sábado, 27 de enero de 2018

Me emociono, luego existo

No sé cuántas versiones se habrán hecho del famoso Cogito, ergo sum (Pienso, luego existo) de Descartes. Desde Creo, luego existo hasta Dudo, luego existo, pasando por una amplia gama de verbos serios y divertidos. Hoy sábado, en medio de un curso de fin de semana que estoy dirigiendo en Madrid bajo el título “Conectados, abiertos y transformados”, he decidido vincular emoción y existencia. Nos sentimos más vivos cuando observamos que algunas personas y determinados acontecimientos nos emocionan, mueven dentro de nosotros sentimientos que parecían aletargados. Cuando la vida es demasiado plana, cuando nada nos sorprende ni nos sobrecoge, cuando nos levantamos cada mañana diciendo “más de lo mismo”, entonces es como si fuéramos muertos en vida. Es probable que nos libremos de algunos sobresaltos y que disfrutemos de la comodidad de una vida rutinaria, pero eso mismo se convierte en nuestra tumba. No es lo mismo durar que vivir. ¿De qué sirve durar 90 o 100 años si uno renuncia a dejarse impresionar por los vaivenes de la vida? Así que, convencido de que vivir es cambiar y exponerse a los meteoros de la existencia, he decidido pedirle permiso a Descartes para modificar ligeramente su axioma. Algunos pueden considerarlo una recaída en el emotivismo que caracteriza nuestra época, pero yo prefiero verlo como un canto a la “otra cara de la vida” o, si se prefiere, al hemisferio derecho del cerebro.

Me emociono cuando:
  • Veo que una persona que considero fría y calculadora tiene un inesperado gesto de cariño sin esperar nada a cambio.
  • Me comunican que una mujer joven ha sido derrotada por un cáncer de mama y ha dejado un marido desorientado y tres hijos huérfanos.
  • Veo una película en la que los sentimientos buenos triunfan sobre las estrategias de los malos.
  • Vuelvo a escuchar una melodía que asocio a algunas experiencias singulares de mis años jóvenes.
  • Recibo una carta por correo ordinario en tiempos en los que casi todo el mundo se comunica a través del correo electrónico o de las redes sociales.
  • Me llama un amigo que hace años que no se comunicaba conmigo y me dice que ha encontrado mi perfil en Facebook y que tiene ganas de verme.
  • Una viejecita que malvive con una pensión no contributiva me da diez euros “para las misiones”.
  • Iker, mi sobrino pequeño, con una voz que me desarma, me pregunta si estoy contento.
  • Veo a mi anciana madre tejiendo un gorro de lana para gente amiga y pone toda su alma en hacerlo con cariño.
  • Un joven me dice que está dando vueltas a la posibilidad de hacerse misionero porque siente dentro un runrún que no sabe explicarse.
  • Estoy sentado en una mesa de un bar tomando una cerveza con una pareja amiga y comienzan a surgir confidencias a borbotones.
  • Tras una larga caminata, consigo divisar mi pueblo desde lo alto del monte de Vailengua.
  • Entro en una iglesia vacía de Roma y veo al fondo la diminuta lámpara del sagrario que me recuerda la presencia escondida –y a menudo ignorada– de Jesús.
  • Escucho algunas piezas de Bach para cuerda y siento que son los ángeles quienes están tocando los violines.
  • Canto en la soledad de mi cuarto, acompañado de mi vieja guitarra, el You’ve got a friend de Carole King que tantos recuerdos me trae.
  • Veo cómo cae la nieve a través de los cristales y se va acumulando sobre el paisaje que me vio nacer.
  • Algunos viejos amigos de la infancia expresan una sensibilidad religiosa que consideraba perdida.
  • Toco el rostro de una joven infectada con el virus del SIDA y a punto de morir.



La lista podría prolongarse ad infinitum. Estoy seguro de que los amigos de este Rincón podríais componer listas semejantes. Os invito a hacerlo aprovechando la tranquilidad del fin de semana. Comprobaréis que brota dentro de vosotros un nuevo gusto de vivir y un profundo sentimiento de gratitud a Aquel que nos habla con el lenguaje suave y seductor de las emociones.


1 comentario:

  1. Leyendo tu lista has conseguido emocionarme, Gonzalo. Gracias, trataré de hacer mi propia lista, me parece una buena estrategia para no acabar siendo uno de esos zombis de los que hablabas en una entrada anterior que me pareció muy certera.
    Un abrazo,
    Iván Y.

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