domingo, 15 de marzo de 2020

En espíritu y verdad

Millones de personas en todo el mundo celebrarán este III Domingo de Cuaresma con un inesperado e indeseado ayuno eucarístico. En Italia ya lo experimentamos el domingo pasado. El otro día, el exprimer ministro italiano Romano Prodi confesó que en sus 80 años de vida era la primera vez que no había podido participar en la Eucaristía dominical. Todo resulta muy extraño. Nada sigue el guion previsto. Acostumbrados a ser programadores, tenemos que convertirnos improvisadamente en estrategas. El estratega es el que sabe sacar partido de todo lo que sucede cuando tiene claros los fines. Nuestro fin es llegar a la Pascua del Señor Jesús y celebrar con gozo el misterio de su pasión, muerte y resurrección. ¿Cómo podemos lograrlo?

En vez de hacerlo a través de una Cuaresma convencional y un poco descafeinada, este año tenemos la oportunidad de vivir una Cuaresma que toca las fibras más profundas de nuestra vida. Se nos impone un ayuno de contactos, paseos, visitas y trabajos. El tiempo de soledad en casa invita a la reflexión y a la oración. El desamparo que muchos (sobre todo, los ancianos) están viviendo nos empuja a nuevas formas de cercanía y solidaridad, que van desde hacerles la compra diaria hasta proveerlos de medicamentos o darles conversación. O sea, que los tres pilares tradicionales de la Cuaresma (ayuno, oración y limosna) adquieren este año, por arte del maldito Covid-19, una concreción inesperada. Con una Cuaresma tan a flor de piel, es imposible que no vivamos una Semana Santa cargada de sentido. Estoy seguro de que nunca olvidaremos el mes de marzo de 2020.

En este itinerario cuaresmal, el Evangelio de este domingo nos presenta el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. Es un texto largo, denso, hermoso y lleno de vida. No hay detalle que no tenga algún significado. Fernando Armellini, en su comentario de hoy, se encarga de desvelarlos. Os remito a él. Yo me fijo en el desnivel que existe entre Jesús y la mujer, que es un reflejo del desnivel entre nuestra manera de ver el mundo y la propuesta que Jesús nos hace. La mujer busca en el pozo un agua material para saciar su sed y abrevar su ganado. Jesús le propone un agua viva “que salta hasta la vida eterna”. Ambos utilizan la misma palabra –agua–, pero se están refiriendo a realidades distintas.  Si sustituimos la palabra agua por la palabra vida, podemos comprender mejor el contraste entre nuestras búsquedas y la propuesta de Jesús. 

Todos nosotros nos levantamos cada mañana, trabajamos, nos relacionamos, nos divertimos… porque queremos tener una vida mejor. Desde hace años, se habla de calidad de vida para referirnos a una existencia que satisface los indicadores de lo que hoy consideramos una vida feliz: salud integral, educación, vivienda, trabajo, equilibrio afectivo, etc. Jesús nos propone otra vida: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Esa vida consiste en seguirle a él –“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6)– para entrar en comunión plena con Dios, origen y plenitud de toda vida. Es evidente que nos movemos en dos planos. La historia de la mujer samaritana nos muestra que estos dos planos se pueden fundir en un solo, y que la escéptica mujer de Samaria (mujer, impura y heterodoxa) puede acabar siendo una verdadera misionera entre sus paisanos. Ese es también nuestro destino.

Hoy tendremos mucho tiempo para volver sobre esta historia en la soledad de nuestra casa. Os recomiendo leer con calma el largo Evangelio de hoy. Es muy probable que encontremos algunas claves para vivir estos momentos de pandemia con serenidad y esperanza. Jesús, como a la samaritana, nos dirá: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Entonces entenderemos mejor, en el silencio de un domingo de marzo, que tal vez llevamos años corriendo detrás de ideales (un mejor trabajo, un coche más potente, una nueva relación) que no consiguen apagar la sed de nuestro corazón, que estamos huyendo hacia adelante sin saber muy bien qué queremos. 

Podemos comprender mejor la propuesta de vida que Jesús nos hace. Ya no se trata de dar crédito a quienes nos hablan de él, sino de experimentar su llamada en carne propia, hasta el punto de hacer nuestras las palabras de los samaritanos: “Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo”. Cuando uno cae en la cuenta de que lo que venía barruntando desde hace tiempo es verdad, entonces experimenta una gran paz interior, siente que Dios olvida sus desvaríos y le abre una puerta de futuro. Este es el “milagro” de un domingo recluido en casa a causa del Covid-19. El virus se queda fuera, a la puerta, pero Dios entra hasta el fondo de nuestro corazón. Nuestra casa se convierte simbólicamente en ese “pozo de Jacob” en el que Jesús se encuentra cara a cara con cada uno de nosotros, nos ayuda a poner nombre a nuestras ansiedades y búsquedas, y nos abre un camino de futuro: “Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad”. No es imprescindible ir a la iglesia para adorar al Padre. Nuestra casa es también un santuario, la tienda del encuentro. Aprovechemos esta oportunidad insólita.



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