Yo le había regalado algunos rosarios que recibí directamente de las manos de san Juan Pablo II y del papa Francisco. Le había traído también preciosos rosarios hechos con pétalos de rosa de Tierra Santa o de Fátima. Ella los guardaba cuidadosamente en su mesilla de noche como un tesoro precioso…, pero no los usaba. Su rosario cotidiano era el más sencillo de todos: unas cuentas de plástico fosforescente de color celeste como las que se distribuyen a granel en las grandes concentraciones religiosas. Lo tenía guardado en el cajetín de su andador, junto al librito que contenía el evangelio de cada día, el teléfono móvil, algunos pañuelitos de papel y otras menudencias.
A la hora de amortajar su cadáver no lo dudamos ni un segundo: el rosario que debíamos poner en las manos de mi madre no era el más hermoso de los que tenía guardados, sino el que ella usaba a diario; es decir, el rosario sencillo de plástico, algo descolorido por el uso cotidiano. Para ella, no era un simple elemento decorativo. Durante muchos años, había sido su instrumento de trabajo. Orar por los demás es lo mejor que podemos hacer en la vida, aunque sea con un rosario sencillo, como los que usan las personas acostumbradas a rezarlo.
Confieso que en sus años de madurez mi madre no solía rezar el rosario de forma regular, pero, una vez entrada en la ancianidad, se convirtió en un hábito. Normalmente lo rezaba ella sola después del desayuno, pero en ocasiones lo compartía conmigo o con alguna de mis hermanas. A ella le gustaba rezarlo entero, incluyendo las letanías y otras oraciones que había ido aprendiendo de los distintos párrocos. La repetición regular de los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos de Cristo le ayudó a comprender mejor los diferentes misterios de su propia existencia.
Como en la vida de todos nosotros, también en la suya hubo un poco de todo: experiencias de mucho gozo y alegría, momentos de luz y encrucijadas de dolor. Lo que importa es que la última palabra, la que dé sentido a todas las demás, sea una palabra de gloria. La carta a los romanos nos ofrece la clave: “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor” (Rm 14,8).
Recuerdo que hace años me gustaba escuchar la versión que María Dolores Pradera hizo de una canción titulada “El rosario de mi madre”, compuesta por el peruano Mario Cavagnaro Llerena. La letra hablaba, en efecto, de un rosario: “Devuélveme el rosario de mi madre / y quédate con todo lo demás. / Lo tuyo te lo envío cualquier tarde, / no quiero que me veas nunca más”. Pero es evidente que el contenido de la canción no aludía a una experiencia religiosa, sino a una historia de amor despechado.
El rosario de plástico de mi madre se ha ido a la tumba con ella. Así lo quisimos sus hijos y así lo hubiera deseado ella. Pero nos quedamos con los muchos rosarios que rezamos juntos, tanto en su versión larga, como reducidos a la mínima expresión, que fue la práctica en las últimas semanas. Los miles de avemarías desgranadas a lo largo de la vida han sido como gotas de gracia que, poco a poco, han ido horadando la roca del miedo y la desconfianza hasta convertirla en un pequeño lago de misericordia. Cobran mucha fuerza ahora las palabras tantas veces repetidas: “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Sí, el rosario de mi madre es todo un símbolo de fe y resistencia hasta el final.
Querido P. Gonzalo, que gusto leer sobre el rosario de su madre. Gracias por compartir esta experiencia personal y que ciertamente el corazón guarda lo mejor de su madre. Un abrazo a la distancia.
ResponderEliminarGonzalo, muchas gracias por el “Rosario de tu madre”. Me evoca muchos momentos que has compartido aquí en “El Rincón”, del rezo del rosario con ella… Poco a poco nos has ido dando una catequesis del mismo, pudiendo aprender a valorarlo desde diferentes aspectos y especialmente desde este aspecto materno-filial. La semilla que has sembrado va dando sus frutos.
ResponderEliminarGracias también por los textos que citas y que nos ayudan a percibir nuestro destino definitivo y a prepararnos para ello. Hay momentos que lo que estás aportando coincide con lo que necesitamos… Gracias.