domingo, 26 de abril de 2020

La tristeza no es la última palabra

Si alguien me preguntara qué puede hacer para superar la tristeza y la frustración que le oprimen, le contestaría sin dudar: medita el relato de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Este es precisamente el texto que nos propone el Evangelio del III Domingo de Pascua. Pocos relatos hay más reconfortantes y pedagógicos. No es fácil reconstruir la base histórica (como sucede con casi todos los relatos bíblicos), pero no hay problema para diseñar la instrucción catequética que subyace y descubrir la estructura litúrgica del largo y bien estructurado relato. Desde el punto de vista literario, casi parece el fruto de un taller de escritura creativa. Es sencillamente perfecto. No sobra ni falta nada. Hay un comienzo misterioso, un crescendo claro, un suspense mozzafiato (como se dice en Italia) y un desenlace poco convencional. Lo he examinado tantas veces en este Rincón –la última hace apenas diez días– que casi no me atrevo a volver sobre él por temor a repetirme. Y, sin embargo, me parece de una actualidad tan grande que no tengo más remedio que intentarlo.

Empecemos haciendo una afirmación discutible pero fecunda: el discípulo anónimo que camina con Cleofás somos cada uno de nosotros. Lucas quiere invitarnos a hacer un camino de transformación. Se las ha ingeniado para meternos en el relato sin pedirnos permiso. Pero estoy seguro de que no vamos a arrepentirnos. Si nosotros somos el compañero (o la compañera) de Cleofás, se nos puede aplicar a la letra lo que dice el texto: “Ellos se detuvieron con aire entristecido”. Me parece esencial este punto de partida. También nosotros llevamos semanas viviendo “con aire entristecido”. Basta conversar con quienes han perdido a sus seres queridos o con algunos que acusan el cansancio provocado por el confinamiento o experimentan ansiedad ante un futuro incierto. A pesar de que estemos en el tiempo pascual, no se respira un aire de alegría como otros años. Es como si inesperadamente se nos hubiera derrumbado un castillo de naipes construido con tesón y maña y no supiéramos cómo reconstruirlo.

Volver a Emaús significa añorar la “vieja” normalidad en la que nos sentíamos cómodos y seguros, a pesar de que no todo fuera perfecto.  Pero estos no son los planes de Jesús. Él no puede concebir a su comunidad como un grupo de hombres y mujeres tristes, frustrados y sin horizonte. Jesús no quiere que la pandemia que vivimos sea causa de angustia y desesperación. Por eso, se pone a caminar con nosotros. Quiere conducirnos a la experiencia de la verdadera alegría, pero no quiere ahorrarnos el camino, porque sabe que una alegría que no se hace cargo de las pruebas de la vida es falsa. Él no se dedica a contarnos chistes para hacer más llevadera la jornada, como hacemos a veces entre nosotros. Él nos ayuda a leer en profundidad lo que está pasando, de manera que encontremos la clave que nos permita descubrir una vida nueva y nos cure de la tentación de retornar a la vida vieja que llevábamos antes.

¿En qué consiste la acción de este Jesús, que primero se acerca y se pone a caminar con nosotros (sin que nosotros seamos capaces de reconocerlo) y luego hace ademán de seguir adelante (provocando en nosotros el deseo de retenerlo)? ¿Cómo se produce este juego de presencia-ausencia que a menudo nos desconcierta? La respuesta del evangelista Lucas es muy clara: ¡Este proceso de encuentro y transformación se produce... en la Eucaristía! De hecho, todo el relato está construido como una celebración eucarística con su rito de entrada (incluyendo esa especie de confesión que hacen los discípulos), su liturgia de la Palabra (con lecturas bíblicas y homilía de Jesús), su liturgia eucarística (con la fracción del pan y el milagro del reconocimiento) y su rito de despedida (con el súbito regreso “misionero” a Jerusalén). 

