domingo, 30 de abril de 2023

Vida a tope


Apenas cuelgue la entrada de hoy, me pondré en camino hacia Barcelona, en donde pasaré las dos próximas semanas. Ojo, no voy a participar en el segundo concierto de The Boss en el Estadi Olímpic -¡qué más quisiera yo!- ni tampoco voy a disfrutar del largo puente con el que comienza el mes de mayo en alguna de las playas de la costa catalana. El objetivo es dirigir un nuevo taller de liderazgo, semejante a los que tuve en la India en febrero y en Camerún en marzo, pero esta vez para los claretianos de las provincias de Europa. Es probable que la lluvia me acompañe durante el trayecto. ¡Ojalá el último día de abril haga honor al refrán “en abril, aguas mil”

Antes de fijarme en algún aspecto de la liturgia de hoy, la mente se me va a dos puntos geográficos, muy distantes entre sí, donde en las últimas horas algunos de mis amigos han vivido experiencias singulares que tienen que ver con la fe: por una parte, la adoración y la alabanza; por otra, la fiesta y el compromiso solidario. El denominador común es el encuentro entre creyentes y personas de buena voluntad.


Anoche, en el auditorio de un instituto católico del Bronx neoyorquino, mi amigo, el sacerdote mexicano Heriberto García Arias, participó en La Noche Blanca, un evento de música y adoración que reunió a cantantes, predicadores y un nutrido grupo de cristianos. A él lo invitó la arquidiócesis de New York. Tuvo que volar desde Roma donde ahora reside.

No sé cómo habrá resultado el evento, porque hace solo un par de horas que ha concluido, pero imagino que habrá sido una explosión de entusiasmo en uno de los barrios más famosos de la Gran Manzana. Conozco el estilo festivo y sentimental de los católicos hispanos. En Europa no estamos muy acostumbrados a eventos de este tipo, salvo entre quienes se mueven en ambientes carismáticos. Alabar al Señor mantiene la fe viva. Cuando cesa la alabanza, la fe se marchita o se transforma en filantropía.


En un lugar más cercano en el espacio y en el corazón, en mi pueblo natal, ayer organizaron una “parrillada solidaria” en la plaza mayor con objeto de recaudar fondos para Manos Unidas y, de paso, propiciar un momento de encuentro en torno a la comida. Parece una paradoja que se quiera combatir el hambre a base de comida, pero en este paradójico hecho hay más profundidad de la que aparece a primera vista. Esta “política de los manteles” (aunque ayer no hubo manteles) también fue muy usada por Jesús. 

Quienes comen juntos se reconocen, se aceptan y aprenden a con-vivir. La comida es una expresión de vida. Quien te da de comer quiere que sigas viviendo. La solidaridad sigue teniendo mucho tirón entre nosotros. ¿No es esta una hermosa expresión de una fe que no solo es alabanza y adoración, sino también compasión, una fe que se encarna, que toca suelo, que se hace cargo de las necesidades del mundo?


Hoy, IV Domingo de Pascua, es el conocido como el domingo del Buen Pastor. Es verdad que el salmo responsorial habla del Señor como pastor y que la primera parte del fragmento del evangelio de Juan que leemos en la misa (ciclo A), habla de un pastor (Jesús) que  va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz”.  Pero el acento recae, más bien, en presentar as Jesús como puerta: Yo soy la puerta de las ovejas”. Por si la imagen fuera oscura, el mismo Jesús la aclara: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Jesús no es como esos ladrones que entran en el aprisco “para robar y matar y hacer estragos”. Algunos nos resultan familiares. Jesús ha venido “para que tengan vida y la tengan abundante”. 

Él es una puerta de vida, no de muerte. La fe es, ante todo, vida. Tanto el concierto del Bronx neoyorquino como la parrillada visontina son expresiones de una fe que no se limita a hacer lo de siempre, sino que explora nuevos caminos. Cuando la gente percibe que hay vida (lo que no siempre ocurre en nuestras celebraciones), se siente atraída porque la vida contagia vida. Y donde hay vida siempre está Jesús. Su misión consiste precisamente en regalar vida a manos llenas. ¡Que no pare la fiesta!

sábado, 29 de abril de 2023

Ponte en camino


Mañana se celebra la 60 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Con ese motivo, el papa Francisco, como es habitual, nos ha dirigido un mensaje que este año lleva por título Vocación: gracia y misión. Al comienzo, él mismo explica su sentido: “Es una ocasión preciosa para redescubrir con asombro que la llamada del Señor es gracia, es un don gratuito y, al mismo tiempo, es un compromiso a ponerse en camino, a salir, para llevar el Evangelio”. Esta invitación del Papa a ponernos en camino ha sido aprovechada por la Conferencia Episcopal Española que ha elegido como lema de la campaña vocacional de este año: “Ponte en camino. No esperes más”

Con estas dos referencias en mi mente (la del Papa Francisco y la de la CEE), me he puesto esta mañana en camino hacia el Seminario Diocesano de Madrid. Eran las 7,15. Por Paseo Rosales, Plaza de España y Plaza de Oriente he visto solo unas pocas personas que hacían deporte. Nada que ver con el gentío que vi ayer por la tarde. Con el fresco de la mañana, daba gusto pasear por esos hermosos lugares sin el agobio de la masa y con la belleza de los árboles y arbustos en plena floración. Tampoco me hubiera importado haber estado anoche en el Estadi Olímpic de Barcelona participando, junto a otras 60.000 personas, en el colosal concierto que dio mi admirado Bruce Springsteen, pero no tengo el don de la bilocación ni tampoco una billetera abultada. 

Uno de los grupos de seminaristas de Madrid
A las 8 en punto he presidido la oración de laudes en la amplia y hermosa capilla del seminario. Además de los seminaristas y sus formadores, había un buen grupo de religiosos y laicos. A nosotros -o sea, al Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid- nos habían encargado dirigir la oración de la mañana dentro de una iniciativa eclesial de Oración por las vocaciones en la que, desde ayer viernes a las 11 de la noche hasta mañana domingo a mediodía, participan diversos grupos, parroquias y comunidades de la archidiócesis de Madrid en una especie de maratón de 36 horas ininterrumpidas de adoración, silencio y plegaria. Me parece una excelente iniciativa eclesial en la que participo por primera vez. 

Durante 45 minutos hemos orado con la Liturgia de las Horas ante el Santísimo Sacramento en la fiesta de santa Catalina de Siena, una santa muy admirada por Claret debido a su valiente compromiso apostólico. Luego me he quedado a la Eucaristía presidida por el obispo auxiliar José Cobo Cano. Ha sido una sencilla celebración en la que se palpaba la diversidad de vocaciones en la Iglesia. El obispo se ha referido a la metáfora de la sinfonía para expresar la riqueza que supone ser cristianos como laicos, personas consagradas, religiosos o ministros ordenados.

Capilla del Seminario diocesano de Madrid
Cuando regresaba a casa a pie, las calles y plazas estaban llenándose de turistas, sobre todo el entorno del Palacio Real. El sol comenzaba a calentar. He tenido tiempo para pensar por qué hoy en España son muy pocos los jóvenes que se sienten llamados al sacerdocio o a la vida consagrada. La primera explicación es estrictamente demográfica. Hoy he sabido con tristeza que, por primera vez en la historia de mi país, los mayores de 65 años superamos a los menores de 20. La inversión piramidal es evidente. Si cada vez hay menos niños y jóvenes, no es humanamente imaginable que muchos opten por servir al Señor como consagrados o sacerdotes. Tampoco sus padres los van a animar. 

