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lunes, 8 de agosto de 2016

Corazón latino

Dentro de unas horas emprendo el vuelo de regreso a Europa después de haber pasado diez días en el Perú. Ha sido un viaje corto, limeño, sereno y entrañable. En el evangelio de ayer Jesús hablaba del corazón: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. También yo quisiera hablar hoy del corazón… latino. Tranquilos, no pienso disertar sobre la canción que hizo famoso a David Bisbal en 2002, aunque al final pondré el vídeo para dar un poco de ritmo a este anodino lunes de agosto. Quiero hablar sobre el carácter de estas gentes, sobre mis amigos latinoamericanos, sobre lo que siento cada vez que viajo a este maravilloso continente, que considero mi segunda casa. Tengo muchos conocidos y amigos desde Bariloche (en Argentina) hasta Victoriaville (en Canadá). Algunos de ellos son lectores habituales de El rincón de Gundisalvus. Desde aquí les envío un saludo muy cordial.

Comenzaré por un detalle revelador. El número 82 de la Introducción general del Misal Romano dice: “En cuanto al signo mismo para dar la paz, establezca la Conferencia de Obispos el modo, según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos. Conviene, sin embargo, que cada uno exprese la paz sobriamente sólo a los más cercanos a él”. Es evidente que los redactores de esta rúbrica no entendían bien “la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos”; por lo menos, de los pueblos latinoamericanos. Eso de dar la paz “sobriamente solo a los más cercanos” no responde al carácter latino. Aquí –y no digamos en Brasil, Colombia, Venezuela, Centroamérica o las Antillas– la paz se da a cuantos más mejor. Los besos y abrazos se reparten con profusión, sin límites espaciales o temporales. Uno da el abrazo de paz como si fuera la primera o la última vez que se encuentra con esa persona. Confieso que las primeras veces que viajé al continente me resultaba algo excesivo y desproporcionado. Daba la impresión de que la misa había sido solo una larga preparación para este emotivo e interminable momento del rito de la paz. Las personas que hasta entonces habían permanecido un poco acartonadas expresaban lo mejor de sí mismas. Yo mantenía mi sobriedad europea. Con el paso del tiempo –aunque sigo pensando que es mejor ser comedidos– creo haber entendido algo de este efluvio emocional.

El corazón latino es efusivo por naturaleza. Esta efusividad tiene sus riesgos. Las personas suelen ser hipersensibles, enamoradizas, apegadas y hasta volubles: dependen demasiado del último viento afectivo que sopla en sus vidas. Por eso les resultan difíciles dos cosas: los compromisos a largo plazo y la salida de su país y aun de su ambiente familiar y afectivo. 

Pero un corazón así tiene también su lado entrañable y mariano. Los latinos son cercanos, cariñosos, profundos, hospitalarios, agradecidos y generosos. Saben disfrutar de la amistad, de la conversación y de la fiesta. Tienen un fuerte sentido de pertenencia a la familia, a la comunidad, al pueblo, al país y hasta al continente. El corazón latino bombea sangre mestiza. Sus movimientos de sístole y diástole almacenan ritmos autóctonos, europeos y africanos. Y se adivina también, en los pliegues de la interioridad, la huella asiática: el misterio de la profundidad nunca explorada del todo. Esta combinación resulta seductora. 


Ser claretiano latinoamericano parece una redundancia porque es como decir que uno es "doblemente corazón": por cultura y por carisma. La marca indeleble es la cordialidad, el estilo vital de quienes tienen corazón. Eso es lo que he experimentado durante el II Capítulo Provincial de Perú-Bolivia celebrado en "Casa Claret" de Chaclacayo. Arriba podéis ver la foto con todos los participantes.

Me voy del Perú con deseos de volver. Siempre que salgo de algún país latinoamericano siento que algo de mí se queda aquí. Gracias a todos los que se esmeran por alimentar mi nostalgia.


domingo, 7 de agosto de 2016

Cabeza cristiana, corazón pagano

El evangelio de este XIX Domingo del Tiempo Ordinario contiene un dicho de Jesús que ha pasado al acervo mundial: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. En cada uno de nosotros resuenan de manera distinta estas palabras porque somos hijos de las experiencias vividas. Para una persona de hoy, el corazón simboliza el amor, la pasión, el deseo. Hace años que se extendió la moda de utilizar el símbolo del corazón unido a nombres de ciudades como Nueva York o Roma. Sin embargo, para un hebreo del tiempo de Jesús, el corazón es lo más radical de cada persona, el centro, su santuario, la sede de los pensamientos, afectos, decisiones, el lugar del encuentro con Dios. Usamos la misma palabra, pero nos estamos refiriendo a realidades distintas. Según Jesús, ponemos el corazón (es decir, nuestro centro personal) en aquello que de veras nos importa, en nuestro tesoro.

