales que por primera vez desde que se tienen datos, el número de seminaristas en los seminarios españoles ha descendido de 1.000. Concretamente, en el curso 2022-2023 hay solo 974. Enseguida se han prodigado las explicaciones. Algunos insisten en el factor demográfico (si disminuye el número de niños, disminuyen las vocaciones). Otros apuntan, sobre todo, a la secularización de la sociedad. No faltan quienes ponen el acento en el mal ejemplo de los curas actuales, en la mala imagen pública de la Iglesia o en la falta de una pastoral vocacional centrada en lo esencial. Imagino que hay un poco de todo, pero al final, lo más decisivo es lo que sucede entre un joven (o no tan joven) y Dios. 

Cuando un hombre cristiano siente que tal vez Dios le llama a entregarse plenamente a Él y a servir a la comunidad como sacerdote, puede responder de muchas maneras. La primera es hacerse el tonto, no darse por enterado, creer que el asunto no va con él. La segunda es aducir las objeciones más razonables: “Estoy estudiando una carrera, puedo servir a los demás con mi profesión, sueño con casarme y formar una familia, se puede ser cristiano de muchas maneras, etc.”. La tercera es la respuesta josefina, la más difícil, pero la más evangélica: escuchar la voz de Dios, levantarse y ponerse en camino. Creo que siempre habrá jóvenes (y no tan jóvenes) que opten por la tercera, por más cuesta arriba que se ponga el asunto. En José de Nazaret tienen un buen modelo. José nunca falla.



domingo, 19 de marzo de 2023

Llévanos a la piscina


Tecleo la entrada de hoy en el aeropuerto de Bruselas después de algo más de seis horas de vuelo nocturno desde Yaundé. Estoy un poco adormilado, pero la fuerza del día es más fuerte que el sopor de la noche. No sé si me decidiré a ir al centro de la ciudad antes de tomar el vuelo para Madrid. Me gustaría volver a ver la hermosa Grand-Place y el Barrio Europeo. Dispongo de margen, pero tengo que calcular bien los tiempos antes de aventurarme. El día ha amanecido frío y lluvioso. Creo que la temperatura ronda los 6 o 7 grados. No apetece mucho salir del aeropuerto.

Hemos llegado al IV Domingo de Cuaresmael famoso domingo Laetare, el domingo que nos invita a la alegría en nuestro camino hacia Jerusalén. La Pascua está ya cerca. Si el pasado domingo (encuentro de Jesús con la samaritana) fue el domingo del agua, éste (curación del ciego de nacimiento) es el domingo de la luz. Jesús-agua de vida eterna sacia la sed de la mujer y Jesús-luz del mundo abre los ojos del ciego. En realidad, el relato de Juan describe al mismo tiempo la curación de una enfermedad física (la ceguera) por parte de Jesús y el itinerario de fe (profeta-Señor) del ciego de nacimiento, teniendo como trasfondo la incredulidad de algunos fariseos. Es el guion perfecto para entender lo que nos pasa hoy a nosotros. 

Creo que las dificultades que muchos experimentamos para creer en Jesús se deben más a una especie de ceguera espiritual que a la pereza o la mala voluntad. Es difícil creer lo que no vemos. Siempre lo ha sido, pero mucho más en una sociedad culturalmente empirista que confunde lo real con lo visible y experimentable, que ha empequeñecido de tal manera el conocimiento que deja fuera las dimensiones más profundas de la realidad. En el relato de Juan no se dice que el ciego le pidiera a Jesús que lo curara, sino que “al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).» Él fue, se lavó, y volvió con vista”. La iniciativa de la curación proviene del mismo Jesús.


A veces me pregunto si Jesús está viendo nuestra ceguera actual cuando pasa a nuestro lado. Creo que sí. Solo que nosotros no acabamos de hacer caso a sus palabras. ¿Qué significaría hoy “ir a la piscina de Siloé” para lavarnos? No creo distorsionar mucho la Palabra si digo que esta piscina es la comunidad de la Iglesia, la que ha recibido de su Señor los sacramentos que pueden purificarnos y ayudarnos a ver de nuevo la luz. En el origen de muchos de los problemas que hoy tenemos para creer está el abismo que hemos establecido entre la cabeza y el cuerpo, entre Jesús y su comunidad. 