Pero, más allá de este hecho demográfico y familiar, la razón más profunda tiene que ver con el declive de la fe en nuestra sociedad secularizada y con la imagen poco coherente y atractiva que proyectamos quienes hemos dedicado nuestra vida al ministerio sacerdotal. Por eso, he sentido una profunda admiración por los jóvenes seminaristas distribuidos por los bancos de la capilla del seminario. Muchos de ellos han entrado después de haber concluido sus estudios universitarios. Han tomado una decisión que es contracultural, poco valorada y muy desafiante. Pero estoy seguro de que, en medio de sus crisis y vacilaciones, podrán decir, como Pablo: “Sé de quién me he fiado, y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día” (2 Tim 1,12). 

Jesús no dijo si los trabajadores de la mies tenían que ser curas o no, si iban a ser muchos o pocos, si serían europeos o africanos, asiáticos o americanos. Lo único que nos pidió es que oremos para que el Dueño de la mies envíe obreros a su mies porque esta es abundante y los trabajadores son pocos (cf. Lc 10,2). Eso es lo que estamos invitados a hacer en este fin de semana de manera especial: orar. Y luego esperar con confianza y promover todas las vocaciones. Dios sabrá lo que es mejor para la Iglesia y para la humanidad

Poster de la Jornada de Oración por las Vocaciones 2023 en España




viernes, 28 de abril de 2023

Dios en las cloacas


Me cuesta escribir de estas cosas, pero la realidad se impone. No hay nada más religioso que la realidad. Sin papel celofán y sin Photoshop. Cuando alguien te cuenta con pelos y señales las miserias humanas de un monasterio o lo que se cuece en una cárcel de máxima seguridad en la que hay encerrados jueces y altos mandos de la Guardia Civil, te entran ganas de pegar un puñetazo en la mesa y desconfiar para siempre de la naturaleza humana. Si luego te enteras de cómo funciona la maquinaria interna de los partidos políticos o de los clubes de fútbol, entonces ese poco de confianza que aún quedaba se evapora. Dejemos fuera, por el momento, el mundo empresarial y mediático para no echar más leña al fuego.

Una de las cosas más hermosas de la vocación sacerdotal es que uno está a menudo en contacto con lo peor de la condición humana y con la sublimidad del Misterio. La tentación es considerar que se trata de dos mundos paralelos que no tienen nada en común y que nunca se tocan. La misión, sin embargo, consiste en hacer ver que el Dios en quien creemos ha descendido a los infiernos de la miseria humana como nosotros ni siquiera imaginamos. O, dicho en otras palabras, que la gracia se abre paso en la desgracia. 

Cuando cada domingo recitamos el Credo, decimos que creemos “en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso”. Aparte de la inusitada referencia al procurador romano Poncio Pilato (el único ser humano que aparece con su nombre propio en el símbolo de los apóstoles), siempre me ha desconcertado la alusión a que Jesucristo descendió a los infiernos. El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece una explicación sucinta de esta expresión incomprensible para el hombre moderno.


¿Incomprensible? Quizá no tanto cuando tenemos la oportunidad de asomarnos a las cloacas de nuestra sociedad y caemos en la cuenta de que cada uno de nosotros puede estar inmerso en ellas. Ninguno estamos completamente a salvo. Además de nuestra responsabilidad personal, influyen mucho las circunstancias en las que nos ha tocado vivir y de las que no podemos librarnos fácilmente. Hay empresarios y políticos que son admirados en su vida pública y odiados en la vida privada por su inmoralidad. Hay obispos, sacerdotes y religiosos que parecen ejemplares de día y son viciosos de noche. Hay científicos y artistas que son respetados como eminencias y, en realidad, son maltratadores profesionales. Pero también al revés. Hay alcohólicos, prostitutas y traficantes de droga que son vilipendiados en público y tienen un corazón de oro. La realidad no es siempre lo que parece. 

En cualquier caso, más allá de nuestros juicios apresurados sobre la moralidad o inmoralidad de una persona o de una situación, la fe cristiana confiesa que Jesucristo ha descendido a los infiernos de cualquier condición abyecta. Él sabe lo que significa ser esclavo de la droga, sicario al servicio de una banda urbana, ladrón de guante blanco, abusador de niños, extorsionador de ancianos incautos, político corrupto, eclesiástico arribista, vendedor del propio cuerpo… A diferencia de nosotros, que nos escandalizamos de estas cloacas humanas y que a menudo huimos de ellas, Jesús desciende a los infiernos para arrastrar con él a todos los que no pueden salir por sí mismos de esa cárcel nauseabunda. Su bajada es, en realidad, el primer movimiento de una subida. El descenso es ascensión.


El verdadero cristiano no pierde el tiempo en escandalizarse de la débil naturaleza humana (entre otras cosas porque él o ella puede verse abocado a situaciones semejantes), sino que intenta por todos los medios hacer presente la gracia de Dios en cualquier situación de desgracia. El verdadero cristiano cree a pies juntillas lo que dice Pablo en su carta a los romanos: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Siente rabia cuando un inocente es aplastado o cuando un arrogante se aprovecha del pobre. Le duele que un sacerdote abuse de un niño o lleve una doble vida. Desconfía de la justicia cuando se entera de que algunos jueces se dejan sobornar. Pierde las ganas de votar cuando un día tras otro se destapan casos de corrupción entre los políticos. Pero, tras una primera reacción indignada, sabe que el mal solo se vence de raíz a fuerza de bien. 

La misma persona que me confesaba que fue abusada por un monje cuando era adolescente y que no siempre ha encontrado acogida empática en las autoridades de la Iglesia, me decía a continuación, entre lágrimas, que perdonaba de corazón a quien había abusado de él y que, entre otras cosas, se dedicaba a llevar consuelo y compañía a los presos de una cárcel muy conocida. Respondí a su confesión con un silencio respetuoso, admirativo, desconcertado. Es verdad que quienes han descendido a los infiernos en su vida personal y allí han descubierto el rostro acogedor de Cristo desarrollan una enorme capacidad de hacer presente la gracia de Dios en las cloacas de la existencia humana. ¿No es este un signo incontrovertible y estremecedor de la resurrección de Jesús? Sí, la gracia siempre acaba derrotando al pecado. Hay testigos que pueden contarlo con pelos y señales.

jueves, 27 de abril de 2023

Contando con mujeres y laicos


Hace casi tres décadas, la teóloga norteamericana Megan Mckenna escribió un libro titulado Sin contar mujeres y niños. Historias olvidadas de la Biblia. El título original en inglés era: Not Counting Women and Children: Neglected Stories from the Bible. En España fue publicado por PPC en 1997. Partiendo de la conocida frase de Mt 14,21: “Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”, analiza algunas historias bíblicas en las que las mujeres y los niños, los grandes marginados de la sociedad patriarcal israelita, son protagonistas. He recordado este libro cuando ayer leí que, por decisión personal del papa Francisco, mujeres y laicos tendrán también voz y voto en el próximo Sínodo. La noticia se ha difundido incluso en medios de comunicación que apenas hablan de la realidad de la iglesia.

