sábado, 30 de abril de 2022

Nuestro jefe es un traidor


Termina el mes de abril. Escribo esta entrada casi al final del día. Todo se ha precipitado. A mediodía hemos concluido el capítulo de la provincia polaca, no sin algún sobresalto de última hora. Mi amigo Miguel Márquez, prepósito general de los carmelitas descalzos, me envía la crónica de su reciente viaje a Ucrania. Es un relato estremecedor. Lo devoro en pocos minutos. Las numerosas fotos le dan realismo y belleza. No es lo mismo leer las crónicas periodísticas que el testimonio de alguien que ha celebrado la muerte y resurrección de Jesús en ese martirizado país.

Escucho también el podcast de los periodistas John Carlin y Charlie Castaldi sobre el conflicto ucraniano. Ambos coinciden en que pocas veces -o nunca- han tenido tan claro hacia dónde se inclina la balanza. Putin se ha inventado una guerra a la medida de sus intereses y megalomanía. No es saludable ni justa la equidistancia moral. Mientras escribo, a pocos metros de mí, un cuarteto está interpretando diversas piezas. Me cuesta concentrarme porque la música me arrastra.


En este contexto de tantas contradicciones, he caído en la cuenta de que nuestro jefe es un traidor. Puede que algunos piensen en el presidente de mi país. Reconozco que hay argumentos sobrados para pensarlo, pero ya se sabe que en política a la traición se la llama cambio de estrategia. Algunos extremistas pondrán su diana en el papa Francisco. Muchos piensan que ha traicionado a la Iglesia. Pero no. No estoy pensando ni en Pedro Sánchez, ni en el papa Francisco ni en ningún otro líder político o religioso actual. 

Estoy pensando en un pescador de Betsaida llamado Pedro. Me lo recuerda el Evangelio de mañana (Jn 21,1-19). Presumía de ser amigo y lugarteniente de Jesús, pero en el momento de dar la cara lo negó. Acabamos de recordar su historia de traición hace un par de semanas. A su lado, nuestras traiciones parecen de tono menor. Cualquier otro líder lo hubiera fulminado, pero Jesús no era “cualquier otro líder”. Tras la resurrección, le encarga apacentar el rebaño de la incipiente comunidad. No le pide que examine la inconsistencia de su respuesta, ni siquiera que se arrepienta de su traición. Y tampoco le exige que se someta a una terapia de choque, como haría hoy cualquier responsable eclesiástico con los subordinados que hubieran incurrido en un escándalo. Lo único que hace Jesús antes de confiarle la misión es preguntarle por tres veces si lo ama. No hay terapia más reparadora que el amor.


El relato nos resulta tan familiar, quizás incluso tan trillado, que ya no percibimos su fuerza. Pero, leído con un poco de distancia, nos cuenta algo escandaloso: Jesús confía el liderazgo de la comunidad de sus discípulos a un traidor. Y, para colmo, ni siquiera le exige que se retracte públicamente de su traición o que haga un mes de ejercicios ignacianos. Ironías aparte, Jesús nunca deja de sorprendernos. Siempre sale por donde menos imaginamos. Casi siempre escoge un camino que no se parece a los nuestros. 

Hoy vivimos traiciones y escándalos de diversa índole. En el pasado era frecuente “taparlos” (cover up) para que no dañaran la imagen de la Iglesia. Hoy, escarmentados de una actitud ruin y cobarde, nos hemos pasado al extremo contrario. Si alguien comete un crimen o un pecado grave no hay redención para él o para ella. Toda la vida debe arrastrar ese sambenito. Nos parece que de esta manera nos convertimos en adalides de la tolerancia cero. Nos curamos en salud. Nadie nos podrá echar en cara que no hemos actuado con contundencia, aunque sea burlando los procedimientos.

¡Qué lejos estamos de lo que haría Jesús! Ni en la cobertura hipócrita ni en la condena sin paliativos nos parecemos en él. Por eso, más nos vale caer en sus manos que en las de nuestros semejantes. Pedro, nuestro primer líder, supo bastante de esto. Hoy no hubiera pasado el filtro en un normal proceso de canonización. Sin embargo, lo veneramos como san Pedro.  Vivir para ver.

viernes, 29 de abril de 2022

Aprender a vivir de otra manera


En los lugares donde el invierno es recio la primavera es particularmente hermosa. Es el caso del pueblo polaco de Krzydlina Mała en el que me encuentro desde hace una semana. Tras un par de días de lluvia, disfrutamos de un sol intenso y de una temperatura que sube hasta los 18 grados. Pasear por los campos, cubiertos de hierba verde y abundantes margaritas, ver los pequeños jardines comunales adornados con motivos pascuales o ver cómo los álamos y los chopos se cubren de hojas frescas es una inyección de esperanza en este tiempo oscuro que vivimos. 

Nuestro capítulo toca a su fin. Mañana terminaremos. Cada uno regresará a su comunidad. Hoy, al final de la mañana, hemos visto un vídeo grabado por nuestros misioneros que viajaron a Ucrania hace unas semanas para llevar ayuda a los desplazados. Cualquier gesto de solidaridad es como un brote de primavera. Nos devuelve la esperanza en los seres humanos.


Leo que en un encuentro con los embajadores de la Unión Europea, Garri Kasparov ha hecho unas declaraciones preocupantes sobre Putin a propósito de la guerra en Ucrania. A diferencia de los jugadores de ajedrez, que tienen que seguir unas reglas muy estrictas, Kasparov compara a Putin con un jugador de póker: “Espera engañarse a sí mismo para ganar con una mano débil”. A juicio del ajedrecista ruso, la Unión Europea no debe jugar con Putin. Debe involucrarse mucho más para que Putin no gane esta partida. 

Mientras se suceden los análisis y las declaraciones, la guerra sigue su curso. Los agresores tienden a interpretar la paciencia de los agredidos como debilidad, pero quizá llegue un momento en que haya que dar un puñetazo en la mesa y decir: “Hasta aquí hemos llegado”. De lo contrario, los crímenes permanecen impunes y mucha gente sigue sufriendo y muriendo. Los dictadores juegan con las reglas democráticas para llevar adelante sus planes, ignorando que, tarde o temprano, acaban siempre perdiendo. Lo malo es el alto precio que hay que pagar.


Durante estos días no he dispuesto de mucho tiempo para seguir con detalle las noticias. El ritmo del capítulo es muy absorbente. Por otra parte, viendo la tranquilidad de este pueblo, es difícil entender por qué a muchas personas les gusta tanto vivir en megalópolis erizadas de problemas cuando podríamos llevar ritmos de vida mucho más sanos en poblaciones a medida del hombre.  En este sentido, Alemania es un país que ha evitado la concentración de la población en unas pocas grandes ciudades. Ha sabido distribuirse por todo el territorito creando ciudades de tamaño medio que aseguran todos los servicios sin padecer los males de las grandes urbes. 

