viernes, 13 de marzo de 2020

Tiempo para pensar

Lo que parecía imposible (frenar nuestro acelerado ritmo de vida) se está mostrando posible. El responsable no es el papa Francisco con sus repetidas llamadas a un estilo de vida más humano, ni el Dalai Lama, ni la ONU, ni ningún líder mundial. El responsable es un virus de origen incierto llamado Covid-19. Sin ninguna arenga política y sin ninguna llamada espiritual a la conversión, está consiguiendo lo que llevamos años intentando por otros medios sin el menor éxito: pararnos todos a pensar qué tipo de vida estamos llevando, a dónde nos conduce esta permanente huida hacia adelante. Roma, tan animada siempre, es hoy una ciudad desierta. 

No recuerdo haber vivido nunca una Cuaresma colectiva como la de este año. Resuenan con otra fuerza las palabras del salmo: “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón”. A regañadientes, con una rabia contenida, hemos entrado todos en “modo reflexión”, quizás en algunos casos en “modo pánico”. Nos estamos haciendo las preguntas que siempre han estado ahí, pero que permanecían como aletargadas porque teníamos otras cosas urgentes en qué pensar. Ahora, recluidos en nuestras casas, lo importante se antepone a lo urgente. Ha llegado el momento de reflexionar con serenidad sobre quiénes somos, qué queremos, a dónde vamos.

Quizás una de las lecturas más recomendables para este tiempo de forzada quietud es el libro del Eclesiastés (Qohélet). Es increíble cómo un texto con tantos siglos de antigüedad puede seguir tocándonos el corazón y obligándonos a hacernos las preguntas que normalmente esquivamos. Su perspectiva es precristiana. No todo lo que el autor dice conecta con las enseñanzas de Jesús, pero, en todo caso, ayuda a pensar porque parte de la vida y remite a la vida. Os dejo solo con los primeros versículos:

“¡Vanidad de vanidades –dice Qohelet–; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué provecho saca el hombre de todos los esfuerzos que lo fatigan bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento y a sus vueltas vuelve el viento. Todos los ríos caminan al mar y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan los ríos, desde allí vuelven a caminar. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. ¿No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír? Lo que pasó, eso pasará; lo que se hizo, eso se hará: nada hay nuevo bajo el sol. Si de algo se dice: Mira, esto es nuevo, ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros” (Ecl 1,2-10).



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