Técnicamente, seguirá siendo el Sínodo de los Obispos (no un sínodo eclesial en sentido amplio), pero este tímido paso señala una dirección que, sin duda, se desarrollará en el futuro. Como sucede siempre que se producen decisiones parecidas a estas, a unos les parece demasiado poco (apenas un gesto) y a otros les escandaliza (como si estuviera en juego la tradición de la Iglesia). Personalmente, creo más en la eficacia de los pasos coherentes dentro de un proceso de maduración que en revoluciones que parecen resolver todo de golpe y que luego se revelan muy contradictorias e inconsistentes.


Todos somos conscientes de que la Iglesia está enriquecida por diversos ministerios (algunos de los cuales son ordenados) y carismas. Todos sabemos que los conceptos teológicos de comunión y sinodalidad no se identifican con los conceptos políticos de participación y democracia. Todos sabemos -aunque esto no es igualmente asumido por todos- que los laicos en general y las mujeres en particular tienen el derecho y el deber de asumir sus responsabilidades como miembros de la Iglesia, sin que esto signifique eliminar la dimensión jerárquica de la Iglesia y la especificidad de los ministerios ordenados. 

El problema radica en articular, teológica y canónicamente, esta participación. Aquí está el desafío de los próximos años. Como sucede casi siempre, la vida va muy por delante de la reflexión y de la legislación. Por eso, hay que promover a todos los niveles (parroquiales, diocesanos, curiales, etc.) la participación articulada de todos los cristianos en la vida de la Iglesia. Precisamente el próximo libro que vamos a publicar en Publicaciones Claretianas aborda esta temática desde un punto de vista teológico. Se titula “Comunión en la diversidad”. Lo ha escrito un compañero mío que enseña en Roma. Tendré oportunidad de escribir algo sobre él en las próximas semanas. Puede ayudarnos a iluminar el camino que estamos recorriendo.


No sé lo que va a dar de si el Sínodo sobre la sinodalidad (valga la deliberada redundancia), pero si algo puede aportar la Iglesia a sanar este mundo tan fragmentado y excluyente es una visión clara y atrevida de la esencial igualdad de todos los bautizados (de todos los seres humanos) y de su participación en la construcción del reino de Dios. Es hora de sacar más partido de la afirmación de Pablo en su carta a los romanos: “En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Rom 10,12-13). 

Todavía es más explícito en su carta a los gálatas: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). Se necesita mucho tiempo para extraer todas las consecuencias escondidas en estas afirmaciones que no hacen sino traducir el “desestabilizador” Evangelio de Jesús. Esperemos que esta vez no dejemos pasar la gran oportunidad que el Espíritu ofrece a la Iglesia y, a través de ella, al mundo entero. Que el miedo no paralice el flujo de la vida.


miércoles, 26 de abril de 2023

Una calle de cine


No sé por qué les gusta tanto a las productoras el cruce entre la calle Buen Suceso y la calle Tutor. Cada dos por tres cortan ese tramo al tráfico para rodar algunas secuencias de películas o anuncios publicitarios. Debe de ser porque se trata de una zona con poco movimiento de vehículos o porque la combinación de arquitecturas resulta fotogénica. Esta mañana he vuelto a encontrarme con un rodaje. El personal ha sido amable. Habían convertido la esquina de la iglesia del Buen Suceso en un puesto de plantas y flores. 

El cine vive de la impostura. Casi nada es lo que parece. Mary Poppins puede volar, la llanura de Soria puede convertirse en la estepa siberiana por la que viaja el doctor Zhivago y el imperio romano puede caerse en los alrededores de Manzanares el Real. La diferencia entre un documental y una película estriba en el diverso tratamiento que cada género hace de la realidad. Si se me permite la simplificación, los documentales son aristotélicos (apuntan a la realidad) mientras las películas se vuelven platónicas (navegan en las ideas). Necesitamos ambos. Alguien tiene que contarnos con pelos y señales lo que pasa (documentales) y también lo que nos gustaría que pasara o lo que tememos que pase (películas). Los reporteros meten la cámara y el micro donde nosotros no podemos llegar. Nos permiten conocer lo que está sucediendo en Ucrania, en Haití, en la Cañada Real o en el parlamento. Nuestra visión de la realidad depende, en buena medida, de los datos que ellos nos ofrecen. 

Pocas veces somos testigos directos de lo que pasa. Vivimos en la sociedad de la información. Hay reporteros, agencias y medios que nos inspiran confianza y otros que enseguida generan sospechas por sus tendencias manipuladoras. Yo personalmente me fío poco de la prensa escrita. Cada vez me parece más una máquina de propaganda, incluyendo aquellos medios que presumen de ser “independientes”. ¡Y no digamos los medios en manos de los nacionalistas de diverso signo!


Las películas nos acercan a la realidad perforándola. Nos ayudan a ver lo que no vemos. No se limitan a contar historias como hace un documental, sino que van más allá. A veces, nos hacen ver lo que hay detrás de lo que vemos y otras veces nos permiten soñar lo que podría ser. Durante mi adolescencia vi muchas películas en el cine, una media de dos por semana. Me aficioné al séptimo arte. Ahora casi nunca voy a una sala. Me limito a ver algunas películas en la televisión o en la pantalla de mi ordenador. No es lo mismo. 

Los amantes del cine saben muy bien de la magia de una sala. Su amplitud, penumbra, sonoridad y misterio no son comparables a las condiciones de un cuarto de estar o de una habitación personal. Una vez más, el contexto marca la diferencia. Parafraseando a Ortega y Gasset, las cosas son ellas… y sus circunstancias. La película que pienso ver en una sala es Libres. Duc in altum, de Santos Blanco. Se trata de un documental sobre la vida monástica en España. He leído críticas positivas y el tráiler tiene buena pinta. Reconozco que la vida monástica es muy cinematográfica. Ahí están los éxitos de El gran silencio, De dioses y hombres, etc.


Todo esto me lo ha sugerido mi paseo matutino por una calle de cine, que es la mía. La verdad es que, a cuatro pasos, se encuentra también el pequeño Paseo de la Fama madrileño, donde están las estrellas de algunos actores y directores famosos del panorama cinematográfico español. Es una buena forma de empezar un día que se promete caluroso. Es probable que en Madrid nos acerquemos a los 30 grados y eso que estamos todavía empezando la primavera. Mi despacho comienza ya a calentarse con el sol de la mañana. No quiero ni pensar lo que puede suceder en los meses de junio y julio. 

Cuando la canícula aprieta los cines son también un buen refugio. A las notas que aboceté antes, habría que añadir la de la temperatura adecuada: templada en invierno y fresca en verano. Quizá llegue un día en que los productores y directores de una película recomienden cuál es la temperatura ideal para verla, casi como si se tratara de un alimento listo para ser consumido: “Ver preferentemente entre 18 y 22 grados”. Que no cunda el pánico. Quedan casi dos meses para el verano.





martes, 25 de abril de 2023

No hay puerta sin marco


Le tengo mucha simpatía al evangelista Marcos cuya fiesta celebramos hoy. Os ahorro las explicaciones sobre la verdadera identidad de este personaje y sobre su relación con el evangelio que lleva su nombre. No existen pruebas definitivas acerca de quién fue el autor de este evangelio ya que el texto no incluye ninguna indicación precisa. Como se sabe, la tradición cristiana ha atribuido el evangelio a Marcos, discípulo de Pedro. Se trata de un personaje citado en las epístolas de Pablo de Tarso (concretamente en Col 4,10), en los Hechos de los apóstoles (Hch 12,12-25; 13,15; 15,37), donde es presentado como compañero de Pablo​ y en la primera epístola de Pedro, que lo llama “mi hijo” (1 Pe 5,13). 

