lunes, 3 de abril de 2023

El odio al domingo


La prensa digital está llena de noticias previsibles, pero también de sorpresas. Hoy, Lunes Santo, me llama la atención un artículo de título infinito: El lunes ya no es lo peor: ¿qué ha pasado para que el domingo nos resulte el día más triste de la semana? Tradicionalmente se consideraba que el lunes era el peor día de la semana porque marcaba la vuelta al trabajo o al colegio. En España se convirtió casi en un himno la canción de Mecano Hoy no me puedo levantar. Ese hoy se refería al lunes. En aquella época era difícil levantarse de buen humor porque “el fin de semana me dejó fatal”. 

Parece que en la actualidad el peor día de la semana ya no es el fatídico lunes, sino el aburrido domingo. El artículo explora las razones por las que para muchas personas de Europa y de América el domingo es un día triste. En las lenguas anglosajonas y nórdicas, el primer día de la semana es “el día del sol”: Sunday en inglés, Sonntag en alemán, Söndag en sueco, etc. En la mayoría de las lenguas latinas, el domingo es “el día del Señor”: dies dominicus (latín), domenica (italiano), domingo (español), domingo (portugués), dimanche (francés), diumenge (catalán), etc. En otras lenguas se lo denomina “día de no trabajo”: neděle en checo; niedziela en polaco, etc.


Cuando la fe en el Señor Resucitado desaparece del horizonte de nuestra vida, entonces el domingo se convierte en un “no día”, en un día vacío. El resto de la semana está ocupado por el trabajo, pero cuando no trabajamos ni celebramos la fe, entonces solo queda una sensación de vacío que hay que rellenar a base de entretenimiento… o de aburrimiento. Cuando yo era niño, la gente se vestía “de domingo” para participar en la misa dominical y vivir una jornada festiva de marcado carácter familiar. Hoy muchas personas se pasan el domingo en chándal, arrellanadas en el sofá de su casa, consumiendo televisión o yendo al supermercado. 

En el fondo, el domingo se ha vuelto el día más triste de la semana porque es el día de la “gran ausencia”. Somos más conscientes de que hemos perdido algo importante que no puede ser sustituido por un partido de fútbol, una serie de televisión o un paseo por el parque. Odiamos lo que añoramos. Hemos “matado a Dios” y no hemos sido capaces de sustituirlo por ningún ídolo. El “día del Señor” se ha convertido en el “día de los señores”, pero ninguno de ellos tiene la capacidad de llenarnos de alegría y de crear lazos entre nosotros.


No es esto lo que yo he visto en África, en Asia y en muchos lugares de Latinoamérica. Allí los cristianos esperan que llegue el domingo. Se visten con sus mejores trajes, se ponen en camino (a veces tienen que caminar varios kilómetros) y gozan de la eucaristía, que raramente dura menos de 90 minutos, lo que dura un partido de fútbol. Se sienten contentos por encontrarse una vez a la semana con los demás miembros de la comunidad. Disfrutan orando, cantando y danzando. A menudo, tras la misa, comparten algunos alimentos y continúan la fiesta. Lo suyo no es puro entretenimiento, sino una auténtica recreación. Celebrando el “día del Señor”, recrean su fe, sus vínculos comunitarios y sus compromisos misioneros. Regresan a sus casas contentos, pacificados y con ganas de afrontar la semana con nuevo ánimo. 

Alguna vez también nosotros vivimos así el domingo, pero hace ya mucho tiempo que la sociedad de consumo se ha ido encargando de robárnoslo y de sustituirlo por un día vacío, nihilista, aburrido. En el fondo, la pérdida del domingo no es más que un símbolo de la pérdida de un estilo de vida que colocaba la fe en el centro y, desde ella, iluminaba todas las dimensiones de la vida: la familia, las relaciones sociales, el ocio, etc. Somos libres para rechazar esa fe iluminadora, pero luego no nos quejemos de padecer sus consecuencias. 

No es cuestión de volver la vista atrás. Hace 25 años, san Juan Pablo II se dio cuenta de este fenómeno; por eso, nos ayudó a afrontarlo con la carta apostólica Dies Domini que, pasados cinco lustros, cobra actualidad. Hay que mirar adelante, no a lo que hemos perdido, sino a lo que podemos encontrar. El domingo es el día de la eterna novedad porque es el día en el que celebramos la Resurrección del Señor. El acontecimiento es demasiado nuevo como para que percibamos toda su fuerza y riqueza.



1 comentario:

  1. Gracias por ayudarnos a tomar conciencia de esta realidad.

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