Aunque sé que caminamos hacia una urbanización creciente (particularmente exagerada en los países del tercer mundo), intuyo que pronto volveremos nuestros ojos al campo, redescubriremos el placer y la belleza de ritmos de vida más tranquilos, en los que sea posible un mayor contacto con la naturaleza y con nuestros semejantes. Envidio a los agricultores de este pequeño pueblo polaco. Quien está tan en contacto con la tierra (cultivo) y con el cielo (culto), es la verdadera persona “culta”. Me temo que caminamos hacia una incultura preocupante.


jueves, 28 de abril de 2022

Otros acentos juveniles


No podemos vivir con el miedo pegado al cuerpo. Aquí en Polonia se ven las orejas al lobo. Se comienza ya a hablar de la posibilidad de que Rusia estire sus tentáculos hasta esta tierra que sabe muy bien en qué consiste ser invadida. La gente no teme a los rusos como pueblo, pero sí a su gobierno. Cada día que pasa aumenta la inquietud.

En este clima de serena preocupación, anoche escuchamos la voz de cuatro jóvenes polacos que quisieron compartir con nosotros su visión de la Iglesia y lo que esperan de ella. Son jóvenes de hoy. Externamente nada los distingue de la mayoría de su generación. Los cuatro (dos chicos y dos chicas) son nativos digitales y políglotas (como buenos polacos). 

Entienden que la Iglesia, con todas sus limitaciones, es su hogar. Podrían subirse a la ola de la indiferencia o de la crítica sistemática, pero prefieren mirar la realidad desde dentro, no desde fuera. Ellos son la Iglesia, no solo los obispos y los sacerdotes. Durante una hora escuché su testimonio traducido del polaco al español y al francés. Cada uno de ellos se expresaba también en una o dos de estas cuatro lenguas europeas: alemán, inglés, español e italiano. Esto facilitó las conversaciones de tú a tú. 

Hubo varias cosas que me sorprendieron. Si este encuentro se hubiera producido en España, Italia o algún otro país meridional, es casi seguro que se hubiera centrado en criticar a la Iglesia por los escándalos recientes. O quizá en acentuar la urgencia de las cuestiones sociales y la fuerza que da la fe para luchar contra la corrupción y hacer un mundo más justo, solidario y sostenible. Este es el lenguaje que domina en muchos círculos juveniles cristianos. ¡Claro que los cristianos tenemos que empeñarnos en estas causas! Lo que importa es saber por quién lo hacemos y dónde nos situamos.


Los jóvenes polacos hablaron sobre la importancia que tiene para ellos la Eucaristía y también la confesión, después de haber dedicado todo un año a profundizar sistemáticamente en estos dos sacramentos. Agradecieron la tarea de los sacerdotes que los acompañan. Valoraron su disponibilidad para la escucha, la buena preparación de las homilías, su sentido del humor y su capacidad para pedir perdón cuando comenten errores. Expresaron también su preocupación por la escasez de vocaciones al sacerdocio y por la salida de los muros de la Iglesia hacia las personas que buscan un sentido a sus vidas. 

Mientras los escuchaba en silencio, pensaba que entre los jóvenes europeos hay muchas tribus, que no se puede hacer un retrato robot aplicable a todos. Junto a los jóvenes frívolos que ocupan algunos programas televisivos, las revistas del corazón y los botellódromos, hay jóvenes que tienen otra visión de la vida. Están redescubriendo con fuerza los tesoros que a veces los cristianos adultos no sabemos valorar. Me sorprendió el entusiasmo con el que hablaban de la Eucaristía y de la confesión. Nada que ver con el desdén y la autosuficiencia que a menudo se percibe en jóvenes de otros lugares. Ninguna crítica pueril acerca de lo aburridas que son las misas o de la insignificancia de la confesión. Para ellos, los sacramentos son lugares de encuentro con Jesús, fuente de alegría y de sentido y fuerza para su compromiso cristiano. ¡Para quitarse el sombrero!


Creo que los sacerdotes tendríamos que valorar más nuestra vocación de dispensadores del Misterio. No hay nada mejor que podamos ofrecer que el regalo de los sacramentos. La Iglesia nos ha encargado celebrarlos con dignidad, convicción y fe. Nosotros nos empeñamos en denunciar la “sacramentalización” excesiva, cuando quizás el verdadero problema es que no creemos en su eficacia y que, sin darnos cuenta, contagiamos este escepticismo a los demás. Un sacerdote que preside la Eucaristía consciente de que Cristo se hace presente en medio de nosotros transforma más a su comunidad que otro que se dedica a organizar muchas cosas, pero no es capaz de transparentar al Cristo que representa. 

¿Supone esto una vuelta hacia atrás, como suelen decir quienes hablan de sacramentalización excesiva? No lo creo. Me parece, más bien, que supone un gran paso hacia adelante. La Iglesia no necesita pastores para organizar cosas que muchos laicos saben hacer mejor, sino para representar al Cristo que acompaña a su pueblo y lo nutre con la fuerza de la Palabra y de los sacramentos. ¡Claro que esto tiene muchas consecuencias en el plano personal y social, pero nunca deberíamos perder el norte! Lo pensaba después de haber escuchado a cuatro jóvenes que sonaban de manera diferente a como estoy acostumbrado en los ambientes en los que me muevo. Siempre se aprende.



miércoles, 27 de abril de 2022

No es fácil soñar


Llegan noticias inquietantes de Rusia y de Ucrania. La situación empeora. Parece que no ha servido de mucho la entrevista del secretario general de las Naciones Unidas con Putin. Aquí en Polonia hay miedo a los rusos. Temen que se repita la historia. Mientras, no sabemos bien qué hacer. ¿Es solo cuestión de esperar? ¿Qué hilos hay que mover para que este conflicto encuentre una salida? Estas preguntas nos acompañan como trasfondo mientras realizamos el VII Capítulo de la Provincia claretiana de Polonia. Sus misioneros están presentes en Polonia, Bielorrusia, Siberia, Ucrania y en dos países del África occidental: Costa de Marfil y Burkina Faso. 

Gracias a Dios, contamos con la ayuda de dos traductores polacos: un joven sacerdote de la diócesis de Wroclaw que traduce al español y un religioso vicentino que traduce al francés. El primero ha estudiado en Pamplona y el segundo en París. Ambos están realizando un trabajo excelente porque tienen un gran dominio del español y del francés respectivamente. Sin su ayuda, resultaría imposible la tarea de animación del Capítulo. Mi polaco no va más allá de algunos saludos mal pronunciados.


La segunda etapa del capítulo consiste en “soñar el futuro” de la Provincia para los próximos seis años, abrirnos a la novedad que Dios quiere para este grupo de misioneros. Si en la mayoría de las culturas el “sueño” se identifica con algo quimérico e irreal, en la polaca este riesgo se agudiza. Los polacos tienen una mentalidad muy práctica, muy a ras de suelo, como me ha dicho uno de ellos. Les cuesta soñar, imaginar que las cosas pueden ser de otra manera, que el futuro se anticipa en el presente. Quizá, por eso mismo, necesitan ensayar este camino. Los grupos que no sueñan permanecen bloqueados en la dulce rutina de la repetición. Pierden oportunidades de crecimiento. En cierto sentido, renuncian a vivir. 

Mientras presentaba esta nueva etapa, caía en la cuenta de la importancia de las palabras que usamos y de la distinta resonancia que tienen en cada uno de nosotros. Para mí, por ejemplo, la palabra “sueño” (dream, sogno, rêve) evoca una realidad positiva, prometedora y energizante. Para otras personas, sin embargo, “sueño” significa quimera, pesadilla y huida de la realidad. 

