jueves, 26 de junio de 2025

La voz de los afónicos


Estoy casi afónico, víctima de los contrastes entre el calor externo y el aire acondicionado de algunos lugares y medios de transporte en los que he estado en los últimos días. Para una persona que tiene que hablar a menudo, la afonía es un fastidio, pero también una oportunidad para permanecer callado más tiempo de lo habitual. Callar es la antesala de la escucha. Y escuchar es imprescindible para el encuentro. 

Si algo necesitamos hoy es ser escuchados y, en consecuencia, escuchar a los demás con empatía y paciencia. Lo que más necesitamos es lo que más echamos de menos en contextos en los que la violencia verbal se ha convertido en estilo. El parlamento es el ejemplo más visible, pero esta violencia se da también en los ambientes familiares y sociales. En vez de escuchar, nos atropellamos. En vez de hablar, escupimos palabras.


Hay personas que viven siempre “afónicas” porque así lo desean o porque son privadas de su voz en contra de su voluntad. No pueden poner palabras a lo que piensan y sienten. No tienen oportunidad de expresar sus opiniones. Nunca se las tiene en cuenta. Una persona “sin voz” parece que no existe, aunque hay silencios que son más elocuentes que las palabras. 

¿Quiénes son los “afónicos” de nuestra sociedad? ¿Quiénes son las personas que casi siempre están excluidas de los circuitos comunicativos? En algunas sociedades muy machistas, suelen ser las mujeres; en otras, los ancianos o los jóvenes. Y, por supuesto, muchas personas marginadas cuya voz nunca se oye. Pienso en algunos sintecho que veo por las calles de mi barrio. Carecen de vivienda propia, pero, sobre todo, carecen de voz. Parece que fueran mudos. Casi nunca los veo hablando con alguien. Nadie se para a conversar con ellos. Están encerrados en su soledad más o menos deseada.


Jesús tuvo la habilidad de dar voz a los “afónicos”. Los evangelios están repletos de preguntas con las que Jesús quiere que las personas (enfermos, discípulos, autoridades, etc.) se expresen: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38), “¿quieres sanarte?” (Jn 5,6), “¿qué quieres que haga por ti?” (Lc 18,41), “¿por qué me preguntas por lo bueno?” (Mt 19,17), “¿cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?” (Lc 10,36), “¿quién dice la gente que soy yo?” (Mc 8,28); “¿Qué conversación lleváis por el camino?” (Lc 24,17).

Podríamos decir que Jesús es el gran foniatra que nos ayuda a educar la voz, a expresar lo que verdaderamente nos preocupa. Solo cuando hemos sacado todo lo que llevamos dentro, dejamos un amplio espacio para que su palabra nos habite y nos ilumine. Pasar de “afónicos” a “pregoneros” es otra forma de describir la conversión cristiana, como el paso de “quemados” a “encendidos”, de “dimisionarios” a “misioneros” o de “traidores” a “testigos”. Una afonía física puede ayudarnos a entender un poco mejor estas dinámicas.

1 comentario:

  1. Callar es la antesala de la escucha. Y escuchar es imprescindible para el encuentro… Para escuchar hay que saber dar “voz a los afónicos”…
    Gracias por el resumen que haces de preguntas que Jesús planteaba y por ayudarnos a ser conscientes de ellas… Es positivo cuando en “la escucha” te atreves a lanzar una pregunta.
    Para mi es muy importante cuando remarcas que tenemos que “vaciar lo que llevamos dentro” para poder dejar un espacio para que la palabra de Jesús nos habite y nos ilumine…
    Gracias Gonzalo porque, a través de la afonía, vas creando inquietudes y aporta un poco de luz en estos caminos.

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