lunes, 31 de enero de 2022

Los otros "capuchinos"


Hoy los periódicos españoles abren con la victoria de Rafa Nada en Australia. Nadie hasta ahora había conquistado 21 títulos de Grand Slam en el mundo del tenis. Hay unanimidad a la hora de ensalzar al deportista y alabar al hombre. Todos hablan de su tenacidad, resistencia, humildad y buenas prácticas. Lo presentan como modelo para los jóvenes. Parece que Rafa no va por la vida dándoselas de importante y jugando el papel de personaje, como otros famosos. Necesitamos ejemplos como estos. 

Imagino que los periódicos portugueses se centrarán en la mayoría absoluta alcanzada por el socialista Antonio Costa en las elecciones legislativas de ayer. Se sigue hablando todavía de la resurrección del Benidorm Fest (aunque a una buena parte del público no le gustó el resultado final con la victoria de Chanel) y, por supuesto, de la crisis ucraniana. En España el mes de enero se despide con la inflación contenida y con un aumento significativo del número de personas empleadas, aunque no es seguro que esta tendencia se consolide.

Yo no olvido que hoy celebramos la memoria de san Juan Bosco, el apóstol de los jóvenes. Y precisamente a ellos quiero dedicarles la entrada de hoy. Desde hace años me llama la atención el “uniforme” que usan muchos de ellos: zapatillas deportivas, pantalón de chándal y sudadera con capucha (hoodie). Es verdad que, desde la década de los años 30 del siglo pasado las capuchas formaban parte del atuendo de algunos obreros y deportistas, pero su uso juvenil comenzó a popularizarse en los años 70 en Nueva York. La capucha se convirtió en una prenda que los grafiteros usaban para ocultar sus identidades mientras pintarrajeaban edificios y paredes. 

En la cultura hip-hop de los años 80, la sudadera con capucha se asociaba con el estilo callejero. Posteriormente, Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, hizo de ella una seña de identidad de su aspecto. ¿Quién les iba a decir a los monjes medievales que la capucha de sus cogullas acabaría siendo una prenda simbólica en el siglo XXI? La vieja orden de los Capuchinos (siglo XVI) tiene hoy nuevos adeptos entre los jóvenes del mundo, muchos de los cuales están bastante alejados del ideal monástico o conventual.  

¿Por qué a los adolescentes y jóvenes les gusta tanto llevar sudaderas con capucha? ¿Qué significado tiene para ellos esta prenda? Lo más fácil es pensar que se trata simplemente de un estilo de vestir informal y hasta transgresor para marcar distancia con el estilo más formal de los adultos. En casos extremos, es una prenda que ayuda a ocultar la identidad de grafiteros, pequeños delincuentes y vándalos urbanos. Sin embargo, una amiga mía, profesora en un instituto sevillano, buena conocedora del mundo juvenil, me ha dicho hace un par de días que para ella la capucha es un símbolo de la vulnerabilidad de los jóvenes de hoy. Muchos se sienten agredidos por una sociedad que no les facilita abrirse al futuro, que los mantiene en un interminable estado adolescente. Es como si la capucha constituyera una segunda piel que los cubre con su suavidad benéfica y los libra de las inclemencias sociales.

La capucha viene a ser también una “cueva” simbólica en la que se refugian y protegen. O quizás una “celda interior”, por usar una expresión espiritual, en la que entran en contacto consigo mismos en una especie de confinamiento voluntario. Con la capucha se sienten más ellos, resguardados de voces que no quieren oír, de órdenes que les incomodan. La capucha es también como la funda algodonosa de los auriculares por los que se abren a sus músicas e historias favoritas. Es como la discoteca personal. 

Estos jóvenes “capuchinos” (a veces encapuchados) representan un modo alternativo de vida, una forma silente de protesta y una petición de amparo que va más allá de su impostada autosuficiencia. Con su uniforme generacional se sienten miembros de una inmensa tribu planetaria sin renunciar a ser eremitas urbanos, solitarios que necesitan el placebo de la agregación grupal. Visto como me da la gana, solo que, al final, visto como todos. Paradojas de la vida. El comercio uniforma las diferencias y acaba engullendo cualquier atisbo de protesta. Habrá que buscar por otra parte. 


domingo, 30 de enero de 2022

Si me falta el amor

A Jesús no le fue muy bien con sus paisanos. Eso es, al menos, lo que nos cuenta el Evangelio (Lc 4,21-30) de este IV Domingo del Tiempo Ordinario. No sabemos muy bien por qué pasaron de la admiración inicial (“Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca”) al rechazo violento (“Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo”). Algunos expertos piensan que este brusco cambio de actitud se debió a que Jesús, cuando comenzó a leer el rollo del profeta Isaías en la sinagoga de su Nazaret, cortó la cita bruscamente. En efecto, cuando acudimos al texto original, leemos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado… para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios” (Is 61 1.2). Jesús, sin embargo, habla del año de gracia, pero omite la referencia a la venganza de Dios. 

Aunque la explicación es sugestiva, lo más inmediato es pensar que sus paisanos se enfadaron con él porque les reprochó su falta de fe. Ven simplemente al “hijo de José”, no a un profeta. Tal vez hubieran creído en él si hubiera hecho algunos milagros, como en Cafarnaúm, pero Jesús no cae en la trampa de ganarse su aprobación a base de acciones espectaculares. Les recuerda, más bien, que “ningún profeta es aceptado en su pueblo”. Con un refrán como ese, no es extraño que la gente se exaltase.

La historia se repite. Todos estamos deseosos de escuchar y seguir a los “profetas” de hoy… con tal de que vivan lejos de nosotros. Uno puede admirar a Nelson Mandela, Pedro Casaldáliga o al papa Francisco. Lo que ya no es tan claro es que quiera vivir con ellos y como ellos. Estoy convencido de que tenemos verdaderos profetas a nuestro lado, pero no valoramos la profecía de la vida cotidiana. Como los paisanos de Jesús, buscamos algo extraordinario e impactante: los 27 años de Mandela en la cárcel, la opción de Casaldáliga por el Mato Grosso, etc. En realidad, lo que constituye a uno “profeta” no es tanto lo que hace o deja de hacer, sino la elección de Dios en favor del pueblo. 

En la primera lectura leemos: “Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones” (Jr 1,4). Los cristianos creemos que por el Bautismo todos participamos de la condición profética de Cristo. Todos hemos sido elegidos y consagrados para vivir y proclamar el mensaje de Dios. ¿Cuál es ese mensaje que nos atrae y perturba al mismo tiempo? Pablo lo dice en uno de los textos más hermosos y citados de todo el Nuevo Testamento. Rara es la boda en la que los novios no lo eligen como lectura (cf. 1 Cor 13,1-13). El mensaje es claro. Podemos hablar muchas lenguas, tener el don de profecía o dar todos nuestros bienes a los pobres. Si no tenemos amor, de nada nos sirve. Pura apariencia. O, como diríamos hoy, puro “postureo”.

Para que la experiencia del amor no degenere en un sentimiento vaporoso, Pablo se toma la molestia de describirla con 14 rasgos: 2 positivos, 8 negativos y 4 encabezados por la palabra “todo”. A través de ellos se describe en qué consiste la “profecía de la vida cotidiana”. O sea, que todos podemos ser profetas si aprendemos a ser pacientes y benignos, si no vamos por la vida mirando a los demás por encima del hombro o guardando archivos de rencor, si somos capaces de ser detallistas y de confiar en los demás, aunque nos hayan dado pruebas de que son poco fiables. Un amor así se encuentra a veces más fácilmente en la gente que nunca pasaría por ser profeta que en las personas que gozan de esta fama. 