Además de las distintas resonancias en cada persona, hay que prestar atención al significado que estas palabras tienen en cada lengua. Si yo digo en inglés –con Martin Luther King– “I have a dream” (Tengo un sueño), estoy conectando con una corriente bíblica que se remonta a los profetas. Isaías, Daniel y Joel, por ejemplo, son libros cargados de sueños. Tal vez si digo eso mismo en polaco (“Mam marzenie”), las personas que lo escuchan experimentan otro tipo de sentimientos. De ahí que las traducciones no pueden ser siempre literales. Necesitan captar, hasta donde sea posible, las resonancias que cada vocablo produce en los hablantes.


Jesús nos ha embarcado a sus seguidores en el gran sueño del reinado de Dios. Este sueño no supone una escapatoria de la vida real, sino la fuente de energía para comprometernos con la transformación de este mundo. Las bienaventuranzas son como la carta magna del sueño de Jesús de un mundo nuevo. Es probable que para aquellos que ven el mundo con ojos pragmáticos constituyan un hermoso brindis al sol, pero para quienes han hecho de la fe en Jesús la razón de su vida constituyen un horizonte de sentido y un motivo de compromiso. 

¿Por qué unas personas sueñan y otras no? Entre las diversas razones que influyen, hay una determinante: el propio perfil psicológico. Hay caracteres que propenden a los sueños y otros que son casi refractarios, sin que en esta inclinación o disgusto intervenga mucho la voluntad. Una segunda razón tiene que ver con las experiencias vividas. Cuando uno ha tenido sueños desde niño y estos sueños se han ido concretando en proyectos de vida e incluso en éxitos, entonces soñar se convierte en una actividad energética. Cuando, por el contrario, uno ha ido de frustración en frustración, asocia la palabra “sueño” a algo irrealizable e incluso dañino para el equilibrio personal. Hablando se entiende la gente.

lunes, 25 de abril de 2022

Los niños sí saben sonreír

Iglesia parroquial de Krzydlina Mała durante la misa de ayer domingo
Ayer domingo empecé la jornada con un desayuno de otra época: huevos revueltos, embutidos, mantequilla, mermelada, fruta, chocolate, té, etc. Incumplí todos mis criterios dietéticos y buena parte de mis hábitos alimentarios. Había que empezar el día con fuerza y buen ánimo. Antes de la misa con la gente del pueblo en la pequeña y encantadora iglesia parroquial de Krzydlina Mała, llevada por los claretianos, visitamos el cercano orfanato dirigido por las Hermanas Educadoras de Notre Dame, que llevan en este pueblecito desde 1861. Ahora son siete hermanas en la comunidad. Con la ayuda de algunas cuidadoras profesionales, se hacen cargo de 50 huérfanos polacos y de 19 ucranianos que hace solo unas semanas han llegado a su hogar. Uso deliberadamente esta palabra –hogar– porque esa es la impresión que me produjo cuando recorrí las diversas estancias de la casa y pude ver a los niños: desde recién nacidos en sus cunitas de colores hasta adolescentes. Se respiraba un verdadero aire de familia. Nada que ver con esas películas antiguas en las que los orfanatos parecían cárceles para menores.

Muchos serán adoptados por familias polacas, pero, antes de ese momento, pasan en el centro algunos meses o años. Las hermanas han sabido crear un clima familiar, alegre y esperanzado. Los 19 huérfanos ucranianos son todos muy pequeños. Creo que ninguno supera los cuatro o cinco años. Varios tienen solo unos meses. Han venido de Ucrania acompañados por cuatro doctoras y enfermeras que no hablan polaco. La comunicación con ellas no es fácil. Mientras los niños sonreían cuando los acariciábamos o les dábamos caramelos, las cuatro mujeres esbozaban a duras penas una mueca cargada de tristeza. Su mirada era ausente, como si el cuerpo estuviera aquí, pero su espíritu vagase por las casas destruidas y las fosas comunes de su país.

Noté que los niños se pegaban a nosotros. Algunos me pidieron que los elevara por encima de mi cabeza en una especie de viaje imaginario a un cielo cercano. La hermana directora me aclaró que, acostumbrados a asociar el hábito negro de las religiosas a la ternura y al cariño, se apegan a cualquiera que vaya vestido con colores oscuros. Nosotros íbamos ayer de riguroso negro clerical, como se estila en Polonia. Se entiende entonces su reacción afectuosa. La hermana nos dijo también que a las familias que los adoptan les recomiendan que en los primeros días se vistan de negro para que los niños experimenten la misma ternura que sienten en el orfanato. ¡Quién nos iba a decir que el negro, tan asociado a la muerte y la rigidez, se iba a convertir en un color de alegría y esperanza! 

Orfanato de las Hermanas Educadoras de Notre Dame en Krzydlina Mała 
No sé expresar bien lo que sentí viendo sus caritas blancas y su pelo rubio. Pensé en sus jovencísimos padres que, por razones que ignoro, los habían abandonado. Intuí tragedias difíciles de encajar. Sentí también compasión por ellos. Nadie abandona a sus hijos si no es por razones gravísimas o por desequilibrios patológicos. La hermana nos dijo que, al cabo de los años, algunos (pocos) de estos padres biológicos reclaman el ejercicio de su paternidad. 

Pensé también en las familias que los acogen o que los adoptan. El proceso es largo para evitar entusiasmos inconsistentes y cribar cualquier riesgo de abuso. Y pensé, por supuesto, en los niños. ¿Cómo les va a cambiar la vida a quienes, con pocos días o meses, han tenido que abandonar su país y refugiarse en un país extranjero? Ellos serán para siempre los huérfanos de la guerra.

Juguetes usados por los niños del orfanato. [Me comprometí a no publicar fotos de los menores]
Seguimos sin saber las verdaderas intenciones de Putin y por tanto, cuánto va a durar esta guerra absurda y cruel en la que los vencedores serán también perdedores. En las guerras todos perdemos, aunque alcancemos victorias militares, ganancias económicas o prestigio mediático. Se han cumplido ya 60 días de ignominia. A medida que pasa el tiempo, se aclaran algunos oscuros motivos que han conducido a este desastre. Todos nos vamos cansando. La compasión inicial pasa ahora por estrategias de ayuda sostenibles. 

Siento admiración por las comunidades religiosas que estaban antes del conflicto al lado de la gente, están ahora y seguirán estando después, cuando muchas organizaciones abandonen el terreno y se apaguen los reflectores de las televisiones. ¡Las Hermanas de la Enseñanza de Notre Dame llevan acogiendo huérfanos desde 1861 en este remoto pueblo polaco! Los periódicos no hablarán de ellas. A menudo, a muchos periodistas solo les interesa destacar los escándalos que, por desgracia, siempre se dan en alguna parte del mundo. Pero Dios ve la entrega de estas hermanas y de sus colaboradoras y los niños saben agradecerla con una sonrisa que ni la guerra ha conseguido borrar. Soy testigo.

