No sé cómo acabará la
tensión entre Rusia y Ucrania. O entre Rusia y la OTAN. O entre
Vladimir Putin y Joe Biden. Estamos tan acostumbrados a disfrazar los
intereses de ideales que todo puede suceder en los próximos días o
semanas. Putin sueña con mantener la “gran Rusia” e incluso los viejos dominios
de la Unión Soviética. La OTAN quiere expandirse hacia el este. Y el gas y el
petróleo hacen el resto. En otras guerras recientes la opinión pública ha
inclinado la balanza hacia un lado u otro según la propaganda difundida por las
partes en litigio. Los medios de comunicación han jugado un papel decisivo. La guerra del Golfo
fue un clarísimo ejemplo.
No escarmentamos. En el fondo, tenemos las guerras que
queremos tener. O las que “nos interesa” tener. Casi siempre está detrás la
industria armamentística. Estamos en el siglo XXI. Seguimos adiestrándonos en
el arte de la guerra como en los tiempos de Alejandro Magno o de Napoleón, solo que ahora con armas más sofisticadas, incluyendo las biológicas y las cibernéticas. No
sabemos bien cómo gestionar una cultura de la paz, por más que hablemos
constantemente de ella. Los intereses suelen pesar más que los valores. Al
final, todos perdemos. La crueldad del siglo XX (con dos guerras mundiales, dos bombas atómicas y muchas guerras nacionales y regionales) no fue suficiente para no caer en las mismas trampas en el siglo XXI.
Estamos terminando ya la 11ª Asamblea General de Filiación Cordimariana.
Después de un trabajo intenso por grupos, ayer tuvimos la aprobación del
documento final en la asamblea plenaria. No sucumbimos a la tentación de las
votaciones. Preferimos regular el tráfico de pareceres con la “técnica del semáforo”. En las
votaciones ordinarias la mayoría gana y la minoría pierde. Es -si se me permite
la hipérbole- una dinámica bélica. Se reproduce el esquema de “vencedores y vencidos”.
Esto suele generar resentimiento.
En la “técnica del semáforo” (o quizá mejor de las tarjetas de colores) las personas que
están completamente de acuerdo con la formulación de un texto levantan su
tarjeta verde; las que no están de acuerdo enarbolan la roja; y las que están
de acuerdo, pero con matices, presentan la naranja. Una vez que todos los
participantes han mostrado sus cartas, tanto los que presentan tarjetas rojas
como naranjas tienen la oportunidad de explicar sus razones. Se abre un breve diálogo. De esta manera, el
grupo aprovecha la riqueza que se esconde en algunas posiciones contrarias, o
simplemente críticas, e incorpora esa sabiduría al río del discernimiento común. No se desprecia ni se desaprovecha nada. Al final, después de un diálogo esclarecedor, siempre se consigue la totalidad
de tarjetas verdes. Lo que importa es buscar el consenso aprovechando la
riqueza de todas las opiniones, no hacer triunfar la propia opinión a costa de los demás. Naturalmente, el uso de esta técnica exige algunas actitudes: agudeza mental, empatía, apertura, flexibilidad, humildad y generosidad. [La técnica no sirve para quienes siempre quieren marcar territorio y autoafirmarse a toda costa: “¿De qué se trata, que me opongo?”].
Comprendo que no es fácil aplicar esta técnica a la dinámica
política o incluso al modo de proceder en las instituciones académicas,
empresariales y eclesiásticas. Sin embargo, todos ganaríamos mucho si
supiéramos aprovechar lo mejor de cada opinión para construir un camino conjunto.
Si de verdad nos importara el bien común, no pondríamos tanto el acento en las
diferencias de parte cuanto en lo que nos beneficia a todos. Por desgracia, desde
niños estamos acostumbrados a la competición, al enfrentamiento y al juego de
ganadores y perdedores, de vencedores y vencidos, de triunfadores y fracasados. Los parlamentos suelen ser el escenario de estas batallas dialécticas que a veces nos hacen sonrojar porque se parecen más a un patio de colegio que a un foro de diálogo. Esto crea brechas de resentimiento, envidia y venganza. Los derrotados son
siempre enemigos potenciales.
Si algo puede aportar el Evangelio a la
construcción de una cultura de la paz es la convicción de que el mal se vence a
fuerza de bien y no con una sobredosis de mal. La guerra (incluso en sus formas suaves) no hace sino
introducir nuevas y a menudo más profundas injusticias. Espero que este nuevo
foco de tensión entre Rusia y Ucrania no desemboque en un conflicto bélico como
tantos otros a los que por desgracia nos hemos ido acostumbrando.