¡Cuánta gente sencilla vive lo que Pablo describe en su carta sin hacerse ninguna propaganda! Padres que trabajan y cuidan a sus hijos, ancianos que comparten con los pobres algo de su exigua pensión, madres que “cubren” los desaguisados de sus hijos para darles una nueva oportunidad, voluntarios que visitan a enfermos y presos, jubilados que trabajan en Cáritas… Esa es la profecía que hoy necesitamos porque es la única que no depende de modas ni de ideologías: “el amor no pasa nunca”. Os dejo con una composición reciente de mi amigo Chito Morales. Espero que os guste. 



viernes, 28 de enero de 2022

Tomás de Aquino no ha muerto del todo


Hoy no me puedo olvidar de santo Tomás de Aquino (1225-1274), uno de los grandes maestros en la historia de la Iglesia. Desde la reforma litúrgica, su fiesta se celebra el 28 de enero. Las cosas han cambiado tanto desde su lejano siglo XIII que algunos se preguntan si podemos seguir llamándolo “maestro”. Yo creo que sí. Nuestra visión del mundo es muy distinta de la que imperaba en el medievo. La ciencia nos ha ayudado a comprender un poco mejor el universo. Tenemos otra concepción de la materia. No consideramos que la filosofía sea una “ancilla tehologiae” (esclava de la teología). Pero hay algo que no ha cambiado para los creyentes: la convicción de que vivimos inmersos en el amor de Dios y de que el ser humano puede descubrir su presencia en la realidad. 

Ya sé que los ateos no admiten esto desde su “fe” acientífica en la no existencia de Dios, pero eso es harina de otro costal. Examinando lo que hoy se escribe en los periódicos y lo que se suele ver en la televisión, me hago cargo de que los agnósticos y los ateos se han adueñado del “relato” (como hoy suele decirse) acerca de la existencia de Dios y de las implicaciones que esto tiene para los humanos. La cultura dominante da por supuesto que esta visión “mítica” de la vida ha sido ya superada y que la última palabra nos viene siempre de la ciencia.

Me temo que los creyentes nos hemos encogido un poco, como si, en el fondo, no creyéramos en la fuerza de la verdad. Acusados de prepotentes y dominadores, nos dedicamos a expiar algunos excesos del pasado más que a explorar un nuevo acercamiento fe-ciencia con el vigor con que lo hizo Tomás de Aquino. Necesitamos personas como él en este arranque del siglo XXI, creyentes y pensadores que no se sientan intimidados por la cultura dominante, que se atrevan a repensar el cristianismo y que hagan nuevas propuestas desde la inteligencia de la fe. Comprendo que es una empresa exigente y arriesgada. 

Hoy disponemos de una mole tan ingente de investigaciones en todos los campos del saber que no hay persona singular que pueda hacerse cargo de ella. Quizá por eso necesitamos estimular los equipos de trabajo. Es difícil que surjan genios como Tomás de Aquino, capaces de hacer un poderosa y original síntesis entre razón y fe, pero podemos promover equipos que aúnen competencias diversas, repiensen juntos las grandes cuestiones de hoy y ofrezcan pistas bien fundamentadas. Estos equipos existen ya en algunas universidades católicas y también en las academias pontificas.

jueves, 27 de enero de 2022

La técnica del semáforo

No sé cómo acabará la tensión entre Rusia y Ucrania. O entre Rusia y la OTAN. O entre Vladimir Putin y Joe Biden. Estamos tan acostumbrados a disfrazar los intereses de ideales que todo puede suceder en los próximos días o semanas. Putin sueña con mantener la “gran Rusia” e incluso los viejos dominios de la Unión Soviética. La OTAN quiere expandirse hacia el este. Y el gas y el petróleo hacen el resto. En otras guerras recientes la opinión pública ha inclinado la balanza hacia un lado u otro según la propaganda difundida por las partes en litigio. Los medios de comunicación han jugado un papel decisivo. La guerra del Golfo fue un clarísimo ejemplo. 

No escarmentamos. En el fondo, tenemos las guerras que queremos tener. O las que “nos interesa” tener. Casi siempre está detrás la industria armamentística. Estamos en el siglo XXI. Seguimos adiestrándonos en el arte de la guerra como en los tiempos de Alejandro Magno o de Napoleón, solo que ahora con armas más sofisticadas, incluyendo las biológicas y las cibernéticas. No sabemos bien cómo gestionar una cultura de la paz, por más que hablemos constantemente de ella. Los intereses suelen pesar más que los valores. Al final, todos perdemos. La crueldad del siglo XX (con dos guerras mundiales, dos bombas atómicas y muchas guerras nacionales y regionales) no fue suficiente para no caer en las mismas trampas en el siglo XXI.

Estamos terminando ya la 11ª Asamblea General de Filiación Cordimariana. Después de un trabajo intenso por grupos, ayer tuvimos la aprobación del documento final en la asamblea plenaria. No sucumbimos a la tentación de las votaciones. Preferimos regular el tráfico de pareceres con la “técnica del semáforo”. En las votaciones ordinarias la mayoría gana y la minoría pierde. Es -si se me permite la hipérbole- una dinámica bélica. Se reproduce el esquema de “vencedores y vencidos”. Esto suele generar resentimiento. 

En la “técnica del semáforo” (o quizá mejor de las tarjetas de colores) las personas que están completamente de acuerdo con la formulación de un texto levantan su tarjeta verde; las que no están de acuerdo enarbolan la roja; y las que están de acuerdo, pero con matices, presentan la naranja. Una vez que todos los participantes han mostrado sus cartas, tanto los que presentan tarjetas rojas como naranjas tienen la oportunidad de explicar sus razones. Se abre un breve diálogo. De esta manera, el grupo aprovecha la riqueza que se esconde en algunas posiciones contrarias, o simplemente críticas, e incorpora esa sabiduría al río del discernimiento común. No se desprecia ni se desaprovecha nada. Al final, después de un diálogo esclarecedor, siempre se consigue la totalidad de tarjetas verdes. Lo que importa es buscar el consenso aprovechando la riqueza de todas las opiniones, no hacer triunfar la propia opinión a costa de los demás. Naturalmente, el uso de esta técnica exige algunas actitudes: agudeza mental, empatía, apertura, flexibilidad, humildad y generosidad. [La técnica no sirve para quienes siempre quieren marcar territorio y autoafirmarse a toda costa: “¿De qué se trata, que me opongo?”].

Comprendo que no es fácil aplicar esta técnica a la dinámica política o incluso al modo de proceder en las instituciones académicas, empresariales y eclesiásticas. Sin embargo, todos ganaríamos mucho si supiéramos aprovechar lo mejor de cada opinión para construir un camino conjunto. Si de verdad nos importara el bien común, no pondríamos tanto el acento en las diferencias de parte cuanto en lo que nos beneficia a todos. Por desgracia, desde niños estamos acostumbrados a la competición, al enfrentamiento y al juego de ganadores y perdedores, de vencedores y vencidos, de triunfadores y fracasados. Los parlamentos suelen ser el escenario de estas batallas dialécticas que a veces nos hacen sonrojar porque se parecen más a un patio de colegio que a un foro de diálogo. Esto crea brechas de resentimiento, envidia y venganza. Los derrotados son siempre enemigos potenciales. 

Si algo puede aportar el Evangelio a la construcción de una cultura de la paz es la convicción de que el mal se vence a fuerza de bien y no con una sobredosis de mal. La guerra (incluso en sus formas suaves) no hace sino introducir nuevas y a menudo más profundas injusticias. Espero que este nuevo foco de tensión entre Rusia y Ucrania no desemboque en un conflicto bélico como tantos otros a los que por desgracia nos hemos ido acostumbrando.

Por primera vez desde que abrí este blog hace casi seis años no estoy tecleando el texto de la entrada, sino dictándoselo a mi ordenador. No estoy seguro de que el texto fluya mejor, pero quería hacer un experimento. Es obvio que de esta manera se ahorra tiempo y quizá se gana un poco de espontaneidad. Al fin y al cabo, el lenguaje oral tiene una cadencia distinta a la del lenguaje escrito. Ya veremos.

