viernes, 10 de diciembre de 2021

El futuro de la religión

El viaje de Madrid a Bogotá duró poco más de diez horas. Entre conversaciones, películas, documentales y alguna siestecita, se me pasó volando (nunca mejor dicho). Se me hizo más pesado el trayecto del aeropuerto a nuestra comunidad, en pleno centro de la capital. El tráfico era tan denso que se nos fueron más de dos horas. 

Hoy escribo desde una casa de retiro situada en Sasaima, a unos 60 kilómetros de Bogotá. Es un rincón en plena montaña al que he venido en varias ocasiones. Una fuerte tormenta dañó la instalación eléctrica hace tres días, así que no sé si podré colgar la entrada de hoy. Mientras escribo en el porche de la casa, cae una lluvia mansa sobre la feraz vegetación de la zona. Uno de los gatos está arrellanado en un cojín. Escruta los movimientos del advenedizo que soy yo. 

La verdad es que con el desfase horario de seis horas no estoy para grandes reflexiones, pero no quiero pasar por alto uno de los documentales de la serie Episodios que dirige Iñaki Gabilondo. Lleva por título El futuro de la religión. Se trata de una conversación entre Iñaki Gabilondo y el jesuita Pedro Miguel Lamet. La verdad es que me esperaba algo más, pero merece la pena escuchar estas voces.

Las preguntas que el periodista Gabilondo le hace al jesuita Lamet pueden coincidir con las que muchos nos hacemos hoy: ¿Tiene futuro la religión en el mundo (y, sobre todo, en Europa)? ¿Acabará contagiándose todo el mundo del agnosticismo y ateísmo europeos o, por el contrario, Europa será evangelizada por los creyentes de otros continentes? ¿Se convertirá el Islam en la religión mayoritaria dentro de unas décadas? Es verdad que la sociología puede ayudarnos a responder a estas cuestiones, pero hay muchas variables que escapan a toda medición. 

Lo que cada vez observo más es lo que Lamet llama una religión prêt-à-porter, en la que cada uno confecciona su particular modo de relacionarse con Dios tomando de las diversas tradiciones aquello que le parece más plausible o conveniente, sin importarle demasiado la coherencia interna y mucho menos la pertenencia institucional. Este moderno sincretismo puede parecer una amenaza para la fe cristiana, pero yo lo veo como una gran oportunidad. Al fin y al cabo, el cristianismo primitivo también se abrió paso en contextos muy sincretistas. 

Quizás una de las mediaciones fundamentales será la creación de pequeñas comunidades que, sin sentirse como células separadas del gran cuerpo eclesial, permitan establecer lazos de fraternidad entre los creyentes y faciliten un acompañamiento cercano. Esto puede dar origen a nuevos ministerios que respondan a las necesidades de estas pequeñas comunidades, como ya está sucediendo en algunos lugares del mundo.

El cineasta italiano Nanni Moretti, desde su perenne enfado existencial, pone palabras a lo que sienten algunos ateos europeos: “No estoy de acuerdo con la frase de Buñuel de que era ateo gracias a Dios. No, yo soy ateo y estoy cabreadísimo por no saber a quién echar la culpa. Estoy convencido de que no hay nada después de la muerte y nadie tiene la decencia de darme la más mínima explicación”

En esto coincide con el cantante Miguel Ríos, a quien le oí decir algo parecido en una tertulia en la que, junto a la jueza Manuela Carmena, la actriz Charo López y el entrenador de fútbol Javier Clemente, hablaban sobre cómo se vive la vida cuando uno tiene más de 70 año y otea de cerca el horizonte de la muerte. Aumenta el número de quienes creen que “no hay nada después de la muerte”. Si la fe cristiana no es capaz de insuflar esperanza en la vida definitiva con Dios, entonces se reduce a una moral de entretiempo, más o menos aceptable según las épocas y latitudes. Pablo lo dijo con rotundidad en una de sus cartas a los corintios: “Pues si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido” (1 Cor 15,16-17). Me parece que también el futuro va por aquí.



1 comentario:

  1. Tocas variedad de temas… Te agradezco todas las entradas que hay que amplían la reflexión. En estos momentos me sobresalen el del acompañamiento y el de la muerte.
    Coincido contigo cuando nos dices que: “Quizás una de las mediaciones fundamentales será la creación de pequeñas comunidades que, sin sentirse como células separadas del gran cuerpo eclesial, permitan establecer lazos de fraternidad entre los creyentes y faciliten un acompañamiento cercano.” En estos tiempos un poco convulsos en la Iglesia, poder compartir con otros, siendo acompañados, nos ayuda a sentirnos más unidos a la Iglesia universal.
    No es fácil reflexionar sobre la muerte… Es necesario que confiemos y reafirmemos nuestra fe. Es muy fácil que dejemos volar la imaginación y se apodere de nosotros el pánico, la inseguridad y nos amarguemos la vida y como consecuencia también la de los de nuestro alrededor. Viviremos la muerte según hayamos vivido. A veces pienso que morimos muchas veces a lo largo de nuestra vida, morimos para renacer con más fuerza. El mismo nacimiento es morir a la vida intrauterina para pasar a la vida en la que seremos autónomos… El dolor siempre acompaña en este morir para nacer…
    No es fácil reflexionar sobre la muerte… Es necesario que confiemos y reafirmemos nuestra fe.
    Gracias Gonzalo, con tu Blog, nos estás acompañando a muchos… Disfruta de tu estancia en este país y su gente… Un abrazo.

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