miércoles, 17 de diciembre de 2025

Habla nuestro dialecto


Me gusta el abigarrado cartel de la Navidad en Madrid. Combina la centralidad del Misterio que celebramos con el contexto castizo de una ciudad cosmopolita. Es probable que algunos lo consideren muy clásico o demasiado cristiano. Hay gustos para todo. Lo que más me atrae es que el nacimiento de Jesús se sitúe en el escenario en el que vivimos y nos movemos. 

Es una forma gráfica de expresar que no creemos en un Dios hecho de energías y vibraciones (como tanto les gusta decir a los adeptos a la new age), sino en un Dios que, sin dejar de ser divino, es humano, un Dios que ha plantado su tienda en nuestro suelo. Lo expresa bellamente el poema del mexicano Alfonso Junco (1896-1972) que recitamos en la liturgia de las horas: “¡Caridad que viniste a mi indigencia, / qué bien sabes hablar en mi dialecto! / Así, sufriente, corporal, amigo, / ¡cómo te entiendo!”.



Hoy comienzan las ferias mayores del Adviento. Como todos los años, nos preparamos para el nacimiento del Señor con una semana intensa de oración y espera. Las ferias mayores son como un carril de aceleración para incorporarnos a la autopista de la Navidad. Hay factores externos que nos ayudan (como el cartel madrileño o algunas luces callejeras) y otros que nos distraen (como la inmensa oferta comercial o el abuso de comidas y cenas). 

Pero lo esencial discurre siempre por dentro, en ese diálogo interior en el que nuestro yo escéptico habla con nuestro yo creyente. El primero relativiza todo, desmitologiza el relato, lo reduce a herencia atávica y lo acepta como imprescindible peaje estacional. El segundo se maravilla de esta “dulce locura de misericordia: / los dos de carne y hueso”, como termina el poema de Alfonso Junco. No acierta a comprender el significado de la encarnación de Dios, pero no pierde el tiempo en elucubraciones. Mientras su cerebro ensaya explicaciones racionales, su corazón se postra ante el Misterio. No necesita comprender para creer. Necesita creer para vivir.


Paseando estos días por el centro de Madrid, uno puede llegar a aborrecer la Navidad. Es tal el gentío y el exceso de luces y ofertas comerciales, que uno se pregunta si es posible seguir llamando a esto Navidad o es mejor llamarlo “las fiestas” (de invierno), como hacen los políticos y comunicadores agnósticos o ateos. Quizás entonces uno cae en la cuenta de que el Misterio de la Navidad nunca se percibe en el centro, sino en la periferia. 

Quizás lo que no se ve en la Puerta del Sol (a pesar de que el nombre pueda recordarnos al Sol Invictus), resulte más claro en la Cañada Real o en otras periferias habitadas por “pastores” que tienen el rostro de ancianos solitarios, enfermos de larga duración, gentes sin techo o asiduos a los comedores sociales. Quienes frecuentan estos barrios entienden sin explicaciones qué significa que Jesús naciera en los márgenes y no en un palacio de Roma o de Jerusalén. La Navidad consumista descentra y agota. La Navidad con los últimos representa un salto hermeneútico. Tenemos una semana para escoger qué tipo de Navidad queremos.

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