Hace tres años y medio escribí una entrada sobre la dulce politonía del Rosario. En otras ocasiones he aludido también
a esta multisecular devoción cristiana. Tengo la impresión –pero no puedo
probarla– de que muchos cristianos han vuelto a (re)descubrir esta práctica
durante los días del confinamiento. Yo mismo, cuando no lo hemos rezado en
comunidad, lo he hecho en solitario paseando por la amplia terraza de mi casa. Bueno,
no creo que sea exacto decir “en solitario” porque, aunque físicamente estaba
solo, en cada Rosario he tenido muy presentes a muchas personas que en estas semanas
han ido muriendo o experimentando de diversas maneras el zarpazo del coronavirus.
He comprobado una vez más que orar
con María ayuda a vivir la vida con más paz y sentido. [Os invito a
entrar en el enlace anterior “orar con María” para sabér por qué y cómo rezar el Rosario en este tiempo de pandemia].
No sé qué tiene el Rosario que calma las
aguas turbulentas del río de la vida y nos conecta con el manantial de la paz verdadera. Hay dos categorías
de personas que lo rezan de manera habitual: los hombres y mujeres sencillos que no
tienen apenas formación teológica (pero sí una fe profunda) y quienes han llegado a un buen nivel de madurez espiritual. Hay otras dos categorías de
personas a las que se les cae de las manos: los que siempre tienen prisa y
andan ocupados en mil cosas que consideran muy importantes y los que, desde una
cierta suficiencia intelectual y espiritual, opinan que esta oración repetitiva
y cansina es cosa de viejas rezadoras y no de personas ilustradas y modernas. Tal vez en medio se sitúen quienes no tienen ningún prejuicio, pero tampoco han experimentado en carne propia el bálsamo suave de esta oración del corazón, antigua en su origen, actual en su contenido. Este puede ser el momento oportuno para ellos. (Algunos ya llevan rosarios colgados al cuello o en el espejo retrovisor de sus vehículos; basta que los usen).
El pasado 25 de
abril el papa Francisco escribió una brevísima carta
a todos los cristianos invitándonos a rezar
el Rosario en nuestras casas durante este mes de mayo. Terminaba así: “Contemplar juntos el rostro de Cristo con
el corazón de María, nuestra Madre, nos unirá todavía más como familia
espiritual y nos ayudará a superar esta prueba”. También yo quisiera
invitar a todos los lectores de este Rincón
a rezar el Rosario en familia (cuando sea posible) durante este tiempo de
pandemia. Os sorprenderéis de los frutos espirituales que esta práctica produce. Mi experiencia, sometida a vaivenes a lo largo de mi vida, la puedo
resumir así:
- El Rosario es un Evangelio en miniatura. Sus palabras (el Padrenuestro y el Avemaría) proceden en buena medida de las Escrituras. Nos servimos, pues, de la Palabra de Dios para dirigirnos a Dios. No necesitamos rompernos la cabeza inventando palabras originales o multiplicando los discursos a la medida de nuestros miedos, necesidades o imaginaciones.
- El itinerario de cuatro series de misterios (gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos) describe también las experiencias centrales de la existencia humana. Por eso, no hay nada que quede fuera. El Rosario nos recuerda cada día que en toda existencia hay momentos de gozo, de luz, de dolor y de gloria. Ninguno puede ser absolutizado. Todos son como eslabones de la misma cadena. Todos se iluminan desde el misterio pascual de Cristo. Todos se pueden atravesar unidos a Jesús y a María. También ellos han vivido esta secuencia abiertos a Dios. La vida humana tiene sentido.
- La repetición de Avemarías (que puede degenerar a veces en rutina ) es un modo pedagógico de serenar el espíritu y de escuchar esa “música callada” que representan las palabras que pronunciamos. No necesitamos “pensar” lo que decimos, sino abandonarnos a su cadencia melodiosa mientras nos sentimos unidos a Dios en el corazón de María. El ritmo de la oración se acompasa con el ritmo cardíaco en una maravillosa armonía que tonifica el cuerpo y el espíritu.
- Conectar los misterios de Jesús con las situaciones del mundo es una forma de presentarle a Dios nuestras necesidades. María cae en la cuenta de nuestra “falta de vino” (es decir, falta de fe, esperanza, amor, salud, trabajo…) al mismo tiempo que nos invita a “hacer lo que Él (Jesús) nos diga”. Nos hacemos cargo de los gozos, logros, dolores y triunfos del mundo y los presentamos a Dios para que sean pan bendito y vino consagrado.
- Recitar el Rosario junto a otras personas (la propia familia o comunidad, amigos conectados on line, etc.) crea una misteriosa comunión que solo con el paso del tiempo llegamos a descubrir en todo su alcance. Por eso, tiene mucho sentido la célebre frase del sacerdote norteamericano Patrick Peyton, famoso en los años 50 y 60: “Familia que reza unida, permanece unida”. El tiempo de confinamiento nos ofrece una hermosa oportunidad para tomar conciencia de que somos la iglesia doméstica.
Termino la
entrada de hoy con una de las oraciones que el papa Francisco incluye en su
carta:
tú resplandeces
siempre en nuestro camino
como un signo de
salvación y esperanza.
A ti nos
encomendamos, Salud de los enfermos,
que al pie de la
cruz fuiste asociada al dolor de Jesús,
manteniendo firme
tu fe.
Tú, Salvación del
pueblo romano,
sabes lo que
necesitamos
y estamos seguros
de que lo concederás
para que, como en
Caná de Galilea,
vuelvan la
alegría y la fiesta
después de esta
prueba.
Ayúdanos, Madre
del Divino Amor,
a conformarnos a
la voluntad del Padre
y hacer lo que
Jesús nos dirá,
Él que tomó
nuestro sufrimiento sobre sí mismo
y se cargó de
nuestros dolores
para guiarnos a
través de la cruz,
a la alegría de
la resurrección. Amén.
Bajo tu amparo
nos acogemos, Santa Madre de Dios,
no desprecies
nuestras súplicas en las necesidades,
antes bien
líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita.
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