Nos hemos dedicado tanto a machacar a la Iglesia por la fragilidad de sus miembros que ya no percibimos que ella es una creación del Espíritu, la mediación querida por el mismo Jesús para encontrarnos con él. Ya no hablamos de “Jesús sí – Iglesia no” (como hace unas décadas), sino que redondamente prescindimos de ella para vivir una supuesta fe en Jesús “a la carta”, según nuestra interpretación personal. Lo que al principio parece satisfactorio y liberador acaba revelándose nefasto porque conduce al vacío de la fe. ¡No existe la cabeza sin el cuerpo! ¡No existe Jesús sin su comunidad!


Por negativa que sea la imagen pública de la Iglesia en esta Europa secularizada, por limitada (y aun pecadora) que sea en su estructura humana, no hay otro camino para superar nuestra ceguera que lavarnos en ella. No conozco ni un solo cristiano auténtico que lo sea separado de la comunidad, aunque esto suponga a menudo una fuente de sufrimiento. Una buena parte de responsabilidad la tenemos los sacerdotes que, desde hace muchos años, hemos reducido tanto el Evangelio a la moral del “ser buenos”, sin necesidad de ninguna pertenencia institucional, que hemos vaciado de sentido nuestra pertenencia a la Iglesia. Esto es difícil de entender en África (donde existe un fuerte sentido de pertenencia comunitaria, ubuntu), pero es el pan nuestro de cada día en Europa y América.

Al final, nos encontramos a muchos hermanos y hermanas que vagan por la vida “como ovejas sin pastor” y que acaban recalando en el agnosticismo o en un cristianismo subjetivo que poco tiene que ver con la gran Tradición cristiana. Creo que todos necesitamos pedirle a Jesús que pase junto a nosotros, perciba nuestra ceguera, y nos ayude a regresar a su comunidad donde podemos encontrar lo que necesitamos para ver de nuevo. Feliz domingo.



sábado, 18 de marzo de 2023

Juntos llegamos más lejos


Terminado el taller sobre
Liderazgo Discerniente Claretiano, esta noche emprenderé el viaje de regreso de Yaundé a Madrid vía Bruselas. Han sido casi tres semanas intensas, compartidas y espero que fructíferas. 

Cada vez disfruto más con el trabajo en equipo. Es inevitable no citar el conocido proverbio africano: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve en grupo”. Nosotros no pretendemos ir rápido como machaconamente nos invita a hacer la sociedad de la información. La velocidad no es, en sí misma, ningún valor, por más que se nos venda esta cantinela. Todo depende de lo que uno quiera conseguir.

Nosotros queremos llegar lejos siguiendo la ruta trazada por nuestros últimos capítulos generales, aunque esto suponga lentificar el ritmo. Es más importante no dejar a nadie fuera que batir récords de velocidad. Por lo general, la rapidez implica soledad, porque no todos pueden correr deprisa. Los más veloces se quedan solos. Las metas a largo plazo y los ritmos sosegados permiten incluir a todos. La comunidad es esencial.


Algo de esto estamos aprendiendo en los últimos años con el camino sinodal emprendido por la Iglesia.
Sé que algunos obispos, sacerdotes y laicos ironizan sobre este enfoque. Es probable que tengan fuertes razones teológicas, antropológicas o pastorales, pero me temo que, detrás de las reticencias al “sínodo” se esconde un inconfesado temor al “éxodo”. No hay “sin-odos” (camino juntos) sin “éx-odo” (salida). En otras palabras, nadie se pone a caminar sin salir de donde está. ¿Cómo vamos a tomarnos en serio una Iglesia sinodal si no queremos movernos de nuestras posiciones ideológicas y de nuestras seguridades materiales? Solo camina con otros quien se atreve a salir de su casa para dirigirse a otro lugar. 

Si yo fuera obispo o párroco y estuviera contento con un modelo clerical de Iglesia, ¿cómo no iba a ironizar sobre el modelo sinodal? Sería la única manera socialmente tolerable de resistirme a los cambios sin dar la impresión de ser una persona retrógrada, cómoda o conformista. El pueblo de Israel pudo caminar por el desierto porque “salió” de Egipto y se puso en marcha hacia una “tierra prometida” sin tener la seguridad de que iba a llegar y sin prever todas las dificultades del camino. También Jesús dejó su Nazaret natal y se puso en camino hacia Jerusalén junto con sus discípulos. Allí padeció, murió y resucitó. Los discípulos de Emaús salieron de Jerusalén para dirigirse a su aldea. Jesús se puso a caminar con ellos, se hizo sinodal. En el camino reencendieron su corazón frío, reconocieron al Maestro y recuperaron su pertenencia comunitaria y su audacia misionera.

