martes, 23 de febrero de 2021

La noche de los transistores

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Han pasado 40 años. Yo cursaba entonces el último año de la carrera de Teología. Había terminado los exámenes del semestre de invierno. Ese día, a las 18,23, estaba a punto de coger el autobús de Madrid a Colmenar Viejo. El conductor, que estaba siguiendo por la radio la sesión de las Cortes, comenzó a ponerse nervioso y a gritar: “¡Algo está pasando! ¡Han pegado tiros en el Congreso!”. Desde la plaza de Castilla hasta la parada en Colmenar había poco más de media hora. Pasamos por delante de la base militar de El Goloso, uno de los acuartelamientos que había participado en la operación. Solo horas después empecé a enterarme de que estábamos ante un (intento de) golpe de estado que ha pasado a la historia como “el 23-F”. Mis compañeros y yo permanecimos en vela hasta pasadas las dos de la madrugada. Teníamos varios transistores de bolsillo encendidos. Cada uno sintonizaba una emisora de radio diferente para ir componiendo entre todas el mosaico de lo que estaba sucediendo. Por supuesto, vimos por televisión el breve mensaje del rey Juan Carlos que acababa con estas palabras: “La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”. Todos respiramos. Meses después, un compañero mío que estudiaba en Roma me confesó que él había pasado una noche muy tensa porque no sabía si su padre general del ejército había estado implicado de alguna manera en la operación. Por fortuna, se mantuvo al margen.

 A la 1,24 de la madrugada, antes de meterme en la cama, tuve humor para escribir una página en mi diario porque era consciente de que estábamos viviendo un momento histórico. Espigo unas cuantas frases: “España entera está viviendo una dramática situación: un grupo de exaltados guardias civiles ha invadido la sede del Congreso y ha retenido allí a todos los diputados. La junta de subsecretarios y de Jefes del Alto Estado Mayor ha asumido transitoriamente las funciones del gobierno. El rey, en el mensaje que acaban de televisar, ha pedido serenidad a todo el país. Se están viviendo horas tensas y no es previsible cómo acabará todo… Cualquiera que sea el final de esta historia, ha quedado suficientemente claro que algunos españoles no aciertan a apearse de su papel de insensatos quijotes”. Releyendo estas frases 40 años después tengo la impresión de que, a pesar del dramatismo del momento, todo me parecía una opereta sin ningún apoyo popular. Más que asustado, estaba decepcionado porque pensaba que un acto como ese añadía más fuego a una situación social muy tensa. La representación terminó 17 horas después. Entonces pude hablar con un amigo mío que había pasado toda la noche en el hotel Palace porque formaba parte de la escolta de Francisco Laína, el Secretario de Estado de Seguridad que durante 14 horas asumió de facto el gobierno de la nación. Él me contó otros detalles que ayudan a comprender mejor el alcance de lo que pasó aquella famosa noche. 

Se han escrito ríos de tinta sobre este episodio. Yo leí hace años con mucho interés la novela Anatomía de un instante, en la que el escritor Javier Cercas recrea primorosamente todo lo vivido aquella noche. Aunque un año después se celebró un juicio en el que hubo 30 condenados, nunca ha desaparecido el runrún de que no conocemos toda la verdad. Mi impresión es que conocemos lo suficiente y que no lleva a ninguna parte estar siempre mareando la perdiz con teorías conspirativas, oscuros manejos del rey y no sé cuántas tramas más. Como no hay mal que por bien no venga, el fallido golpe contribuyó paradójicamente a afianzar la cultura democrática en la sociedad en general y en el ejército en particular. Si hoy escribo sobre este acontecimiento es, ciertamente, por la redondez del aniversario (40 años), por los recuerdos personales que me suscita y, sobre todo, porque ayuda a tomar conciencia de que la democracia no es una batalla que se gana para siempre. Es necesario alimentarla siempre con ideales compartidos, cultura del diálogo, la participación y la responsabilidad y mecanismos de equilibrio y control. Creo que las amenazas a las democracias modernas no van a venir al menos en Europa del estamento militar, sino de los populismos y fundamentalismos que se nutren del malestar general para proponer soluciones autoritarias. Por eso, la mejor defensa de la democracia es trabajar por una sociedad lo más justa posible, en la que se respeten los derechos de todos y se garanticen las condiciones para una vida digna.


The night of the transistors

Forty years have passed. I was in the last year of my theology degree. I had finished my winter semester exams. That day, at 6:23 p.m., I was about to take the bus from Madrid to Colmenar Viejo. The driver, who was following the parliamentary session on the radio, began to get nervous and shouted: "Something has happened!" It was just over half an hour from Plaza de Castilla to the stop in Colmenar. We passed in front of the military base of El Goloso, one of the barracks that had participated in the operation. Only hours later I began to learn that we were facing an attempt of coup d'état that has gone down in history as 23-F. My colleagues and I stayed awake until after two in the morning. We had several pocket transistors on. Each one of us tuned in to a different radio station to compose the mosaic of what was happening. Of course, we watched on television the brief message of King Juan Carlos that ended with these words: "The Crown, symbol of the permanence and unity of the country, cannot tolerate in any way actions or attitudes of people who try to interrupt by force the democratic process that the Constitution voted by the Spanish people determined in its day through a referendum". We all breathed. Months later, a classmate of mine who was studying in Rome confessed to me that he had spent a very tense night because he did not know if his father -an army general- had been involved in any way in the operation or had taken any risk. Fortunately, he stayed out of it. 

At 1.24 a.m., before getting into bed, I was in the mood to write a page in my diary because I was aware that we were living a historic moment. I wrote a few sentences: "The whole of Spain is living a dramatic situation: a group of exalted civil guards has invaded the seat of Congress and has held all the deputies there. The Board of Undersecretaries and Chiefs of the High General Staff has temporarily assumed the functions of the government. The King, in the message which has just been televised, has asked for serenity to the whole country. These are tense hours and it is not foreseeable how everything will end... Whatever the end of this story may be, it has become sufficiently clear that some Spaniards do not manage to step down from their role of foolish quixotes". Rereading these sentences 40 years later, I have the impression that, despite the drama of the moment, it all seemed to me to be an operetta without any popular support. More than frightened, I was disappointed because it seemed to me that such an act added more fire to a very tense social situation. The performance ended 17 hours later. I was then able to talk to a friend of mine who had spent the whole night at the Palace Hotel because he was part of the bodyguard of Francisco Laína, the Secretary of State for Security who for 14 hours de facto took over the government of the nation. 

Rivers of ink have been written about this episode. Years ago I read with great interest the novel Anatomía de un instante (The Anatomy of a Moment), in which the writer Javier Cercas beautifully recreates everything that happened that night. Although a year later a trial was held in which 30 people were convicted, the rumor that we do not know the whole truth has never completely disappeared. My impression is that we know enough and that there is no point in beating around the bush with conspiracy theories, dark machinations of the king and I don't know how many other plots. As every cloud has a silver lining, the failed coup contributed paradoxically to consolidate the democratic culture in society in general and in the army in particular. If I am writing about this event today, it is certainly because of the roundness of the anniversary (40 years), because of the personal memories, it arouses in me, and, above all, because it helps us to become aware that democracy is not a battle that can be won forever. It must always be nurtured with shared ideals, a culture of dialogue, participation, and responsibility, and mechanisms of balance and control. I believe that the threats to democracies will not come - at least in Europe - from the military establishment, but from populisms and fundamentalisms that feed on the general malaise to propose authoritarian solutions. Therefore, the best defense of democracy is to work for the fairest possible society, in which the rights of all are respected and the conditions for a dignified life are guaranteed. 




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