viernes, 28 de enero de 2022

Tomás de Aquino no ha muerto del todo


Hoy no me puedo olvidar de santo Tomás de Aquino (1225-1274), uno de los grandes maestros en la historia de la Iglesia. Desde la reforma litúrgica, su fiesta se celebra el 28 de enero. Las cosas han cambiado tanto desde su lejano siglo XIII que algunos se preguntan si podemos seguir llamándolo “maestro”. Yo creo que sí. Nuestra visión del mundo es muy distinta de la que imperaba en el medievo. La ciencia nos ha ayudado a comprender un poco mejor el universo. Tenemos otra concepción de la materia. No consideramos que la filosofía sea una “ancilla tehologiae” (esclava de la teología). Pero hay algo que no ha cambiado para los creyentes: la convicción de que vivimos inmersos en el amor de Dios y de que el ser humano puede descubrir su presencia en la realidad. 

Ya sé que los ateos no admiten esto desde su “fe” acientífica en la no existencia de Dios, pero eso es harina de otro costal. Examinando lo que hoy se escribe en los periódicos y lo que se suele ver en la televisión, me hago cargo de que los agnósticos y los ateos se han adueñado del “relato” (como hoy suele decirse) acerca de la existencia de Dios y de las implicaciones que esto tiene para los humanos. La cultura dominante da por supuesto que esta visión “mítica” de la vida ha sido ya superada y que la última palabra nos viene siempre de la ciencia.

Me temo que los creyentes nos hemos encogido un poco, como si, en el fondo, no creyéramos en la fuerza de la verdad. Acusados de prepotentes y dominadores, nos dedicamos a expiar algunos excesos del pasado más que a explorar un nuevo acercamiento fe-ciencia con el vigor con que lo hizo Tomás de Aquino. Necesitamos personas como él en este arranque del siglo XXI, creyentes y pensadores que no se sientan intimidados por la cultura dominante, que se atrevan a repensar el cristianismo y que hagan nuevas propuestas desde la inteligencia de la fe. Comprendo que es una empresa exigente y arriesgada. 

Hoy disponemos de una mole tan ingente de investigaciones en todos los campos del saber que no hay persona singular que pueda hacerse cargo de ella. Quizá por eso necesitamos estimular los equipos de trabajo. Es difícil que surjan genios como Tomás de Aquino, capaces de hacer un poderosa y original síntesis entre razón y fe, pero podemos promover equipos que aúnen competencias diversas, repiensen juntos las grandes cuestiones de hoy y ofrezcan pistas bien fundamentadas. Estos equipos existen ya en algunas universidades católicas y también en las academias pontificas.

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