martes, 19 de mayo de 2020

Llega la hora de la reconstrucción

Estamos en la Semana Laudato Si’ que el papa Francisco ha convocado al cumplirse el quinto aniversario de la publicación de su encíclica “sobre el cuidado de la casa común”. Si ya en 2015 su apuesta por una “ecología integral” resultó valiente y profética, ahora, en plena pandemia, se convierte en imprescindible. Sin un nuevo modo de entender nuestra relación con la naturaleza que prime el cuidado y no la explotación estamos condenados a continuos desequilibrios que amenazan incluso la supervivencia de la especie humana. Los mejores científicos vienen diciéndolo desde hace décadas. Algunos –pocos– políticos lo han tomado en serio. Para la mayoría priman más las razones económicas a corto plazo que los objetivos a medio y largo plazo. ¿Qué sucede con los cristianos? Es probable que muchos sigan considerando que la “cuestión ecológica” es una moda alimentada por cuatro románticos que sueñan con una imposible vuelta a la vida natural. Sin embargo, creo que hace años que ha entrado ya en la conciencia de la mayoría. Dios nos ha encargado ser cuidadores de esta casa común que es la creación, no sus depredadores. La encíclica Laudato Si’ dio fundamento doctrinal a esta orientación y propuso caminos prácticos.  Espero que la experiencia de confinamiento nos haya acabado de convencer. O apostamos por una “ecología integral” (que va mucho más allá del mero ambientalismo o cultura verde) o no hay futuro. Se trata de un asunto científico (solo gentes como Trump lo cuestionan), económico, social y también espiritual. Durante esta semana podemos profundizar en él para cambiar nuestro estilo de vida.

Noto que, a medida que nos acercamos a las últimas (eso espero) fases de la pandemia, se multiplican las iniciativas de futuro. La Comunidad de Sant’Egidio de Roma ha promovido un Manifiesto europeo para la rehumanización de la sociedad que busca dignificar la vida de los ancianos. Ha sido suscrito por muchas personalidades de Europa. 

Ayer por la tarde me emocioné viendo a los voluntarios de nuestra parroquia de Roma montando unas mesitas en el jardín en las que, protegidos con guantes y mascarillas, iban recibiendo, una a una, a las muchas personas que se acercaban para pedir una bolsa de alimentos o presentar sus solicitudes de diversos servicios. Este ejercicio es posible porque la gente del barrio está siendo muy generosa en la donación de bienes. Es verdad que la pandemia ha colocado a muchos al borde de la exclusión, sobre todo a aquellos que dependen del trabajo diario. Pero también es verdad que esto ha suscitado la solidaridad de otros muchos que tienen empleos estables y que se han decidido a compartir sus recursos. La parroquia sirve como punto de encuentro entre unos y otros. Intuyo que en los próximos meses todas las parroquias se van a convertir en “centros de proximidad” en los que las personas más afectadas por la pandemia podrán encontrar acogida, escucha y ayuda, sin tener que someterse a los procedimientos a veces muy burocratizados que ofrecen los gobiernos.

A medida que vamos saliendo del confinamiento, es preciso que nos preguntemos: ¿Qué puedo hacer para ayudar a quienes lo están pasando peor? Si pensamos solo en  nuestro propio bienestar, en salir a la calle para pasear o entrar en un restaurante, en planificar las próximas vacaciones... acabaremos en otro confinamiento: el del egoísmo. Lo que más puede ayudarnos a superar la crisis producida por la pandemia es invertir corazón y energías en ayudar a otros. Experimentaremos que no hay mejor terapia para momentos difíciles que la generosidad. Además de hacer más llevadera la vida de otras personas, nace dentro de nosotros una serenidad y una alegría que no se consiguen nunca cuando pensamos solo en nuestro propio bienestar. ¡Ojalá la reconstruccion esté animada por esta mística solidaria!



Oración por nuestra tierra


Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz,
para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor,en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.


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