jueves, 28 de mayo de 2020

Se llamaba Charles

Leo que algunos cifran la superación del confinamiento y sus consecuencias en el sueño de tomar una cerveza con los amigos en una terraza o de vitorear a su equipo de fútbol en el estadio. Quizás son expresiones concretas y muy humanas del deseo que tenemos de hacer una vida más o menos normal, pero no dejan de ser aspiraciones bastante superficiales, que pueden esperar su momento oportuno. Todavía hay mucho temor acumulado y situaciones de riesgo. Cualquier aceleración imprudente se puede pagar muy caro. 

La noticia que hoy me alegra la jornada es que el papa Francisco ha autorizado la canonización del beato Charles de Foucauld (1858-1916), un hombre santo que en alguna etapa de mi vida me ayudó a descubrir el tesoro de la interioridad, la adoración y la pequeñez. Si alguien desea adentrarse en la profundidad de su sorprendente vida y de su espiritualidad, le recomiendo leer el libro El olvido de sí, escrito por el sacerdote y escritor Pablo d’Ors, o ver el siguiente vídeo sobre su espiritualidad.

¿Qué llevó a un vizconde francés a vivir pobremente en el desierto del Sahara? ¿Cuál era el “tesoro” que escondía en su casita, hasta el punto de provocar la avaricia de quienes lo asesinaron para robárselo? Como he dicho antes, el papa Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto sobre el milagro atribuido al Beato Carlos de Jesús (este es su nombre religioso). En él se revela definitivamente el “tesoro” que con tanto cariño guarda y por el que estaba dispuesto a dar la vida: Jesucristo en el sagrario.

Desde su muerte, acaecida hacia casi 104 años, la vida de Charles de Foucauld ha fascinado y atraído a muchas personas. Él, que había pasado casi desapercibido en vida, se hizo famoso tras su muerte. A lo largo de los años, diecinueve familias diferentes de laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas han surgido de su espiritualidad y de su forma de vivir el Evangelio. Entre ellas, destacan las Fraternidades de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús). Benedicto XVI, en el momento de la beatificación el 13 de noviembre de 2005, dijo que su vida es “una invitación a aspirar a la fraternidad universal”. Si algo destaca en Carlos de Foucauld –que lo hace atractivo y actual– no es tanto su conversión de una vida mundana al Evangelio cuanto su continua búsqueda de Dios. Además de ser un gran explorador en África desde el punto de vista geográfico, dedicó el resto de sus años a explorar el inmenso territorio de la relación entre Dios y los seres humanos. 

Nacido en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 en el seno de una familia noble (llevaba el título de vizconde de Pontbriand), pasó su primera infancia en Wissembourg. Cuando tenía solo seis años perdió a sus padres. Fue criado por su abuelo materno, militar de profesión, que también le dejó una considerable herencia. Sin embargo, el joven Charles, despreocupado y amante de la buena vida, la despilfarró muy pronto. En 1876 entró en la Escuela Militar de Saint Cyr. Se distinguió más por sus cualidades como soldado que como estudiante. Después de dejar el ejército, realizó algunas expediciones geográficas a Marruecos y se dedicó a estudiar el árabe y el hebreo. Como explorador demostró ser muy valioso, hasta el punto de que en 1885 recibió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía.

Al año siguiente, regresó a casa. Entonces su vida dio un giro decisivo. Carlos, que había sido bautizado de niño, sintió la necesidad de volver a conectarse con la Iglesia Católica. Su invocación “Dios mío, si existes, déjame conocerte” podría ser el estribillo de cualquiera de nosotros en estos tiempos de indiferencia religiosa y de búsqueda de sentido. Más tarde diría algo que a mí me impresionó mucho la primera vez que lo leí: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que sólo podía vivir para Él”. Nada fue igual de ahí en adelante. En 1890 entró en los trapenses en Francia. Pronto pidió retirarse a un lugar más pobre, en Siria. Cuando cumplió 32 años, Carlos sintió la necesidad de ser dispensado de sus votos. En 1897 el Abad General de los Trapenses lo dejó libre para seguir su vocación. Permaneció en Tierra Santa por un tiempo, luego regresó a Francia y fue ordenado sacerdote en 1901. 

Ese mismo año se trasladó a África y se instaló en un oasis en el profundo desierto del Sahara. Vestía una sencilla túnica blanca sobre la que estaba cosido un corazón de tela roja, coronado por una cruz. Acogió a todos los que se acercaban por allí: cristianos, musulmanes, judíos y paganos. Vivió otros trece años en el pueblo tuareg de Tamanrasset. Dedica once horas diarias a la oración, se sumerge en el misterio de la Eucaristía, escribe un gran diccionario francés-tuareg-tareg que todavía se usa hoy, defiende a las poblaciones locales de los asaltos de los bandidos. Y fueron ellos los que, el 1 de diciembre de 1916, quisieron robar el gran “tesoro” que escondía en su casa y del que hablaba a todo el mundo. Se llevaron aquella “caja” sin saber que lo que contenía, en realidad, eran hostias consagradas. Saquearon su pobre vivienda y asesinaron a “Carlos de Jesús”, como era conocido por los lugareños. Su vida sigue inspirándonos a muchos.


Os dejo con su famosa Oración del abandono. En estos tiempos de pandemia adquiere un significado muy especial:

Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras, 
Sea lo que sea, te doy gracias. 
Estoy dispuesto a todo, 
lo acepto todo, 
con tal que tu voluntad se cumpla en mí 
y en todas tus criaturas. 

No deseo más, Padre. 
Te confío mi alma, 
te la doy con todo mi amor. 
Porque te amo 
y necesito darme a Ti, 
ponerme en tus manos, 
sin limitación, sin medida, 
con una confianza infinita, 
porque Tú eres mi Padre.

1 comentario:

  1. Me gusta que hoy hables de Foucauld que, he conocido a través de ti… Su oración me ha acompañado cuando, en estos días, se iban sucediendo momentos difíciles, en momentos en que me he dicho “no puedo más”…
    Es buena noticia la de que el papa Francisco haya autorizado su canonización… Precisamente hace una semana que he vuelto a coger el libro que mencionas… El vídeo me lo guardo para este fin de semana…
    Gracias por destacar que: …lo que le hace atractivo y actual es “su continua búsqueda de Dios” y el hecho de que “dedicó el resto de sus años a explorar el inmenso territorio de la relación entre Dios y los seres humanos”.
    Gracias por compartir su invocación: “Dios mío, si existes, déjame conocerte” y su expresión: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que sólo podía vivir para Él”.
    Me sorprende saber que se pasaba once horas diarias en oración y que su vida ha fascinado y atraído a muchas personas. Me ayuda a descubrir la fuerza de la oración y más, en momentos en que estoy descubriendo que para la oración no hay jubilación… solo depende de nuestra actitud, no depende del grado de salud, de la economía, ni del tiempo, ni del lugar…
    Gracias Gonzalo por aportarnos tanto en estos momentos en que la vida se hace un poco cuesta arriba.

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