***

Una vez publicada la entrada de hoy, me llega este escrito de un amigo mío ucraniano afincando en España. Creo que es esclarecedor. Me he limitado a hacer algunas correcciones gramaticales.

Para entender lo que está pasando ahora entre Rusia y Ucrania hay que remontarse a varios siglos atrás. ¿Por qué Rusia siempre ha tenido recelos de Ucrania? Porque Rusia no acepta que antes de existir como país existía ya la Rus de Kiev (Kýievska Rus). No olvidemos que Kiev es actualmente la capital de Ucrania. En otras palabras, cuando todavía no existía Rusia como país moderno, ya existía Ucrania.

Mirando al pasado reciente, vemos que los habitantes de la zona oriental de Ucrania (Donetsk) organizaron revueltas porque, según ellos, se sienten rusos. En realidad, los habitantes originarios de esta zona de Donetsk eran ucranianos, pero el dictador Stalin, cuando provocó la conocida “hambruna en Ucrania” (matando de hambre a millones de ucranianos), empezó a poblar esta zona de Donetsk con gente proveniente de Rusia. Los rusos han crecido allí, han tenido hijos, etc.

Así las cosas, en 2014 se organizó el llamado Referéndum sobre el estatuto político de Crimea. La península se llenó de “hombrecitos verdes” armados (que más tarde el mismo Putin reconoció públicamente que eran soldados rusos). Se monta un referéndum con el fusil en la nuca de los habitantes de Crimea, que no tienen más remedio que votar lo que les dicen los “hombrecitos verdes”, aunque ellos no quieran. Mientras suceden estas cosas en Crimea, los habitantes en la zona de Donetsk están revolucionados. Si miramos el mapa de Ucrania, se entiende perfectamente el plan de Putin, que consiste en organizar al mismo tiempo el referéndum ilegal de Crimea y los levantamientos de Donetsk. Para invadir ilegalmente Crimea necesita tener un acceso terrestre desde Rusia. Precisamente la zona de Donetsk, que tiene frontera con Rusia, se conecta con Crimea en línea recta… pasando por otra provincia, como puede verse en este mapa.

 

Volvamos los ojos a Crimea. En realidad, históricamente es un territorio habitado por los tártaros. No era ni de Rusia ni de Ucrania. Fue Stalin quien mató a miles de tártaros y la pobló con rusos (como hizo en Donetsk).

Putin lleva planeando esta estrategia desde hace ya años. De momento, ha conseguido instalar en Crimea sus bombas atómicas. Lo que está pasando últimamente se puede explicar de varias maneras. En el peor de los casos, Putin puede intentar invadir esa zona de Ucrania que está entre Donetsk y Crimea para establecer un corredor terrestre. Pero no irá más lejos. No va a invadir a todo un país como Ucrania. Económicamente, no se puede permitir el lujo de mantener una guerra. Por otra parte, sabe que la población ucraniana (más de 40 millones de habitantes) no va a permitir que su país sea invadido por Rusia.

Es claro que Putin ha perdido mucha popularidad en su país. Necesita hacer algo. Todos sabemos lo que sabe hacer Putin…. Creo que no hace falta dar detalles.

Putin está también molesto porque Europa no ha comprado su vacuna Sputnik contra el Covid. Está acostumbrado a chantajear a Europa con el gas. Este es precisamente su único as en la manga: la dependencia europea (no española) del gas ruso.

Cada país puede decidir cómo vivir y con quién asociarse. Putin no le puede prohibir a Ucrania entrar en la OTAN. Si Ucrania cumple los requisitos y quiere entrar en la OTAN tiene todo el derecho, como otros países. 


miércoles, 26 de enero de 2022

No te avergüences del Evangelio

La memoria de los santos Timoteo (obispo de Éfeso) y Tito (obispo de Creta), colaboradores de san Pablo y destinatarios de las cartas paulinas que llevan sus nombres, me da pie para abordar un asunto de actualidad: la situación de nuestros pastores (sobre todo, los sacerdotes) en la Iglesia. Hace unos días leí en una revista digital la carta abierta que un sacerdote casado le dirige al papa Francisco pidiéndole que reconsidere la posibilidad de que los presbíteros casados que lo deseen puedan ejercer públicamente el ministerio. Tanto el contenido como el tono me parecieron muy correctos. Leo también que más de un centenar de curas y laicos alemanes reivindican la realidad LGTBI en la Iglesia. Antes habían hecho algo parecido algunos grupos de actores y artistas.

Son solo dos botones de muestra que nos permiten asomarnos a realidades que están ahí, pero que no siempre tenemos en cuenta con respeto y delicadeza. Creo que en la Iglesia hay unos 100.000 sacerdotes secularizados, muchos de los cuales han contraído matrimonio. Es obvio que en un grupo tan numeroso y heterogéneo se dan situaciones muy diversas: desde los que han perdido la fe o reniegan de la Iglesia hasta quienes colaboran activamente con ella y desearían ejercer el ministerio de una forma parecida a como lo hacen los sacerdotes católicos de rito oriental o los anglicanos que han sido admitidos en la Iglesia católica. Según ellos, estamos desperdiciando pastores cualificados en un momento en el que el envejecimiento del clero es notable, escasean las vocaciones y se necesitan nuevas maneras de entender y ejercer el ministerio. 


Más allá de estas cuestiones controvertidas, creo que estamos viviendo un momento eclesial muy delicado. Conozco a un buen número de sacerdotes (tanto diocesanos como religiosos) que han perdido la alegría de ser servidores de Jesús y de la comunidad. Sienten sobre sus hombros el peso de la sospecha y la desconfianza. Las noticias sobre abusos a menores por parte de una minoría hacen que muchas personas los vean como pedófilos potenciales y que escruten todos sus movimientos. A esto se añade, en el caso de los curas rurales, el hecho de tener que atender un buen número de parroquias minúsculas sin apenas tiempo para una tarea pastoral eficaz. Estos factores, sumados a otros de naturaleza interna, acaban quemando a muchos.

Pero quizá la razón más profunda provenga de su insignificancia social. Para muchas personas (incluidos algunos creyentes), los curas son vestigios de una cristiandad superada hace ya mucho tiempo, parásitos sociales que no sirven para nada. La falta de relevancia, la soledad, el poco apoyo por parte de obispos y fieles, las dificultades para una formación permanente de calidad, las penurias económicas y el estar siempre bajo sospecha van minando la autoestima de muchos sacerdotes. Algunos deciden abandonar el ministerio; otros continúan a medio gas, más por inercia que por verdadera convicción.


Como es obvio, no todos los sacerdotes encajan en el cuadro anterior. Creo que la mayoría, a pesar de las dificultades ambientales, viven su vocación con gozo y se sienten apoyados por sus feligreses, pero, incluso en estos casos, no se libran de las críticas. ¿Cómo ayudar a nuestros pastores a ser verdaderamente lo que tienen que ser? ¿Cómo superar las distancias que a veces existen, poner sobre la mesa las cuestiones controvertidas y encontrar juntos soluciones justas? El clericalismo no ayuda a salir del hoyo. La solución la veo en dar pasos decididos hacia una Iglesia más sinodal en la que todos (sacerdotes, consagrados y laicos) caminemos juntos y nos apoyemos mutuamente, en la que no se establezcan barreras artificiales que dificulten la solución de los problemas.

Cobran actualidad las palabras que Pablo le escribe a Timoteo: “Pues conviene que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto. Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?” (1 Tim 3,2-5). Este perfil puede iluminar los discernimientos vocacionales que hacemos hoy.