Aunque algunos críticos modernos cuestionan la verosimilitud de esta tradición, no parece haber ninguna razón convincente por la cual los primitivos cristianos tuvieran que adjudicar la autoría de este evangelio a un personaje oscuro que no fue discípulo directo de Jesús, en lugar de atribuírsela a uno de los apóstoles, como sucede con otros evangelios (Mateo y Juan). Así que, de momento, hasta que la investigación nos dé otro sobresalto efímero, nos quedamos con Marcos como autor de este evangelio.


Más allá de estas discusiones, que probablemente interesan poco a la mayoría de los lectores de este blog, el evangelio de Marcos, que consta de 16 capítulos, relata la historia de Jesús de Nazaret desde su bautismo hasta su resurrección. A diferencia de los otros dos sinópticos (Mateo y Lucas), no hace ninguna referencia a la vida de Jesús anterior al comienzo de su predicación (es decir, a su infancia, adolescencia y juventud en Nazaret). Marcos concuerda con Pablo en que lo verdaderamente importante en Jesús es su muerte y su resurrección. 

Se podría decir, pues, que su evangelio es un relato minucioso de estos acontecimientos finales precedidos de una larga introducción. No obstante, a diferencia de Pablo, en esta “larga introducción” Marcos se ocupa también de consignar los hechos y dichos más importantes de Jesús, teniendo en cuenta que los destinatarios de su evangelio son creyentes que no proceden del judaísmo y que, por tanto, ignoran las tradiciones judías. Eso explica, por ejemplo, que siempre traduzca al griego las expresiones arameas o hebreas que aparecen en el texto.


Un joven amigo mío empezó a pensar en bautizarse después de haber leído de un tirón el evangelio de Marcos hace poco más de cuatro años. ¡Tal fue el impacto que le produjo encontrarse con el Jesús que aparece en este breve relato! Es, por una parte, un Jesús muy humano, pero, por otra, su identidad divina queda clara de principio a fin para el lector contemporáneo. De hecho, el evangelio comienza con estas palabras: “Comienzo [génesis] del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1). Hacia la mitad del libro, es Pedro, como representante del mundo judío, quien confiesa la identidad de Jesús: “Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías»” (Mc 8,29). Poco después de la muerte de Jesús, desde las filas del mundo pagano, “el centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»” (Mc 15,39). Es claro que el autor del evangelio quiere mostrar a los lectores que
la realidad más profunda del hombre de Nazaret es su filiación divina. 

Si yo tuviera que recomendar a alguien que apenas conoce a Jesús por dónde empezar, no dudaría en sugerirle que leyera con calma el evangelio de Marcos. Es probable que no entienda todo, que haya pasajes oscuros que se le escapan por completo y que se sienta desbordado. Pero es más probable todavía que el magnetismo de Jesús acabe seduciéndolo y atrapándolo. 

Jugando con las palabras, podríamos decir que este evangelio es el marco más adecuado para traspasar la puerta que lleva al encuentro con el Mesías. ¡Ojalá muchos cristianos y buscadores pudieran hacer la experiencia!



lunes, 24 de abril de 2023

No es para tanto


Soy un lector empedernido y, desde hace unos pocos meses, también un editor de bajo perfil, que es una forma fina de decir un editor de medio pelo. Ayer, 23 de abril, se celebró el Día Internacional del Libro. Como todos los años, leí y escuché loas al arte de leer, al carácter “sacrosanto” de los libros y a no sé cuántas otras cosas. Este lunes voy a ser un verso suelto. Prometo redimirme más adelante. Que me perdonen los auténticos lectores. Mi impresión es que hoy se escribe regular, se publica demasiado y se lee más bien poco. Creo que muchos libros sobran. No se hundiría el mundo si desaparecieran. Son solo eslabones de la cadena productiva, imprescindible para que las editoriales puedan seguir tirando. 

Tengo la impresión -¡ojalá me equivoque!- de que la mayor parte de los libros que tenemos en nuestras bibliotecas personales, familiares y comunitarias no han sido leídos y, a veces, ni siquiera hojeados o consultados. Salvo casos excepcionales -que, sin duda, los hay- en el asunto de la lectura se da también mucho postureo. Los teléfonos móviles han sustituido en muchos casos a los libros. Los textos breves y los vídeos cortísimos han reemplazado a las obras impresas. ¿Cuántas personas se hacen hoy con un libro de 800 páginas?


En el poco tiempo que llevo como editor me han llegado varios originales de personas que están empeñadas en publicarlos. No es fácil emitir un juicio. Para quien escribe algo, su obra tiene mucho valor. Para quien debe leerla, las cosas no están tan claras. A menudo se trata de refritos de escritos anteriores. O de reflexiones muy personales que difícilmente conectan con los posibles lectores. Es difícil adivinar cuándo un libro va a tener éxito. Hay fórmulas comerciales para producir superventas, pero eso no significa que los libros más vendidos sean los mejores. Aparece uno entre cien o entre mil. 

Como nuestro tiempo es muy limitado, debemos escoger bien los libros que leemos. Podemos guiarnos por los consejos de los entendidos, de nuestros amigos lectores o simplemente por nuestra intuición. Si un libro no nos atrapa en las primeras páginas, siempre podemos dejarlo y sustituirlo por otro. Nadie nos obliga a terminar algo que no nos gusta. Ni siquiera el Ulises de Joyce. Por otra parte, lo que para una persona puede ser un objeto de culto, para otra no pasa de ser un libro pedante, críptico o simplemente aburrido.


¿Exagero si digo que hay más escritores (redactores) que auténticos lectores? Sí, exagero, pero es una forma hiperbólica de poner de relieve que aquella vieja invitación a “tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol” nos ha hecho mucho daño. No me meto con la primera por razones obvias, pero las dos últimas han generado más escritores y ecologistas de los que razonablemente podemos soportar. Así que, como fruto de este Día Internacional del Libro, invito a mis amigos y me invito a mí mismo a escribir un poco menos y leer un poco más. Creo que nos iría mejor en la vida. 

Parece contradictorio que lo diga yo, que todos los días escribo en este blog, además de escribir otras muchas cosas exigidas por mi trabajo. Creo que la mayoría son prescindibles, pero esta es la rueda en la que nos hemos metido. Me dicen mis amigos del campo de la educación que una buena parte del tiempo se les va también en tareas burocráticas: redacción de informes, protocolos de diverso tipo, etc. Habría que vivir más y escribir menos. Me lo aplico. Bueno, otro día haré una loa de los buenos libros para que no se enfaden mis amigos que son lectores de verdad. 

domingo, 23 de abril de 2023

Uno de ellos se llamaba Cleofás


Creo que no hay ningún relato del Nuevo Testamento que me guste más que el de los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35).
Varias veces he escrito en este blog sobre ese maravilloso itinerario de conversión. Hoy vuelvo sobre él porque es el evangelio que se proclama en este Tercer Domingo de Pascua. Me detengo en un detalle que parece secundario. A la altura del versículo 18 se dice que uno de los dos discípulos que caminaban entristecidos de Jerusalén a Emaús “se llamaba Cleofás”. No se indica el nombre del compañero. Se han dado varias explicaciones a esta omisión. Yo me quedo con la que más me interpela, aunque no estoy seguro de que sea la más fundada exegéticamente. 