Era obligado escribir sobre la hermosa experiencia de ayer. San Marcos, cuya fiesta celebramos hoy, sabrá disculparme. Y lo mismo mis amigos italianos que hoy festejan la Fiesta de la Liberación o los franceses que ayer reeligieron a Emmanuel Macron como presidente de la república. Cada cosa tiene su tiempo, incluso la fulminante victoria de Carlos Alcaraz en el torneo Godó de Barcelona.


domingo, 24 de abril de 2022

Sin Espíritu no hay perdón

Vista del centro de Wroclaw-Breslavia (Polonia)
Llegué ayer a Wroclaw hacia las 3 de la tarde, después de una larga escala de cinco horas en Ámsterdam debido a la huelga del personal de tierra en el aeropuerto de Schiphol. Eso provocó la cancelación de muchos vuelos. El mío se mantuvo, aunque con dos horas de retraso. En otra ocasión me hubiera enfadado bastante. Ayer me lo tomé con calma, porque comprendí que no había nada que hacer y veía a las azafatas desbordadas. Maté el tiempo paseando por el aeropuerto. Me sorprendió verlo lleno de gente, como si la pandemia fuera ya una cosa pasada. 

Mientras en Madrid llovía y hacía frío, en Ásmterdam lucía un hermoso sol primaveral. La temperatura rondaba los 15 grados, los mismos que encontré a mi llegada a Wrocław (o Breslavia, como se dice en español). En el aeropuerto me recogió un claretiano polaco que me trajo a nuestra casa de encuentros en Krzydlina Mała, a unos 50 kilómetros de Wrocław. Había grupos de jóvenes por el jardín. Luego me enteré que se trataba de parejas que se preparan para el matrimonio en ambiente de retiro espiritual.

Centro claretiano de encuentros en Krzydlina Mała (Polonia)
Hoy celebramos el II Domingo de Pascua, también conocido como Domingo de la Misericordia, que aquí en Polonia tiene mucho relieve por influjo de santa Faustina Kowalska. Por si faltaran motivos, los claretianos celebramos hoy el Día de la Misión Claretiana. ¿Con qué me quedo? Con el don de la paz que el Resucitado concede a los suyos: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Sobre el encuentro del apóstol Tomás con Jesús he escrito en otras ocasiones, así que hoy lo dejo en un segundo plano. 

La palabra “paz” resuena con fuerza aquí en Polonia. La presencia de tantos refugiados ucranianos (se habla de más de dos millones) hace que el drama de la guerra se sienta con fuerza. Aquí, en nuestro centro, tenemos a 30 personas alojadas, algunas de ellas sordas. Todavía no he podido encontrarme con ninguna, pero espero hacerlo a lo largo del día de hoy. 

Me llama la atención que en el Evangelio de este domingo, después del saludo de paz, Jesús hable del perdón: “Dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»”. ¿Puede haber paz sin perdón? No hace falta pensar en la rivalidad entre países, como la que ahora vivimos entre Rusia y Ucrania. Basta explorar la propia intimidad. Cuando no nos sentimos perdonados o no otorgamos el perdón que otros necesitan, nunca estamos en paz. Lo que ocurre es el que el perdón no es una decisión nuestra, sino un fruto del Espíritu Santo. Hay que implorarlo humildad.


Me gusta este lugar tranquilo, al que he venido en otras ocasiones en los últimos 25 años. Me gusta el ambiente rural que se respira y esa mezcla de tradición y modernidad que ahora se vive en Polonia y que veo reflejada en los jóvenes que merodean por aquí. Sin tradición no hay futuro. Yo, que no me considero nada conservador, soy muy tradicional. Conservar, solo se conservan las cosas muertas. La vida no se conserva, se desarrolla. Pero el desarrollo hunde sus raíces en el terreno húmedo de la tradición. Desconocer de dónde venimos, despreciar el pasado, es la mejor manera de alumbrar un futuro mediocre. 

Solo quien lee mucho puede escribir bien. Solo quien conoce y aprecia la tradición puede innovar. Por eso me duele que algunos países quieran borrar o reescribir su historia, como si pudiéramos cambiar a voluntad lo que han vivido. Podemos encontrar nuevos y más profundos significados, e incluso decidir cómo queremos relacionarnos con la historia, pero no podemos alterar los hechos. También esta actitud tiene ver con el perdón que le Resucitado nos regala. Solo quien sabe perdonar puede recordar sin odio. No siempre es fácil. Feliz domingo.


sábado, 23 de abril de 2022

Pasaba por aquí


A las cuatro de la mañana el aeropuerto de Madrid está bastante tranquilo, pero ya hay movimiento de pasajeros que, como yo, abordan los vuelos tempraneros. A las seis saldré para Wroclaw (Polonia) vía Ámsterdam. Comienza una nueva gira por Polonia y Alemania. Veo a mucha gente sin mascarilla. Se ve que ya vamos bajando la guardia. He salido de casa con una lluvia persistente. Vivimos una primavera… como las de antes. 

Me da pereza ponerme de nuevo en camino, pero la vida es una continua peregrinación. Nos lo recordó ayer el dominico Ricardo de Luis Carballada en una inteligente y cordial conferencia titulada “La peregrinación. Una categoría para entender y vivir la misión de la vida consagrada”. No hay vida donde no hay movimiento. Durante los años de la juventud y primera madurez creemos que debemos llevar equipajes pesados para que no nos falte de nada. Todo nos parece imprescindible. A medida que nos hacemos mayores, caemos en la cuenta de que lo necesario es muy poco. Vamos reduciendo y simplificando el equipaje. Cada vez que viajo un amigo mío suele preguntarme uno o dos días antes si ya tengo lista la maleta. Yo le digo que la preparo unos minutos antes de salir, excepto hoy que la dejé casi ultimada antes de acostarme anoche.


No sé lo que voy a encontrarme en Polonia. El país se ha llenado de refugiados ucranianos. Además de la preocupación por ellos, creo que los polacos también están preocupados por su propia seguridad. Están demasiado cerca de la guerra para pensar que no va a salpicarles de varias maneras. El pueblo polaco está acostumbrado al acoso y al sufrimiento. Por eso ha desarrollado una increíble capacidad de resiliencia. Aunque han cambiado mucho las cosas en los últimos años, el factor aglutinante de este sufrido pueblo es la fe cristiana. 

En los momentos más duros de su historia, ha sido la fe la que los ha mantenido unidos y les ha dado fuerza para resistir. Ahora se está revelando en forma de solidaridad. No sé si todos los países europeos hubieran reaccionado como lo está haciendo Polonia con los refugiados ucranianos. No es lo mismo recibir a unos cuantos miles que a más de un millón en poco tiempo. Leo en los periódicos digitales que Polonia está lista para cerrar el grifo del petróleo ruso. Veremos en qué acaba la cosa.


Si ayer fue el Día de la Tierra, hoy es el Día Internacional del Libro. No hay jornada que no tenga su afán y su celebración. Ayer el rey Felipe VI entregó el Premio Cervantes a la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi. Aunque soy un lector empedernido, confieso que no he leído nada de ella. Voy a tener que ponerme las pilas para no perder comba. Mientras llega ese momento, me contento con otras lecturas que me resultan más próximas e inspiradoras. 

No es fácil seleccionar un buen libro. A veces me dejo llevar por la intuición y otras veces por el consejo de algún amigo. Casi nunca sigo la moda. No soy lector de best sellers. No he leído ni un solo volumen de Harry Potter, por ejemplo. Hay libros que resisten el paso del tiempo y otros que son flores efímeras. Para lo segundo cuento con los periódicos digitales. Para lo primero, me dejo aconsejar por los que saben. No andamos sobrados de tiempo como para perderlo en lecturas insustanciales, aunque dentro de esta categoría no incluyo a algunos comics que me parecen geniales. En fin, esto es lo que se me ocurre al filo de las cinco de la mañana antes de tomar mi vuelo para Ámsterdam. Buen fin de semana.

viernes, 22 de abril de 2022

Algo está cambiando


Hoy he presidido la Eucaristía en la 51 Semana de Vida Consagrada. Antes de salir mañana a primera hora para Polonia tan cerca de la martirizada Ucrania escribo a vuela pluma la entrada de este viernes de Pascua. 

