martes, 2 de febrero de 2021

Nunc dimittis

La Liturgia de las Horas incorpora tres cánticos evangélicos a lo largo del día: el Benedictus (Lc 1,68-79) en las laudes, el Magnificat (Lc 1,39-45) en las vísperas y el Nunc dimittis (Lc 2,29-32) en las completas. De los dos primeros he escrito en alguna ocasión en este Rincón cuando he hablado de “girados hacia el sol” o de “me apunto al Dios de María”.  Hoy quiero escribir sobre el más pequeño (apenas cuatro versículos) y desconocido de los tres. El evangelista Lucas lo pone en labios del anciano Simeón. Lo hago en un día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor. El Evangelio de hoy (cf. Lc 2,22-40) narra precisamente el encuentro de los ancianos Simeón y Ana con el niño Jesús y sus padres en el templo de Jerusalén con motivo de la presentación del pequeño, siguiendo la tradición judía. 

Desde hace 25 años se celebra también hoy la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. La Iglesia de España ha elegido para este año el lema “Parábola de fraternidad en un mundo herido”. Se acumulan, pues, los motivos en un día en que Roma ha amanecido con un sol espléndido y un cielo azulísimo, casi como presagiando ya la primavera, aunque estemos todavía en el corazón del inverno. Yo doy gracias a Dios por haberme llamado a este particular estilo de vida en la Iglesia. Soy consciente de que me ha tocado vivirlo en un momento desafiante, pero no me quejo. Me pregunto si ha habido algún momento fácil a lo largo de la historia. Toda época tiene sus ángeles y sus demonios. 

En cada encrucijada, el Espíritu de Jesús ha ido suscitando formas nuevas de vida consagrada. Cuando el imperio romano se desmoronó, surgió la Regla de san Benito, como un ejemplo de vida armónica que ayudó a la construcción de Europa. En tiempos del despertar burgués y del auge de las ciudades, Francisco de Asís y Domingo de Guzmán dieron forma a estilos de vida pobres e itinerantes que acercaron el Evangelio a las gentes del siglo XIII. Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y otros fundadores del siglo XVI supieron ser creativos en el siglo de los grandes descubrimientos y cambios sociales. Imaginaron una vida religiosa más orante, apostólica y misionera. Y lo mismo hicieron otros fundadores y fundadoras en los siglos XVIII y XIX (entre ellos san Antonio María Claret) cuando salieron al paso de las inmensas necesidades en el campo de la educación, la sanidad o el apostolado. También en el siglo XX se registraron propuestas innovadoras, desde los institutos seculares hasta formas de monaquismo urbano y de misión compartida entre célibes y casados. Estoy convencido de que el siglo XXI no se quedará atrás. Nadie le gana en creatividad al Espíritu Santo. En el siglo de Internet, de la globalización y de una Iglesia sinodal y samaritana, algunas formas históricas de vida consagrada desaparecerán e irán surgiendo otras nuevas.

En este contexto de cambio continuo, cobra mucho sentido el cántico de Simeón porque pone palabras a la experiencia de “misión cumplida”, de retirada digna. A todos nos gusta ser pioneros y creadores porque nos parece que eso es un signo de vida. Pocos están preparados para saber retirarse a tiempo, olvidando que la vida tiene siempre dos movimientos: uno de muerte y otro de resurrección. Las palabras de Simeón me parecen de una profundidad sobrecogedora. Él, que toda su vida había estado esperando al Mesías, que representa la espera concentrada del pueblo de Israel, es capaz de decir: “Nunc dimittis” (es decir: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz”). ¡Qué hermoso sería que los consagrados fuéramos capaces de decir estas mismas palabras cuando debemos cerrar una casa, transferir una obra o incluso aceptar la desaparición de nuestro instituto! 

Naturalmente, esa despedida no obedece solo a razones coyunturales, sino a una profunda experiencia teologal. Simeón la expresa así: “Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos”. Cuando se nos concede la gracia de “ver al Señor”, podemos irnos en paz. Él sabrá cómo seguir haciéndose presente en nuestro mundo. Ninguno somos imprescindibles. Quizá esta conciencia de temporalidad es uno de los mayores signos de madurez espiritual. Saber retirarse en paz significa creer que la historia no depende de nosotros, sino del Espíritu de Dios. Él nos hace entender que Jesús es “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Recitar cada noche antes de dormir el Nunc dimittis nos ayuda a aceptar con serenidad las despedidas y retiradas que forman parte de la vida de toda persona y prepararnos con paz para esa retirada definitiva que es la muerte. 

Os dejo con el texto del cántico de Simeón en griego, latín y en la versión litúrgica española.

GRIEGO

LATÍN

ESPAÑOL

Nῦν ἀπολύεις τὸν δοῦλόν σου, δέσποτα, κατὰ τὸ ῥῆμά σου ἐν εἰρήνῃ,

ὅτι εἶδον οἱ ὀφθαλμοί μου

τὸ σωτήριόν σου,

ὃ ἡτοίμασας κατὰ πρόσωπον πάντων τῶν λαῶν,

φῶς εἰς ἀποκάλυψιν ἐθνῶνκαὶ δόξαν λαοῦ σου ᾿Ισραήλ.

 

Nunc dimittis servum tuum, Domine, secundum verbum tuum in pace:

Quia viderunt oculi mei

salutare tuum

Quod parasti ante faciem omnium populorum:

Lumen ad revelationem gentium, et gloriam plebis tuae Israel.

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto

a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.

 Feliz Jornada de la Vida Consagrada a todos mis hermanos y hermanas con quienes comparto este estilo de vida. 



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