No se dice el nombre del otro discípulo porque ese discípulo es el lector del Evangelio; es decir, tú y yo. Es hermoso sentirnos dentro de la escena, caminando codo con codo con el tal Cleofás y con ese misterioso viandante que acaba revelándose como el Cristo resucitado. Solo cuando nos introducimos en el relato entendemos por qué se trata de un camino de conversión. O, si se quiere, de una celebración eucarística con sus ritos iniciales, su liturgia de la palabra, su liturgia eucarística y su envío misionero.


Creo que hoy muchos creyentes caminan (caminamos) por la vida “entristecidos”, con la sensación de haber sido timados. Sienten que la fe que profesan desde niños no sirve para afrontar los muchos problemas que experimentamos en la vida diaria. Creen en Jesús, pero les parece que él no responde a sus peticiones, no se hace presente en los momentos más críticos. A menudo, no tienen a nadie con quien compartir esta zozobra interior. Lo primero que Jesús les propone es que pongan palabras a esa tristeza, que compartan con otros la conversación que llevan por el camino, que no tengan miedo de expresar sus preguntas y frustraciones. Es el primer paso para empezar a entender lo que está sucediendo. Solo después pueden acercarse a la Escritura para iluminar sus encrucijadas. 

Si lo hacen con sencillez, experimentarán que su corazón comienza a arder, que algo se mueve por dentro. La Palabra lleva a la Eucaristía, pero antes es preciso que expresemos un deseo: “Quédate con nosotros porque el día va de caída”. Ese “quédate” es un eco del “permanecer” al que Jesús invita a sus discípulos. En el corazón de la Eucaristía, cuando Jesús toma el pan, lo bendice, lo parte y lo reparte, comenzamos a ver. Es la etapa del reconocimiento. Por último, quien es capaz de hablar, escuchar y comer, acaba regresando a la comunidad de la que había huido.


Cada vez me convenzo más de que en el relato de Emaús tenemos las claves esenciales para la evangelización en el mundo moderno. Por eso, hay tantos itinerarios catequéticos y movimientos de espiritualidad que se inspiran directamente en él. Nunca lo agotamos porque siempre descubrimos tesoros nuevos. Lo que importa es no quedarnos encerrados en nuestra duda o frustración. Solo cambiamos cuando nos ponemos en camino. En el camino suceden muchas cosas que no se dan cuando nos quedamos en casa. La primera, la que pone en marcha todo el proceso, es hablar, poner palabras a lo que nos pasa. Por eso, en la evangelización actual, es tan importante la pastoral de la escucha. 

Hay muchas personas que nunca encuentran la oportunidad de compartir con otras lo que viven por dentro. Una de las tareas más hermosas de todo evangelizador es acercarse a ellas (como Jesús hizo en la calzada de Emaús) y preguntarles con discreción qué conversación llevan por el camino. Cuando uno se siente escuchado en profundidad, comienza un proceso de liberación interior que lo lleva mucho más lejos de lo que había imaginado. Las demás etapas irán viniendo con suavidad. El final es claro: la vuelta a la comunidad y la recuperación del entusiasmo misionero.

viernes, 21 de abril de 2023

Se nos rompió el amor


Sí, el título de la entrada de hoy lo tomo de la balada del jerezano Manuel Alejandro que hizo célebre la chipionera Rocío Jurado en la década de los 80 del siglo pasado. Creo que muchos jóvenes de hoy se reconocerían en cuatro de sus versos: “Las cosas tan hermosas / duran poco. / Jamás duró una flor / dos primaveras”. El mensaje es claro: nada dura para siempre, ni siquiera el amor. 

Aunque admiro mucho a Rocío Jurado como cantante, no voy a escribir sobre ella. Tampoco sobre esta canción de desamor que se ha convertido en una especie de himno generacional. Si la menciono es porque ayer me enteré de que una joven pareja a la que casé hace poco más de cinco años ha decidido divorciarse. Este hecho no supone ninguna novedad en sí mismo. En España son muchas las parejas que cada año deciden separarse o divorciarse. El número se ha incrementado en 2021-2022, tras el suave descenso en el primer año de la pandemia. Respeto mucho las decisiones que toman los matrimonios, sobre todo cuando son el resultado de un serio proceso de discernimiento en común. En algunos casos, la separación o el divorcio son el mal menor dado el infierno que están viviendo. Y, más allá del acierto o el desacierto en la decisión, nunca debe faltar por parte de los familiares y amigos la comprensión y un acompañamiento respetuoso y discreto.

Pero eso no significa que, al menos en este caso, no me entristezca la noticia. Creo que mis jóvenes amigos dieron el paso al matrimonio después de un largo período de noviazgo y conscientes de lo que significaba el sacramento. Es verdad que su estilo de vida itinerante, impuesto por razones laborales, no favorecía mucho la relación, pero al principio no creyeron que esto pudiera suponerles un obstáculo insalvable. Eran una pareja joven, dinámica, compenetrada, económicamente estable, con muchos deseos de conocer mundo y con sueños para el futuro en común. Se los veía felices y esperanzados. En sus planes no figuraba poner punto final a la relación. 


Más allá de este caso singular, ¿por qué hoy son muchas las parejas que, tras un período más o menos largo de convivencia, deciden separarse? El fenómeno
ha sido estudiado desde diversos puntos de vista. Cada historia es singular y obedece a razones propias, pero se está volviendo cultural la idea de que los seres humanos no estamos hechos para la fidelidad monógama, de que esta es una concepción obsoleta ligada a la también obsoleta cultura judeocristiana. Emancipados de ella, podemos plantear las cosas de otro modo. Les he escuchado a varios jóvenes frases como estas: ¿Por qué voy a vincularme a una sola persona y perderme así la riqueza que pueden aportarme otras? ¿Por qué hacer compromisos de por vida si cambiamos tanto y no sabemos lo que sucederá mañana? ¿No es más humano y enriquecedor la “monogamia consecutiva” o incluso las diversas formas de poliamor? 

No es el momento de esbozar algunas respuestas a estas preguntas que se repiten a menudo con distintas palabras. Más allá de su pertinencia y actualidad, descubro un fenómeno más profundo que afecta tanto a los que deciden continuar juntos como a quienes optan por separarse. Es la dificultad de combinar el respeto a la sacrosanta autonomía personal (valor supremo en nuestra cultura individualista) con las inevitables renuncias que supone la vida en común. Muchos jóvenes quisieran disfrutar al mismo tiempo de las ventajas que supone una relación estable y de los beneficios de la vida en soledad. Incluso a veces optan por mantener una relación afectiva sin vivir juntos, para no tener que asumir el inevitable desgaste producido por la convivencia.


