martes, 15 de septiembre de 2020

Un obispo se confiesa

El sábado por la tarde tomé el autobús 982 hasta el centro de Roma. Tardé poco más de veinte minutos. Después, con tranquilidad, recorrí a pie casi toda la Via Giulia (la calle más larga del mundo, en el decir de Cervantes) para encontrarme con un viejo amigo de infancia. Juntos compartimos los pupitres del Colegio Claret (entonces llamado Corazón de María) en Aranda de Duero a finales de los años 60, cuando en París los jóvenes se empeñaban en que la playa estaba debajo del asfalto y Los Beatles ponían la banda sonora a la década prodigiosa. Él decidió hacerse sacerdote de la diócesis de Burgos y yo me incliné por la vocación misionera. Como la tarde era agradable, dimos un largo paseo por lugares que cualquiera que haya venido a Roma conoce bien: Piazza Farnese, Campo de’ Fioiri, Piazza Navona, Pantheon, Via del Corso, etc. La conversación fluía como siempre sucede cuando sintonizamos con alguien. Rematamos el paseo saboreando un helado a toda prisa, antes de que el calor lo derritiera por el camino. Yo me incliné por la combinación de tiramisú y mango. Raúl prefirió café y algún otro sabor que no recuerdo. 

Antes de despedirnos, me entregó su último libro, recién publicado. Se titula Creo. Amo. Espero. Luego existo. El subtítulo acota el itinerario espiritual de su autor en los últimos dos años: Del hogar monacal a las periferias urbanas. Es probable que algunos lectores españoles hayan adivinado que me estoy refiriendo a Raúl Berzosa Martínez, obispo emérito de Ciudad Rodrigo. El libro, en realidad, está compuesto a base de fragmentos de su diario. Cubre la etapa que vivió en el monasterio de Saint-Benoît d'En Calcat (Francia) (julio-diciembre de 2018), la experiencia de un mes de ejercicios ignacianos en Roma (diciembre de 2018- enero de 2019), el medio año pasado en una parroquia de Bogotá (Colombia) (febrero-julio de 2019) y los meses restantes hasta finales de 2019. El libro llega a hablar incluso sobre la pandemia que nos aflige en un capítulo que lleva un título sugestivo: “In virus, veritas!: de la pandemia del coronavirus al nuevo despertar de corazones con vida.

Yo no sé si me hubiera atrevido a desnudar tanto el alma, pero estoy convencido de que necesitamos menos teorías sobre “lo que se debería hacer” y más narraciones de “lo que se hace”. No hay libro más elocuente que el libro de la vida, con tal de que sea narrada con verdad y claridad. Dicen los expertos que el famoso Libro de la vida de santa Teresa de Jesús es una biografía en la que, además de describir acontecimientos mundanos, relata sus experiencias espirituales y nos enseña a orar. El relato se convierte a menudo en una oración. Algo parecido fueron las Confesiones de san Agustín. Hay ejemplos mucho más cercanos a nosotros. Recuerdo que, siendo estudiante, me gustó mucho un libro de José Luis Martín Descalzo titulado Un cura se confiesa. La Editorial Sígueme lo ha reeditado hace un par de años. Eso significa que conserva su interés. 

Siguiendo el modelo de Martín Descalzo, el libro de Berzosa bien podría haberse titulado Un obispo se confiesa. No sé si habrá en el mercado algún libro con este título. A mí no me consta. Estamos tan acostumbrados a ver a los sacerdotes y obispos tan alejados de nuestras preocupaciones y hábitos que nos hace bien saber cómo viven por dentro el rosario de la vida cotidiana; es decir, el conjunto de experiencias gozosas, luminosas, dolorosas y gloriosas que constituyen la existencia. De esta manera podríamos comprobar que el tesoro de la gracia siempre se lleva en vasijas de barro, lo cual no es ningún desdoro. Solo cuando tomamos conciencia de nuestras limitaciones podemos comprender mejor la acción de la gracia de Dios en nosotros.


Al regreso a casa, me esperaba la consabida pizza de los sábados, acompañada por una cerveza fría y una película de Roman Polanski titulada El oficial y el espía (2019). Cuenta con sobriedad narrativa el famoso caso Dreyfus que tanto dio que hablar en la Francia de finales del siglo XIX. Me gustan las películas de temática histórica más que las de ciencia ficción porque siempre ofrecen claves para entender el pasado y vivir el presente. Es probable que algunas de ciencia ficción anticipen el futuro, pero las probabilidades de acierto son menores. Todavía no he terminado de leer el libro de Berzosa (son 354 páginas), pero ya he podido comprobar que cuando “un obispo se confiesa”, aunque como es obvio no sea una confesión general, siempre aprendemos que la vida cristiana es don y combate y que nadie, ni siquiera un pastor, está libre de tentaciones y fragilidades. Si un santo es un pecador de quien Dios tiene misericordia, entonces está claro que todos podemos aspirar a la santidad. Basta ser un poco humildes para abrirnos a la gracia de Dios. Es probable que la humildad no sea una virtud de nuestro tiempo narcisista, pero a veces la encontramos donde menos imaginamos.




2 comentarios:

  1. Precioso testimonio!!! Gracias, Gonzalo por compartirlo

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  2. Gonzalo, estoy totalmente de acuerdo contigo cuando escribes: … necesitamos menos teorías sobre “lo que se debería hacer” y más narraciones de “lo que se hace”… ayudaría a profundizar y a ver la vida y el tema de la santidad desde diferentes perspectivas
    En la vida, todos somos “maestros” en unos momentos y “aprendices” en otros.
    Me ha gustado la entrevista, en ella se descubre, en el breve momento que habla Berzosa, a un hombre que realmente ha sabido dejar su vida en manos de Dios y que vive, su vocación, con ilusión y confianza.
    Gracias Gonzalo por todo lo que has compartido en esta entrada…

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