Ayer me puse un
poco lírico. Y me temo que hoy no va a ser menos. ¡Qué le vamos a hacer! Uno
puede elegir los temas, pero no los estados de ánimo. Para aquellos que no
estéis muy familiarizados con el calendario litúrgico os diré que hoy celebramos
la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Quizá a algunos no os diga nada. Hay
miles de advocaciones marianas, pero no todas resuenan del mismo modo. A mí me
gusta ésta. Tiene sabor bíblico. Por dos veces repite Lucas en su evangelio que
María guardaba y meditaba todas las cosas “en su corazón” (Lc 2,19 y 2,51). Me
trae recuerdos familiares. Pertenezco a una congregación misionera que lleva
este nombre: Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y, por si fuera
poco, el corazón simboliza tres realidades que hoy necesitamos como el comer:
profundidad, unidad y cordialidad.
Una persona con
corazón es una persona profunda, que vive desde las raíces, que llega al fondo
de las cosas. Hoy vivimos surfeando las olas de lo que va pasando, a golpes de
estímulos, de llamadas de móvil, de clicks de ordenador. La superficialidad es
nuestra segunda piel. Cuenta lo que se ve; todo lo demás es pura sugestión. No
importa que El Principito, en un
exceso metafísico, dijera una frase que viene bien para un poster –“Lo esencial es
invisible a los ojos”– pero no da de comer. Lo que pasa es que una vida a golpe
de click termina por sumirnos en una
incurable ansiedad. Sin raíces nos vamos por las ramas y, al final, nos secamos.
No hay vuelta de hoja. Necesitamos que María Corazón nos ayude a bucear en lo
que somos de verdad. Solo si llegamos al santuario de nuestra conciencia
podremos decir sí a Dios, aprenderemos a no tener miedo de un Padre que nos
quiere, aunque en algún rincón del alma sigamos almacenando caricaturas suyas. María se fio. Por eso pudo cantar: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”.
Unidad significa
que no vivimos a trozos, fragmentados, que todas las dimensiones de la vida
armonizan en una vocación, que sabemos para qué vivimos, qué queremos hacer con
nuestra vida. Divide y vencerás, dice
el principio de todos los que quieren triunfar. Quienes aspiran a conquistar
nuestra alma necesitan dividirnos, fragmentarnos, colocarnos contra las cuerdas, decirnos que
no es posible ser creyente y racional, pobre y feliz, honrado y exitoso. La
unidad está en el corazón. Ella, María Corazón, sabe en qué consiste unir lo que los hombres
dividimos. Su Corazón ensambla todas las piezas, crea la síntesis. Desde Dios contempla todo lo que ella es, el mundo entero.
Hace frío en el
mundo de las relaciones humanas. Todos llevamos un burócrata dentro. Tal vez
nos atrevemos a ser corteses, pero nos quedamos a un metro de distancia de los demás para
que su vida no contamine demasiado nuestra tranquilidad. Las cosas funcionan
como un reloj, pero los humanos necesitamos un corazón. María domina el arte de
la cordialidad porque en todo lo que es y hace pone corazón. Ella nos enseña que sin cordialidad, sin ternura, este mundo es demasiado frío. La cordialidad se vuelve también servicio generoso, alegría en la entrega, estilo cálido en las relaciones, esperanza en que el amor todo lo puede.
A mis hermanos claretianos, a las hermanas de Filiación Cordimariana y a cuantos visitáis este rincón,
A mis hermanos claretianos, a las hermanas de Filiación Cordimariana y a cuantos visitáis este rincón,
Feliz fiesta del
Inmaculado Corazón de María