martes, 25 de junio de 2024

Toda ciencia trascendiendo


Tenía ganas de volver a un lugar que siempre me inspira. La última vez fue el pasado 24 de febrero, en compañía de mi amigo Heriberto García Arias. El viernes y el sábado estuve de nuevo con mi comunidad. Elegimos ese lugar para hacer nuestro retiro de final de curso. No nos arrepentimos. Me refiero al Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz que los carmelitas tienen en Segovia. En la tarde del viernes 21 me encaramé hasta la ermita más alta del recinto desde la que se divisa la silueta de la ciudad. Destacaba la imponente proa del Alcázar entre los ríos Eresma y Clamores. A su izquierda, como navegando por un mar ocre y verde, la torre de la catedral y el campanario de la iglesia románica de san Esteban. Desde mi atalaya no alcanzaba a ver el Acueducto, pero se intuía. 

Pasé muchos minutos en contemplación mientras el sol se iba poniendo. Junto a mí estaba el famoso ciprés seco que, según la tradición, fue plantado por el mismísimo san Juan de la Cruz. Antes de la oración comunitaria, bajé hasta la cueva que hay dentro del convento. En su frío y húmedo oratorio compartí con el Señor las impresiones de las últimas semanas. Por la noche, después de la cena, tuve oportunidad de pasear por los alrededores del convento y disfrutar de la segunda noche del estío.


El sábado fue el día de las conversaciones. Tuvimos tiempo para revisar juntos el curso que termina, programar el verano y poner nombre a lo que podemos mejorar el próximo curso. Comprobé, una vez más, el poder reparador de las buenas conversaciones. Cuando nos escuchamos con el corazón deshacemos equívocos, superamos prejuicios y descubrimos la luz que hay en cada persona.

Antes de regresar a Madrid, tuvimos tiempo para celebrar con calma la Eucaristía en la capilla del centro y pasar por la comunidad claretiana de Segovia, que es la tercera de nuestra congregación. Fue fundada en el ya lejano 1861. En esa época (1857-1868), san Antonio María Claret solía viajar con la reina Isabel II al cercano palacio de La Granja en los meses de julio y agosto.


Sin hacer ningún esfuerzo, venían a mi mente algunas de las poesías más conocidas de san Juan de la Cruz, cuyo cuerpo está enterrado en una de las capillas laterales de la iglesia del convento. La que más rondaba en mi cabeza era esta estrofa: “Yo no supe dónde estaba, / pero, cuando allí me vi, / sin saber dónde me estaba, / grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo, / toda ciencia trascendiendo”. Ese “grandes cosas entendí” tiene que ver con el sentido de la vida y de la muerte, con la fugacidad de cuanto vivimos y con el destino que nos aguarda. 

Hacía mucho tiempo que no sentía con tanta fuerza el anhelo del cielo. Todo lo que me llevo entre manos me pareció tan efímero y secundario que me hubiera quedado allí, contemplando el cielo azul y la silueta majestuosa de la ciudad de Segovia, ajeno a las cosas que en otro momento me han atraído o atrapado. El esquema cerca-lejos se me antojó imperfecto. Realidades “lejanas” me parecieron más familiares que nunca. Y lo que tenía a la vista me remitía siempre más allá. No sé si se puede hablar de “toda ciencia trascendiendo”, pero entendí que los seres humanos perdemos demasiado tiempo en lo menos importante de la vida y descuidamos lo esencial. Quizás la proximidad al maestro Juan de la Cruz jugó a mi favor en esa inolvidable tarde segoviana.



3 comentarios:

  1. ¡Qué bonita vista de Segovia¡¡¡¡¡ y que bien que hayas podido tener unos días de retiro de "fin de curso". Un abrazo. María

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  2. San Juan de la Cruz siempre te tiene cosas importantes que decirnos . A mí ahora a través de tí.Gracias.

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  3. Una pequeña pausa en el frenesí laboral, un buen café, la sonrisa familiar del camarero, un cielo sevillano algo nublado muy agradable y tu compañía virtual. Qué reconfortante esa descripción del anticipo castellano del Paraíso. Dan ganas de pedir la "doble nacionalidad". Gracias, por este ratito, Gonzalo :)

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