Hoy celebramos el Día de la Tierra, pero yo sigo muy pendiente de lo que ocurre en la casa de espiritualidad de las Religiosas del Amor de Dios. 

Viendo a los jóvenes religiosos que estaban en el salón de actos y luego en la capilla y en el patio, he comprobado que, efectivamente, algo está cambiando. No tienen nada que ver, ni en su atuendo ni en sus ideas y estilos, con los jóvenes religiosos de hace treinta o cuarenta años. La dimensión estética parece haber engullido a la ética. 

No tienen ya aire de militantes, sino de peregrinos. Para la socióloga francesa Danièle Hervieu-Léger, el paradigma del “peregrino” –a diferencia de los paradigmas del “observante” y del “militante”, típicos de décadas pasadas– es el que mejor caracteriza a los creyentes europeos de hoy, e incluso a muchos hombres y mujeres que buscan un nuevo sentido a su vida en momentos de crisis y transición. Yo diría que también a los jóvenes religiosos. Muchos (ellos y ellas) van con el hábito de su orden o congregación, incluyendo el joven carmelita fray Abel de Jesús, que se despachó a gusto en su intervención titulada “El planeta invisible, el ciberespacio y los consagrados”.


Esta reivindicación estética –descaradamente posmoderna– tenía que llegar como reacción frente al feísmo de décadas anteriores. Hace mucho tiempo que reflexioné sobre el carácter parabólico (y, por lo tanto, bello) de la vida consagrada y de la necesidad de superar el exceso instrumental que había caracterizado a la vida religiosa moderna. Ahora ya no se trata de una reflexión teológica un poco aventurada, sino de un recambio generacional. A los jóvenes religiosos les encantan las celebraciones cuidadas, el hábito, los espacios sagrados y los ritos, los folletos bien diagramados, la estética digital…; o sea, todo aquello que la generación anterior consideró prescindible o secundario. Es la venganza de lo preterido. Creo que de esta manera conectan mejor con la sensibilidad contemporánea. Al fin y al cabo, son hijos de su tiempo como los de nuestra generación lo fuimos del nuestro. 

Su pasión estética puede liberarnos de un cierto adocenamiento colectivo, de una excesiva normalización. La “via pulchritudinis” siempre ha sido un camino privilegiado de espiritualidad. Dios no solo es bueno. Es hermoso. “La belleza salvará al mundo”, decía Dostoievski. No tengo nada que objetar a estas acentuaciones, que son perfectamente explicables en la dinámica de la historia, como fueron explicables las reacciones contestarias de los años 60 y 70 del siglo pasado a una vida religiosa demasiado rígida y encorsetada.


Pero –como sucede en toda reacción– se corre el riesgo de exagerar un polo y descuidar otros. En este caso es fácil abandonarse a un esteticismo superficial que no transforma a la persona, sino que simplemente la decora. Por temperamento, edad y formación, no soy muy dado a los excesos, ni de tipo metafísico, ni de tipo ético o estético. La madurez consiste en la justa armonía entre todas las dimensiones de la realidad. 

Comprendo algunas acentuaciones, pero sospecho siempre de ellas cuando se olvidan sus contrapesos o, sobre todo, cuando no preparan para afrontar las dificultades y pruebas de la vida. Ya sé que a muchos jóvenes les encanta visitar un monasterio, ver a una comunidad monástica vestida con su hábito y cantando gregoriano. Y que disfrutan colgando en Instagram algunas fotos llamativas. No seré yo quien diga que todo es puro postureo, aunque confieso que a veces lo pienso. 

Es evidente que no pertenezco a esta generación, pero comprendo su estilo. Me gustaría que por esta vía estética y digital fueran capaces de acompañar a los jóvenes en su encuentro con Jesús y que saldaran la brecha que nos separa de ellos. No tendría el más mínimo inconveniente en compartir muchos de sus puntos de vista y hasta sus gustos, pero –siempre hay un pero– tampoco quiero renunciar a decir lo que pienso a la vista de algunas experiencias fallidas que he conocido muy de cerca. Creo que el diálogo intergeneracional consiste precisamente en esto: en beneficiarnos todos de las experiencias y puntos de vista de las diversas etapas de la vida. 

Siendo metafísicos (como los premodernos) o comprometidos (como los modernos) o estetas (como los posmodernos) es posible seguir a Jesús y encarnar su Evangelio, con tal de que no sacralicemos nuestro punto de vista, nos mantengamos humildes y nos dejemos cuestionar sin miedo. El Mediterráneo hace siglos que se llamaba Mare nostrum. No es necesario que vengamos ahora a descubrirlo.

jueves, 21 de abril de 2022

Jesús, el hombre de las relaciones


Llevo un par de días sin asomarme a este Rincón.  Algunas actividades urgentes y la preparación de los próximos viajes me han absorbido mucho tiempo. Ayer tuve una comunicación en la 51 Semana Nacional de Vida Consagrada que se está celebrando en Madrid durante esta semana de la Octava de Pascua. Hablé sobre “Jesús, el hombre de las relaciones”, un tema bellísimo que me desbordaba por todas partes. Cualquiera de las relaciones a las que solo pude aludir de pasada hubiera justificado una conferencia entera. Pensemos en la especialísima relación de Jesús con su madre o con sus parientes y paisanos en general. O en la relación estrecha que mantuvo con sus discípulos o con sus amigos (como los hermanos Lázaro, Marta y María de Betania). 

De las cerca de 40 relaciones reportadas en el evangelio de Marcos, una cuarta parte tiene como interlocutores a los pobres, enfermos y endemoniados. Otro bloque lo constituye el itinerario formativo que siguió con los Doce.  Después de repasar someramente las relaciones con su familia, Juan el Bautista, los discípulos, las mujeres, los adversarios, la gente y los pobres, enfermos y marginados, me detuve a examinar tres relaciones que me resultan atractivas e inspiradoras.


La primera es la que Jesús establece con la mujer samaritana, tal como se nos narra en el capítulo 4 de Juan. A partir de la sed, Jesús va acompañando un itinerario de búsqueda que le permite a la mujer descubrir “el agua que salta hasta la vida eterna” y a Jesús como el salvador y mesías, el que nos lleva a adorar a Dios “en espíritu y verdad”, no en lugares rituales.

El encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10) supone el triunfo de la misericordia sobre el juicio. Un hombre bajo de estatura, rico de dinero y pobre de estima social, encuentra la salvación cuando su vida se cruza con la de Jesús. Fruto de esa transformación interior es un cambio de vida que le lleva a compartir con los pobres lo mucho que tiene.

De otro tipo es el encuentro de Jesús con el joven rico (Mt 19,16-22; Mc 10,17-31; Lc 18,18-30). Partiendo de una actitud noble y de búsqueda sincera, el joven no logra comprender lo que Jesús le propone. La invitación a venderlo todo, dárselo a los pobres y seguirlo le resulta excesiva. Por eso, “frunció el ceño y se marchó triste” (Mc 10,22). Es la historia de un camino fallido. En el caso de Zaqueo, Jesús tomó la iniciativa de alojarse en su casa. En el caso del joven rico, fue él quien se aproximó a Jesús y le hizo una pregunta. Quizá solo cuando acogemos a Jesús de verdad se producen cambios significativos. Cuando nosotros “programamos” el cambio según nuestras expectativas no llega a buen puerto.