Amar no es solo experimentar un cosquilleo de mariposas en el estómago y mantener relaciones sexuales satisfactorias. El verdadero amor implica morir a uno mismo para renacer de una forma más plena. Ese “morir a uno mismo” pasa por cosas muy sencillas como ajustar el ritmo de vida a las necesidades de las otras personas con las que vivimos, renunciar a cosas legítimas para buscar lo que satisface a los demás, asumir el peso del cuidado (sobre todo, cuando llega el momento de la enfermedad, la ancianidad o la crisis), etc. Uno puede vivir todo esto como una carga insoportable que le impide disfrutar de su libertad personal. En ese caso, la relación se le volverá pesada y hasta tóxica. O puede vivirlo como una expresión libre de entrega y afecto. En este segundo caso, experimentará que “hay más alegría en dar que en recibir”. 

Naturalmente, el verdadero amor es una sabia combinación de cercanía y distancia, de presencia y ausencia, de afecto y respeto. Quienes conocen bien estas polaridades y se esfuerzan por mantenerlas en una saludable tensión, pueden hacer frente a las normales dificultades que toda convivencia implica. Quienes, por el contrario, no son conscientes de esta dinámica se pueden comparar “a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: ésta se derrumbó, y su ruina fue grande” (Mt 7,28). 

El amor no se rompe cuando está edificado sobre la roca del respeto y la entrega. Muchas parejas dan un admirable testimonio de fidelidad y de alegría. ¡Amar así es posible!



jueves, 20 de abril de 2023

Este es el mejor momento


Un joven de 20 años no suele usar la expresión “en mis tiempos” porque tiene conciencia de que el presente es “su tiempo” y de que, en principio, tiene más futuro que pasado. A partir de cierta edad (¿40-50 años?), las personas empiezan, poco a poco, a referirse a “su tiempo” como una etapa de la vida que está en el pasado y que, coincide, más o menos, con los años de la juventud, como si las demás etapas no fueran tan suyas. Es este un fenómeno curioso. ¿Por qué nos empeñamos en aureolar los años mozos? ¿Somos más nosotros mismos cuando tenemos plenitud de fuerza física y mental, cuando proyectamos el futuro y nos preparamos para él? ¿O se trata de uno de esos mitos que casi nadie discute y que, sin embargo, nos están impidiendo vivir el presente con serenidad y alegría? 

Considerar que la juventud es “mi tiempo” y que los anteriores (la infancia y la adolescencia) son solo una preparación y los posteriores (la madurez y la ancianidad) una progresiva decadencia arruina la vida de muchas personas. Es verdad que yo, por ejemplo, no soy un nativo digital como quienes nacieron ya en este siglo XXI, pero eso no significa que no sea un ciudadano de pleno derecho en esta sociedad de la información. Mi tiempo fue el año 1976, cuando hice mi profesión religiosa con 18 años, y el año 2003 cuando empecé mi tarea en el gobierno general de los claretianos en Roma y el año 2023, cuando tecleo esta entrada para mi blog. Todas las etapas de la vida, desde la niñez hasta la ancianidad, son “nuestro tiempo” si somos capaces de situarnos en cada una de ellas y de aceptar con serenidad sus posibilidades y limitaciones.


Hay personas que se han quedado fosilizadas en sus años mozos. Para ellas lo que cuenta es solo lo que vivieron cuando eran jóvenes. Les gustan las canciones de aquella época, recuerdan los personajes y acontecimientos mundiales más relevantes del pasado, se identifican con las modas de entonces, magnifican a los amigos de los años juveniles, añoran la libertad y osadía con la que vivían, etc. Se comprende esta vuelta a los momentos de máximo esplendor físico porque todos identificamos felicidad con fuerza, pero hay que reconocer que, en la mayoría de los casos, es una vuelta idealizada que tiende a magnificar los aspectos hermosos y positivos y a olvidar o minimizar los feos u oscuros. No ganamos casi nada abandonándonos a la nostalgia y sintiéndonos extranjeros en la patria del presente. 

Creo que uno de los ingredientes de la felicidad, casi un secreto arcano, consiste en vivir cada etapa como “mi tiempo”, sentirnos habitantes del mundo tal como existe en cada momento, aprovechar al máximo todas sus posibilidades. No sé si el mundo era mejor el año que yo nací, cuando era joven o cuando empecé mi tarea ministerial. No sé si éramos más felices cuando no disponíamos de teléfono móvil y jugábamos mucho tiempo en la calle. No sé si había más fe cuando las iglesias se llenaban los domingos o cuando uno se bautiza de adulto. Lo que sí sé es que estoy viviendo en el año 2023 y que no tengo otra alternativa. O aprovecho este tiempo o estoy condenado a ser un extraterrestre.


Las personas que viven al ritmo de cada tiempo no temen cumplir años. Es verdad que pueden ver mermadas sus fuerzas físicas y su salud, pero, a cambio, desarrollan otras dimensiones de la vida que no se dan en las etapas anteriores; sobre todo, la capacidad de relativizar lo que no es esencial, de perdonar de corazón sin dejar lugar al resentimiento, de sentir compasión ante las necesidades del prójimo, de alabar lo bueno de los demás sin envidias ni celos y de afrontar la vida con un suave sentido del humor. Cada día es un pan fresco que se nos concede para que podamos alimentarnos. En el Padrenuestro no le pedimos a Dios que nos dé el pan de un ayer glorioso o el de un mañana prometedor. Le decimos sencillamente: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, que es lo mismo que decir: “Dame la ración imprescindible de salud, serenidad, alegría y fe para afrontar esta nueva jornada que me regalas”. 

Si viviéramos cada día como “nuestro tiempo” encontraríamos muchos más motivos para sentirnos agradecidos, para seguir aprendiendo cosas nuevas y para sintonizar con las nuevas generaciones sin sentirnos obligados a reproducir su estilo. Creo, en definitiva, que hoy es nuestro mejor momento.

miércoles, 19 de abril de 2023

Lo importante es escuchar


He escrito en varias ocasiones acerca de su tarea evangelizadora a través de las redes sociales. Hoy lo hago de nuevo porque el periódico digital español El Debate ha publicado una interesante entrevista que ayuda a comprender mejor las razones que le mueven a anunciar el Evangelio en Internet. Me estoy refiriendo al padre Heriberto García Arias, sacerdote mexicano, amigo y colaborador. Confiesa que “la gente no ha optado por seguirme a mí; en realidad, quiere seguir a Dios”. Creo que este es el objetivo de todo evangelizador auténtico que no se deja dominar por la tentación del egocentrismo o del narcisismo: ayudar a la gente a encontrarse con Dios. Y más en esta sociedad secularizada, en la que conviven el agnosticismo, la indiferencia y la búsqueda espiritual sincera.

Pero, para eso, no bastan las cualidades personales ni las habilidades técnicas. Se necesita la fuerza de la gracia. La oración del padre Heriberto nace de esta constatación. Es sincera y directa: “Señor, si tú me llamas para esto, me tienes que cambiar muchas cosas, porque yo no puedo responder con mis limitaciones a la inmensidad que me estás exigiendo como sacerdote. Así que me tienes que ayudar, ya que sabes hasta dónde llego”. Solo cuando tomamos conciencia de la desproporción que hay entre la grandeza de la misión encomendada y nuestra impotencia humana para llevarla a cabo, dejamos que Dios sea Dios y llegue al corazón de las personas para transformarlo. Como María, aprendemos que, aunque nosotros seamos muy limitados, “para Dios nada hay imposible”. 