Y más todavía una exhortación que nos ayuda a mantener el fuego encendido: “Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos” (2 Tim 1,6-9). Lo que de verdad nos mantiene fieles y felices en medio de las dificultades es reavivar el don de Dios que hemos recibido, tomar conciencia de que llevamos este tesoro en vasijas de barro y cultivar una relación muy personal con Jesús, a quien hemos entregado la vida.


martes, 25 de enero de 2022

¿De qué unidad hablamos?

Hoy es la fiesta de la conversión de san Pablo, un asunto que sigue dando mucho que hablar y escribir. Pablo es demasiado Pablo como para despachar su vida con los cuatro tópicos que se repiten hasta la saciedad: que si es un impostor, que si se ha inventado un cristianismo griego, que… Como todos los años, con esta fiesta termina el octavario de oración por la unidad de los cristianos. La verdad es que no he escrito nada sobre este asunto en los últimos días. La asamblea general de Filiación Cordimariana, que ha entrado ya en su fase final tras la elección de un nuevo gobierno para los próximos seis años, me ha atrapado casi por entero. 

Por otra parte, tengo muy poca experiencia de diálogo ecuménico. Nunca he vivido en países de mayoría ortodoxa (como mis compañeros de Rusia) o protestante (como otros claretianos que viven en Inglaterra, Estados Unidos o Australia). Mis contactos con personas de estas iglesias han sido muy esporádicos y superficiales. Me falta el sustrato emocional suficiente para escribir algo que no suene demasiado libresco. Aunque el diálogo teológico es imprescindible, no creo que la unidad visible nos llegue desde la mesa de quienes debaten los puntos controvertidos. Hay un ecumenismo de base que, poco a poco, irá creando un nuevo clima eclesial de respeto, entendimiento y colaboración, como ya sucede en tantas partes. Siempre se dice que, si el segundo milenio fue el de las rupturas, el tercero puede ser el de la deseada unidad. Seguimos orando con paciencia, buscando puntos de encuentro y trabajando juntos al servicio de la humanidad.


Las aguas del río católico bajan revueltas. Cada día nos desayunamos con algún sobresalto, pero ¿es imaginable una paz idílica en una comunidad universal de más de mil millones de fieles? En los últimos días se habla de “inmatriculaciones” de bienes por parte de la Iglesia de España, de la presunta responsabilidad del entonces cardenal Ratzinger en algún caso de abuso a menores en la diócesis de Múnich y de otros muchos asuntos. Ya se sabe que los medios siempre recogen lo que hace un poco de ruido. La vida que crece y madura en silencio no es noticiable. 

Más allá de los diversos casos, cada vez percibo más dificultades para vivir la unidad en la misma Iglesia católica. Después de leer Religión Digital, Religión en Libertad, Infovaticana, Infocatólica o Vida Nueva, a veces tengo la sensación de que están refiriéndose a Iglesias diferentes. No me extraña la diversidad de enfoques, ni siquiera la predilección por unos temas u otros, sino el talante excluyente que se respira en algunos de sus editoriales, blogs, etc. Da la impresión de que el catolicismo auténtico -el “pata negra”, para entendernos- está solo defendido por algunos autores que se presentan a sí mismos como dechados de la ortodoxia. Aceptan la autoridad del papa Francisco… con tal de que coincida con sus puntos de vista. Si no, la desprecian con una descortesía tabernaria. 

Y algo parecido cabe decir de ciertos columnistas de la izquierda eclesial que ven fantasmas “conservadores” y “retrógrados” por todas partes y que a veces se empeñan en una teología-ficción muy alejada de la vida real que pretenden iluminar y alentar. No resulta fácil encontrar análisis inteligentes, sosegados, constructivos. En este blog me he referido a algunas publicaciones que, a mi juicio, cumplen estos requisitos, pero no son muy leídas. Exigen “el esfuerzo del concepto” y no se deslizan por la pendiente del amarillismo eclesial como hacen algunos de los blogs que reciben más visitas. Nada nuevo. 

En un contexto tan polarizado, tenemos que esforzarnos por multiplicar los espacios de encuentro y de diálogo. Muchas de estas personas que escriben verdaderas barbaridades desde la soledad de su ordenador, cambian por completo cuando se las aborda de tú a tú. Algunas de ellas son de una timidez casi enfermiza, pero se crecen en las distancias informáticas, disfrutan divulgando chismes y haciendo conjeturas. Para evitar prejuicios y examinar los asuntos con serenidad desde diversos puntos de vista, es necesario sentarse a la misma mesa, mirarse a los ojos, compartir experiencias, presentar argumentos, oír otras voces, aceptar la diferencia y dejarse transformar por dentro. Pocas personas están dispuestas a este “test de la verdad”. Es más fácil pontificar desde un púlpito digital que bajar a la arena del encuentro interpersonal. 

Cada vez admiro más a las personas que han recibido este carisma de la cercanía y que no tienen miedo a la vulnerabilidad, ni siquiera en nombre de la ortodoxia. De personas así cabe esperar una unidad verdadera, empática, sufrida y transformadora. Los desafíos de la misión son tantos que no podemos perder tiempo y energías en inútiles e infantiles luchas intestinas. La oración de Jesús al Padre sigue siendo para nosotros un horizonte claro: “Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). 

lunes, 24 de enero de 2022

El cuarto poder

Hoy celebramos la memoria de san Francisco de Sales (1566-1622), obispo y doctor de la Iglesia. Su libro Introducción a la vida devota ha influido mucho en la espiritualidad de los últimos tres siglos, hasta el punto de ser considerado un clásico. Su pensamiento es claro y actual: “Muchas personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son más que estatuas y apariencias de devoción. La viva y verdadera devoción, ¡oh Filotea!, presupone el amor de Dios; mas no un amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad”. 

De todos modos, hoy no me voy a fijar en san Francisco de Sales como maestro de espiritualidad, sino como patrono de los periodistas. Cuando Pío XI lo designó como tal el 26 de enero de 1923, justificó la designación en el hecho de que san Francisco de Sales combatió los errores protestantes “a través de hojas sueltas, redactadas entre dos predicaciones y distribuidas como circulares a ser copiadas que, pasando de mano en mano, acababan apareciendo entre los hermanos separados”. En la encíclica Rerum omnium perturbationem (26 de enero de 1923), Pío XI escribió que declaraba a san Francisco de Sales patrono de los escritores y periodistas

“porque les enseña claramente con su ejemplo lo que deben hacer. En primer lugar, que estudien con la mayor diligencia, y en la medida de sus posibilidades, adquieran el conocimiento de la doctrina católica; que se guarden de faltar a la verdad, ni, con el pretexto de evitar la ofensa de sus adversarios, de atenuarla u ocultarla; que cuiden la forma y elegancia del discurso, y procuren expresar sus pensamientos con perspicuidad y ornamentación de palabras, para que sus lectores se deleiten en la verdad. Si tienen que luchar contra sus adversarios, deben ser capaces de refutar sus errores y resistir la improbabilidad de los perversos, pero de tal manera que muestren que están animados por la justicia y, sobre todo, movidos por la caridad”.

Son palabras un poco rebuscadas para nuestra mentalidad moderna, pero señalan claramente lo que los periodistas deben hacer. San Francisco de Sales fue un gran comunicador, tanto de palabra como por escrito. Sabía llegar a la gente. Predicaba a los niños, pero era seguido por los adultos. No sé cuántos periodistas celebrarán hoy a su santo patrón, pero es un buen día para agradecerles su trabajo y para pedir que el santo saboyano los proteja. Los periodistas son de los actores sociales que más confianza han perdido por parte de la gente. Y es una pena porque dependemos en buena medida de ellos para abrirnos al mundo. He aprendido mucho leyendo columnas inolvidables, me he emocionado con reportajes excelentes, he disfrutado con algunas entrevistas que quitaban el hipo, he seguido retransmisiones de acontecimientos históricos y me he reído con chistes gráficos y tiras de humor. El periodismo (tanto impreso como audiovisual o digital) cuenta con excelentes profesionales. ¡Muchas gracias a todos ellos!