He visto a un buen número de jóvenes religiosos entre los alrededor de 300 consagrados que se encuentran en el salón de actos y los más de 2.000 que siguen el desarrollo de la Semana a través de Internet. Todos, pero especialmente ellos, estamos llamados a ser, como Jesús, hombres y mujeres de relaciones, con una actitud compasiva, cercana, auténtica, universal y salvífica. Nadie debería quedar excluido de nuestro radio de acción. 

Ni el distanciamiento social, ni la impostura digital, ni la competitividad, ni la polarización o la indiferencia deberían frenarnos. Las personas consagradas deberíamos ser “expertas en relaciones” porque, como Jesús, vivimos la gran relación que sustenta todas las demás: la relación con Dios Padre. El profesor Santiago Guijarro que me precedió en el uso de la palabra hizo una clara exposición sobre este tema. Jesús mantuvo relaciones reveladoras y salvíficas con muchas personas porque su identidad estaba ligada a la relación fontal con Dios, su Abbá, su Padre.

Todo esto se escribe en el corto espacio de una entrada, pero implica toda una forma de entender la vida. Quizás nuestras relaciones humanas se han empobrecido porque no cultivamos esa relación fundante con Dios que les da su verdadero significado y horizonte.

lunes, 18 de abril de 2022

La valentía de creer


Pasó la Semana Santa. Hemos entrado de lleno en el tiempo pascual. Por desgracia, para las autoridades estatales españolas no ha existido este tiempo. Se dice que eso de la religión es un asunto privado, excepto cuando conviene felicitar el Ramadán para congraciarse con la numerosa comunidad islámica. Lo que importa es ignorar al cristianismo con el especioso argumento de que vivimos en una sociedad aconfesional y secularizada. Parece que se ha cumplido lo que Alfonso Guerra prometió después de la victoria socialista de 1982: “Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió”

Resulta difícil reconocer en el país actual la huella católica multisecular. Es como si se hubiera programado un ingente ejercicio de amnesia colectiva. No se ataca directamente a la Iglesia católica (aunque se aprovechen todos sus flancos débiles para darle caña mediática e institucional), sino que, más arteramente, se van minando todos los campos en los que puede florecer la experiencia de fe. Los católicos, con tal de no ser tildados de retrógrados, nos vamos dejando comer el terreno. Llegará un día en que abramos los ojos y caigamos en la cuenta de la trampa en la que hemos caído.


Escribo estas líneas en el Lunes de Pascua, recién llegado a Madrid después de varios días fuera. Si los primeros cristianos se hubieran comportado de forma vergonzante ante la resurrección de Jesucristo, su figura no hubiera llegado hasta nosotros. Pero fue de tal calibre su experiencia de que el Crucificado estaba vivo, que no pudieron callarse. El día de Pentecostés, Pedro se armó de una valentía que no tuvo cuando Jesús fue detenido antes de su muerte. En un discurso audaz grita: “A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos… vosotros lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte” (Hch 2, 14-15). Mateo escribe que “las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos” (Mt 28,8). 

Una vez que la Vida se abre paso, no hay nada ni nadie que pueda retenerla. La resurrección de Jesús ha desatado un tsunami de entusiasmo y de coraje. Echo de menos estos dos rasgos en nuestra manera hispánica de vivir la fe. Tengo la impresión de que estamos a medio gas, como pidiendo permiso para existir, temerosos de ofender a alguien o de ser demasiado asertivos. Se dice que la Iglesia fue muy prepotente durante el régimen franquista. Puede ser. Pero han pasado ya más de 40 años. Estamos en otra etapa. Ahora, además de un respeto escrupuloso a la pluralidad social, se requiere una mayor audacia evangelizadora y -digámoslo con claridad- una mayor capacidad de sacrificio. Querer vivir cómodamente y a la vez ser audaces es imposible.


¿Cómo se le quita a una persona la valentía? ¡Anestesiándola! Desde los planes educativos hasta las propuestas televisivas, pasando por los hábitos sociales, todo converge en un mismo objetivo: hacer ver que la existencia humana es un espejismo que termina con la muerte y, que, por lo tanto, lo más razonable es disfrutar al máximo ahora porque “total, son dos días”. La cultura dominante no cree en la fuerza de la resurrección. Se queda anclaba en un interminable Sábado Santo en el que Jesús yace sepultado en la tumba del olvido. Lo importante es meterse un buen cordero asado entre pecho y espalda y broncearse lo antes posible a la espera del verano. Lo digo de manera cruda e hiperbólica con un solo objetivo: decirme a mí mismo que la fe en Cristo resucitado exige una actitud más valiente, un nuevo coraje de creer. 

El respeto a la diferencia no es sinónimo de actitud vergonzante. El pluralismo social no implica negación de la propia identidad. Los cristianos no podemos callar, como si todo diera igual. Tragamos sapos que van contra la humanidad y que, tarde o temprano, se nos volverán indigestos. Con Pedro tenemos que atrevernos a proclamar que “a este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”. Y, como nadie es mayor que su Maestro, ya sabemos la que nos espera. Pero la Iglesia no es una comunidad de cobardes, sino de testigos. Como decía mi viejo profesor de Cristología, en una frase deliberadamente provocativa: “Si la resurrección no conduce a la insurrección es falsa”. Cristo no ha resucitado para que todo siga igual de mortecino que siempre. Hay que arremangarse y ponerse manos a la obra.

domingo, 17 de abril de 2022

Aspirad a los bienes de arriba


Parece que este año la naturaleza se ha puesto de acuerdo para celebrar el triunfo de Cristo. Anoche, durante la vigilia pascual, brillaba la luna llena. Hoy luce un sol radiante. En este marco cósmico la liturgia estalla de gozo: “Lucharon vida y muerte / en singular batalla, / y, muerto el que es la Vida, / triunfante se levanta”. El duelo entre la vida y la muerte continúa en nuestra historia, pero la resurrección de Cristo marca el desenlace: “Primicia de los muertos, / sabemos por tu gracia / que estás resucitado; / la muerte en ti no manda”. 

Y porque sabemos que la muerte ya no es la última palabra de la aventura del hombre sobre la tierra, nos atrevemos a pedir: “Rey vencedor, apiádate / de la miseria humana / y da a tus fieles parte / en tu victoria santa”. No solo eso. Empezamos a vivir ya como resucitados: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2).


Desbordado por la intensidad de estos días, me quedo sin palabras. Tengo la impresión de haber dicho todo lo que puedo decir. Cada año que pasa soy más consciente de que me quedo en los suburbios de la fe. Escribo que Cristo ha resucitado sin hacerme cargo de lo que significa. No digo que repita la fe de la Iglesia como un papagayo, sino que todo me sabe a poco. ¡Hasta el lenguaje de la poesía se me antoja torpe y paralítico! No digamos el de la historia o la teología. Palabras, palabras, palabras. 