Las instituciones que quieran cambiar hacia mejor (creo que mi congregación misionera es una de ellas) están obligadas a “salir” de sus rutinas y a ponerse en camino junto con otros cristianos que también sienten la llamada a construir una Iglesia más peregrina y samaritana, menos centrada en sí misma y más extrovertida. Es verdad que todo esto puede degenerar en eslóganes fáciles y en consignas vacías, pero lo mismo podría decirse de cualquier otra cosa. Lo importante es saber quién nos llama, por qué nos llama y adónde nos llama. 


Durante el taller que hemos tenido en Yaundé me he sentido muy a gusto trabajando con mi compañero Paulson, un claretiano indio experto en psicología y teología. Creo que nos hemos complementado bien. Cada uno de nosotros ha aportado lo mejor de sus experiencias y destrezas en relación con el liderazgo. Haciéndolo, hemos comprobado que uno más uno es algo más que dos. La misión compartida tiene un plus de simbolismo y eficacia. Pero no se ha tratado de una aventura dual. En ella han estado implicados otros 22 claretianos de este inmenso continente. No hemos dictado un curso, sino dirigido un taller. Hay diferencias.

En inglés y francés hemos compartido nuestras búsquedas y nuestros deseos de acompañar los procesos de cambio en las diversas provincias y delegaciones. La aventura de cada día comenzaba con media hora de adoración silenciosa a las 6,30 de la mañana seguida por la celebración alegre de la eucaristía con el ritmo que solo los africanos le saben dar. Esperemos que el regreso a nuestros lugares de origen “no apague el fuego vivo que nos dejó tu paso en la mañana”.

viernes, 17 de marzo de 2023

Amor contra temor


Con frecuencia me vienen a la cabeza las palabras que san Antonio María Claret escribe en su Autobiografía: “Vosotros sabéis que los hombres casi siempre obran por alguno de estos tres fines: por interés o dinero; por placer; por honor” (n. 200). Me parece tan evidente que a veces no caigo en la cuenta de que, junto a esta tríada clásica y observable, hay algo más abisal que está detrás de todo lo que hacemos y que a menudo pasa desapercibido: el miedo. Los seres humanos tenemos un miedo congénito a la muerte y, con ella, a la aniquilación total. Nos rebelamos contra esa posibilidad que a veces nos resulta evidente y otras lejana. Por eso, nos reproducimos, construimos ciudades, inventamos tecnología, escribimos libros, componemos sinfonías, pintamos cuadros, creamos empresas y fábricas, nos divertimos, hacemos la guerra, inventamos artilugios y buscamos alternativas de vida futura en el espacio sideral.

La vida es como una continua carrera hacia adelante huyendo de una realidad que, tarde o temprano, acaba atrapándonos. El miedo nos lleva a buscar relaciones protectoras, a comprar seguros de vida, a temer los compromisos duraderos, a sentir atracción y envidia hacia nuestros semejantes, incluso a buscar refugio en ídolos y dioses. El dinero, el placer y el honor casi siempre dan la cara, pero el miedo permanece a menudo agazapado o camuflado. ¿Quién se atreve a confesar que vive atemorizado cuando ni siquiera es consciente de ello?


En los últimos días se han multiplicado las noticias de enfermedades graves y de muertes en mi entorno. La primera reacción, espontánea y visceral, es siempre el miedo. Pareciera que nunca pudiéramos estar tranquilos del todo. En cuanto vivimos un momento intenso de felicidad, enseguida enseña las orejas el lobo del miedo para advertirnos de que no conviene que vivamos tan confiados. En cualquier instante nos puede tocar la lotería de la desgracia. Hay miedos personales (a caer gravemente enfermos, a la muerte de los seres queridos, a la pérdida de las relaciones o del trabajo, a la crítica y al ridículo, etc.) y miedos colectivos. Estos últimos adquieren hoy la forma de temor a una guerra nuclear (como en los años 80 del siglo pasado), a una nueva crisis económica mundial (como en 2008), a una terrible pandemia (peor que la del 2020), a un ciberataque masivo o a un apocalipsis climático. En el ámbito eclesial se habla del temor a un cisma en la Iglesia de Alemania.