Desde el siglo XIX se habla de la prensa como el cuarto poder en las sociedades democráticas. Se uniría así, en la práctica, al poder ejecutivo, al legislativo y al judicial, solo que con menos controles y más poder de crear opinión. Los periodistas formarían parte de la élite dirigente integrada por los gobernantes, los legisladores y los jueces. Se ha escrito mucho sobre las relaciones de la prensa con el poder político y, sobre todo, con el económico. Abundan también las novelas e incluso las películas. No hay que ser injusto con los buenos profesionales, pero parece más que evidente que los juegos de intereses y las manipulaciones están a la orden del día. Con todo, lo que más me llama la atención es la tendencia del periodismo actual a convertirse en una especie de “nueva inquisición” que puede criticar todo (con mayor o menor conocimiento de causa) en nombre de la sacrosanta libertad de expresión, pero que a duras penas admite ser cuestionado. Ciertamente, uno puede escribir al director de un periódico mostrando su disconformidad con alguna información sesgada o puede hacer comentarios críticos a algunos artículos en los medios digitales, pero eso casi nunca modifica lo más mínimo el enfoque del medio.

Desde hace años me llama también la atención la abundancia de secciones periodísticas en las que se nos trata a los lectores de ignorantes o de entendidos asintomáticos. Por ejemplo, se nos avisa de los siete errores que cometemos al beber cerveza, de los diez errores al cepillarnos los dientes o de las dieciocho cosas que hemos estado haciendo mal toda la vida y ni siquiera lo sabíamos. O sea, que si no fuera por este grupo de gurús, la humanidad habría desparecido ya hace varios siglos. Hemos cocinado mal los espaguetis a la carbonara, no sabemos hacer gimnasia y además somos torpes a la hora de sacar dinero en un cajero automático. O sea, que somos tontos de remate. ¡Menos mal que existe la prensa para recordárnoslo y enseñarnos a ser mejores en una especie de campaña mundial contra la ignorancia plebeya!

Estos son ejemplos muy banales, pero, yendo más al fondo, los editoriales de algunos periódicos son verdaderas “homilías laicas” que pontifican sobre los más diversos asuntos (desde la eutanasia hasta la política agraria de la Unión Europea pasando por los abusos a menores en la Iglesia o las cuotas de los trabajadores autónomos) y nos dicen lo que es bueno o malo con más rigidez que la mayoría de las homilías litúrgicas. La opinión se come con frecuencia a la información, aunque soy consciente de que no es fácil escindirlas. Si algo reprocho a una buena parte del periodismo contemporáneo es que, más que favorecer la información contrastada y el pensamiento crítico, se convierte en portavoz encubierto de múltiples intereses ideológicos, económicos y políticos. Cuando hay subvenciones públicas de por medio, la cosa se acentúa todavía más. 

Por eso, valoro tanto a los periodistas de raza que se resisten a ser meras voces de su amo. Los ha habido en el pasado y los hay en el presente. Sin ellos, no sabríamos bien lo que sucede en el mundo. Dependeríamos de lo que los poderosos quisieran contarnos para ocultar sus desmanes, vender sus productos o condicionar nuestras opiniones. Gracias a Dios, el mundo digital ha democratizado mucho la información y la opinión, aunque también nos ha expuesto a manipulaciones sin cuento por la falta de filtro crítico y de unos mínimos éticos. Todos somos periodistas en potencia. Basta que dispongamos de un ordenador o un teléfono móvil y tengamos algo que contar. Podemos decir cosas interesantes, divertidas y hasta instructivas. O podemos mentir, manipular e intoxicar. Los blogs, por ejemplo, son la expresión de este tipo de periodismo libre que no se debe más que a sus lectores y a las combinaciones de los algoritmos. Este Rincón es un botón de muestra.

En fin, que también en este campo crecen juntos el trigo y la cizaña. Creo que san Francisco de Sales, buen conocedor de la naturaleza humana, no se escandalizaría de eso. Nos animaría, más bien, a seguir siendo humildes testigos de la verdad, la bondad y la belleza, aunque campen a sus anchas la mentira, la maldad y la fealdad. En el momento de la siega, el trigo se aprovecha y la cizaña se quema.


domingo, 23 de enero de 2022

Esta Palabra se cumple hoy

Hoy, Tercer Domingo del Tiempo Ordinario es, por tercer año consecutivo, el Domingo de la Palabra de Dios. En el siguiente subsidio se encuentran muchas sugerencias para poner en práctica esta iniciativa pastoral del papa Francisco. Necesitamos la Palabra de Dios para afrontar con esperanza este tiempo de pandemia, para iluminar el camino sinodal que empezamos el pasado mes de octubre, para seguir creciendo como personas y comunidades. Cada vez es mayor el número de cristianos que leen asiduamente la Biblia, realizan cursos bíblicos presenciales y online, oran con la Palabra siguiendo diversos métodos (lectio divina, lectura creyente, lectura popular, etc.) y promueven su difusión a través de medios impresos, audiovisuales y digitales. 

En nuestro XXVI Capítulo General (2021), los misioneros claretianos “soñamos con Claret una Congregación que, a ejemplo de María, atesora en su corazón, cumple y proclama la Palabra de Dios”. Entre otras cosas, nos comprometimos a “favorecer y llevar a cabo, como oyentes y servidores de la Palabra, iniciativas eclesiales como el Domingo de la Palabra de Dios y la semana y el mes de la Biblia”, así como a “practicar la lectio divina de forma personal, comunitaria y con el Pueblo de Dios”. Para ser “hombres de palabra” (fieles y fiables) tenemos que ser “hombres de la Palabra” (oyentes y servidores).

Las lecturas de este domingo nos ayudan a comprender el significado de la Palabra de Dios en nuestra vida. ¡Ojalá nosotros tomáramos en serio lo que el rey Nehemías, el sacerdote Esdras y los levitas dijeron al pueblo de Israel, reunido para escuchar de la mañana a la tarde la lectura de la Ley! Esta fue su invitación: “Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”. 

La Palabra de Dios es siempre fuente de alegría. Y esa alegría es la que nos hace fuertes para afrontar las pruebas de la vida. En este tiempo de pandemia -tiempo de languidez y ansiedad- necesitamos abrevarnos en el manantial de la Palabra de Dios. Solo así podremos experimentar esa alegría profunda que nos libra de ser víctimas de una situación que se hace cada día más insostenible. En el salmo responsorial de hoy repetimos: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Es un reconocimiento del poder transformador de la Palabra de Dios.

El evangelio de Lucas comienza contando el proceso que su autor ha seguido para la composición de su evangelio (Lc 1,1-4). Resulta muy iluminador para conocer el origen de los textos que leemos hoy. A los hechos originales sigue la tradición oral (particularmente arraigada en las culturas semitas), luego colecciones escritas de diversos materiales; finalmente, una obra sistemática con un claro enfoque teológico y un propósito catequético-pastoral. Luego de esa introducción, el Evangelio salta un poco abruptamente al capítulo 4 para mostrarnos a Jesús leyendo y explicando la Palabra de Dios en la pequeña sinagoga de Nazaret, su pueblo (Lc 4,14-21). Tras ser invitado un sábado a leer un fragmento del profeta Isaías, hace una atrevida interpretación, una “lectio divina” que entusiasma y descoloca a sus paisanos. 

Lo más significativo es que lo que dice Isaías se cumple con la llegada de Jesús. O, por decirlo con sus propias palabras: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”. O sea, que con Jesús, ungido con la energía del Espíritu, los pobres son evangelizados, a los cautivos se les proclama la libertad y a los ciegos la vista; los oprimidos son liberados, se lleva a la práctica, en definitiva, el año de gracia del Señor, no el tiempo del ajuste de cuentas y de la venganza. 