Este joven tiktoker es muy consciente del impacto que está produciendo en muchos otros jóvenes. Para acercarse a ellos no esconde ni camufla su condición sacerdotal con los múltiples recursos digitales, no photoshopea su identidad: “Yo me presento como sacerdote y obviamente hablo como sacerdote. Me carcome la palabra de Dios y lo digo. Si a alguien que escucha, le ayuda, soy feliz”. ¿Por qué su mensaje llega a muchos jóvenes que tal vez no frecuentan la Iglesia? Creo que el padre Heriberto lo tiene claro: “Lo más importante, antes de empezar esta misión digital, fue ir a escuchar, sentir y vibrar con los jóvenes. Tenemos que saber cuáles son sus miedos, si no, no les podemos hablar. No les puedes hablar sin comprender lo que están viviendo”.


Esta inmersión en la realidad es el presupuesto de la auténtica evangelización. Es, en el fondo, lo que todos aprendemos de Jesús. Los evangelios nos cuentan lo que hizo y dijo en un breve período de no más de tres años. Sus milagros y parábolas siguen resonando hoy. Nos ayudan a entender la vida, nos ponen en comunión con Dios. Pero, antes de iniciar su ministerio público, Jesús transcurrió tres décadas viviendo como un sencillo israelita en la aldea de Nazaret. Trabajó en el taller familiar, oró en la sinagoga, se divirtió con sus parientes y amigos, observó a la gente campesina, vio los sufrimientos de los pobres explotados, puso palabras a las necesidades y sueños de sus paisanos, cayó en la cuenta de lo que mueve a las personas en la vida. La realidad fue su verdadera escuela.

La estrategia de Jesús se podría resumir en pocas palabras: antes de hablar, escuchó mucho; antes de dar orientaciones, sintió compasión; antes de ponerse en camino, permaneció junto a la gente. Por eso, sus palabras sabían y saben a realidad, conectan con lo que todos albergamos en nuestro corazón, nos dicen algo, hablan de lo que nos pasa por dentro. Si tomamos en serio lo vivido por Jesús tendríamos que cambiar muchas cosas en nuestra forma actual de evangelizar. Tal vez necesitaríamos dedicar menos tiempo al estudio teórico (que siempre es un momento segundo) y mucho más a vivir las experiencias de la mayoría de la gente (que es siempre el momento primero). Primum vivere, deinde philosophari. ¡Hay que vivir antes de filosofar y comunicar!


El padre Heriberto, antes de lanzarse a las redes y de ponerse a estudiar Comunicación en la Universidad de la Santa Cruz de Roma, ha vivido como los jóvenes (incluyendo la práctica del trabajo manual) y con los jóvenes. Con ellos ha buscado a Cristo como si fuera un sheriff del viejo Oeste americano. Los ha entrenado como si fueran soldados de Cristo que se preparan para la batalla de la fe. Ha bailado con ellos para mostrar que Cristo no pasa de moda. Se ha atrevido incluso a contar su historia vocacional para mostrar que no es un bicho raro, que viene del mundo y que quiere compartir con todos la experiencia de haber sido llamado por Jesús para ser uno de sus discípulos. La vida contagia vida.

El tirón mediático que está viviendo en estos últimos tres años años -y que no está exento de grandes riesgos y tentaciones, como él mismo reconoce- es fruto de muchas horas de observación y de escucha. Creo que esto es lo más rescatable para todos los que nos sentimos llamados también a la evangelización. Sin escucha compasiva, no hay palabra creíble. ¿Cómo podemos anunciar, por ejemplo, que Jesús es el camino, la verdad y la vida, si no hemos tomado en serio las preguntas e inquietudes de quienes se sienten confundidos, engañados o perdidos, de quienes tienen miedo o sienten rabia y frustración? Escuchar con atención es el primer paso para hacer ver que Jesús tiene algo importante que decirnos. 

Creo que el padre Heriberto lo ha entendido bien y lo practica mejor: No eres buen sacerdote por el número de seguidores que tengas en las redes. Ahora bien, la Iglesia tiene que salir a la calle. No nos podemos alejar de la gente. Ciertamente, esto implica un peligro, pero ya no es una opción, necesitamos estar ahí. La calle que más frecuentan hoy los jóvenes es, para bien o para mal, la ancha avenida de Internet. Necesitamos estar ahí. ¿Quién le va a prestar a Jesús pies, manos, rostro y voz para que pueda transitarla como en su momento transitó la via maris que pasaba cerca de Cafarnaúm? ¡Pues eso!

martes, 18 de abril de 2023

La "otra fiesta" de la Resurrección


El Hospital General Universitario Gregorio Marañón es grande. Se encuentra en el corazón de Madrid. Lleva el nombre de un ilustre médico humanista y cristiano, Gregorio Marañón (1867-1960), pionero de la endocrinología en España e ilustre escritor. Ayer, a eso de las 6 de la tarde, el hospital estaba tranquilo. Yo me acerqué a uno de los pabellones, subí en el ascensor hasta la planta cuarta y localicé a un compañero mío en la sala de familiares. Estuve charlando un buen rato con él. Lleva más de un mes internado. Lo encontré mejor que la última vez que lo visité. La esperanza nos mantiene vivos. Después de despedirme de él y de algunos familiares que lo acompañaban, descendí a la calle O’Donnell y me fui caminando hasta la estación del metro. 

De regreso a casa, caí en la cuenta de que la visita a mi compañero había sido el reverso de la fiesta que un par de días antes habíamos tenido en la plaza de Cibeles. Allí miles de personas cantaron y bailaron. El motivo era celebrar el triunfo de Cristo, pero no estoy seguro de que esta motivación fuera demasiado explícita en muchos de los participantes, a pesar de que las pantallas digitales exhibían frases alusivas. En el Gregorio Marañón no vi a nadie cantando o bailando. Vi a algunos enfermos, pocos, paseando por los pasillos y a la mayoría en sus camas. Había también visitantes, pero no demasiados. Sus rostros parecían serenos, aunque imagino que la procesión iba por dentro. Es probable que muchos enfermos no asocien su experiencia a la del Cristo sufriente, pero el grado de inconsciencia es mucho menor que el de los participantes en el concierto del sábado. La enfermedad nos despierta por dentro, nos saca de la superficialidad, nos acerca al misterio de la vida y de la muerte.


Cuando todo nos sonríe, es fácil cantar a la vida, bailar con otros y celebrar la Resurrección, pero, ¿qué pasa cuando las cosas se tuercen y somos visitados a traición por la enfermedad y el dolor? A veces, de la noche a la mañana, gente que parecía sana, que llevaba una intensa vida laboral y relacional, recibe el mazazo de un diagnóstico fatídico. Muchos se hunden. Nunca estamos del todo preparados para asumir que nuestra vida se puede malograr o acabar antes de lo que habíamos imaginado. Otros, sacando fuerza de debilidad, asumen la situación y colaboran con los médicos para luchar contra la enfermedad. Unos pocos se sienten muy identificados con el Cristo resucitado que antes ha pasado por la tortura, la crucifixión y la muerte. 