En este contexto se me hacen cada vez más significativas las palabras que Jesús repite con frecuencia: “No tengáis miedo”. Nos invita a no tener miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Nos invita incluso a no tener miedo de él mismo: “Ánimo, soy yo!”. ¿Podemos llegar a tener miedo de Dios o de Jesús? Creo que sí. No me refiero al santo temor de Dios que nos hace estremecernos ante su amor infinito, sino al temor dañino que nos roba la esperanza. Conozco a algunas personas que parecen vivir con el corazón encogido, como si Dios estuviera anotando cuidadosamente todos sus pecados para pasarles la factura al final de la vida.


Es verdad que el miedo está detrás de muchos de nuestros sentimientos, actitudes y conductas. El miedo guarda la viña -solemos decir- pero no es la motivación más radical. Hay algo más hondo y definitivo: el amor. El amor es capaz de vencer al miedo porque “donde hay amor, allí esta Dios”. Y con Dios nada hay que temer. La Escritura está salpicada de textos “quitamiedos”, pero me quedo 
con el salmo 22/23: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad” (v. 4). Y también con el mensaje de Pablo en su carta a los romanos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado” (Rm 8,35-37). No hay antídoto más potente contra el virus del miedo que el amor de Cristo. 

Si el miedo nos lleva a cometer locuras y a realizar prodigios, el amor nos introduce en el secreto de la vida. Quien ama no tiene nada que temer porque, aunque siga viviendo en esta tierra y esté expuesto a peligros, ya ha llegado a la meta. El amor no hace sino anticipar al presente, siquiera de manera imperfecta, la realidad futura. Vivir en el amor es vivir en Dios. No encuentro otra forma de afrontar las pruebas de la vida sin sucumbir bajo su peso. 

jueves, 16 de marzo de 2023

Lecciones tormentosas


Estoy escribiendo sirviéndome de la batería de mi portátil porque, desde ayer a las dos y media de la tarde, estamos sin luz a consecuencia de la fortísima tormenta que castigó Yaundé sin misericordia durante varias horas. Ha empezado la estación de las lluvias. Esto será el pan nuestro de cada día durante varios meses. Hacía años que no sentía el impacto de la lluvia rabiosa sobre el tejado y el suelo. Era un ruido como de ametralladora infinita. Al principio, disfruté con esta furia tropical, pero cuando empecé a darme cuenta de las consecuencias, el furioso fui yo. Nos quedamos sin luz, sin Internet y casi sin acceso a casa porque el camino de tierra que llega hasta aquí se volvió un lodazal intransitable para algunos vehículos. ¡Ya me parecía a mí que todo había ido razonablemente bien en las semanas anteriores! 

Antes de deslizarme por la pendiente del enojo, traté de minimizar los daños. Me dije a mí mismo lo que se supone que una persona sensata debe decirse en momentos como estos: “No importa si no puedes leer o trabajar durante toda la tarde. Tómalo como una invitación al descanso tras dos semanas intensas. No importa si tienes que anular la videoconferencia prevista para las 9 de la noche. La otra persona lo comprenderá cuando puedas comunicarte con ella y, en todo caso, habrá otra ocasión mejor. No importa si hay que cenar a la luz de las velas. Eso añade un toque romántico a una tarde excepcional”. Apliqué al pie de la letra el dicho meteorológico: “Si no hace el tiempo que quieres, aprende a querer el tiempo que hace”.


Mis temores se amortiguaron bastante cuando, pasadas las seis de la tarde, los encargados de Casa Claret encendieron el generador de gasóleo. El ruido era molesto, pero, al menos, pudimos disponer de luz eléctrica hasta la hora de acostarnos. 

Lo que yo viví ayer casi como una aventura es lo que viven millones de personas a diario. Se suceden los continuos cortes de luz y no siempre por causas naturales. Se deben a las malas instalaciones, los sabotajes y otras prácticas abusivas. Es difícil conservar la comida en el frigorífico cuando cada dos por tres se va la luz. Por eso, porque no hay seguridad de un suministro continuo, la gente ha aprendido a arreglárselas de mil modos. Los niños de las aldeas tienen que estudiar a la luz del fuego o de las velas. Los más pudientes disponen de generadores de gasóleo, pero se trata de una solución precaria y cara. Los que hacen negocio con la venta y mantenimiento de estos aparatos no quieren que se mejoren los sistemas de suministro eléctrico porque entonces se les acaba el chollo. No hay necesidad humana, por imperiosa que sea, que no sea objeto de explotación. Parece que lo llevamos en el ADN. 

