lunes, 7 de diciembre de 2020

De carne y hueso

Hoy me pasaré casi todo el día pegado a la pantalla del ordenador. Tengo programadas tres largas conferencias Zoom: dos por la mañana y una por la tarde. Y algo parecido sucederá el martes. Llevo meses en este plan. Los viajes de antes han sido sustituidos por las videoconferencias de ahora. Casi todos mis amigos que en estos meses han aumentado el consumo digital suelen concordar en que una videoconferencia no es lo mismo que un encuentro “in person”, como les gusta decir a los ingleses. Si ya no nos besamos ni nos abrazamos, si hemos reducido al mínimo los encuentros presenciales, si la pantalla se ha convertido en nuestro campo de juego ¿qué nos cabe esperar? ¿Qué consecuencias tendrá todo esto en nuestra manera de entender y vivir las relaciones personales y laborales? ¿Estamos psicológicamente preparados para tanta virtualidad? Me hago estas preguntas a menos de tres semanas de la Navidad, que es la fiesta menos “virtual” que uno se pueda imaginar porque lo que celebramos es que “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14); es decir, el Dios invisible e intocable se puso a nuestro alcance, a ras de tierra. Por eso, la espiritualidad cristiana es tan “carnal”, en el más recio sentido de la palabra. No se pierde en fantasías o elucubraciones. Jesucristo no es un holograma, sino una persona de carne y hueso.

Uno de los grandes riesgos de las espiritualidades modernas que están floreciendo por doquier es una cierta tendencia al gnosticismo. Los gnósticos consideraban que la salvación se logra a través del conocimiento directo de la divinidad suprema en la forma de intuiciones místicas o esotéricas. Las “mediaciones materiales” constituyen un estorbo. No hay nada más opuesto a la fe cristiana, que pivota en torno al Misterio de la “encarnación” (¡extraña palabra!) de Dios. Hace tres años, glosé un himno litúrgico que describe con particular belleza este misterio. Rescato una de sus estrofas:

Hombre quisiste hacerme, no desnuda 
inmaterialidad de pensamiento. 
Soy una encarnación diminutiva; 
el arte, resplandor que toma cuerpo: 
la palabra es la carne de la idea: 
¡Encarnación es todo el universo! 
¡Y el que puso esta ley en nuestra nada 
hizo carne su verbo! 
Así: tangible, humano, 
fraterno.

Me preocupa que la cultura digital en la que estamos inmersos nos vaya reduciendo de “encarnación diminutiva” a “algoritmo complicado”, nos haga olvidar que “encarnación es todo el universo”. Y lo que es peor – que nos robe al Cristo “tangible, humano, fraterno”. Si así fuera, nuestra espiritualidad se volvería intangible, inhumana, hostil. Si algo necesitamos en este tiempo de pandemia, es prepararnos para una Navidad que se parezca lo más posible a la original. Por eso, no me preocupa mucho que este año no se puedan organizar las cenas dispendiosas y muy concurridas de Nochebuena o que se restrinjan los viajes y las celebraciones públicas. Lo que me preocupa es que reduzcamos el Misterio a una serie de memes graciosos que se envían por WhatsApp o a una multiplicación de videoconferencias. ¿Cómo encontrar algunos signos “tangibles, humanos y fraternos” que nos hagan entender que Dios “se hace ser humano” en Jesús? Me inclino a pensar que un cierto ayuno digital podría ayudarnos a fijar nuestra atención en otro tipo de signos más “encarnados”, que son precisamente los que muchas personas están necesitando en estos tiempos. En las semanas que faltan para la Navidad, quizá más relajados que otros años en cuanto a compras y preparativos ¿podríamos preguntarnos qué podemos hacer para que las personas de nuestro entorno que están más solas o necesitadas experimenten la visita de Dios? ¿Podríamos hacer una especie de cursillo acelerado para convertirnos en ángeles de compañía, consolación y esperanza?

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