miércoles, 29 de diciembre de 2021

No se puede amar a distancia

Después de varios días lluviosos, hoy brilla un sol radiante. La temperatura es agradable, impropia de este comienzo del invierno. Han pasado tantas cosas desde el día de Navidad que me cuesta encontrar un hilo que las una. Ha habido viajes, encuentros, celebraciones, muertes, despedidas, silencios, llamadas y una sensación difusa de que mantener tantas ventanas abiertas al mismo tiempo tiene un coste emocional. La supercontagiosa variante ómicron está provocando más ansiedad de la que sería deseable en estas fechas. 

Como todos nos hemos vuelto virólogos aficionados después de un par de años lidiando con la pandemia, nos atrevemos a vaticinar el futuro. Unos dicen que este aumento de contagios es “el principio del fin” porque el virus irá perdiendo fuerza; otros, más pesimistas, opinan que seguirán surgiendo variantes y que tendremos que aprender a “convivir con el virus” como convivimos con el de la gripe estacional, por ejemplo.  Y otros muchos ─entre los que me cuento─ suspendemos el juicio porque carecemos de datos suficientes para dar una opinión fundada. Sea como fuere, la Navidad de este año 2021 está siendo demasiado vírica. Cuesta concentrarse en lo esencial. Bastante tenemos con ir sorteando las amenazas que nos circundan y encajando los contratiempos.

Una amiga italiana, frecuente lectora de este blog, ha colgado en su muro de Facebook, una serie de cuatro viñetas en las que Snoopy aparece tecleando algunos mensajes que se corresponden con los últimos años. Traduzco del italiano: “2019: alejaos de las personas negativas; 2020: alejaos de las personas positivas; 2021: alejaos de las personas; 2022: ¿?”. Si algo ha conseguido el virus es ir alejándonos unos de otros casi sin darnos cuenta. Por eso, es el virus más antinavideño posible. Donde los cristianos celebramos la “cercanía” de Dios a los seres humanos y la fraternidad entre nosotros, el virus quiere hacer del “distanciamiento social” nuestro estilo de vida. 

Hasta ahora somos conscientes de este movimiento sutil, pero me temo que, a medida que pase el tiempo, nos parecerá normal lo que no ha sido fruto de nuestra decisión libre, sino resultado de una imposición indeseada. Sería triste que apretones de manos, abrazos y otras expresiones físicas de cariño acabasen arrumbadas en el baúl de los recuerdos. Si a esto añadimos el frío tecnicismo que nos rodea por todas partes, no estamos lejos de entrar en una era posthumana cuyas consecuencias ignoramos.

Es posible que estos pensamientos no conduzcan a vivir este tiempo con una actitud esperanzada, pero no puedo reprimirlos. Puedo, eso sí, perforarlos. La fe en el misterio de la encarnación de Dios arroja mucha luz sobre el momento que vivimos. Nos ayuda a ir siempre más allá de nuestros cálculos. Es posible que el distanciamiento sea imprescindible para combatir la propagación del virus, pero no podemos caer en la trampa de convertirlo en un estilo de vida con el argumento falaz de que cuanto más alejados estemos unos de otros más fácil será asegurar nuestra inmunidad personal y colectiva. 

Dios se ha dejado contagiar de humanidad. No ha tenido reparo en hacerse uno de nosotros. Solo “acercándose” nos ha revelado que nos ama. Es imposible amar “a distancia”. Por eso me gusta tanto lo que la comunidad de sant'Egidio hace cada año el día de Navidad en la hermosa iglesia de Santa Maria in Trastevere de Roma. Retiran los bancos de la nave central y en su lugar colocan mesas para invitar a un buen número de pobres del barrio. ¿No es un hermoso símbolo de lo que significa la Navidad, de que el amor siempre vence la distancia?

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo Gonzalo… En las circunstancias que vivimos, en el virus que nos está afectando más de lo que quisiéramos. El distanciamiento, en según qué ambientes, empieza a ser demasiado pronunciado: hay personas que evitan pasar al lado de otras al cruzarse en un camino, he visto hacer rodeos exagerados… Otras que solo con la mirada ya rehúyen cualquier acercamiento, aunque también las hay que están necesitadas de recibir afecto y no se lo piensan dos veces a saludar con un apretón de manos.
    En momentos difíciles los abrazos, cada vez son más escasos. Y ello me lleva a una pregunta: “¿nos dejamos abrazar por Dios? ¿reconocemos sus abrazos?
    Gracias por ayudarnos a descubrir que “la fe en el misterio de la encarnación de Dios arroja mucha luz sobre el momento que vivimos.” Y a tomar conciencia de que “Dios se ha dejado contagiar de humanidad”. Cuánto más oscuro lo tenemos todo, más cerca le tenemos.

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