miércoles, 31 de enero de 2018

Girados hacia el sol

Su nombre científico es Helianthus annuus, aunque acumula otros muchos nombres más fáciles de recordar, como calom, jáquima, maravilla, mirasol, tlapololote, maíz de teja, acahual o flor de escudo. Confieso que ninguno de estos me resulta familiar. Para mí, esta planta herbácea de la familia de las asteráceas, originaria de Centro y Norteamérica, se llama sencillamente girasol. Interminables plantaciones de girasoles se extienden por tierras castellanas o manchegas. Es un espectáculo para la vista; sobre todo, a primera hora de la mañana o al atardecer. A mí no me interesan mucho sus propiedades (hace años me gustaban las pipas que produce), pero sí su particular “danza del sol”. Como se sabe, cada día los girasoles se despiertan y se giran de este a oeste siguiendo el recorrido del astro rey. Por la noche lo hacen en sentido contrario, de manera que están listos para comenzar un nuevo recorrido a la mañana siguiente. Y así un día y otro, con puntualidad astronómica… hasta que un día, cuando alcanzan la madurez, dejan de hacerlo. Detienen su “danza solar” y se quedan mirando indefinidamente hacia el oriente hasta que mueren, lo que sucede a los cinco o seis meses de su nacimiento, aunque la flor apenas dura unas cuatro semanas.


Después de haber hablado ayer de Mahatma Gandhi y de Stefan Zweig, dos grandes, no parece muy oportuno hablar hoy de girasoles, que apenas viven medio año. Y, sin embargo, hay algo que siempre me ha atraído al observar esta hermosa planta: su tendencia a girarse siguiendo la luz del sol, mientras todavía es joven. Han tenido que pasar muchos años para que, en el ámbito de la Indagación Apreciativa, empezara a oír hablar del “principio heliotrópico”, que es, ni más ni menos, la capacidad que los seres humanos tenemos de girarnos hacia todo aquello que produce luz y vida. O sea, nuestra capacidad de ser girasoles andantes. A menudo, en la vida corriente se habla de personas tóxicas (que contaminan cuanto tocan) y de personas solares (cuya presencia transmite vida y alegría). Todos tenemos experiencia de habernos encontrado con ambos tipos de personas por los caminos de la vida. Se recomienda huir de las primeras y de aproximarnos a las segundas, aunque no creo que Jesús se comportara de esta forma. También las personas tóxicas (es decir, negativas, venenosas, insultantes) necesitan una presencia que las ayude a desintoxicarse.


¿Cómo se convierte uno en persona solar, luminosa? La respuesta la brindan los girasoles: orientándose hacia la fuente primordial de luz, hacia el sol. Para un cristiano el verdadero sol es Jesús. En el cántico del Benedictus, que recito con mi comunidad todos los días en la oración de la mañana, la última estrofa reza así: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, / nos visitará el sol que nace de lo alto, / para iluminar a los que viven en tinieblas / y en sombra de muerte, / para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. Jesús es “el sol que nace de lo alto”, una expresión luminosa de la misericordia de nuestro Dios. Me imagino a mí mismo cada mañana girándome hacia esa luz para recibir toda su energía. El Benedictus describe la actividad de ese sol con dos verbos: iluminar y guiar. A aquellos que a veces vivimos “en tinieblas y en sombras de muerte”, que nos dejamos derrotar por la oscuridad del rencor, la tristeza o el sinsentido, el sol de Jesús nos ilumina, pone luz y vida en medio de nuestra penumbra, hace que toda noche se convierta en día. Y cuando nuestros caminos se desvían hacia sendas de injusticia o de violencia, el sol de Jesús “guía nuestros pasos por el camino de la paz”. ¡Como cambia la vida cuando uno aprende a girarse de la mañana a la tarde siguiendo el sol de Jesús! Todas las horas están iluminadas por sus rayos de vida. Uno quisiera convertirse en un girasol viviente hasta que, como los auténticos girasoles, alcanzada la madurez, pudiera quedarse fijo contemplándole a él para fundirse con su luz: “Oculi nostri ad Dominum Jesum”.

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