martes, 11 de mayo de 2021

Los santos de la puerta de al lado

Suceden tantas cosas, y tan deprisa, que corremos el riesgo de perdernos. Las estrellas de ayer se convierten en poco tiempo en meteoritos gastados. El periodista italiano Aldo Cazzullo hace una interesante reflexión sobre el auge y la caída de Pablo Iglesias en su artículo El adiós a la política del hombre que no ha hecho la revolución. También resulta interesante la entrevista con el alcalde de Cali para comprender un poco mejor lo que está pasando en Colombia. Si miramos hacia el este, vemos que la violencia ha vuelto a Jerusalén. Los patriarcas cristianos piden ayuda a la comunidad internacional. Algunos hablan de la posibilidad de un cisma en la Iglesia católica ante el maratón de bendiciones de parejas homosexuales que tuvo ayer lugar en Alemania en oposición a la orden del Vaticano que las prohibía. La campaña se llama #liebegewinnt (El amor gana).

Ojear los medios digitales al comenzar el día puede colocarnos al borde de un ataque de nervios. ¿Quién puede procesar tanta información? ¿Cómo abrir los ojos a lo que pasa sin morir en el intento? Si nos alimentáramos solo de la actualidad, es muy probable que en más de una ocasión nos entraran ganas de gritar: “¡Que paren el mundo, que me quiero bajar!”. Pero, gracias a Dios, hay otras fuentes que nos ayudan a tener una visión más serena de la vida. Es verdad que los medios nos reportan a menudo historias de violencia, tensión, conflicto y desesperanza. Pero  si abrimos bien los ojos, vemos que, muy cerca de nosotros, hay hombres y mujeres extraordinarios, esos a los que el papa Francisco llama “los santos de la puerta de al lado”. Se atreve a poner algunos ejemplos: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo” (n. 7).

Igual que todos los días leemos los periódicos (impresos o digitales), escuchamos los informativos radiofónicos o vemos los noticieros de la televisión, tendríamos que “leer” también los ejemplos de las personas que tenemos cerca y que, con todas sus limitaciones, están sosteniendo la vida. Personas que madrugan para ir a su trabajo y procuran hacerlo con honradez y competencia. Médicos y personal sanitario que no solo se preocupan de curar las enfermedades físicas, sino que ayudan a sus pacientes a afrontar la vida con esperanza y buen humor. Profesores que incitan a sus alumnos a ensanchar su mundo mental y afectivo y los animan a asumir responsabilidades. Sacerdotes que están muy atentos a las necesidades de su comunidad. Enfermos que tendrían todos los motivos del mundo para vivir amargados y se esfuerzan por sonreír a quienes los cuidan o los visitan. Jubilados que no se resignan a estar todo el día ante el televisor y ponen su experiencia al servicio de los demás, comenzando por sus propios hijos y nietos, mediante pequeños favores o grandes servicios. 

Pero no solo eso. Durante estas últimas semanas del Tiempo Pascual, la liturgia nos va transmitiendo algunas palabras de Jesús que nos invitan a no tener miedo, a acoger el don de su paz, a confiar en que él ha vencido al mundo, a esperar la ayuda de Espíritu, a confiar en que Dios siempre nos acompaña en los caminos de la vida. Sin el testimonio de “los santos de la puerta de al lado” y la fuerza de la palabra de Dios, sería muy difícil afrontar una nueva jornada sin venirnos abajo.


A veces, cuando nos sentimos impotentes ante la negatividad que vemos por todas partes, cuando dudamos de si merece la pena esforzarnos por cambiar un mundo que parece refractario a cualquier cambio profundo y duradero, cuando nos entran ganas de tirar la toalla y escoger el camino más fácil, entonces todavía nos queda algo por hacer: respirar hondo y mantener la esperanza. Quizá no hay nada más revolucionario y transformador que un hombre o una mujer que, teniendo todos los motivos para desesperarse, siguen confiando en la fuerza de la vida. Esto no es resultado de un temperamento optimista ni se consigue a base de puños. Una esperanza contra toda esperanza es siempre el fruto de la acción misteriosa del Espíritu de Dios en nosotros. Sin él, incluso los esfuerzos mayores están llamados al fracaso porque a menudo son fruto de la mera indignación o del resentimiento. 

Solo transforma lo que nace del amor. No basta quejarse de lo mal que va el mundo y lanzarse a la calle para protestar, aunque a veces sea necesario. Es relativamente fácil promover la indignación (pensemos en el famoso movimiento de los indignados surgido hace una década y liderado por Pablo Iglesias), pero lo difícil es gestionar la esperanza. Algo tan radical y serio no se puede dejar al albur de agitadores y oportunistas. Tiene que hacerse efectivo a través de “los santos de la puerta de al lado”, hombres y mujeres puestos a prueba por la vida misma, expertos en resistir en tiempos de inclemencia. Solo ellos se mantienen en pie cuando todo invita a dimitir y mirar para otro lado. Solo ellos son de “color esperanza”.



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