Una vez que uno acepta con más o menos calma la situación, entonces se da cuenta del mundo privilegiado en el que vive. Un mundo “milagroso” en el que cuando uno presiona un interruptor se enciende la luz, cuando abre un grifo sale agua, cuando hace frío conecta la calefacción o cuando hace mucho calor enciende el aparato de aire acondicionado. Si tiene hambre, va directo al frigorífico donde siempre encuentra algo. Si está aburrido, se sienta frente a un televisor o una pantalla de ordenador y encuentra infinidad de ofertas de entretenimiento. Si desea hablar con alguien lejano, basta hacer uso del teléfono móvil. La lista de “milagros” es demasiado extensa para incluirla en esta entrada. 


El hecho de tener casi todo a nuestro alcance es señal del admirable progreso al que hemos llegado. Nos da seguridad, pero también nos hace débiles y caprichosos, hasta el punto de que cualquier pequeña contrariedad arruina nuestro estado de ánimo o bloquea nuestra capacidad de reacción. Si algo me encanta de los africanos, además de su pasión por la vida y su alegría innata, es su actitud ante los reveses cotidianos. Por lo general, no se desesperan, mantienen la calma y buscan atajos alternativos. Quizá por eso, cuando disponen de medios (comida, ropa, diversión), los disfrutan al máximo, porque nunca saben lo que puede suceder al día siguiente.

En fin, son pensamientos un poco “tormentosos” bajo el agua implacable de una tormenta tropical. No me puedo quejar demasiado porque estoy bajo cubierto.

miércoles, 15 de marzo de 2023

La historia del gato


No sé por qué esta mañana, escuchando el evangelio del día, me ha venido a la memoria la famosa historia del gato del gurú que el jesuita indio Tony de Mello contaba en su libro El canto del pájaro. Merece la pena recordarla tal como él la escribe:
“Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba por allí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que ataran al gato durante el culto de la tarde. Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un culto como es debido”.

¿Cuántos “gatos” se nos han colado en nuestras tradiciones cristianas?
Cosas que hoy nos parecen sacrosantas -y por las cuales discutimos acaloradamente- muchas veces tuvieron un origen puramente funcional. Lo que ocurre es que con el paso del tiempo se han ido revistiendo de una aureola que las convierte en intocables. Por eso, nos hace bien que algunos atrevidos -por lo general, jóvenes- se arriesguen a preguntarse el porqué de muchas de nuestras prácticas. Es la única manera de saber si lo que hacemos huele a evangelio o es solo el residuo histórico de creencias y prácticas que tuvieron sentido en su origen, pero que hoy son completamente obsoletas. 

Podemos encontrar ejemplos en el campo moral y litúrgico y también en ciertos cánones caducos. Cuando alguna persona muy atada a las tradiciones se escandaliza por algún cambio que ella considera como una traición, casi siempre le pregunto con delicadeza si sabe cómo surgió esa tradición en la Iglesia, a qué necesidad o problema pretendía responder. Pocas veces encuentro una respuesta sensata. La mayoría de las veces nos atamos a las tradiciones “porque sí”, porque eso es lo que hemos visto desde niños, sin cuestionarnos lo más mínimo su sentido o plausibilidad.


En el fondo de estas ataduras, que a menudo son casi adictivas, se da una necesidad imperiosa de seguridad. Los seres humanos preferimos que nos digan sin vacilaciones “lo que hay que hacer” antes que emprender la ardua tarea del discernimiento. En vez de preguntarnos qué es lo que Dios nos pide en cada momento, preferimos llevar otro gato al ashram y luego escribir doctos tratados sobre la importancia del gato (más aún, su necesidad) para poder realizar una oración devota.

Esto puede aplicarse a muchas cosas que hoy están siendo cuestionadas: la misión de la mujer en la Iglesia, el celibato obligatorio para los sacerdotes del rito latino, la forma de afrontar la homosexualidad, el concepto territorial de parroquia, el procedimiento para designar a los obispos, el papel de los cardenales, etc. Creo que Jesús nos invita a poner el acento en lo esencial, aunque sin descuidar las pequeñas cosas. Lo que importa es que descubramos por qué las hacemos y les demos sentido. Si no, acabaremos convirtiéndonos en cuidadores de “gatos”. No me parece que sea esta nuestra vocación, por adorables que puedan ser los felinos.