El drama de muchos de nosotros es que hemos sido educados desde niños con ideas cristianas, pero nuestros intereses han caminado en otra dirección. El adolescente que recibía con más o menos agrado clases de religión durante el bachillerato es el mismo joven que sueña con terminar una carrera para hacerse rico y vivir bien. De adulto, tal vez sigue creyendo que hay un Dios detrás del misterio del universo, lleva una cruz colgada al cuello, musita algunas oraciones aprendidas de memoria, pero eso no afecta mucho a sus intereses vitales. A la hora de la verdad se rige por otros valores y criterios más en consonancia con lo que hoy se lleva. La cabeza almacena creencias y convicciones de matriz cristiana, pero el corazón se deja encandilar por los ídolos que siempre nos seducen a los humanos: el placer, el dinero y el poder en sus múltiples variedades. El cristiano ortodoxo que se escandaliza porque algunos políticos legislan sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo es el mismo que no tiene empacho en lucrarse con una comisión en una obra pública. Una cosa es lo que se piensa y otra lo que se hace.

Es como si hubiera un foso entre la cabeza y el corazón. No coincide lo que decimos creer con lo que realmente nos mueve en la vida. Y ya se sabe que lo afectivo es lo efectivo. Es decir, solo lo que toca el corazón nos transforma.

¿Qué podemos hacer para evitar esta esquizofrenia que nos divide por dentro y nos roba la credibilidad? Solo encuentro un camino: enamorarnos de Jesús, dejarnos atrapar por él, estar abiertos a su irrupción inesperada en nuestras vidas. Las personas que han experimentado esta atracción pueden ser débiles, incoherentes, pero están marcadas a fuego. Su corazón, conectado con el de Jesús, es un GPS que les indica claramente el camino a seguir. Es una cuestión de amor. No bastan las convicciones. El salmo 16 lo expresa con palabras que no pasan de moda: Yo digo al Señor: Tú eres mi bien. Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen... Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas”.

Os dejo con nuestro amigo Fernando Armellini para profundizar en otros aspectos del Evangelio de este domingo.


sábado, 4 de junio de 2016

Un mundo con Corazón

Ayer me puse un poco lírico. Y me temo que hoy no va a ser menos. ¡Qué le vamos a hacer! Uno puede elegir los temas, pero no los estados de ánimo. Para aquellos que no estéis muy familiarizados con el calendario litúrgico os diré que hoy celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Quizá a algunos no os diga nada. Hay miles de advocaciones marianas, pero no todas resuenan del mismo modo. A mí me gusta ésta. Tiene sabor bíblico. Por dos veces repite Lucas en su evangelio que María guardaba y meditaba todas las cosas “en su corazón” (Lc 2,19 y 2,51). Me trae recuerdos familiares. Pertenezco a una congregación misionera que lleva este nombre: Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y, por si fuera poco, el corazón simboliza tres realidades que hoy necesitamos como el comer: profundidad, unidad y cordialidad.

Una persona con corazón es una persona profunda, que vive desde las raíces, que llega al fondo de las cosas. Hoy vivimos surfeando las olas de lo que va pasando, a golpes de estímulos, de llamadas de móvil, de clicks de ordenador. La superficialidad es nuestra segunda piel. Cuenta lo que se ve; todo lo demás es pura sugestión. No importa que El Principito, en un exceso metafísico, dijera una frase que viene bien para un poster –“Lo esencial es invisible a los ojos”– pero no da de comer. Lo que pasa es que una vida a golpe de click termina por sumirnos en una incurable ansiedad. Sin raíces nos vamos por las ramas y, al final, nos secamos. No hay vuelta de hoja. Necesitamos que María Corazón nos ayude a bucear en lo que somos de verdad. Solo si llegamos al santuario de nuestra conciencia podremos decir sí a Dios, aprenderemos a no tener miedo de un Padre que nos quiere, aunque en algún rincón del alma sigamos almacenando caricaturas suyas.  María se fio. Por eso pudo cantar: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”.

Unidad significa que no vivimos a trozos, fragmentados, que todas las dimensiones de la vida armonizan en una vocación, que sabemos para qué vivimos, qué queremos hacer con nuestra vida. Divide y vencerás, dice el principio de todos los que quieren triunfar. Quienes aspiran a conquistar nuestra alma necesitan dividirnos, fragmentarnos, colocarnos contra las cuerdas, decirnos que no es posible ser creyente y racional, pobre y feliz, honrado y exitoso. La unidad está en el corazón. Ella, María Corazón, sabe en qué consiste unir lo que los hombres dividimos. Su Corazón ensambla todas las piezas, crea la síntesis. Desde Dios contempla todo lo que ella es, el mundo entero.

Hace frío en el mundo de las relaciones humanas. Todos llevamos un burócrata dentro. Tal vez nos atrevemos a ser corteses, pero nos quedamos a un metro de distancia de los demás para que su vida no contamine demasiado nuestra tranquilidad. Las cosas funcionan como un reloj, pero los humanos necesitamos un corazón. María domina el arte de la cordialidad porque en todo lo que es y hace pone corazón. Ella nos enseña que sin cordialidad, sin ternura, este mundo es demasiado frío. La cordialidad se vuelve también servicio generoso, alegría en la entrega, estilo cálido en las relaciones, esperanza en que el amor todo lo puede.

A mis hermanos claretianos, a las hermanas de Filiación Cordimariana y a cuantos visitáis este rincón,

Feliz fiesta del 

Inmaculado Corazón de María