Por primera vez desde que abrí este blog hace casi seis años
no estoy tecleando el texto de la entrada, sino dictándoselo a mi ordenador. No
estoy seguro de que el texto fluya mejor, pero quería hacer un experimento. Es obvio
que de esta manera se ahorra tiempo y quizá se gana un poco de espontaneidad.
Al fin y al cabo, el lenguaje oral tiene una cadencia distinta a la del
lenguaje escrito. Ya veremos.
***
Una vez publicada la entrada de hoy, me llega este escrito de un amigo mío ucraniano afincando en España. Creo que es esclarecedor. Me he limitado a hacer algunas correcciones gramaticales.
Para
entender lo que está pasando ahora entre Rusia y Ucrania hay que remontarse a varios
siglos atrás. ¿Por qué Rusia siempre ha tenido recelos de Ucrania? Porque
Rusia no acepta que antes de existir como país existía ya la Rus de Kiev (Kýievska Rus).
No olvidemos que Kiev es actualmente la capital de Ucrania. En otras palabras,
cuando todavía no existía Rusia como país moderno, ya existía Ucrania.
Mirando
al pasado reciente, vemos que los habitantes de la zona oriental de Ucrania (Donetsk)
organizaron revueltas porque, según ellos, se sienten rusos. En realidad, los habitantes originarios de esta zona de Donetsk eran
ucranianos, pero el dictador Stalin, cuando provocó la conocida “hambruna en Ucrania” (matando de hambre a millones de ucranianos), empezó a poblar esta zona
de Donetsk con gente proveniente de Rusia. Los rusos han crecido allí, han tenido hijos,
etc.
Así
las cosas, en 2014 se organizó el llamado Referéndum
sobre el estatuto político de Crimea. La península se llenó de “hombrecitos
verdes” armados (que más tarde el mismo Putin reconoció públicamente que eran
soldados rusos). Se monta un referéndum con el fusil en la nuca de los habitantes
de Crimea, que no tienen más remedio que votar lo que les dicen los “hombrecitos
verdes”, aunque ellos no quieran. Mientras suceden estas cosas en Crimea, los
habitantes en la zona de Donetsk están revolucionados. Si miramos el mapa de
Ucrania, se entiende perfectamente el plan de Putin, que consiste en organizar
al mismo tiempo el referéndum ilegal de Crimea y los levantamientos de Donetsk. Para invadir ilegalmente Crimea necesita
tener un acceso terrestre desde Rusia. Precisamente la zona de Donetsk, que
tiene frontera con Rusia, se conecta con Crimea en línea recta… pasando por
otra provincia, como puede verse en este mapa.
Volvamos
los ojos a Crimea. En realidad, históricamente es un territorio habitado por
los tártaros. No era ni de Rusia ni de Ucrania. Fue Stalin quien mató a miles
de tártaros y la pobló con rusos (como hizo en Donetsk).
Putin
lleva planeando esta estrategia desde hace ya años. De momento, ha conseguido instalar
en Crimea sus bombas atómicas. Lo que está pasando últimamente se puede
explicar de varias maneras. En el peor de los casos, Putin puede intentar
invadir esa zona de Ucrania que está entre Donetsk y Crimea para establecer un
corredor terrestre. Pero no irá más lejos. No va a invadir a todo un país como
Ucrania. Económicamente, no se puede permitir el lujo de mantener una guerra.
Por otra parte, sabe que la población ucraniana (más de 40 millones de
habitantes) no va a permitir que su país sea invadido por Rusia.
Es
claro que Putin ha perdido mucha popularidad en su país. Necesita hacer algo.
Todos sabemos lo que sabe hacer Putin…. Creo que no hace falta dar detalles.
Putin
está también molesto porque Europa no ha comprado su vacuna Sputnik contra el
Covid. Está acostumbrado a chantajear a Europa con el gas. Este es precisamente
su único as en la manga: la dependencia europea (no española) del gas ruso.
Cada
país puede decidir cómo vivir y con quién asociarse. Putin no le puede prohibir
a Ucrania entrar en la OTAN. Si Ucrania cumple los requisitos y quiere entrar
en la OTAN tiene todo el derecho, como otros países.