lunes, 22 de enero de 2018

Más confianza, menos Photoshop

Ayer, aprovechando un tiempo libre, escuché en directo la alocución que el papa Francisco dirigió a los jóvenes peruanos en la hermosa Plaza Mayor de Lima. Como siempre, el Papa se las arregló para acuñar nuevos vocablos que no existen en español. Es su peculiar manera de llamar la atención y conseguir que su mensaje cale en los oyentes. Hubo, al menos, dos vocablos que me sorprendieron: el adjetivo “ensantada” y el verbo “photoshopear”. El primero lo utilizó al hablar de Perú como una tierra que ha producido grandes santos: santa Rosa de Lima, san Martín de Porres, santo Toribio de Mogrovejo, san Juan Macías, san Francisco Solano… En ese contexto, el Papa dijo: “Esos santos de ayer pero también de hoy: esta tierra tiene muchos, porque es una tierra ensantada. Perú es una tierra ensantada. Busquen la ayuda y el consejo de personas que ustedes saben que son buenas para aconsejar porque sus rostros muestran alegría y paz. Déjense acompañar por ellas y así andar el camino de la vida”. El consejo vale para todos. Cuando, en medio de las dificultades de la vida, nos dejamos guiar por las personas que han vivido a fondo la experiencia de Dios, podemos estar seguros de no errar. Hoy, por desgracia, creo que no se leen muchas “vidas de santos”. Se considera un ejercicio piadoso pasado de moda. Tal vez viejas hagiografías poco críticas contribuyeron a crear este clima de desapego. Pero ahora contamos con excelentes biografías de muchos santos que podrían iluminarnos más que cualquier tratado. Merece la pena tenerlo en cuenta.

El segundo término es un neologismo, que, a su vez, es un anglicismo: el verbo photoshopear. Así es como lo propuso: “Es muy lindo ver las fotos arregladas digitalmente, pero eso sólo sirve para las fotos, no podemos hacerle Photoshop a los demás, a la realidad, ni a nosotros. Los filtros de colores y la alta definición sólo andan bien en los vídeos, pero nunca podemos aplicárselos a los amigos. Hay fotos que son muy lindas, pero están todas trucadas, y déjenme decirles que el corazón no se puede photoshopear, porque ahí es donde se juega el amor verdadero, ahí se juega la felicidad y ahí mostrás lo que sos: ¿cómo es tu corazón?”. Me detengo en una frase: “el corazón no se puede photoshopear”. Hoy, en este reino de la imagen, podemos maquillar casi todo: desde una foto hasta un balance económico, pasando por una declaración fiscal o un rostro. Nos cuesta aceptar la realidad como es. Siempre queremos ofrecer el lado bonito porque no hemos sido educados para llamar a cada cosa por su nombre. Abundan los eufemismos, lo políticamente correcto, la posverdad; en definitiva, el engaño. Pero hay algo que, por mucho que lo intentemos, no se puede arreglar con Photoshop: el corazón. De nada valen los retoques o las reducciones. El corazón simboliza nuestro centro personal. Dios no mira nuestra foto en Facebook, sino nuestro corazón. Nos quiere como somos, sin adornos ni maquillajes. Cuando uno experimenta en carne propia este amor incondicional, ya no tiene ninguna necesidad de aparentar nada, se reconcilia con su verdadera realidad: “Jesús no quiere que te «maquillen» el corazón; Él te ama así como eres y tiene un sueño para realizar con cada uno de ustedes. No se olviden: Él no se desanima de nosotros”.

Por si no fuera suficiente, el papa Francisco hizo un repaso rápido de algunas personas elegidas por Dios para hacer ver que la elección no se basaba en sus cualidades personales, sino que era fruto de la gracia: “Moisés era tartamudo; Abrahán, un anciano; Jeremías, era muy joven; Zaqueo, un petizo; los discípulos, cuando Jesús les decía que tenían que rezar, se dormían; la Magdalena, una pecadora pública; Pablo, un perseguidor de cristianos; y Pedro, lo negó, después lo hizo Papa, pero lo negó… y así podríamos seguir esa lista”. En esa lista estamos tú y yo. Ninguno de nosotros hemos sido elegidos después de haber ganado un concurso o unas oposiciones. El Señor no suele fijarse en los números uno de cada promoción. Elige a quien quiere para mostrar que, en medio de la fragilidad, su gracia es soberana. Menos Photoshop y más confianza. Ese parece ser el mensaje que el papa Francisco transmitió ayer a los jóvenes limeños y, en definitiva, a todos nosotros.

Terminó su breve alocución con una referencia que a mí me llena de pena porque me siento muy ligado a este país centroafricano: “Y hoy me llegan noticias muy preocupantes desde la República Democrática del Congo. Pensemos en el Congo. En estos momentos, desde esta plaza y con todos estos jóvenes, pido a las autoridades, a los responsables y a todos en ese amado país que pongan su máximo empeño y esfuerzo a fin de evitar toda forma de violencia y buscar soluciones en favor del bien común”. Las noticias que leo en los periódicos de hoy es que en la manifestación de ayer hubo, al menos, cinco muertos y más de treinta heridos. ¿Es que va a ser imposible vivir en justicia y paz en ese país martirizado? Por lejos que esté físicamente, me siento muy unido a la población de ese país que reclama libertad y, de manera especial, a mis hermanos claretianos que viven y trabajan en ese inmenso país.


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