lunes, 9 de marzo de 2020

Creadores y peregrinos

No sé por dónde empezar hoy. Son tantos los frentes abiertos que resulta difícil escoger uno. Una amiga me envía el vídeo La otra mitad de Pilu Velver para que no me olvide del Día Internacional de la Mujer. (Pongo el enlace al final de la entrada de hoy). No lo conocía. Me sorprende su factura. Es obvio que la lucha por la igualdad real –también dentro de la Iglesia– es un signo de los tiempos. Varían los tonos y las intensidades. Recibo de Argentina unas reflexiones sobre la “feminista” María de Nazaret que me han hecho sonreír. Ayer, en muchas ciudades del mundo hubo manifestaciones. Es necesario que esta voz se oiga. A veces es necesario gritar. Solo cuando uno se siente escuchado transforma el grito en susurro. 

Por orden de la Presidencia del Consejo de ministros italiano se suspenden las misas públicas y cualquier otra ceremonia religiosa en todas las iglesias del país. Italia está haciendo lo imposible por contener la expansión del coronavirus, pero, de momento, no se ven los resultados. Varios amigos me preguntan cómo estoy. Agradezco su preocupación. Les respondo con mensajes breves. La isla de Lesbos se ha convertido en la ratonera de Europa. Miles de personas malviven a la espera de poder entrar en el contienente. Noto preocupación en las personas que me llaman o me mandan mensajes. ¿Qué está pasando?

En Cuaresma es bueno leer los dos primeros libros de la Biblia: el Génesis y el Éxodo. Pero no como historietas inverosímiles, sino como manuales de vida. En ellos encontramos claves luminosas para afrontar el misterio de la vida. Rescato dos que considero imprescindibles para no sucumbir al nihilismo al que nos está conduciendo la tecnocracia actual. Nosotros no somos seres fabricados, sino engendrados. Cada ser humano es un ser único, original, irrepetible. Dios no ha querido crearnos como si fuéramos clones u objetos en serie. La actual tentación de “fabricar” seres humanos “a la carta” en un laboratorio es lo más opuesto al plan de Dios. 

Cada uno, en nuestra singularidad, somos un don para el mundo, prolongamos el génesis, somos co-creadores con Dios. Nadie sobra. Cuando uno se detiene a meditar esto sin prisas, empieza a entender por qué toda vida es sagrada. Se trata de un don que recibimos, no de un producto que fabricamos. Nadie ha elegido nacer ni ha escogido sus características. No somos el resultado de un programa supuestamente perfecto que acabaría haciendo seres humanos como robots. Somos maravillosamente “imperfectos” para que entendamos la vida como una aventura (ad-ventura), algo que podemos ir construyendo con nuestra libertad, pero, sobre todo, algo que nos viene como una sorpresa inesperada.

Y aquí entra el mensaje del libro del Éxodo. Como el pueblo de Israel, también cada uno de nosotros somos seres en camino. Nos vamos haciendo en la historia. No simplemente construimos un futuro (futurum), sino que nos abrimos a lo que viene (adventus). Tenemos una hoja de ruta, pero no un proyecto acabado. Nos dejamos llevar por el Espíritu de Dios, nos adentramos en territorios inexplorados. La fe no es más de lo mismo, sino la confianza absoluta en un Dios que nos precede y que nunca acabamos de encontrar del todo. Sé que a algunas personas esta visión les produce una incomodidad visceral. Quisieran siempre saber a qué atenerse, tener todo claro y bajo control. Aplican al terreno de la fe el modo de conducirse en otras esferas de la vida. Sin embargo, no hay nada más opuesto a la fe –que es confianza y apertura– que el deseo de tener todo atado y bien atado. 

Dios es el incontrolable por esencia. Es huidizo, esquivo, soberano. Nos saca de nuestras seguridades sin decirnos con claridad hacia dónde nos conduce. Por eso, el verdadero creyente nunca es un fanático, sino un explorador. Los que lo tienen todo claro, hasta el punto de fijar normas precisas e inmutables, quizá están adorando más a un ídolo que al Dios que se nos revela en la Biblia. Es bueno que repasemos sus dos primeros libros. El Génesis nos recuerda que hemos sido engendrados para ser co-creadores, que somos frutos de un aliento divino, no de una fabricación en serie. El Éxodo nos impulsa a recuperar nuestra vocación de exploradores y caminantes, pero no en solitario, sino formando un pueblo en marcha. La insistencia del papa Francisco de invitar a la Iglesia a ser una comunidad “en salida” tiene profundas raíces bíblicas y antropológicas. ¡Lástima que a veces la reduzcamos a mero eslogan!



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