Si esto es así, tienen razón quienes en estos tiempos de tristeza producidos por la pandemia piden que la Iglesia nos les prive de la Eucaristía. Es un modo de confesar que sin la Eucaristía no hay modo de interpretar lo que está pasando y de reconocer en todo la presencia del Resucitado. En otras palabras: sin Eucaristía, la tristeza se vuelve crónica, no logramos experimentar en su raíz la alegría cristiana. Por eso, se están multiplicando las campañas que “exigen” a los pastores poder participar físicamente en la celebración y no solo seguirla virtualmente por Internet. Respeto este movimiento, comprendo a quienes consideran que la Eucaristía es un “servicio esencial” (por usar las expresiones de los políticos), tan necesario como ir al supermercado o a la farmacia. Y, sin embargo, no me parece que se deba convertir este asunto en un “casus belli” (motivo de guerra contra los gobiernos) y en una crítica al papa Francisco y a los obispos como si arbitrariamete nos hubieran robado algo que nos pertenece. A veces, lo que a primera vista parece lo mejor (sin duda, la Eucaristía lo es), puede encerrar motivaciones que no son muy cristianas. 

Más aún, el forzado ayuno eucarístico, si se interpreta y vive bien, nos hace caer en la cuenta de las muchas Eucaristías rutinarias en las que no hemos sabido apreciar el tesoro que se nos entregaba, activa en nosotros el deseo de una Eucaristía más auténtica, provoca una súplica que, en su momento, nos llevará a abrir los ojos y a reconocer con más conciencia al Resucitado, verdadera fuente de nuestra alegría. Como los discípulos de Emaús, también nosotros en este contexto de tristeza generalizada, decimos con fe: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Este “deseo de Eucaristía” tiene una extraordinaria eficacia purificadora y transformadora. Empezaremos a entender que la tristeza no es, en efecto, la última palabra y que el Resucitado nunca nos deja solos en el camino de la vida.


6 comentarios:

  1. Gracias Gonzalo, por tu reflexión. Por veces que comentes el pasaje siempre le das un aire nuevo y según estoy, también lo recibo diferente. Considero que es bueno que nos lo recuerdes en estos momentos que son momentos de ausencias y que, por lo menos yo,necesito reconocerle.
    Esta vez, me va muy bien sentirme la compañera de Cleofás, adentrarme de pleno en el relato y pedir fuerzas para volver a "mi galilea".
    Muchísimas gracias... Un abrazo.

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  2. Felices pascuas, Gonzalo! Bonita reflexion. Un pensamiento que yo tengo sobre la historia de Emaus,es como la naciente Iglesia, y Jesus mismo, estan "en movimiento" Cristo resucitado es un poquito como una senal "WiFi" que se hace mas clara por entender las Escrituras y dar hospitalidad al forastero. Todo con el don de la fe.

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    1. Gracias, Steve, por compartir esta manera sugestiva de entender el relato de hoy. Feliz Pascua para ti y tu comunidad.

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  3. Gracias P. Gonzalo. Una mira nueva del texto. Se los daré a mis alumno. Me da al corazón su reflexion y con ojos nuevos Cristo ha Resucitado.

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    1. Me alegro de que te haya ayudado esta visión del texto aplicada a la situación que estamos viviendo ahora. Feliz Pascua.

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  4. Gracias Gonzalo! Este "deseo de Eucaristía" ha ido aumentando en mí cada día más. Verdad que tiene la extraordinaria eficacia purificadora y transformadora. Durante la cuarentena pensaba muchas veces en mis comuniones "mal" recibidas, sin fe y sin encontrar a Jesús vivo en ella.
    Desde el lunes pasado en la gente en Polonia puede asistir a la Eucaristía bajo unas condiciones. Pude comulgar primera vez después del ayuno eucarístico. El Señor vino con su paz, bendición y presencia. La Eucaristía mejor vivida en mi vida. Un saludo fuerte para todos

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