domingo, 17 de mayo de 2020

No estamos solos

Hay algo que nos aterra más que el sufrimiento o la muerte. Es el temor a enfrentarnos a la pruebas de la vida solos, sin ayuda de nadie. Es la experiencia que tienen algunos hijos cuando mueren sus padres y experimentan por vez primera lo que significa ser huérfanos. O lo que sienten algunos cónyuges cuando se quedan viudos. Pareciera que el mundo se hunde y que ya no hay razones para seguir viviendo. Algo parecido debieron de experimentar los discípulos de Jesús cuando intuyeron que él se iba. Y no estamos lejos de esa experiencia nosotros que, durante esta pandemia, nos preguntamos a menudo dónde se ha escondido Dios, por qué no actúa de una manera más visible y enérgica. En este contexto de ausencia y soledad se entienden mejor las palabras que Jesús nos dirige en el Evangelio de este Sexto Domingo de Pascua. Su promesa no se ciñe a un momento. Recorre toda la historia humana. Nos alcanza hoy: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”. Jesús nos promete su presencia entre nosotros. Él no es un muerto famoso, es el Viviente. 

¿Cómo se queda Jesús entre nosotros si ya no vive físicamente en nuestro mundo? Él mismo nos ha dado la respuesta: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”. Nos ha prometido su Espíritu al que presenta como “consolador” o como “testigo en favor nuestro” (mejor que “abogado defensor”, figura que no existía en la práctica judicial judía). El Espíritu de Jesús y del Padre permanece siempre con nosotros. Es la fuente de todo lo mejor que tenemos los seres humanos, también de este tsunami de solidaridad que se ha desbordado en las últimas semanas. Sin embargo, no siempre sabemos reconocer su misteriosa presencia: “El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros”. El mundo al que se refiere Jesús no son “los otros”, quienes no creen en él, sino esa parte de nosotros mismos que se mueve con criterios de tejas abajo, que considera que solo lo visible es real y que juzga que todo lo referido a Dios es una solemne tomadura de pelo, además de una pérdida de tiempo. El “ateo” que todos llevamos dentro no es capaz de reconocer los gemidos de este Espíritu que Jesús nos ha regalado para acompañarnos en el duro camino de la vida. Por eso, se nos hace tan difícil vivir con serenidad y esperanza las pruebas a las que nos vemos sometidos: porque creemos que estamos solos, que hemos sido abandonados a nuestra suerte y que lo del Espíritu es otro cuento de hadas.

Hay un texto de la primera lectura de este domingo (cf. Hch 8.14-17) que me resulta atractivo e iluminador: “Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había bajado sobre ninguno; estaban solo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”. Es muy probable que la mayoría de los lectores de este Rincón hayamos recibido en algún momento de nuestras vidas el sacramento de la Confirmación. Eso significa que también nosotros hemos recibido el Espíritu mediante la imposición de las manos de los obispos (sucesores de los apóstoles). Somos hombres y mujeres “habitados” por una presencia divina consoladora y fortificadora. Somos asimismo personas “habilitadas” para transmitir consuelo y fortaleza en las situaciones de prueba y de dolor. Estamos viviendo un tiempo en el que necesitamos compartir este tesoro con todos. El riesgo de tristeza y desesperanza es muy alto. Muchos miran al futuro con incertidumbre y preocupación. En este contexto, es urgente recordar que no estamos solos (se nos ha concedido el Espíritu de Jesús) y se nos ha regalado también el don de acompañar a otros para que experimenten a través de nosotros la cercanía de Dios. ¿No es esta una hermosa misión, suficiente para dar sentido a nuestra vida?

Os dejo con un diseño sobre el Evangelio de este domingo hecho por el claretiano Pedro Sarmiento, amigo y compañero de estudios y fatigas apostólicas hace muchos años.



3 comentarios:

  1. Muchas gracias amigo. Me ha encantado esta entrada de hoy y me ha hecho abrir un poco más los ojos. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por la motivación e interpelación. Podrías ofrecernos el significado de la pintura del P. Fernando. Veo, a mi entender, al Espíritu uniendo corazones... pero sería mejor la versión original. ánimo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cre que esa es una buena interpretación. Me parece que se refiere a la presencia del Espíritu "dentro" de nosotros. Es un eco del Evangelio de este domingo.

      Eliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.