domingo, 23 de junio de 2024

Cuatro preguntas que queman


Me encanta pasear por Madrid cuando apenas ha amanecido. Hoy hace un día luminoso de verano primerizo. Hace un par de horas que he celebrado la Eucaristía con la comunidad de religiosas concepcionistas que hoy, acabado el curso académico, celebraban el “día de la comunidad”. De vuelta a casa, me ha abordado una señora colombiana de unos cincuenta años, maleta en mano, que buscaba una dirección. Estaba perdida. Tenía que empezar a trabajar en una casa como cuidadora de un anciano, pero no sabía encontrar la dirección que llevaba escrita en un papelito. La he acompañado hasta el portal. Me ha dado las gracias con sencillez. Cuando estamos perdidos, todos agradecemos que alguien nos eche una mano. 

Algo de esto es lo que descubrimos en el evangelio de este XII Domingo del Tiempo Ordinario. El texto es tan conocido que corremos el riesgo de banalizarlo. A mí me ha ayudado a leerlo de otra manera el hecho de poner el acento en las cuatro preguntas que aparecen: dos las formulan los discípulos y otras dos las plantea Jesús. Vale la pena detenerse en ellas y conectarlas con situaciones que hoy estamos viviendo.


Primera pregunta: “¿No te importa que nos hundamos?”

Son los discípulos quienes le increpan a Jesús con palabras de miedo porque “las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua”. Mientras tanto, Jesús dormía en la popa recostado sobre un almohadón. Esa misma pregunta es la que nos hacemos hoy cuando vemos que la barca de la Iglesia y del mundo está zarandeada por olas que presagian un naufragio. 

La pregunta se puede modular de mil maneras personales y colectivas: ¿No te importa que la humanidad se precipite hacia una tercera guerra mundial? ¿No te importa que los escándalos minen la credibilidad de la Iglesia y que, al final, quedemos cuatro gatos? ¿No te importan los movimientos cismáticos en el seno de tu comunidad? ¿No te importa que en Europa hayan disminuido tanto las vocaciones al matrimonio, al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿No te importa que crezca el número de multimillonarios y siga habiendo millones de personas que no tienen lo necesario para vivir? ¿Te da igual que, tras el covid, haya aumentado el número de suicidios entre los adolescente y jóvenes? Nosotros quisiéramos obtener respuestas claras a estas y otras muchas preguntas. Solo creemos en lo que controlamos. Jesús duerme.


Segunda pregunta: “¿Por qué sois tan cobardes?”

Esta pregunta la formula Jesús. Nos llama cobardes. Se da cuenta de que en nosotros el miedo es más fuerte que la confianza. Lo que se opone a la fe no es la increencia, sino el miedo, la cobardía. Sentimos miedo cuando nosotros no controlamos la realidad, cuando pensamos que lo que sucede a nuestro alrededor constituye una amenaza para nuestra seguridad. Por muchos avances técnicos que hayamos desarrollado, seguimos siendo una generación miedosa. Somos prisioneros de la ansiedad y en muchos casos de la depresión. 

En el origen de este malestar personal y cultural hay un gran olvido. Olvidamos que nosotros no somos los creadores del mundo, sino simples administradores. Olvidamos que la Iglesia no es una nuestra propiedad privada, sino una creación del Espíritu. Olvidamos que no nos hemos dado la vida y que tampoco podemos quitárnosla. En definitiva, sentimos miedo porque no reconocemos a Jesús como Señor de la realidad, porque olvidamos que a Dios no se le escapa la historia de las manos, porque creemos que todo depende de nosotros y nos angustiamos cuando no podemos controlarlo como nos gustaría.


Tercera pregunta: “¿Aún no tenéis fe?”

Podemos llevar años “conviviendo” con Jesús y, sin embargo, no creer en él. Las rutinas no son suficientes para afrontar las grandes cuestiones de la existencia. El miedo no se vence a base de tradiciones, sino con la fuerza de la fe. Creer en Jesús es siempre algo demasiado nuevo para personas acostumbradas. En la segunda lectura, Pablo -escribiendo a los corintios- les dice que “el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2 Cor 5,17). Donde está Cristo siempre hay novedad, por más que nosotros solo veamos indicadores de decadencia

La nuestra es una generación demasiado miedosa y autosuficiente como para dejarse llevar por la fuerza de la fe. Nos creemos demasiado adultos e ilustrados como para creer que podemos controlar todo, pero luego nos venimos abajo cuando las olas de la vida embisten contra nuestra frágil barca. Siempre estamos aprendiendo a creer, a confiar. Nunca lo conseguimos del todo. Nos cuesta reconocer que “nos apremia el amor de Cristo” (2 Cor 5,14), que él es el auténtico motor de nuestra vida. Muchos santos -entre ellos san Antonio María Claret- han elegido estos versículos de la segunda carta de Pablo a los corintios para expresar cuál es la verdadera motivación que los mueve en la vida.


Cuarta pregunta: 
¿Pero quién es este?

La última pregunta la formulan los discípulos que han experimentado cómo Jesús “se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!». El viento cesó y vino una gran calma”. ¿Es posible que, a pesar de la cercanía, no supieran quién era Jesús? El evangelista Marcos, preocupado de principio a fin de su evangelio por la verdadera identidad del Maestro, pone en labios de los discípulos -y también de sus lectores (es decir, nosotros)- una pregunta que nunca acabamos de responder: ¿Quién es este? ¿Quién es Jesús? ¿Qué tiene que ver con nosotros y qué tenemos nosotros que ver con él? 

Reconocer que “hasta el viento y las aguas le obedecen” (que es como decir que toda la realidad le está sometida) no nos da una imagen acabada de su misterio. Siempre estamos buscando. El verdadero creyente, incluso cuando confiesa “Tú eres el Hijo de Dios”, siempre sigue buceando en un misterio que nos desborda. Es una señal de que la verdadera fe es más fuerte que la rutina.

1 comentario:

  1. Pasaje que, realmente se lee diferente, a través de las preguntas, cuando somos capaces de formulárnoslas con sinceridad. En diferentes momentos de la vida nos sorprende alguna pregunta más que otra y quizás nos cuesta buscar la respuesta en ella.
    Al reflexionar sobre la Palabra de este domingo, ayudada por la entrada del Blog, surge con fuerza la pregunta de Jesús: “¿Por qué sois tan cobardes?” Me viene bien la aclaración que nos haces y que ayuda a entrar en el contexto: “Esta pregunta la formula Jesús. Nos llama cobardes. Se da cuenta de que en nosotros el miedo es más fuerte que la confianza. Lo que se opone a la fe no es la increencia, sino el miedo, la cobardía…”
    Muchas gracias Gonzalo por esta reflexión profunda que no deja indiferente, dibujos incluidos.

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