¿Quién no se iba a sentir atraído por un mensaje como este? Pero, por otra parte, ¿quién podía fiarse de un paisano sin estudios y sin ninguna autoridad? ¿Quién era Jesús para arrogarse la fuerza del Espíritu? Todavía hoy seguimos haciéndonos estas preguntas al mismo tiempo que seguimos teniendo nuestros ojos clavados en él. ¿Cómo podríamos vivir la fe en Jesús sin la luz de la Palabra?

viernes, 21 de enero de 2022

Tenemos mucho que aprender

Me entra por la ventana un intenso sol de invierno. El cielo es azulísimo, como suele ser en Madrid cuando el día es claro. Velázquez se quedó prendado de la luz madrileña. Dentro de casa se está bien, pero fuera hace frío. Nos hemos despertado con tres grados bajo cero. La asamblea general de Filiación Cordimariana prosigue según el cronograma previsto. Me sorprende la sencillez, concreción y belleza con que se ha hecho memoria del sexenio pasado. Las mujeres, en contra de lo que a veces se dice, no se pierden en discusiones teóricas. Ponen el acento en la vida, quizá porque tienen una conexión biológica con el misterio del nacer y el morir. 

En la llamada “memoria de régimen” (o de gobierno) han presentado una silueta biográfica de cada una de las 50 hermanas que fallecieron a lo largo del sexenio pasado. No es cuestión de reducir su paso por la existencia a una cifra o un mero nombre. Las he felicitado por este ensayo de teología narrativa. Se conoce mejor el carisma cuando se examina la vida de quienes lo han encarnado a lo largo de muchos años. Algunas han muerto en la frontera de los cien.

Mientras disfruto de la paz de este lugar y de un ambiente sereno, me llegan noticias de algunas personas queridas que están al límite de su resistencia física y psicológica. La pandemia las está golpeando más de lo que hubieran imaginado. Los gobiernos, con mejor voluntad que verdadera estrategia, van tomando medidas, pero no son suficientes para paliar el hartazgo. Por WhatsApp siguen circulando teorías conspirativas que no hacen sino complicar más las cosas. La última que me ha llegado, aunque ya es vieja, atribuye a Tasuku Honjo, inmunólogo y bioquímico japonés, premio Nobel de Medicina en 2018, unas declaraciones que él ha desmentido categóricamente en varias ocasiones, pero que siguen circulando por la red como si tal cosa. Según esas informaciones, él habría dicho que el virus responsable de esta pandemia es una creación de algunos laboratorios chinos. Los argumentos son parecidos a los de otras teorías del mismo tipo. 

A la vista de que la pandemia no cede, hay muchas personas que se sienten cada vez más confundidas. El miedo hace que uno se abandone fácilmente a cualquier explicación, por extravagante que sea. Hay que estar en guardia y fiarse solo de aquellas que tengan un buen aval científico. Leo también que en España y otros países europeos hay un alto número de personas que no quieren ponerse la famosa tercera dosis de la vacuna. Consideran que se trata más de un interés comercial que de una medida estrictamente médica. Tendremos que estar atentos a las consecuencias.

La etapa que estamos viviendo es peligrosa. Cuando una persona o una sociedad se hartan de obedecer dócilmente o de resistir como héroes, pueden pasar a una reacción violenta. Estamos viviendo una “guerra” que dura casi dos años y para la que no habíamos recibido ningún entrenamiento ni físico ni psicológico. Por eso, necesitamos tomar conciencia del momento que atravesamos, no perder la calma y seguir viviendo de la manera más saludable posible, con un ojo siempre puesto en aquellas personas de nuestro entorno que dan señales de flaqueza y necesitan apoyo. 

Estoy convencido de que la fe cristiana nos ayuda también a afrontar situaciones como esta porque incorpora la frustración y el sufrimiento como elementos inherentes a la condición humana. Más aún, porque nos ayuda a descubrir la mano amorosa de Dios incluso en las experiencias que parecen contradecir su providencia.  En circunstancias como estas, siempre recuerdo las palabras de Pablo a la comunidad de Corinto: “Atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,8-10). 

Si aceptamos participar en la muerte de Cristo (manifestada en forma de incertidumbre, ansiedad o depresión) experimentaremos también la fuerza de su vida operante en nosotros. No es un discurso piadoso. Es pura experiencia. Pero exige de nosotros un “abandono” que a primera vista parece casi imposible. Tenemos todavía mucho que aprender.

jueves, 20 de enero de 2022

Ora, espera y no te preocupes

Hace ya tiempo que no escribo nada de música. Hoy os presento al hermano Isaías. O, para ser fiel a su nombre original, a Brother Isaiah. Nació en San Francisco (California) en 1985. Pertenece a los Frailes Franciscanos de la Renovación, una congregación religiosa fundada en 1987 por ocho sacerdotes capuchinos de los Estados Unidos. Desde el 8 de diciembre de 2016 son un instituto religioso de derecho pontificio. Están presentes en Estados Unidos, Irlanda, Inglaterra, Nicaragua y Honduras. Son alrededor de 120 hermanos. 

Los dos principales fines de este nuevo instituto contemplativo son servir a los pobres y evangelizar. Herederos del primitivo espíritu franciscano, consideran que la vida religiosa se secularizó demasiado en los años 70 y 80 del siglo pasado y por eso perdió atractivo entre los jóvenes. Entre las actividades evangelizadoras de este nuevo instituto, una de ellas es la música. Llama la atención ver al hermano Isaías, junto a otros compañeros, cantando en una iglesia, en un polideportivo o en mitad de la calle. Su hábito gris, su barba y sus sandalias no parecen el atuendo más adecuado para un concierto de música pop-rock, pero la creatividad religiosa no tiene límites. Se une a los muchos religiosos y sacerdotes que se han dedicado también a la música. Para empezar, echemos un vistazo a su Jacob’s Song (Canción de Jacob).

El hermano Isaías está convencido de que “la música es el lenguaje de Dios, el verdadero lenguaje del cielo”. Cuando le preguntan qué busca con sus canciones, responde: “Fundamentalmente, busco a Dios. Trato de dar salida a lo que pasa dentro de mí, como hizo el rey David, con todos mis sufrimientos y esperanzas”. A los jóvenes de hoy les gusta la música. ¿Por qué no usarla para acompañarlos en un itinerario de búsqueda de Dios? Algunos hombres y mujeres saben cómo hacerlo. 

La actitud del hermano Isaías en relación con la música religiosa es muy abierta: “Hay momentos para estar en silencio, otros para rezar con la intimidad de una guitarra, o momentos en los que muchas voces e instrumentos se unen para alabar a Dios. Tenemos que apreciar todos los tipos de música que tenemos en la Iglesia”. Os propongo un ejemplo de concierto en el interior de una iglesia. El título de la canción reproduce unas palabras de Jesús: “Come, follow me” (Ven, sígueme).

No sé el futuro que tendrá este nuevo instituto religioso. Es probable que algunos lectores de este Rincón piensen que se trata de una de esas iniciativas neoconservadoras que vienen de los Estados Unidos y que su recorrido será corto. La historia lo dirá. Yo procuro acoger con simpatía cada nuevo fenómeno eclesial porque casi siempre es un don del Espíritu que nos abre los ojos hacia algo que hemos olvidado o que tenemos que descubrir. 

