martes, 31 de mayo de 2016

Se puso en camino con prontitud

Terminamos el mes de mayo con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Al principio, fue una fiesta de la familia franciscana introducida por San Buenaventura en el siglo XIII. Tres siglos después, el papa Pio V la extendió a la Iglesia universal. A partir de la reforma litúrgica del Vaticano II, la fiesta se celebra el 31 de mayo.

No sé hasta qué punto el mes de mayo sigue siendo un mes mariano. En cualquier caso, me ha parecido conveniente cerrar este mes fijando nuestros ojos en la madre de Jesús. Cada uno de nosotros tenemos una imagen personal de María, fruto de las experiencias vividas en relación con ella, de la meditación de la Palabra de Dios, de las celebraciones litúrgicas y populares, de las lecturas y estudios, de las peregrinaciones a ermitas y santuarios, etc. Muchos de nosotros hemos podido vivir a lo largo de nuestra vida un itinerario de progresivo descubrimiento, semejante al que vivió la iglesia primitiva durante el siglo I. 

En los escritos más antiguos (las cartas auténticas de Pablo, fechadas en la década de los años 50) no hay ninguna referencia a María. En la carta a los Gálatas se habla de Jesús, “nacido de mujer” (4,4). Sorprende este silencio mariano en los escritos de un apóstol tan influyente como Pablo. 

En el evangelio de Marcos (escrito en torno al año 70) hay solo un par de referencias, a cual más enigmática: 3,31-35 (¿Quién es mi madre y mis hermanos?) y 6,1-3 (“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?”). Se reconoce, en cualquier caso, que Jesús de Nazaret tiene una madre, llamada María.

Habrá que esperar a la década de los 80, en la que se componen los evangelios de Mateo y de Lucas, para encontrar más referencias a María a la hora de hablar de la infancia de Jesús. Muchas de nuestras tradiciones populares encuentran su fundamento bíblico en los textos marianos de estos dos evangelios. Su significado teológico desborda con mucho su esquematismo histórico.

La fiesta de hoy se fundamenta precisamente en un fragmento del Evangelio de Lucas (1,39-56) en el que se describe a María caminando de Nazaret a un pueblo de Judea (quizá Ain Karem) para visitar a su prima Isabel. En el diálogo con ella, Lucas pone en labios de María el bellísimo canto conocido como Magnificat: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador porque ha mirado la humildad de su sierva...". Algún día tendremos que detenernos en él porque revela cómo es la imagen de Dios que María tiene y la alegría que le produce.

En la frontera entre los siglos I y II, el evangelio de Juan se refiere a la “madre de Jesús” (Juan evita llamarla María) solo en dos ocasiones, pero ambas son estratégicas en el plan del evangelista. La madre de Jesús aparece en la escena de Caná de Galilea (2,1-12) cuando Jesús realiza el primero de sus siete signos (“Haced lo que él os diga”) y en la escena de la cruz (19,25-27), cuando Jesús deja a su iglesia su testamento (“He aquí a tu madre”). 

Entre el silencio paulino y la gran inclusión mariana del Evangelio de Juan pasaron cerca de 50 años. La Iglesia necesitó tiempo para comprender quién era la madre de Jesús y qué significaba para la comunidad de los discípulos.

También nosotros necesitamos tiempo para saber qué lugar ocupa María en nuestra experiencia de fe. Recuerdo unas palabras del teólogo alemán Karl Rahner que siempre me han resultado iluminadoras. Las cito de memoria: “Quienes conciben el cristianismo como una mera ideología no aprecian a María, porque las ideologías no necesitan una madre. Pero quienes entienden el cristianismo como la adhesión a la persona de Jesús, enseguida comprenden la importancia de María, porque las personas sí necesitamos una madre”.

Os invito a que hoy, último día de mayo, nuestro blog se convierta en un verdadero foro. Os animo a compartir vuestras respuestas a estas preguntas. Será un placer leer vuestros testimonios.

¿Quién es la Virgen María para ti? 
¿Qué significa en tu vida? 

3 comentarios:

  1. A medida que han ido pasando para adelante los años de mi vida, la presencia de la Virgen y el acogerme a ella han ido creciendo. Parece extraño ya que a la propia madre la tenemos desde pequeños muy cerca y sin embargo con los años descubro cada día más a la Virgen y la siento más cercana. Sus valores de humildad y silencio me atraen y trato de imitarlos con dificultad. Creo que con lo anterior he contestado a las dos preguntas. Cada día al acostarme recito el Magnificat que hace 4 años ni tenía consciencia de lo que representa ese Canto.

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  2. La experiencia que he tenido de María ha ido evolucionando con el tiempo. Pero lo que hasta hoy he llegado a comprender es que todo lo que Ella es para mí, es un misterio que trasciende su propia persona humana y se convierte toda Ella en la experiencia del Amor cumplido de Dios por toda la humanidad y por toda la Creación. Por eso Maria nunca deja de sorprenderme y de estimular mi vida mostrándome aquello que estoy llamado a ser. Sólo le pido a Ella que me ayude a decir al Padre con más valentía: "Hágase en mí según tu Palabra".

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  3. En relación a María, también mi vida ha sido un itinerario de progresivo descubrimiento.
    Los puntos principales de este itinerario han sido la Virgen de Fátima,(infancia) la de Lourdes (adolescencia) y Montserrat.
    Recuerdos de infancia de oración mariana en la familia... Primero veo a María como la mujer miraculosa, difícil de imitar, luego va cambiando la vivencia para sentirla como adolescente, como una joven y por fin como madre. Cada vez me he ido identificando más y más con ella y ahora, es MI MADRE, con todo lo que ello conlleva.
    Sé que nunca acabaré de descubrirla del todo.
    Le pido a María que, como ella, también yo, en mi vida, pueda decir FIAT a la voluntad de Dios y sepa entonar el MAGNIFICAT, por todas las maravillas que Dios Padre ha hecho en mi vida, himno que me ha acompañado en los momentos importantes del nacimiento de mis hijos.

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