miércoles, 23 de diciembre de 2020

Irregulares, marginados y excluidos

Las imágenes tópicas de las fiestas navideñas pintan a familias nucleares o extendidas reunidas en torno a una mesa bien abastecida. En un ángulo del salón no puede faltar el árbol decorado. Para seguir con el tópico, deben figurar también una chimenea con el fuego encendido, cajas de regalos envueltas en papeles vistosos, velas de diversos tamaños y adornos varios en paredes y puertas. La publicidad juega con este imaginario hasta el punto de hacernos creer que eso es la Navidad. Todo parece destilar belleza, amor, vida familiar, calor entrañable y buen rollo. Para completar el cuadro, habría que añadir una sencilla banda sonora hecha a base de villancicos famosos: Noche de Paz, Jingle bells, Adeste fideles, El pequeño tamborilero, Joy to the World, Campana sobre campana y hasta El burrito sabanero y Pero mira cómo beben los peces en el río. 

Pero, en realidad, la vida no es así. Millones de personas padecen situaciones que no se parecen en nada a la tópica postal navideña o a los reportajes que publican las revistas del corazón cuando hablan de la Navidad de los famosos. Se trata de personas que viven durante todo el año situaciones de irregularidad, marginación o exclusión. Cuando llegan estas fechas, quizás por contraste con el regocijo general, se acentúan sus sentimientos de soledad, frustración y tristeza. Y probablemente aún más en este año de la pandemia. 

La geografía de las periferias humanas es muy variada. Hay personas que viven en situaciones calificadas de “irregulares” por las normas de la sociedad y en ocasiones por el Código de Derecho Canónico de la Iglesia. Pienso, por ejemplo, en cristianos que se han divorciado y han contraído un nuevo matrimonio civil, excluidos de la comunión, en multitud de parejas que conviven maritalmente sin haber contraído matrimonio (ni civil ni canónico), en personas homosexuales que se sienten despreciadas o acosadas y viven relaciones clandestinas, en sacerdotes que han abandonado el ministerio sin haber pedido el debido permiso de pérdida del estado clerical, en religiosos que han incumplido sus votos o han huido de sus institutos, en personas que están fuera de la regla y que, por diversas razones, no quieren o no pueden regularizar su situación. 

La falta de papeles (o de una vida en regla) afecta también a muchos inmigrantes, refugiados y desplazados “indocumentados” (que no ilegales) que tienen que vivir de manera casi clandestina y, al carecer de documentos, son esclavizados por mafias y dadores de trabajo sin escrúpulos (mejor sería llamarlos explotadores). 

Y está luego la amplísima geografía de las personas que se quedan al margen o que son excluidas de los circuitos sociales porque no tienen trabajo, padecen alguna discapacidad física o psíquica, están encarcelados, son enfermos crónicos, se han sumergido en el mundo de la droga o la prostitución, sobreviven con empleos precarios o mendigando, son víctimas de extorsiones y chantajes o tienen alguna característica (étnica, religiosa, sexual, tribal, etc.) que las hace indeseables en el contexto en el que viven. El mundo de la marginación y de la exclusión es tan amplio y tan variado que resulta inconmensurable. ¿Qué Navidad imaginan quienes viven en situaciones así?

Cuando buscamos luz en la Palabra de Dios, caemos en la cuenta de que la primera Navidad no se pareció en nada a la que presentan las revistas del corazón y que la publicidad ha convertido en icónica. José y María formaban una pareja joven que se parecía mucho a la de algunos desplazados o emigrantes contemporáneos. No recibieron a su hijo en óptimas condiciones sanitarias y familiares. Las visitas que recibieron no fueron de las autoridades locales o de las personas pudientes. Según el relato de Lucas, quienes se acercaron a la gruta fueron algunos pastores; es decir, gente de mala reputación, con fama de ladrones y descreídos. A ellos, y no a los sacerdotes del templo o a los letrados, les llegó el anuncio de los ángeles. Es evidente que cuando Lucas se sirve de estos símbolos pretende subrayar un mensaje poderoso: Dios quiere manifestar su gracia a quienes viven una vida des-graciada. Jesús lo diría más tarde de otra manera: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt 9,12-13). Pablo lo expresará en términos teológicos: “En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,6-8).

La Navidad es una buena noticia porque Dios no viene a premiar a los buenos, a colgar una medalla en el pecho de quienes ya parecen felices con su estilo de vida en regla y su cuenta corriente holgada. Dios viene para hacerles ver a los irregulares, marginados y excluidos que “no están dejados de la mano de Dios”, que el Padre ha tomado partido por ellos y que, con la fuerza de su amor, pueden hacer frente a las adversidades de la vida. No hay Navidad más auténtica que la que pone en práctica esta iniciativa de Dios.



3 comentarios:

  1. Cuando comentas de “La geografía de las periferias humanas”, detallas el problema de las parejas divorciadas… Siempre que se habla de ello, yo distingo entre las parejas que tienen hijos y las que no… Las que tienen hijos, ellos son los que sufren las consecuencias aunque, los padres, algunas veces, quieren hacer lo mejor para ellos según dicen… y para estos niños y jóvenes también llega la Navidad… también son del grupo de los preferidos de Jesús.
    Creo que es una Navidad que se vivirá con una mezcla de sentimientos de todos los colores. Hay mucho, demasiado, miedo y dolor en el ambiente. A pesar de todo hay un cierto conformismo… resultado de unos sentimientos de impotencia.
    Gracias Gonzalo por tus reflexiones que nos llevan a poder vivir estos días con esperanza.

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  2. No soy creyente, pero me educaron en la esperanza de un Dios oculto tras lo humano, que desde lo mas "bajo" promete un final feliz. Sobre todo para los que no pueden serlo. Esta Navidad confinada ha quitado las ropas a la fiesta y tengo la sensación que ha dejado al descubierto mucho mas la pequeñez de cada individuo y la grandeza que somos como colectivo y que el único nexo que le da sentido es el amor gratuito. No se si para los creyentes esta limpieza de florituras les ha servido. Para mi, me ha permitido recordar el valor cristiano de cada pequeño gesto solidario y de amor, la grandeza que supone quedarme en casa porque lo importante es valorar cada pequeño gesto. La mayor grandeza del Dios cristiano no son sus fiestas ni su cultura. Es su desaparición por amor. La mayor imagen de Dios es un Bebe inmigrante ilegal en Belen y sin papeles, Una madre soltera en Nazareth y un ajusticiado. No soy creyente pero me emociona un mensaje tan hermoso.

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    1. No sé quién eres, pero te agradezco mucho tu participación inteligente, respetuosa y abierta en este blog. No hay ninguna voz que sobre cuando se trata de esclarecer en qué consiste el misterio de ser hombres y mujeres. Feliz Navidad.

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