La educación familiar y escolar nos prepara para trabajar, ganar dinero y vivir felices, pero pasa como gato sobre ascuas sobre “la otra cara” de la vida, casi como si no existiera. Se supone que cuando la descubramos encontraremos la manera mejor de afrontarla. En realidad, nos enfrentamos a la enfermedad y al sufrimiento como nos enfrentamos al resto de las dimensiones de la vida. Quien no se ha entrenado para asumir la frustración y no tiene valores en los que fundarse, se viene abajo. Quien sabe que la vida tiene varias caras y todas hay que mirarlas de frente, acepta con humildad la situación y se esfuerza por darle un sentido.


Admiro al personal que trabaja en los hospitales, desde los médicos, enfermeros y técnicos de laboratorio hasta los auxiliares, administrativos y encargados de los servicios de limpieza, cocina y mantenimiento. Ellos contribuyen a humanizar un trance que a todos nos desestabiliza. Estar enfermo -como indica la etimología de la palabra (in-firmus)- significa no estar firme, no tenerse en pie, no valerse por uno mismo. En situaciones de enfermedad, algunas personas se cierran en sí mismas y no quieren ser visitadas, se abandonan a sentimientos de derrota y depresión. Pero la mayoría agradece que haya otras personas cerca en las que poder confiar, personas que cuiden y acompañen, que sean como apoyos firmes para no caerse del todo. 

La enfermedad propia y ajena pone a prueba nuestras convicciones y actitudes, lo que valoramos y lo que despreciamos. Toda enfermedad trastorna nuestros planes. Nadie fija en su agenda un día particular para ponerse enfermo. Tampoco se pueden programar las enfermedades de las personas cercanas. Todo sobreviene sin previo aviso. Por eso, nos obliga a reordenar nuestras prioridades y reajustar nuestros planes. Pero precisamente lo que parece un contratiempo acaba revelándose como una excursión sanadora a “la otra cara” de la Resurrección. Esto es vivir a cabalidad. Lo pensaba ayer mientras el viento de la primavera me azotaba la cara.

lunes, 17 de abril de 2023

La vuelta a Galilea


Entra la luz por la ventana izquierda de mi despacho. Tras la Octava de Pascua, volvemos al trabajo cotidiano. Atrás queda la 52 Semana Nacional de Vida Consagrada, la Fiesta de la Resurrección en la plaza de Cibeles de Madrid, la misa en inglés con el gobierno general y las superioras provinciales de las Damas Negras en Galapagar y tantas otras cosas. 

La vuelta al trabajo es como la vuelta a Galilea. A primera vista, todo es como antes. El mundo no ha cambiado en un par de semanas. Hay trabajos pendientes, citas concertadas, correos por responder y mucho ejercicio de planificación. ¿Qué ha cambiado con la Pascua? Creo que lo que cambia es la perspectiva. El encuentro con el Resucitado en la liturgia de este tiempo hace que valoremos más algunas cosas que forman parte del entramado diario. Escojo tres:


1. El trato con las personas

Cada día nos encontramos con decenas o cientos de personas. Algunas nos caen bien. Son nuestros amigos o simplemente nos gusta su manera de ser, nos hace bien frecuentarlas. Otras nos resultan casi indiferentes. Algunas -ojalá muy pocas- nos parecen antipáticas, son como una piedra en el zapato. No nos gusta ni su carácter ni su modo de comportarse. Nos resulta difícil un trato amable y cercano con ellas. ¿Cómo aprender a tratar a las personas, a todas las personas, con más atención, respeto y amabilidad? Los saludos corteses, la superación de chismes y habladurías y la comunicación clara y compasiva son expresiones de este “trato pascual”. 

Cada persona es única, libra batallas que a menudo desconocemos, necesita reconocimiento. En nuestra mano está comportarnos como personas tóxicas e intoxicantes o como personas que descontaminan los espacios en los que se mueven. ¿Por qué exhibir actitudes arrogantes y prepotentes? ¿Por qué mirar a los demás por encima del hombro? ¿Por qué ser groseros y desagradecidos? ¿Por que omitir los saludos o usar palabras gruesas y ceño fruncido? El Resucitado nos ha perdonado, como perdonó a Pedro y al resto de los apóstoles cobardes. Nos ha confiado de nuevo una misión. ¿No deberíamos reflejar esta nueva etapa recreando nuestras actitudes con respecto a los demás? La misión comienza en la propia casa o comunidad.

2. La responsabilidad en el trabajo

Hay muchas personas que realizan su trabajo con competencia, honradez y amabilidad. Gracias a Dios, yo estoy rodeado por personas así. Puedo trabajar con serenidad y dedicación. Pero todos sabemos que en el mundo laboral abundan también las personas ineptas, tramposas y groseras. Cuando, por ejemplo, paseo por las calles de Madrid y veo el trabajo diario del personal de limpieza urbana siempre me hago la misma reflexión. Su trabajo sería casi innecesario si los ciudadanos tuviéramos una mayor conciencia cívica y no arrojásemos al suelo papeles, chicles, cajetillas de tabaco, latas de bebidas, etc. ¿Por qué nos comportamos como gente incivilizada cuando tenemos a nuestro alcance papeleras y contenedores? ¿Por qué complicamos las cosas en vez de facilitarlas y abaratarlas? El ejemplo podría extenderse al mundo de los servicios públicos, las empresas privadas, etc. 

La misma pregunta me he hecho paseando por los bosques de mi pueblo. Cada vez que he encontrado en las cunetas de los caminos forestales latas de cerveza o botellas de plástico se me ha encendido el piloto rojo de la ira. ¿Quiénes son los desalmados que se permiten arrojar desde la ventanilla de sus vehículos estos desperdicios sabiendo el enorme daño eclógico que producen y el trabajo que supone recogerlos? El encuentro con el Resucitado nos hace responsables en nuestro trabajo, ahorra a los demás esfuerzos innecesarios, no malgasta los bienes comunes, piensa siempre en cómo mejorar las cosas, no en cómo estropearlas.

3. El orden de prioridades

Por último, la Pascua también altera el orden de nuestras prioridades. En la vida necesitamos satisfacer muchas necesidades de orden físico, psíquico, moral y espiritual. En otras palabras, necesitamos comer, trabajar, descansar, relacionarnos, divertirnos, etc. Pero la diferencia entre nosotros y los animales es que, a la hora de satisfacer las diversas necesidades, no nos guiamos solo por nuestros instintos y apetencias, sino, sobre todo, por nuestros valores. 

Esto nos permite establecer un orden de prioridades, dar tiempo e importancia a lo que realmente lo merece y preterir la satisfacción de lo que consideramos secundario. Cuidar nuestra vida espiritual y atender a las necesidades de los demás es más importante que disfrutar de nuestro derecho a las vacaciones o que renovar nuestro vestuario. Quizá uno de los problemas que hoy tenemos es que casi todo se coloca al mismo nivel. Nos dejamos guiar más por las presiones y los gustos que por nuestras decisiones libres.


Galilea (es decir, nuestro lugar habitual de vida) sigue siendo el escenario en el que nos encontramos con el Resucitado, pero necesitamos afinar mucho la vista y aguzar el oído. Si no, tendremos la impresión de que todo es “más de lo mismo”.