Es evidente que la vida religiosa en Occidente ha perdido el mordiente que tuvo en otras épocas. No todo es achacable a la secularización de la sociedad. En buena medida es también imputable a la secularización interna. Quizá, en nuestro intento de acercarnos al mundo, hemos perdido la anormalidad que siempre ha caracterizado a este estilo de vida. El hermano Isaías y sus compañeros, desde una anormalidad normal,  nos recuerdan que lo importante es orar, esperar y no preocuparse demasiado. Os dejo con su tema “Pray, Hope, Don’t Worry”.


miércoles, 19 de enero de 2022

Los "santitos"

Exterior de la ermita de san Antón

Desde muy niño oí hablar de “los santitos”, aunque tardé tiempo en saber a qué se refería esa expresión que seguramente será desconocida para la mayor parte de los lectores del Rincón. Cuando en mi pueblo natal la gente habla de “los santitos” se refiere a una serie de fiestas menores que tienen lugar entre la Navidad y la Semana Santa. Los famosos “santitos” son cinco: san Antón (17 de enero), san Sebastián (20 de enero), santa Inés (21 de enero), san Blas (3 de febrero) y santa Agueda (5 de febrero). 

Cada uno de ellos tiene (o tenía) su imagen, su cofradía y sus correspondientes tradiciones: misas, oración por los difuntos, procesiones, reparto de panecillos, bendición de roscos, comidas de hermandad, bailes, etc. Uno de ellos (san Antón) tiene incluso ermita propia a las afueras del pueblo. No es fácil encontrar una constelación de fiestas tan seguidas que hayan sobrevivido a la imparable secularización de nuestra sociedad. 

Misa de la fiesta en el interior de la ermita de san Antón

La verdad es que no soy ningún experto en la historia de estas fiestas ni he pertenecido nunca a ninguna cofradía. No he vivido por dentro la emoción que deben sentir sus miembros. Si hoy les dedico la entrada es porque hay varias cosas que me sorprenden. La primera es el hecho de que los cinco “santitos” se remonten a los siglos III-IV. El abad san Antón murió en el año 356; el soldado mártir san Sebastián en el año 288; la virgen y mártir santa Inés en el 304; el obispo san Blas en el 316: y la virgen y mártir santa Águeda de Catania, en el 261. Ninguno de ellos es un santo moderno. 

¿Qué tienen estos tres varones (Antón, Sebastián, Blas) y estas dos mujeres (Inés y Águeda) para seguir siendo atractivos 17 siglos después de su muerte? Entre ellos hay eremitas, soldados, obispos y dos muchachas jóvenes sin apenas trayectoria personal. A primera vista, nada haría pensar que historias como las suyas pudieran interesar a los hombres y mujeres del siglo XXI, que vivimos en un contexto cultural muy alejado del suyo. A nosotros no nos persiguen como a ellos por ser cristianos, a menos que el estilo pagano de vida que llevamos hoy sea una especie de persecución sorda. 

Roscos de san Blas

Me resulta curioso que en nuestra sociedad secularizada exista un sorprendente mundo cofrade que sigue atrayendo a un buen número de jóvenes. ¿Por qué? Quizá porque en una cultura individualista las cofradías representan un oasis de hermandad. Los cofrades se suelen llamar entre ellos “hermanos”. Saber que eres significativo para alguien, más allá del círculo familiar, es una experiencia que nos proporciona arraigo y seguridad. Necesitamos cultivar un fuerte sentido de identidad y pertenencia: saber de dónde venimos, quiénes somos y a quién pertenecemos. Por otra parte, en una sociedad tan mecanizada como la nuestra, echamos de menos algunos ritos que nos abran a una dimensión trascendente. Las fiestas de los santos y las cofradías que las organizan están cargadas de elementos rituales que parecen satisfacer esta necesidad. Es, en cierto sentido, el retorno de lo sacro bajo formas populares, lejos de la rigidez litúrgica. 

Creo, además, que los “santitos”, más allá de su biografía singular, constituyen un recuerdo permanente de que “otra vida es posible”, de que ha habido hombres y mueres a lo largo de la historia que han vivido con autenticidad, sin dejarse llevar por las modas del momento, dando su vida por Jesús y los valores del Evangelio. Aunque uno no siempre esté dispuesto a seguir este mismo camino, no deja de sentirse atraído por la fuerza que transmiten quienes fueron capaces de transitarlo. En el fondo, todos añoramos ser mejores de lo que somos. Por eso, nos aupamos sobre los hombros de quienes fueron fieles a sus convicciones. Podemos admirar a algunos triunfadores (deportistas, políticos, hombres de negocios, etc.), pero, a la hora de la verdad, nos fiamos más de lo santos. No olvidamos también su función intercesora. A ellos podemos confiarles nuestras necesidades. 

Grupo de mujeres celebrando la fiesta de santa Águeda

Por último, resulta sugestivo que haya algunas fiestas menores en el corazón del invierno. Todas se remontan a tiempos en los cuales la vida agraria se reducía al mínimo y quedaba más tiempo para la celebración. Aunque solemos asociar las fiestas al verano, quedan vestigios de “fiestas invernales” que introducen una nota de alegría en los días cortos y gélidos de las primeras semanas del año. Es verdad que la celebración actual de los “santitos” dista mucho de tener el impacto popular que tenía hace unas cuantas décadas. Es verdad que en los dos últimos años la pandemia ha minimizado aún más sus expresiones. Con todo, sigue constituyendo un momento de encuentro fraterno y de alegría. 

Intuyo que, además, es una expresión sincera de una religiosidad popular que, convenientemente evangelizada, puede ayudar al encuentro personal con Dios. Al fin y al cabo, Antón, Sebastián, Inés, Blas y Águeda no han pasado a la historia por ser grandes científicos, escritores o artistas, sino por haber dedicado sus vidas enteramente a Dios. Lo que explica su fama y este tremendo arraigo popular es la fuerza de Dios en sus vidas. Si ellos fueron capaces de vivir una vida tan auténtica, ¿por qué nosotros no? ¿Qué nos impide a los hombres y mujeres del siglo XXI vivir una fe como la suya? Ser cofrade es algo más que pagar una cuota anual o participar en una comida de hermandad. Es, por lo menos, un deseo de ser mejores, de vivir con otros hermanos y hermanas la alegría de caminar por la misma senda que recorrieron algunos “santitos” cuyo recuerdo es inspirador. 

martes, 18 de enero de 2022

Calle arriba, calle abajo

Ayer y anteayer dediqué un tiempo a recorrer a pie la calle Arturo Soria: el domingo, en dirección hacia su final; ayer, en dirección hacia su origen. Esta larga y compleja calle está situada en el noreste de Madrid, en el distrito de Ciudad Lineal, a cuatro pasos de la casa de espiritualidad en la que me encuentro. Tiene unos 6 kilómetros de longitud. Debe su nombre al geómetra, urbanista y teósofo Arturo Soria (1844-1920), impulsor del proyecto de una ciudad lineal, cuyo objetivo se resumía en la frase: “A cada familia una casa, en cada casa una huerta y un jardín”. Podríamos decir que su sueño se alineaba con las propuestas utópicas que han surgido a lo largo de la historia y que, por diversas razones, casi nunca se han podido materializar a cabalidad. 

Arturo Soria buscaba una alternativa para descongestionar las ciudades tradicionales agrupadas en torno a un núcleo urbano. Quería recuperar un urbanismo fundamentado en la dignidad de la persona y el contacto con la naturaleza. Su ciudad lineal era una ciudad alargada construida a ambos lados de una avenida central de 40 metros de ancho, con viviendas a los lados. Se trataba de aplicar a la gran ciudad el concepto de pueblo-calle que se observa en algunas poblaciones rurales. Su sueño se realizó solo en parte. Con el paso del tiempo, la calle que lleva su nombre ha ido adoptando otra fisonomía por problemas presupuestarios, especulación inmobiliaria, cambios en los planes urbanísticos, etc. La actual calle conserva solo unos pocos elementos de la idea original. Con todo, sigue siendo una calle muy peculiar, bastante diferente a otras calles de Madrid.

