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sábado, 4 de junio de 2016

Un mundo con Corazón

Ayer me puse un poco lírico. Y me temo que hoy no va a ser menos. ¡Qué le vamos a hacer! Uno puede elegir los temas, pero no los estados de ánimo. Para aquellos que no estéis muy familiarizados con el calendario litúrgico os diré que hoy celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Quizá a algunos no os diga nada. Hay miles de advocaciones marianas, pero no todas resuenan del mismo modo. A mí me gusta ésta. Tiene sabor bíblico. Por dos veces repite Lucas en su evangelio que María guardaba y meditaba todas las cosas “en su corazón” (Lc 2,19 y 2,51). Me trae recuerdos familiares. Pertenezco a una congregación misionera que lleva este nombre: Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y, por si fuera poco, el corazón simboliza tres realidades que hoy necesitamos como el comer: profundidad, unidad y cordialidad.

Una persona con corazón es una persona profunda, que vive desde las raíces, que llega al fondo de las cosas. Hoy vivimos surfeando las olas de lo que va pasando, a golpes de estímulos, de llamadas de móvil, de clicks de ordenador. La superficialidad es nuestra segunda piel. Cuenta lo que se ve; todo lo demás es pura sugestión. No importa que El Principito, en un exceso metafísico, dijera una frase que viene bien para un poster –“Lo esencial es invisible a los ojos”– pero no da de comer. Lo que pasa es que una vida a golpe de click termina por sumirnos en una incurable ansiedad. Sin raíces nos vamos por las ramas y, al final, nos secamos. No hay vuelta de hoja. Necesitamos que María Corazón nos ayude a bucear en lo que somos de verdad. Solo si llegamos al santuario de nuestra conciencia podremos decir sí a Dios, aprenderemos a no tener miedo de un Padre que nos quiere, aunque en algún rincón del alma sigamos almacenando caricaturas suyas.  María se fio. Por eso pudo cantar: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”.

Unidad significa que no vivimos a trozos, fragmentados, que todas las dimensiones de la vida armonizan en una vocación, que sabemos para qué vivimos, qué queremos hacer con nuestra vida. Divide y vencerás, dice el principio de todos los que quieren triunfar. Quienes aspiran a conquistar nuestra alma necesitan dividirnos, fragmentarnos, colocarnos contra las cuerdas, decirnos que no es posible ser creyente y racional, pobre y feliz, honrado y exitoso. La unidad está en el corazón. Ella, María Corazón, sabe en qué consiste unir lo que los hombres dividimos. Su Corazón ensambla todas las piezas, crea la síntesis. Desde Dios contempla todo lo que ella es, el mundo entero.

Hace frío en el mundo de las relaciones humanas. Todos llevamos un burócrata dentro. Tal vez nos atrevemos a ser corteses, pero nos quedamos a un metro de distancia de los demás para que su vida no contamine demasiado nuestra tranquilidad. Las cosas funcionan como un reloj, pero los humanos necesitamos un corazón. María domina el arte de la cordialidad porque en todo lo que es y hace pone corazón. Ella nos enseña que sin cordialidad, sin ternura, este mundo es demasiado frío. La cordialidad se vuelve también servicio generoso, alegría en la entrega, estilo cálido en las relaciones, esperanza en que el amor todo lo puede.

A mis hermanos claretianos, a las hermanas de Filiación Cordimariana y a cuantos visitáis este rincón,

Feliz fiesta del 

Inmaculado Corazón de María

martes, 31 de mayo de 2016

Se puso en camino con prontitud

Terminamos el mes de mayo con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Al principio, fue una fiesta de la familia franciscana introducida por San Buenaventura en el siglo XIII. Tres siglos después, el papa Pio V la extendió a la Iglesia universal. A partir de la reforma litúrgica del Vaticano II, la fiesta se celebra el 31 de mayo.

No sé hasta qué punto el mes de mayo sigue siendo un mes mariano. En cualquier caso, me ha parecido conveniente cerrar este mes fijando nuestros ojos en la madre de Jesús. Cada uno de nosotros tenemos una imagen personal de María, fruto de las experiencias vividas en relación con ella, de la meditación de la Palabra de Dios, de las celebraciones litúrgicas y populares, de las lecturas y estudios, de las peregrinaciones a ermitas y santuarios, etc. Muchos de nosotros hemos podido vivir a lo largo de nuestra vida un itinerario de progresivo descubrimiento, semejante al que vivió la iglesia primitiva durante el siglo I. 

En los escritos más antiguos (las cartas auténticas de Pablo, fechadas en la década de los años 50) no hay ninguna referencia a María. En la carta a los Gálatas se habla de Jesús, “nacido de mujer” (4,4). Sorprende este silencio mariano en los escritos de un apóstol tan influyente como Pablo. 

En el evangelio de Marcos (escrito en torno al año 70) hay solo un par de referencias, a cual más enigmática: 3,31-35 (¿Quién es mi madre y mis hermanos?) y 6,1-3 (“¿No es éste el carpintero, el hijo de María?”). Se reconoce, en cualquier caso, que Jesús de Nazaret tiene una madre, llamada María.

Habrá que esperar a la década de los 80, en la que se componen los evangelios de Mateo y de Lucas, para encontrar más referencias a María a la hora de hablar de la infancia de Jesús. Muchas de nuestras tradiciones populares encuentran su fundamento bíblico en los textos marianos de estos dos evangelios. Su significado teológico desborda con mucho su esquematismo histórico.

La fiesta de hoy se fundamenta precisamente en un fragmento del Evangelio de Lucas (1,39-56) en el que se describe a María caminando de Nazaret a un pueblo de Judea (quizá Ain Karem) para visitar a su prima Isabel. En el diálogo con ella, Lucas pone en labios de María el bellísimo canto conocido como Magnificat: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador porque ha mirado la humildad de su sierva...". Algún día tendremos que detenernos en él porque revela cómo es la imagen de Dios que María tiene y la alegría que le produce.

En la frontera entre los siglos I y II, el evangelio de Juan se refiere a la “madre de Jesús” (Juan evita llamarla María) solo en dos ocasiones, pero ambas son estratégicas en el plan del evangelista. La madre de Jesús aparece en la escena de Caná de Galilea (2,1-12) cuando Jesús realiza el primero de sus siete signos (“Haced lo que él os diga”) y en la escena de la cruz (19,25-27), cuando Jesús deja a su iglesia su testamento (“He aquí a tu madre”). 

Entre el silencio paulino y la gran inclusión mariana del Evangelio de Juan pasaron cerca de 50 años. La Iglesia necesitó tiempo para comprender quién era la madre de Jesús y qué significaba para la comunidad de los discípulos.

También nosotros necesitamos tiempo para saber qué lugar ocupa María en nuestra experiencia de fe. Recuerdo unas palabras del teólogo alemán Karl Rahner que siempre me han resultado iluminadoras. Las cito de memoria: “Quienes conciben el cristianismo como una mera ideología no aprecian a María, porque las ideologías no necesitan una madre. Pero quienes entienden el cristianismo como la adhesión a la persona de Jesús, enseguida comprenden la importancia de María, porque las personas sí necesitamos una madre”.

Os invito a que hoy, último día de mayo, nuestro blog se convierta en un verdadero foro. Os animo a compartir vuestras respuestas a estas preguntas. Será un placer leer vuestros testimonios.

¿Quién es la Virgen María para ti? 
¿Qué significa en tu vida?