miércoles, 10 de enero de 2018

Ligero de equipaje

Repito con frecuencia estas tres palabras porque me parecen una buena forma de resumir el estilo itinerante de un misionero: “ligero de equipaje”. Así se titula también la biografía del jesuita indio Anthony de Mello (1931-1987) escrita por el jesuita español Carlos G. Vallés. Las historias de Tony de Mello se hicieron muy famosas en los años 80 y 90 del siglo pasado. ¿Quién no ha utilizado alguna de La oración de la rana, por ejemplo? Ahora se cuentan menos. Nos hemos vuelto un poco menos narrativos. Dominan las imágenes. En realidad, su biógrafo tomó prestadas las palabras del título de la última estrofa del conocido Retrato que Antonio Machado hizo de sí mismo y que con tanta sensibilidad musicó Alberto Cortez y cantó también Joan Manuel Serrat. Los versos son muy conocidos: “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Me emociona pensar que esta profecía se cumplió en el propio Machado. Murió pobre y exiliado, en la soledad de Colliure, el 22 de febrero de 1939. La extensa biografía que de él escribió Ian Gibson lleva también el mismo título que la de Tony de Mello: Ligero de equipaje.

Si algo he aprendido a lo largo de innumerables viajes por todo el mundo es que se necesita muy poco para viajar. Cuando llegué a Roma hace catorce años vine cargado con varias maletas y cajas. Me parecía que iba a necesitar muchas cosas que había ido acumulando a lo largo de los años, desde álbumes fotográficos hasta libros subrayados. Ahora, a menos que tenga que llevar algo para alguien, no suelo facturar ninguna maleta cuando viajo en avión. Me basta el equipaje de mano. Uno aprende a no llevar más de lo necesario y, llegado el caso, a pedir ayuda a la gente del lugar. No es tan fácil aplicar esta “política de la simplicidad” al viaje de la propia existencia, pero es algo que se va aprendiendo con los años. De joven uno tiende a acumular. Todo le parece útil y necesario. El paso del tiempo va haciendo una selección natural de objetos y, a veces, también de personas. Uno va madurando a medida que se va liberando de lo innecesario y se concentra en lo esencial. No se trata de tener 2.000 amigos en Facebook sino de contar con la cercanía y el cariño de unos pocos constantes, fieles, respetuosos e incondicionales. Para ser sabio no es necesario rodearse de una biblioteca inmensa, que casi nunca se consulta, sino de tener a mano unos pocos libros imprescindibles e inspiradores. Los clásicos acuñaron una fórmula latina que cada vez me parece más valiosa: non multa sed multum. Las cuatro palabras se pueden verter al español así: “No se trata de acumular muchas cosas, sino de vivir bien, de ir a lo esencial”.

Si uno entiende la vida como un viaje, entonces se siente muy a gusto en la piel del peregrino. Dicen que los artistas suelen viajar con muchas maletas porque necesitan hacer acopio de trajes, joyas, perfumes, etc. A los peregrinos les basta una mochila y a veces un bastón. Teniendo lo necesario, uno se siente más ágil y libre, más desapegado. Ir “ligero de equipaje” es una bella metáfora para hablar de una vida sencilla, ligera, esencial. En contra de lo que piensan los consumistas -que se agobian si no tienen todo a mano- esta sencillez es fuente de tranquilidad y alegría. Uno -como dice Jesús- no anda todo el día pensando en qué va a comer o cómo va a vestir. Se concentra en lo que de veras importa: ser él mismo y amar a los demás. Al final, en nuestro último viaje, solo nos llevaremos el amor que hayamos regalado. Todo lo demás se quedará a este lado de la frontera. Moriremos -como cantaba Machado- “casi desnudos, como los hijos de la mar”. Admiro a las personas que se dan cuenta de esto antes de que sea demasiado tarde.

Os dejo con una hermosa canción del uruguayo Jorge Drexler que canta a quienes caminan “ligeros de equipaje”, a quienes siempre están en movimiento.


1 comentario:

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