viernes, 3 de febrero de 2017

El rosco de san Blas

San Blas, cuya fiesta celebramos hoy, debería ser recordado por cosas de más fuste, pero yo lo asocio recuerdos infantiles al famoso “rosco de san Blas” que se elabora en mi pueblo natal. En Vinuesa, como en otros muchos lugares de la geografía española, se han multiplicado las tradiciones populares en torno a la fiesta de este mártir cristiano. No importa que se trate de un santo muy alejado en el tiempo (vivió a caballo entre el siglo III y el IV) y en el espacio (Sebaste, en la actual Turquía). No importa que las leyendas ocupen a veces más espacio que la historia. Por razones difíciles de comprender, es un santo muy popular que ha calado en el corazón de las gentes. Algo parecido a lo que sucede con san Antón, san Roque, santa Inés, santa Águeda, etc. Quizá en este caso porque se lo considera un poderoso intercesor contra las afecciones de garganta. De hecho, una oración lo invoca así:
¡Oh, glorioso San Blas, que con vuestro martirio habéis dejado a la Iglesia un ilustre testimonio de la fe, alcanzadnos la gracia de conservar este divino don, y de defender sin respetos humanos, de palabra y con las obras, la verdad de la misma fe. Vos que milagrosamente salvasteis a un niño que iba a morir desgraciadamente del mal de garganta, concedednos vuestro poderoso patrocinio en semejantes enfermedades; y sobre todo obtenednos la gracia de vivir la fe con alegría y esperanza, alabando a Dios y sirviendo a los demás. Así sea.
La víspera de la fiesta se preparan en las casas y en las panaderías dos tipos de roscos: unos grandes y esponjosos (recubiertos de glaseado blanco y adornados con flores de azúcar coloreada) y otros pequeños y duros (todos recubiertos de granitos de colores). Unos y otros se llevan a la iglesia y se van colocando en una especie de multicolor exposición alimentaria. A la gente le gusta este muestrario de creatividad popular. Durante la misa del santo –a la que acude mucha más gente que cualquier domingo ordinario– el párroco los bendice. Después, las familias los llevan a casa. Los blandos se consumen en los días siguientes. Los duros se guardan para cuando uno tiene algún mal de garganta. He oído varios testimonios de personas que consideran que su ingesta es eficaz cuando va acompañada de una verdadera fe. 

Me llama la atención que una costumbre como ésta no se haya perdido en tiempos tan secularizados como los nuestros. Casi diría que se ha revalorizado. Por una parte, tiene que ver con la necesidad que hoy tenemos de conservar algunos ritos que creen identidad colectiva en tiempos de individualismo y fragmentación; por otra, expresan una fe sencilla (quizá en la frontera con lo mágico) que manifiesta el deseo de ser curados por una fuerza que nos sobrepasa. Ambos elementos no pueden ser desechados sin más. Quizá resulten un poco primitivos y elementales, pero constituyen una buena base para reforzar los lazos de pertenencia a una comunidad humana (las fiestas rompen la rutina y ayudan a unir a las personas) y para profundizar en el poder sanador de Jesús (claramente testificado en los Evangelios), a través de la intercesión de los santos. Unas personas acentúan más el aspecto ritual y cultural y otras el religioso. Ambos conviven en armonía sin que uno suponga el desprecio del otro. A veces, las tradiciones compartidas hacen más por la unión de las personas y los pueblos que las declaraciones solemnes, que casi siempre naufragan en escollos ideológicos.

Según la tradición, Blas de Sebaste era conocido por su don de curación milagrosa, que aplicaba tanto a personas como a animales. La tradición cuenta que salvó la vida de un niño que se ahogaba al clavársele en la garganta una espina de pescado. Se le acercaban también los animales enfermos para que los curase. De esta manera, ellos se comprometían a no molestarlo durante su tiempo de oración. No es extraño, pues, que su culto se difundiese mucho, tanto por Occidente (3 de febrero) como por Oriente (11 de febrero). Se cuenta que en Roma llegó a haber 35 iglesias dedicadas a su memoria. 

A la figura de san Blas se asocian también varios refranes que tienen que ver con la estación en la que se celebra su fiesta (mitad del invierno) y con su fama de milagrero (sobre todo, de enfermedades de la garganta). Los refranes son perlas de sabiduría popular que nos ayudan a poner de relieve algún aspecto de la vida cotidiana. No creo que el bueno de san Blas tenga que ver mucho con ellos, pero el pueblo los ha relacionado con su figura. He aquí algunos:

  • «Por san Blas la cigüeña verás, y si no la vieres: año de nieves». Hace referencia a la llegada de las cigüeñas a España, que se produce a principios de febrero excepto en años muy fríos. 
  • «Por san Blas, hora y media más». Refiere que en la fecha de la festividad de Blas de Sebaste, transcurrido casi un mes y medio de invierno, la duración del día es manifiestamente más prolongada. 
  • «San Blas bendito, cúrame la garganta y el apetito». 
  • «San Blas, tú me llamarás». La afección de garganta provocará en el propio fiel el recordatorio del santo.
  • «San Blas, San Blas, que se ahoga este animal». Cuando alguien se atraganta mientras se le da en la espalda para que se le pase. 
  • «San Blas bendito, que se ahoga el angelito». Una versión más suave e infantil.




3 comentarios:

  1. Alejandro J. Carbajo, CMF3 de febrero de 2017, 14:17

    Yo sabía: "San Blas bendito, que se ahoga el angelito" )))

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    Respuestas
    1. Me parece más suave y poético. Ahora mismo lo incorporo. Gracias.

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  2. En Vinuesa son blandos, suaves y esponjosos y, desde luego, consideramos a San Blas el patrono y médico curativo de las gargantas.

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