domingo, 15 de mayo de 2016

Se llenaron todos de Espíritu Santo

Hoy es Pentecostés. Han pasado 50 días desde la resurrección de Jesús que celebramos el pasado 27 de marzo. Desde el extremo Oriente de Filipinas y Japón hasta Alaska y la Patagonia tomamos conciencia de que “todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Cor 12,13). El mundo, en su diversidad, está llamado a ser una sola familia. No porque lo consigamos a base de reuniones y acuerdos, y mucho menos de guerras e invasiones, sino porque... todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pentecostés es el lado creativo del "síndrome de Babel", de la confusión y el alejamiento.

El Espíritu Santo también es el gran regalo de Jesús a su comunidad de discípulos: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,23). Es el misterioso visitante de la iglesia primitiva que desciende en forma de lenguas de fuego sobre los discípulos reunidos con María: “Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras” (Hch 2,2). 

¿Quién es para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, este extraño personaje que no tiene nombre propio? En este tiempo en el que muchos se declaran no religiosos pero expresan una intensa búsqueda espiritual (espiritualidad SÍ – religión NO), ¿quién alienta este movimiento?  La historia está repleta de metáforas para referirse a este viento recio que sacude los cimientos de nuestras seguridades y nos empuja a ponernos en camino. El Espíritu es el aire que respiramos para vivir. Es el impulso que nos permite creer en Jesús: “Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Cor 12,3b).

Desde tiempos inmemoriales la Iglesia lo invoca con tres palabras latinas: Veni, Sancte Spiritus ("Ven, Espíritu Santo"). En la liturgia de este domingo se canta una hermosa secuencia medieval que desarrolla esta breve invocación. Estoy enamorado de ella. Me la sé de memoria, en su versión litúrgica, desde que tenía 18 años. La recito cuando voy a empezar algo que me supera. Aunque no es una traducción literal del texto latino, esta versión castellana recoge el sentido original y posee ritmo y belleza.


Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Os invito a recitarla despacio, saboreando cada palabra, dejándoos llevar por las imágenes que evocan. Cuando recordamos las situaciones de oscuridad, tristeza, esfuerzo, trabajo, desconsuelo, sequía, enfermedad, vacío, rigidez, dolor, suciedad, desorientación, pecado… por las que hemos pasado en las diferentes etapas de nuestra vida, comprendemos mejor las palabras que describen la acción del Espíritu en nosotros. 
  • Hay una serie de sustantivos contundentes. Él es don, padre, luz, fuente, huésped, descanso, tregua, brisa, gozo, aliento, bondad, gracia. 
  • Y hay también una procesión de verbos liberadores que tienen por sujeto al mismo Espíritu: enjugar, reconfortar, entrar, enriquecer, mirar, enviar, regar, sanar, lavar, infundir, domar, guiar, repartir, dar, salvar. 
Son los sustantivos y verbos que necesitamos para corregir la gramática errada de nuestra vida. Ayer leí la hermosa experiencia de alguien que narraba su retorno a Silos como un símbolo de su búsqueda constante, apasionada, del sentido de la vida. Hoy evocamos nuestra propia experiencia de búsqueda y expectación.

Pentecostés representa la esperanza de todos aquellos que vivimos “con las puertas cerradas, por miedo a los judíos” (Jn 20,20). Pienso en los que hace muchos años que, por diversas razones, se han alejado de la Iglesia y sienten dentro un profundo deseo de volver a casa. Pienso en los que viven experiencias de depresión, de noche oscura, en las que parece que nada se sostiene en pie. Pienso en mis amigos que están sin trabajo y han perdido la alegría de vivir; en los que se declaran ateos pero se siguen preguntando si “hay alguien ahí”; en quienes dedican ávidamente su tiempo a ganar dinero y divertirse pero luego sienten una tristeza pegajosa; en las parejas que atraviesan el desierto de un amor ajado; en los adolescentes que se calan los auriculares para huir de un mundo que no les gusta; en los adictos al sexo y a las drogas que no saben cómo liberarse de esta esclavitud; en los infinitos internautas que buscan en el ciberespacio una dimensión perdida que no acaba nunca de aparecer… Sobre todos ellos, sobre todos nosotros, desciende este Espíritu que lava, ilumina y sana. 


1 comentario:

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