Solo la vida explica a la Vida. Donde no hay vida nueva, la resurrección es solo un artículo de consumo religioso. Empezamos a barruntar su significado cuando pasamos del pecado a la gracia, de la turbación al consuelo, del orgullo a la humildad, de la oscuridad a la luz, de la tristeza a la alegría, del egoísmo a la entrega. No por mucho predicar resucitamos más temprano.


Mientras tecleo a toda prisa estas notas pascuales pienso en los lectores de este Rincón. Intento repasar las historias de quienes me resultan conocidos. ¿Cómo se va a colar el Resucitado por las rendijas de nuestras heridas y preocupaciones? ¿Cambiarán algo nuestras vidas desde que hemos vuelto a cantar el Aleluya? ¿Experimentaremos, siquiera en estado embrionario, la novedad del Cristo joven o seguiremos con nuestros viejos hábitos cansados? No hay nada más triste que una buena noticia falsa. 

¿Con qué cara vamos a cantar “Resucitó, resucitó, aleluya, aleluya” si seguimos chapoteando en el fango de nuestro egoísmo? A Cristo nuevo, vida nueva. Tenemos 50 días por delante para saborear la novedad. Si el Resucitado sigue conservando en su cuerpo glorioso las señales de las heridas, no escondamos las nuestras. Dejemos que la fuerza de su gracia se manifieste en la debilidad de nuestra carne. El tesoro de la fe lo llevamos siempre en vasijas de barro. Así brillará con más fuerza la luz de su resurrección.

Feliz Pascua



sábado, 16 de abril de 2022

Súplica a la Madre


Madre, yo no pierdo la esperanza. Ayer pensé que Dios había muerto. Veía a mucha gente paseando por las calles y el pinar, tomando cervezas en las terrazas de los bares y disfrutando del sol de primavera. Me daba la impresión de que para ellos no tenía la más mínima importancia que fuera Viernes Santo. Lo importante era que la temperatura era buena y que hasta el lunes o el martes no tenían que volver al trabajo. Algunos entraban en la iglesia mientras unos pocos fieles oraban ante el Santísimo. La mayoría de los turistas se daban una vuelta por las naves, tomaban fotos, hacían algunos comentarios y se iban. Parecía que no iba con ellos lo que sucedía dentro. Su agenda era otra. 

Lo que pasa es que “la descristianización de España tiene cosas muy curiosas”. El elemento místico de la fe ha pasado a las espiritualidades sin Dios y el elemento profético se canaliza ahora en forma de solidaridad. Cristo parece enterrado bajo la losa del olvido. Tomamos algunas briznas de su Evangelio y las codificamos a nuestro modo, pero su persona ya no nos interesa demasiado. O solo desde un punto de vista histórico-cultural

Es probable, Madre, que yo no entienda el significado de lo que está sucediendo, pero no comparto contigo investigaciones, sino sentimientos.  ¡Déjame que me desahogue un poco!


Mientras hablo contigo, me entra por el balcón un sol radiante, pascual. Otros años creía que el Sábado Santo era un no-día. Hoy pienso que es una incubadora de esperanza. Miro tu rostro de madre y lo veo sereno, como si, antes de que María Magdalena diera la noticia, tu corazón ya supiera que la muerte no podía derrotar a la Vida. Por eso, Madre, por muchas que sean las malas noticias que se acumulan, me uno a tu espera silente, confiada. Dios nunca abandona a sus hijos en la fosa del sinsentido y del absurdo. 

Ayer una mujer anciana, con la ingenuidad y la sabiduría de quienes han vivido muchos años, me preguntó: “¿Y esto de la religión, de dónde viene?”. Es una mujer piadosa que, a la altura de sus 90 años, se hace las preguntas que tal vez no se hizo de jovencita. No le respondí nada. La miré con dulzura y le sonreí. ¿Qué sentido hubiera tenido desempolvar los viejos estudios de fenomenología de las religiones y hablarle de los ensayos de Mircea Eliade o Rudolf Otto? ¿Le hubieran servido de algo las conclusiones a las que llega la Teología Fundamental? Me di cuenta de que también ella vivía una especie de Sábado Santo, de que su fe parecía “cerrada por defunción”. No, no es que hubiera perdido la confianza en Dios, pero no sabía dar razón de ella, igual que tampoco sería capaz de explicar el aire que respira. Me reconocí en su fragilidad.


Madre, necesitamos aprender a esperar como tú para que el anuncio de su Resurrección no nos sorprenda despistados. Ayúdanos a no perder la calma en los momentos en los que nos parece que ya no podemos más o que todo está perdido. Haz que creamos que de la semilla enterrada puede salir un tallo fresco. No te pido que seamos pocos o muchos, sino que seamos auténticos. 

Ayúdanos a vivir la espiritualidad del Sábado Santo con alegría serena. No permitas que nos deslicemos por la ladera del derrotismo, la tristeza o la desesperanza. Y, sobre todo, danos ojos nuevos para ver los muchos signos de su presencia ocultos en la vida de las personas. No estamos llamados a ser jueces de los demás, sino contadores de estrellas, peregrinos hacia la casa del Padre. 

Anoche, mientras contemplaba la luna casi llena, comprendí un poco más que basta una pequeña luz para derrotar las tinieblas de la noche. Creo que el gesto de Albina e Irina en el Viacrucis del Coliseo fue también un signo de esperanza por más que no todos lo comprendieron. 

Madre siempre joven, tan joven como el hijo que yace en tus brazos, quédate con nosotros en la espera de un nuevo amanecer. Mañana sonreiremos contigo cuando veamos que Jesús sigue vivo.


viernes, 15 de abril de 2022

Meditación ante la Cruz


No me atrevo a mirarte de frente. No es por miedo ni por vergüenza. Es por cobardía. Tu sacrificio desnuda mi mediocridad. Te confieso que ni sé por qué me llamo todavía cristiano. Yo también he huido con tus discípulos. No he querido complicarme la vida. Entiéndeme, no es que haya huido físicamente, pero mi vida está a años luz de la tuya. Tomo distancia de todo lo que me exige demasiado o me roba la comodidad.

Si no fuera por tu mirada serena y tus brazos abiertos, saldría corriendo. Pero a ti te puedo confesar mi cobardía sin sentirme humillado. Exudas tanta misericordia por tus poros ensangrentados que sería un orgulloso si no me abrazara a tu cruz, a pesar de mi indignidad, si no me dejara curar por este árbol fiel, único en nobleza.

Aquí me tienes, en este Viernes Santo, en el corazón de este abril florido. Aquí me tienes, a rostro descubierto, sin la mascarilla que ha sido mi uniforme durante dos años, pero con el recuerdo de tantos días de incertidumbre, languidez y desconsuelo.

Tu cuerpo sereno yace exánime en la pantalla de mi ordenador. Y yo lo contemplo sin cansarme, como si fuera el mapa del sufrimiento humano. Velázquez supo reflejar con armoniosa serenidad tu derrota y tu triunfo. Y Unamuno tuvo el coraje de preguntarte: 
 
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?

A ese retrato tuyo de Crucificado solo le falta que alguien ponga en el pie de la cruz un código QR que explique la ubicación exacta de todos los dolores que han afligido a los seres humanos, a los demás crucificados. Usted está en Auswitchz, usted está en Ruanda, usted está en las fosas comunes de Mariupol. 

