jueves, 20 de abril de 2023

Este es el mejor momento


Un joven de 20 años no suele usar la expresión “en mis tiempos” porque tiene conciencia de que el presente es “su tiempo” y de que, en principio, tiene más futuro que pasado. A partir de cierta edad (¿40-50 años?), las personas empiezan, poco a poco, a referirse a “su tiempo” como una etapa de la vida que está en el pasado y que, coincide, más o menos, con los años de la juventud, como si las demás etapas no fueran tan suyas. Es este un fenómeno curioso. ¿Por qué nos empeñamos en aureolar los años mozos? ¿Somos más nosotros mismos cuando tenemos plenitud de fuerza física y mental, cuando proyectamos el futuro y nos preparamos para él? ¿O se trata de uno de esos mitos que casi nadie discute y que, sin embargo, nos están impidiendo vivir el presente con serenidad y alegría? 

Considerar que la juventud es “mi tiempo” y que los anteriores (la infancia y la adolescencia) son solo una preparación y los posteriores (la madurez y la ancianidad) una progresiva decadencia arruina la vida de muchas personas. Es verdad que yo, por ejemplo, no soy un nativo digital como quienes nacieron ya en este siglo XXI, pero eso no significa que no sea un ciudadano de pleno derecho en esta sociedad de la información. Mi tiempo fue el año 1976, cuando hice mi profesión religiosa con 18 años, y el año 2003 cuando empecé mi tarea en el gobierno general de los claretianos en Roma y el año 2023, cuando tecleo esta entrada para mi blog. Todas las etapas de la vida, desde la niñez hasta la ancianidad, son “nuestro tiempo” si somos capaces de situarnos en cada una de ellas y de aceptar con serenidad sus posibilidades y limitaciones.


Hay personas que se han quedado fosilizadas en sus años mozos. Para ellas lo que cuenta es solo lo que vivieron cuando eran jóvenes. Les gustan las canciones de aquella época, recuerdan los personajes y acontecimientos mundiales más relevantes del pasado, se identifican con las modas de entonces, magnifican a los amigos de los años juveniles, añoran la libertad y osadía con la que vivían, etc. Se comprende esta vuelta a los momentos de máximo esplendor físico porque todos identificamos felicidad con fuerza, pero hay que reconocer que, en la mayoría de los casos, es una vuelta idealizada que tiende a magnificar los aspectos hermosos y positivos y a olvidar o minimizar los feos u oscuros. No ganamos casi nada abandonándonos a la nostalgia y sintiéndonos extranjeros en la patria del presente. 

Creo que uno de los ingredientes de la felicidad, casi un secreto arcano, consiste en vivir cada etapa como “mi tiempo”, sentirnos habitantes del mundo tal como existe en cada momento, aprovechar al máximo todas sus posibilidades. No sé si el mundo era mejor el año que yo nací, cuando era joven o cuando empecé mi tarea ministerial. No sé si éramos más felices cuando no disponíamos de teléfono móvil y jugábamos mucho tiempo en la calle. No sé si había más fe cuando las iglesias se llenaban los domingos o cuando uno se bautiza de adulto. Lo que sí sé es que estoy viviendo en el año 2023 y que no tengo otra alternativa. O aprovecho este tiempo o estoy condenado a ser un extraterrestre.


Las personas que viven al ritmo de cada tiempo no temen cumplir años. Es verdad que pueden ver mermadas sus fuerzas físicas y su salud, pero, a cambio, desarrollan otras dimensiones de la vida que no se dan en las etapas anteriores; sobre todo, la capacidad de relativizar lo que no es esencial, de perdonar de corazón sin dejar lugar al resentimiento, de sentir compasión ante las necesidades del prójimo, de alabar lo bueno de los demás sin envidias ni celos y de afrontar la vida con un suave sentido del humor. Cada día es un pan fresco que se nos concede para que podamos alimentarnos. En el Padrenuestro no le pedimos a Dios que nos dé el pan de un ayer glorioso o el de un mañana prometedor. Le decimos sencillamente: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, que es lo mismo que decir: “Dame la ración imprescindible de salud, serenidad, alegría y fe para afrontar esta nueva jornada que me regalas”. 

Si viviéramos cada día como “nuestro tiempo” encontraríamos muchos más motivos para sentirnos agradecidos, para seguir aprendiendo cosas nuevas y para sintonizar con las nuevas generaciones sin sentirnos obligados a reproducir su estilo. Creo, en definitiva, que hoy es nuestro mejor momento.

1 comentario:

  1. En este tema veo todo un panorama muy diverso. Hay personas que viven siempre con la añoranza porque no son capaces o no han tenido la oportunidad de ir cerrando etapas para dejar entrar otras de nuevas.
    Hay quien se queda anclado en el pasado, por diversas causas y/o experiencias negativas que le hacen vivir con miedo a ir avanzando.
    Cuando se va entrando en edad, veo que hay personas que viven con serenidad y expresan: “doy gracias a Dios por un día más de vida…” y mañana lo mismo. Saben vivir al día aprovechándolo al máximo. Es más fácil encontrar estímulos para ir viviendo el día a día, que no querer asumir toda una etapa a la vez.
    Estoy de acuerdo contigo, Gonzalo, en que: “… hoy es nuestro mejor momento”. Gracias.

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