lunes, 24 de enero de 2022

El cuarto poder

Hoy celebramos la memoria de san Francisco de Sales (1566-1622), obispo y doctor de la Iglesia. Su libro Introducción a la vida devota ha influido mucho en la espiritualidad de los últimos tres siglos, hasta el punto de ser considerado un clásico. Su pensamiento es claro y actual: “Muchas personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias de la devoción, y el mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero, en realidad, no son más que estatuas y apariencias de devoción. La viva y verdadera devoción, ¡oh Filotea!, presupone el amor de Dios; mas no un amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad”. 

De todos modos, hoy no me voy a fijar en san Francisco de Sales como maestro de espiritualidad, sino como patrono de los periodistas. Cuando Pío XI lo designó como tal el 26 de enero de 1923, justificó la designación en el hecho de que san Francisco de Sales combatió los errores protestantes “a través de hojas sueltas, redactadas entre dos predicaciones y distribuidas como circulares a ser copiadas que, pasando de mano en mano, acababan apareciendo entre los hermanos separados”. En la encíclica Rerum omnium perturbationem (26 de enero de 1923), Pío XI escribió que declaraba a san Francisco de Sales patrono de los escritores y periodistas

“porque les enseña claramente con su ejemplo lo que deben hacer. En primer lugar, que estudien con la mayor diligencia, y en la medida de sus posibilidades, adquieran el conocimiento de la doctrina católica; que se guarden de faltar a la verdad, ni, con el pretexto de evitar la ofensa de sus adversarios, de atenuarla u ocultarla; que cuiden la forma y elegancia del discurso, y procuren expresar sus pensamientos con perspicuidad y ornamentación de palabras, para que sus lectores se deleiten en la verdad. Si tienen que luchar contra sus adversarios, deben ser capaces de refutar sus errores y resistir la improbabilidad de los perversos, pero de tal manera que muestren que están animados por la justicia y, sobre todo, movidos por la caridad”.

Son palabras un poco rebuscadas para nuestra mentalidad moderna, pero señalan claramente lo que los periodistas deben hacer. San Francisco de Sales fue un gran comunicador, tanto de palabra como por escrito. Sabía llegar a la gente. Predicaba a los niños, pero era seguido por los adultos. No sé cuántos periodistas celebrarán hoy a su santo patrón, pero es un buen día para agradecerles su trabajo y para pedir que el santo saboyano los proteja. Los periodistas son de los actores sociales que más confianza han perdido por parte de la gente. Y es una pena porque dependemos en buena medida de ellos para abrirnos al mundo. He aprendido mucho leyendo columnas inolvidables, me he emocionado con reportajes excelentes, he disfrutado con algunas entrevistas que quitaban el hipo, he seguido retransmisiones de acontecimientos históricos y me he reído con chistes gráficos y tiras de humor. El periodismo (tanto impreso como audiovisual o digital) cuenta con excelentes profesionales. ¡Muchas gracias a todos ellos!

Desde el siglo XIX se habla de la prensa como el cuarto poder en las sociedades democráticas. Se uniría así, en la práctica, al poder ejecutivo, al legislativo y al judicial, solo que con menos controles y más poder de crear opinión. Los periodistas formarían parte de la élite dirigente integrada por los gobernantes, los legisladores y los jueces. Se ha escrito mucho sobre las relaciones de la prensa con el poder político y, sobre todo, con el económico. Abundan también las novelas e incluso las películas. No hay que ser injusto con los buenos profesionales, pero parece más que evidente que los juegos de intereses y las manipulaciones están a la orden del día. Con todo, lo que más me llama la atención es la tendencia del periodismo actual a convertirse en una especie de “nueva inquisición” que puede criticar todo (con mayor o menor conocimiento de causa) en nombre de la sacrosanta libertad de expresión, pero que a duras penas admite ser cuestionado. Ciertamente, uno puede escribir al director de un periódico mostrando su disconformidad con alguna información sesgada o puede hacer comentarios críticos a algunos artículos en los medios digitales, pero eso casi nunca modifica lo más mínimo el enfoque del medio.

Desde hace años me llama también la atención la abundancia de secciones periodísticas en las que se nos trata a los lectores de ignorantes o de entendidos asintomáticos. Por ejemplo, se nos avisa de los siete errores que cometemos al beber cerveza, de los diez errores al cepillarnos los dientes o de las dieciocho cosas que hemos estado haciendo mal toda la vida y ni siquiera lo sabíamos. O sea, que si no fuera por este grupo de gurús, la humanidad habría desparecido ya hace varios siglos. Hemos cocinado mal los espaguetis a la carbonara, no sabemos hacer gimnasia y además somos torpes a la hora de sacar dinero en un cajero automático. O sea, que somos tontos de remate. ¡Menos mal que existe la prensa para recordárnoslo y enseñarnos a ser mejores en una especie de campaña mundial contra la ignorancia plebeya!

Estos son ejemplos muy banales, pero, yendo más al fondo, los editoriales de algunos periódicos son verdaderas “homilías laicas” que pontifican sobre los más diversos asuntos (desde la eutanasia hasta la política agraria de la Unión Europea pasando por los abusos a menores en la Iglesia o las cuotas de los trabajadores autónomos) y nos dicen lo que es bueno o malo con más rigidez que la mayoría de las homilías litúrgicas. La opinión se come con frecuencia a la información, aunque soy consciente de que no es fácil escindirlas. Si algo reprocho a una buena parte del periodismo contemporáneo es que, más que favorecer la información contrastada y el pensamiento crítico, se convierte en portavoz encubierto de múltiples intereses ideológicos, económicos y políticos. Cuando hay subvenciones públicas de por medio, la cosa se acentúa todavía más. 

Por eso, valoro tanto a los periodistas de raza que se resisten a ser meras voces de su amo. Los ha habido en el pasado y los hay en el presente. Sin ellos, no sabríamos bien lo que sucede en el mundo. Dependeríamos de lo que los poderosos quisieran contarnos para ocultar sus desmanes, vender sus productos o condicionar nuestras opiniones. Gracias a Dios, el mundo digital ha democratizado mucho la información y la opinión, aunque también nos ha expuesto a manipulaciones sin cuento por la falta de filtro crítico y de unos mínimos éticos. Todos somos periodistas en potencia. Basta que dispongamos de un ordenador o un teléfono móvil y tengamos algo que contar. Podemos decir cosas interesantes, divertidas y hasta instructivas. O podemos mentir, manipular e intoxicar. Los blogs, por ejemplo, son la expresión de este tipo de periodismo libre que no se debe más que a sus lectores y a las combinaciones de los algoritmos. Este Rincón es un botón de muestra.

En fin, que también en este campo crecen juntos el trigo y la cizaña. Creo que san Francisco de Sales, buen conocedor de la naturaleza humana, no se escandalizaría de eso. Nos animaría, más bien, a seguir siendo humildes testigos de la verdad, la bondad y la belleza, aunque campen a sus anchas la mentira, la maldad y la fealdad. En el momento de la siega, el trigo se aprovecha y la cizaña se quema.


1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo, por toda la información que nos das que nos lleva a poder contrastar las noticias que llegan... y saber anallizar los pros y los contras... saber husmear lo que hay de verdadero y de falso...

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