miércoles, 15 de abril de 2020

Un café queda pendiente entre tú y yo

Además de Resistiré, que se ha convertido en un himno popular contra la pandemia, otra canción que ha hecho fortuna en España en las últimas semanas es la compuesta y cantada por Lucía Gil. Se titula Volveremos a brindar. Es una canción sencilla. Cualquiera puede cantarla sin especial esfuerzo. El tono original en mi mayor resulta muy bajo para voces masculinas, así que es preferible tocarla y cantarla en sol o la mayor. (Para los que se animen, pongo el vídeo al final de la entrada de hoy). Me gusta mucho la imagen de ese café pendiente que volveremos a tomar con las personas queridas cuando termine esta pesadilla. Significará el regreso a la normalidad añorada o tal vez el comienzo de otro estilo de vida más sano, amigable y tranquilo. No lo sabemos todavía, pero es bueno que dejemos apalabrada la cita porque la espera enciende el deseo.

El Evangelio de este Miércoles de Pascua es el conocido relato de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). No sé cuántas veces he escrito sobre él. En este mismo blog le habré dedicado media docena de entradas. Reconozco que siento pasión por él. Me parece que describe como ningún otro relato el itinerario que podemos seguir para ponernos a tono cuando nos sentimos decepcionados de Jesús y lejos de su comunidad. O sea, que es un relato muy apropiado para muchos creyentes y buscadores de hoy.

Si tuviera que resumir su contenido terapéutico en unos pocos verbos, como si de una película de Woody Allen se tratara, me inclinaría por estos cuatro: hablar, escuchar, comer y regresar. Añadiría otro más que señala la dinámica del relato: caminar.
  • Cuando estamos mal, cuando la fe ha perdido fuerza en nosotros, necesitamos hablar, poner palabras a nuestras frustraciones. El mismo Jesús –invisible compañero de camino y terapeuta– nos tira de la lengua con una pregunta: “¿Qué conversación lleváis por el camino?”. Soltemos sin miedo.
  • Una vez que hayamos desembuchado todo, nos toca escuchar. Es él quien toma la palabra para ofrecernos una clave a partir de las Escrituras. Entonces notaremos que el corazón frío y escéptico empieza a calentarse y querremos que él siga con nosotros: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”. 
  • Después, cuando nos sentamos a la mesa para comer con él –es decir, cuando celebramos la Eucaristía– se nos caen las escamas de los ojos, empezamos a ver con claridad y lo reconocemos, pero no podemos acapararlo. Él es un insumiso radical. Sigue su camino y nos deja con el deseo encendido.
  • Pero estamos ya en condiciones de regresar cuanto antes a la comunidad que habíamos abandonado y acoger con humildad el mensaje que nos regala: “Verdaderamente ha resucitado el Señor”. Lo que antes del camino nos parecía una fábula se convierte ahora en experiencia transformadora; por eso nos animamos a compartirla con los demás.

Supongo que os preguntaréis qué tiene que ver el relato de Emaús con la canción de Lucía Gil que da título a la entrada de hoy. La clave la encuentro en las hermosas palabras del estribillo de la canción: “Volveremos a juntarnos / volveremos a brindar. / Un café queda pendiente en nuestro bar /. Romperemos ese metro de distancia entre tú y yo /. Ya no habrá una pantalla entre los dos”. ¿No es esta una hermosa manera de soñar con el tiempo futuro, cuando termine la pandemia, pero también de describir lo que sucede cuando, tras años de alejamiento de la fe, volvemos a encontrarnos con Jesús y participamos en ese brindis insuperable que es la Eucaristía? A mí me parece que uno de los posibles frutos de este largo confinamiento puede ser el redescubrimiento de Jesús como ese amigo que siempre nos ha acompañado en el camino de la vida, pero cuya presencia hemos ignorado o se ha vuelto invisible por motivos diversos. 

A lo largo de estas semanas de silencio, preguntas y meditación, podemos caer en la cuenta de que él está ahí, poniendo su mano sobre nuestro hombro, escuchando nuestras cuitas, dilatando nuestros horizontes. Durante esta cinquentena –y no solo al final– podemos romper ese “metro de distancia” escéptica que nos separa y encontrarnos cara a cara, sin pantallas de por medio, sin mensajeros “que no saben decirme lo que quiero”, como cantaba Juan de la Cruz. 

Gracias, Lucía Gil, por ayudarme a entender el relato de Emaús desde otra clave. Reconozco que es una mina sin fondo.



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