Más allá de las cuestiones urbanísticas, a las que personalmente soy muy aficionado, mi paseo vespertino tuvo algo de exploración humana. Volví a comprobar que, a pesar de la pandemia,  la gente camina, se echa a la calle para no ser víctima de un confinamiento que a la larga puede resultar más perjudicial que el mismo coronavirus. El paisaje humano era variopinto. Abundaban los papás y abuelos que recogían a los niños en los numerosos colegios que hay en la zona. Se veían también bastantes jóvenes con sus chándales que iban a practicar deporte. Quizás el grupo más numeroso era el de los jubilados que disfrutaban del sol invernal en el momento más propicio del día. Con su calzado deportivo y provistos de gorros, guantes, bufandas y mascarillas caminaban a paso tranquilo por la acera o se sentaban un rato en los muchos bancos que pueblan las áreas de juegos y de descanso. 

Mirando a un lado y a otro, comprobé que hay un buen número de hospitales y clínicas (desde el prestigioso Centro Andersen contra el Cáncer hasta la clínica Nuestra Señora de América), colegios, conservatorios, sedes de multinacionales, residencias de ancianos, casas de congregaciones religiosas, bares y restaurantes (en número menor que en otros barrios de Madrid) y, por supuesto, numerosas viviendas familiares. La antigua Villa Rubín, residencia familiar del urbanista Arturo Soria, es hoy la Residencia de Menores Manzanares, dependiente de la Comunidad de Madrid.

Mientras paseaba a buen ritmo, imaginaba las historias que se podían esconder detrás de las fachadas de algunos chalés de lujo, en los quirófanos de los hospitales, en las habitaciones de los ancianos de las residencias y también en los rostros de las mujeres filipinas y latinoamericanas que paseaban del brazo de algunos ancianos, de los jóvenes que iban descentellados (este original término no figura en el diccionario de la RAE, pero se lo he oído utilizar a mi madre en varias ocasiones) en sus bicicletas y de las mamás que tenían dificultades para estacionar su coche frente al colegio de sus hijos. 

¿Qué sueñan estas personas? ¿Qué les mueve en la vida? ¿Qué les hace sufrir? ¿En dónde encuentran fundamento para seguir adelante? Oí casualmente la conversación de dos ancianas a las que adelanté con mi paso rápido. Estaban hablando -¡cómo no!- de la omnipresente pandemia. Una de ellas le dijo a la otra en tono lastimero: “Así no podemos seguir mucho tiempo”. Es como si estuviera llegando al límite de su resistencia. Entonces pensé en las diversas actitudes que todos tenemos ante este fenómeno para el que no estábamos preparados. 

En las últimas semanas, algunos de mis amigos y familiares han pasado la enfermedad casi sin enterarse, con serenidad, paciencia e incluso con buen humor. Otros, por el contrario, han vivido momentos de rabia, tristeza y hasta casi desesperación. ¿Por qué el mismo virus provoca reacciones tan diferentes? A veces, tiene que ver con las condiciones en las que cada uno vive la enfermedad (no es lo mismo estar encerrado en un pequeño apartamento o en una habitación de hospital que vivir en un chalé o en el campo). Otras veces tiene que ver con la gravedad o levedad de los síntomas. Quien tiene serios problemas para respirar no la afronta igual que quien es asintomático o sufre solo un poco de fiebre y de cansancio.

Por último -creo que esto es lo más importante- tiene que ver con nuestra actitud ante la vida. Quien quiere tener siempre todo bajo control o está acostumbrado a ser muy autónomo, pierde los nervios cuando no puede controlar la enfermedad y sus efectos colaterales. Quien, por el contrario, ha aprendido a dejarse cuidar, a abandonarse, afronta la enfermedad con más tranquilidad, sabiendo que la irritación no le ayuda a superarla. En fin, que un paseo, calle arriba y calle abajo, da para mucho.


lunes, 17 de enero de 2022

Un G-18 femenino y consagrado

Desde el sábado me encuentro en una casa de espiritualidad en el noreste de Madrid. Estaré hasta finales de mes acompañando a las participantes en la XI Asamblea General del instituto secular Filiación Cordimariana. Se trata de un grupo de 18 mujeres (G-18) provenientes de España, Portugal, Argentina, Brasil, Perú, Uruguay y Venezuela, que representan a todos los miembros de este instituto cuya singular historia merece la pena conocer. Su origen se remonta a san Antonio María Claret. En 1847 el entonces misionero apostólico escribió un libro titulado Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María o Religiosas en sus casas, que no pudo publicarse hasta 1850, un año después de la fundación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. En este libro se encuentran las bases de una nueva forma de vida consagrada que muchos años después cristalizó en un moderno instituto secular presente en varios países europeos y americanos. 

Este instituto, conocido como Filiación Cordimariana, forma parte de la Familia Claretiana, junto con los Misioneros Claretianos, las Misioneras Claretianas (que precisamente hoy celebran el aniversario de la muerte de su Fundadora, la venerable Madre Antonia María París), el movimiento laical Seglares Claretianos y otros cuatro grupos más: las Misioneras de María Inmaculada (fundadas en Guinea Ecuatorial en 1909), las Misioneras Cordimarianas (fundadas en México en 1921),  las Misioneras de la Institución Claretiana (fundadas en España en 1951) y las Misioneras de san Antonio María Claret (fundadas en Brasil en 1958). Los cuatro grupos comparten la espiritualidad misionera de san Antonio María Claret.

Imagino que la mayoría de los lectores de este Rincón no están familiarizados con los institutos seculares. Todo el mundo sabe qué es un cura, una monja o un fraile, por usar categorías populares, aunque no muy precisas teológica y canónicamente. Pero, ¿en qué consiste un instituto secular? Reproduzco casi literalmente lo que escribí hace más de tres años en una entrada titulada Una hermosa desconocida, coincidiendo con el 75 aniversario del instituto Filiación Cordimariana. Sus miembros se presentan como mujeres que quieren vivir la consagración a Dios “en el corazón del mundo”. Hacen voto de castidad, pobreza y obediencia como expresión de su total entrega a Dios y a la Iglesia. Pero, a diferencia de las monjas y de las religiosas, su claustro es el mundo. Quieren vivir a cabalidad su condición de mujeres seculares. 

Por lo general, desarrollan profesiones civiles. La actual directora general de Filiación Cordimariana, por ejemplo, es abogada. Otras son profesoras, trabajadoras sociales, médicas, enfermeras, etc. Viven solas, con sus familias o en pequeños grupos, según lo más conveniente. El Corazón de María simboliza para ellas el santuario en el que se ofrecen a Dios como María y el hogar en el que aprenden el “arte mariano” de vivir; es decir, la escucha, la profundidad, la fe, la ternura, la compasión, el servicio, la cordialidad y, en definitiva, la alegría de haber encontrado el tesoro de Dios para compartirlo con los demás. Filiación Cordimariana es una familia carismática pequeña y discreta, pero muy activa. Es, por decirlo de manera muy entrañable, una “hermosa desconocida”.

Estoy convencido de que muchas chicas que experimentan la llamada a vivir su fe con una entrega especial a Jesús, pero sin renunciar a sus aspiraciones profesionales y a su estilo autónomo (no individualista) de vida, podrían encontrar en un instituto como este un atractivo camino vocacional. Gracias a Dios, en la Iglesia hay muchas maneras de seguir a Jesús. Algunas son muy visibles y gozan de una larga trayectoria histórica. Otras son casi invisibles y han nacido hace apenas unas décadas. Lo importarte es encontrar aquella que coincide con las aspiraciones que el Señor ha puesto en nuestro corazón. 

Yo personalmente me encuentro muy a gusto acompañando durante un par de semanas a este G-18 en una asamblea general que lleva por título Tejiendo historias en corazones de carne. Os pido una oración por el fruto de este encuentro y os dejo con un vídeo que presenta algunos testimonios sobre la identidad y misión de este Instituto secular.