Te confieso que este año me hieren las imágenes que vienen de Ucrania. No entiendo por qué los seres humanos somos capaces de matarnos unos a otros. Y más cuando nos confesamos discípulos tuyos. Alguna vez pensé que las guerras eran de otros tiempos, aunque sabía muy bien que los hombres luchaban en tierras lejanas. Pero esta vez la guerra me sorprende muy de cerca y todavía herido por la pandemia. Me encuentra débil y desprevenido. 

Y me pregunto qué sentido tiene volver al Viernes Santo cuando se supone que ya estábamos en el Domingo de Pascua. Y me enojo por nuestra incapacidad para encontrar soluciones que no pasen por la vía de la muerte. Y hasta casi me entran ganas de pedirte cuentas. Me parece que tu sacrificio ha sido perfectamente inútil, que no ha servido de nada morir crucificado cuando nosotros seguimos crucificándonos como si fuéramos eternos enemigos.


Te digo estas cosas con un ojo en el Donbás y otro en la playa. Mientras unos se matan, otros se bañan y se divierten. Vemos el horror en el telediario y a continuación nos tomamos un café cortado o una cerveza fría. No estamos para muchas crucifixiones, que ya tenemos bastante con la inflación que nos desangra. 

¿Cómo quieres que en medio de estos contrastes nos hagamos cargo de tu sacrificio? En el mejor de los casos nos emocionamos contemplando una imagen tuya sobre un trono dorado o visitando a algún enfermo en el hospital, pero enseguida pasamos página. 

Nos han dicho que el sufrimiento es inhumano, que no hemos venido a esta vida para pasarlo mal y que, en cualquier caso, ya lo afrontaremos cuando nos llegue. Mientras tanto, es mejor mirar para otro lado y sorber los pequeños placeres que todavía están a nuestro alcance. 

Te digo estas cosas, no porque tú no las sepas, sino porque yo necesito decírmelas a mí mismo. Perdona si hablo en voz alta con un tono un poco desgarrado.

Dentro de unas horas volveré a escuchar el relato de tu pasión, tal como lo narra Juan. Me parece que este cuadro de Velázquez ante el que ahora te hablo transmite bien que la cruz es, al mismo tiempo, cadalso y trono. Veo en tu rostro desmayado el señorío de un rey, no la desesperación de un malhechor. Es precisamente lo que Juan nos ha querido contar de tu pasión y muerte. 

Luego veneraré tu cruz. Tal vez este año no pueda besarla por razones sanitarias. Pero te aseguro que con mi gesto quiero decirte lo que no logro con estas torpes palabras. Me siento cobarde, sí, pero no derrotado. De tu cuerpo inerme mana una energía poderosa que me impulsa a vivir y a amar.

No, no puedo tirar la toalla ahora, por más que la pandemia me haya dejado hecha trizas el alma o el temor de una tercera guerra mundial me robe la esperanza. Tu cruz no despide el olor hediondo de la muerte, sino la fragancia de la resurrección. 

Nunca encuentro mayor consuelo que cuando me atrevo a “estar” junto a ella como tu Madre y algunas mujeres (stabat mater iuxta crucem). Yo soy el discípulo amado que se une a ellas y se deja curar por tu muerte. 

¿Quién me iba a decir a mí, cobarde por naturaleza, huidizo ante la cruz y las cruces, que precisamente “estando” junto a ella iba a encontrar la alegría y la esperanza que no encuentro en ninguna otra parte?

Con toda la tradición cristiana, también yo canto hoy:

O Crux ave, spes unica,
hoc Passionis tempore
piis adauge gratiam,
reisque dele crimina.

[¡Salve, oh cruz, nuestra única esperanza!
En este tiempo de Pasión
aumenta la gracia a los piadosos
y borra los pecados de los culpables].


jueves, 14 de abril de 2022

Haced esto en memoria mía


El sol ha venido a visitarnos en este día de Jueves Santo. Su luz hace más luminosa la primavera. Millones de personas se han desplazado fuera de sus domicilios habituales. Hay una inmensa peregrinación en marcha. Yo celebraré la Eucaristía “in coena Domini” a las siete de la tarde con la gente de mi pueblo. Como millones de cristianos de todo el mundo, escucharé las mismas lecturas, participaré en el rito del lavatorio de los pies y comeré el Cuerpo y la Sangre del Señor. ¿Es posible que llevemos casi dos mil años repitiendo este mismo rito sin agotar su eficacia? Una de las respuestas de la asamblea después de la consagración -inspirada en 1 Cor 11,26- es: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”. 

Eso significa que la celebración de la Eucaristía es una actualización de la muerte y resurrección de Jesús. Si comprendiéramos la profundidad de este hecho, no despacharíamos el asunto diciendo que nos aburrimos o que tenemos cosas más importantes que hacer. Sin Eucaristía no hay Iglesia. Y, sin Iglesia, Cristo queda reducido a un personaje del pasado.


Cuando era niño, el Jueves Santo se unía al jueves de la Ascensión y del Corpus Christi para formar los tres jueves “que relucen más que el sol”. Los cristianos participaban en la misa vespertina, en la procesión con el Santísimo y en la adoración posterior con mucha devoción. Ahora todo ha cambiado. Muchos prefieren dedicar el tiempo a pasear, visitar los bares o contemplar las procesiones callejeras. La liturgia no acaba de llegar al corazón de quienes, por otra parte, se reconocen cristianos. ¿Será que todo resulta anacrónico y desconectado de la propia vida? ¿O acaso es un rito demasiado clerical y, por eso, los laicos se inclinan por las cofradías y procesiones en las que ellos tienen el papel protagonista? 

No tengo una respuesta satisfactoria para estas preguntas que me acompañan desde que empecé mi ministerio sacerdotal hace casi cuarenta años. Más allá de gustos y preferencias, ¿cómo caer en la cuenta de que la liturgia no es solo un recuerdo de algo que sucedió en el pasado, sino una realización de algo que acontece en el presente? ¿Cómo ayudar a ver que la liturgia es un signo y un instrumento de la gracia de Dios? Parece imposible ir contracorriente, pero eso no significa que renunciemos a presentar con claridad y humildad el tesoro que la Iglesia nos ofrece. En ello nos va la vida.


Este Jueves Santo viene teñido por la violencia de la guerra. La Eucaristía se celebra en ese inmenso cenáculo que es el campo de batalla. ¡Cómo me gustaría que se hicieran realidad las palabras de Pablo en su carta a los Efesios! Lo dice con energía: “Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y gentiles un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía” (Ef 2,14). Si donde dice “judíos y gentiles” leemos “rusos y ucranianos”, entonces comprenderemos mejor la fuerza unificadora que tiene el Cuerpo roto de Cristo en cualquier tiempo y lugar. 

Esta tarde, cuando celebremos la Eucaristía, comprenderemos mejor que la raíz de todos nuestros males es el pecado, que todos vamos contaminando con nuestros afluentes tóxicos el gran río de la humanidad. Pero comprenderemos con más fuerza que el sacrificio de Cristo ha sanado de raíz nuestra podredumbre. Unidos a él, incorporados a su muerte, cada uno de nosotros nos convertimos en artesanos de paz y reconciliación. A partir de aquí fluye todo lo demás: el amor fraterno, el ministerio sacerdotal, la celebración eucarística. Jesús nos ha pedido que hagamos todo esto, sin escisiones, en memoria suya. 

¡Feliz Jueves Santo a todos los amigos del Rincón!