domingo, 21 de febrero de 2021

Probados para la misión

Antes de que la pandemia pusiera de moda las diferentes “cuarentenas”, la liturgia cristiana contaba ya con una “cuarentena” clásica. ¿Qué otra cosa es la Cuaresma sino una “cuarentena” de oración, limosna y ayuno que nos prepara para la celebración de la Pascua? Después de cuatro días introductorios, hemos llegado al I Domingo de Cuaresma. Ya sabemos que este primer domingo está dedicado todos los años a las tentaciones de Jesús en el desierto y, como reflejo, a las nuestras. Marcos despacha el asunto en un par de versículos (cf. Mc 1,12-13), sin hablar de tres tentaciones como hacen Mateo y Lucas. Lo que, a primera vista, puede parecer un relato menor y casi insignificante, se revela como una verdadera clave para entender la misión de Jesús. 

Lo primero que llama la atención es que quien empuja a Jesús al desierto es el Espíritu. La tentación, pues, no se puede entender como una incitación al mal (eso nunca sería obra del Espíritu de Dios), sino como una prueba para acendrar las motivaciones y actitudes mesiánicas de Jesús. En la carta a los Hebreos leemos que Jesús “ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,15). En este sentido, la prueba es inherente la misión. 

Por otra parte, según el relato de Marcos, Jesús se quedó en el desierto “cuarenta días”, es decir, toda una generación. Es la forma simbólica de indicar que la prueba lo acompañó durante toda su vida, que la tentación fue un ingrediente constante de su misión. Quien lo pone a prueba es Satanás. En hebreo se trata de un nombre común (no de un nombre personal) para referirse a quien se pone en contra de nosotros, al oponente. Es, pues, una forma simbólica de aludir a las fuerzas del mal que se oponen a la misión de Jesús durante sus “cuarenta días” de existencia terrena.

Hay dos detalles más llenos de simbolismo. Jesús aparece “viviendo entre alimañas”. A la luz del capítulo 7 del libro de Daniel, estas fieras representan a los poderes que oprimen a los seres humanos. De hecho, Daniel aplica algunos símbolos de animales a las potencias de su época: el imperio sanguinario de los babilonios está representado por el león, el de los medos por el oso, el de los persas por el leopardo y el de Alejandro Magno y sus sucesores por una cuarta bestia indefinida pero espantosa y terrible. Todos ellos, en vez de servir a los pueblos e instaurar la paz y la justicia, no hicieron sino oprimir a los débiles y esclavizar a naciones enteras. También Jesús se verá asediado por las “alimañas” de quienes en su época detentaban el poder político, económico y religioso. 

Al mismo tiempo, “los ángeles le servían”. Este es el segundo detalle redaccional que contrasta con el primero. A lo largo de su vida, Jesús experimentó la ayuda de muchos “enviados” (eso es lo que significa la palabra ángel) de Dios, empezando por su madre María, su padre José, los discípulos que lo seguían, las mujeres que lo apoyaban con sus bienes, etc. Confortado por todos ellos, Jesús pudo dedicarse por entero a su verdadera misión: anunciar que “se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. En pocas palabras: el Evangelio siempre se abre paso acosado por “las alimañas” (los poderosos de cada época) y alentado por “los ángeles” (las personas que reflejan el amor de Dios).

Cuando pensamos en nuestra misión actual como cristianos, tenemos que ser conscientes de que se trata de una misión arriesgada y difícil. Siempre estaremos sometidos a prueba, como Jesús. Es la única manera de mantenernos en forma, de no sucumbir a la moda del momento. También nosotros vivimos la “cuarentena” de nuestra vida en el desierto de la existencia. Como el Maestro, nos debatiremos entre “las alimañas” (los poderes que hoy siguen oponiéndose al Evangelio) y los “ángeles” (los muchos hombres y mujeres que Dios pone en nuestra vida para hacer visible su amor). 

¿Quiénes son en el contexto en el que cada uno vivimos esas “alimañas” que se oponen a nuestra misión evangelizadora y esos “ángeles” que nos confortan en las pruebas? No siempre es fácil identificarlos. A menudo, tanto unas como otros están dentro de nosotros, no fuera. Es la lucha permanente entre el mal y el bien. Creo que la liturgia de este primer domingo de Cuaresma nos anima a una moral de combate. El fruto es siempre una misión renovada: seguir anunciando que el reino de Dios está cerca. Las tentaciones no son piedras en el camino, obstáculos insidiosos para hacer de nuestra vida un valle de lágrimas, sino un verdadero entrenamiento para llegar a ser auténticos misioneros de la Buena Noticia: Dios nos ama y quiere “que todos los seres humanos sean salvados y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

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